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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 288 | Marzo 2006

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Nicaragua

Elecciones en el Caribe: ¿termómetro de cuáles calenturas?

¿Qué influencia tendrán la organización previa, el desarrollo y los resultados de las elecciones regionales del Caribe en las elecciones generales de noviembre? ¿Qué calenturas se midieron con el termómetro caribeño? Éstas son unas primeras impresiones ante las expresiones costeñas.

Equipo Nitlápan-Envío

El 5 de marzo la población del Caribe nicaragüense fue convocada a las urnas para elegir a los 90 representantes de sus gobiernos autónomos, 45 concejales en el Caribe Norte, 45 en el Caribe Sur. Desde 1990 ésta es la quinta elección de autoridades regionales, conforme a lo establecido en la Ley de Autonomía.

Nunca como en esta ocasión los comicios costeños tuvieron tanta cobertura de medios, tanta observación nacional e internacional, tanta injerencia de los políticos nacionales, a los que la Costa les es, durante el resto del año y de los años, un mundo ancho y ajeno. Nunca estas elecciones generaron tantas expectativas. Nunca fueron tan manoseadas. Aunque el electorado costeño representa sólo el 10% del electorado nacional, lo allí ocurrido lo quisieran proyectar muchos como un espejo, un test, un termómetro de lo que podría pasar en las elecciones nacionales de noviembre. ¿Es válido este termómetro para medir lo que esperamos para noviembre?

EL CLIMA COSTEÑO
DE LA ABSTENCIÓN

A pesar de los llamados a participar hechos desde la sociedad civil, desde la Universidad, desde los medios de comunicación comunitarios de la Costa, desde foros y charlas, en los comicios se repitió la pauta histórica y la abstención fue la gran ganadora de las elecciones: un 55% de los 226 mil votantes que aparecían en el padrón no acudieron a votar. El desencanto con lo que los costeños han logrado con la autonomía -por la ineficacia de sus gobiernos, y más aún por la insensibilidad del gobierno central- se ha venido expresando en un abstencionismo en ascenso: cuando se eligió el segundo gobierno autónomo se abstuvo un 34%, en el tercero fue un 40%, en el cuarto un 50%. En las elecciones municipales del año 2004 el abstencionismo llegó al 60%. En éstas se redujo algo.

Sin embargo, llamar a la ausencia en las urnas “abstención”, entendiendo esta palabra como la decisión consciente de rechazar las opciones políticas que se presentan al elector, no haría justicia a toda la realidad. El padrón costeño requiere de una depuración importante. Y ojalá tan reiterada abstención la propicie de una vez. La auditoría que realizó al padrón costeño el IPADE (Instituto para el Desarrollo y la Democracia) en las vísperas electorales detectó que, entre personas comprobadamente fallecidas y empadronados que no aparecieron por ninguna parte -posiblemente muertos, presos o emigrantes-, el padrón real de votantes aptos para votar sería de 180 mil personas, 46 mil menos de las que aparecían oficialmente en el padrón.

Por otra parte, con las dificultades de comunicación que existen en la Costa Caribe para movilizarse podemos traducir también la abstención como falta de transporte. Desde esta perspectiva, las limitaciones de un Estado como el nicaragüense, que por su fragmentación territorial todavía no es un Estado nacional, tiene mucho que ver con los niveles de abstencionismo.

Podemos leer también los altos índices de abstención como un reflejo de la indiferencia, el cansancio, la apatía o la indignación de los costeños ante los políticos nacionales. De esa lectura habla sabiamente y por extenso en este mismo número de Envío la rectora de la Universidad del Caribe, Alta Hooker.

En cuanto a la abstención, el termómetro costeño no nos sirve para medir esa eventual calentura en las elecciones de noviembre. La tradicional abstención en la Costa en sus elecciones regionales está lejos de la tradicional alta participación que tiene Nicaragua en sus elecciones nacionales, con niveles que llaman la atención en América Latina.

PLC Y YÁTAMA:
LOS TRIUNFADORES

Siguiendo la pauta histórica, el PLC y el FSLN, los dos partidos nacionales más organizados y los más enraizados entre los votantes de la Costa -por presencia, manipulaciones, recursos para prebendas y rutinas de la cultura política- obtuvieron la mayor cantidad de votos. El PLC un 13% más que el FSLN (unos 11 mil votos más). También en número de concejales, el PLC obtuvo un mayor número de escaños, tanto en el Norte como en el Sur: 18 en el Norte y 22 en el Sur. El FSLN -que gastó en la campaña más de un millón de dólares- obtuvo 15 concejales en el Norte y 12 en el Sur, cantidad inferior a sus expectativas, a lo que anunciaban las encuestas y a los que consiguió en las regionales del 2002.

YÁTAMA -partido regional con arraigo, de mayoría indígena en el Norte y de negros-mestizos-indígenas en el Sur-, que en las elecciones municipales de 2004 dio muy buena señal al ganar en el Norte tres alcaldías importantes: Puerto Cabezas, Waspán y Prinzapolka-, quedó en un tercer lugar en número de votos y de concejales: 12 en el Norte y 6 en el Sur.

Resulta un gran ganador de estos comicios, porque incrementó el número de votos y de concejales respecto a las elecciones anteriores y porque ni en el Norte ni en el Sur se podrá gobernar sin ellos. El PLC y el FSLN se rifarán el apoyo de YÁTAMA. Ambos partidos han hablado de hacer alianza con el partido costeño para hacer gobierno y para gobernar después. El PAMUC, el otro partido regional, tuvo resultados insignificantes.

LA TERCIA LIBERAL:
GANÓ EL PLC

Aunque los costeños quieren respuestas a sus problemas históricos y actuales -que son enormes-, la mayoría de la población que vota sigue creyendo que son los dos partidos políticos nacionales fuertes, el FSLN y el PLC, los que les pueden responder. Esta percepción se alimenta por el control que el FSLN y el PLC mantienen durante los cuatro años que dura el gobierno regional sobre los concejales electos que hacen gobierno.

Es un control que inicia ya desde la misma selección de los candidatos que ambos partidos presentan, gente sin posiciones firmes, que privilegia los intereses que les orienta el partido nacional por sobre la construcción de una verdadera unidad costeña.

En las elecciones caribeñas se estrenaban en la contienda las dos opciones nacionales que están hoy desafiando al FSLN y al PLC, los partidos del pacto, y a sus autores. Los liberales no-alemanistas competían con bandera roja con la Alianza Liberal Nicaragüense-Partido Conservador (ALN-PC), encabezada por el banquero ex-PLC y ex-ministro de Alemán y de Bolaños, Eduardo Montealegre, que recorrió la Costa de punta a punta derrochando recursos. Y la Alianza Herty 2006, que competía bajo la bandera naranja del Movimiento Renovador Sandinista.

Fueron los liberales ALN y PLC quienes usaron con más empeño los comicios costeños como termómetro con el que medir las calenturas de ambos. Las elecciones del Caribe fueron un desafío mutuo con el que demostrarse uno al otro quién es quién: cuántos votos le ha comido Montealegre al PLC en estos meses en que Alemán está recluído en su cárcel-hacienda y cuán firme se mantiene el voto PLC en el Caribe, en donde siempre el liberalismo tradicional ha sido mayoritario.

El pulso político lo realizaban alemanistas y ALN ante la mirada escrutadora del embajador de Estados Unidos, que no cesa de intervenir con declaraciones nada sutiles en la disputa entre los liberales, buscando unificarlos para noviembre en una única candidatura antisandinista. El PLC quería demostrarle a Paul Trivelli que, a pesar de tanto desgaste y de la falta de recursos que padecen, siguen siendo una maquinaria electoral poderosa y que una victoria antisandinista sólo se garantiza a quienes en esta máquina se monten. Montealegre necesitaba acreditarse nacionalmente y ante Trivelli como el único capaz de evitar el triunfo presidencial de Daniel Ortega que tantos temen.

En esta tercia, el triunfo ha sido para el PLC arnoldista: 40 concejales para el PLC en el Norte y el Sur frente a 5 que consiguió la alianza de Montealegre solamente en el Sur. Cinco concejales que le resultaron carísimos, considerando que Montealegre gastó más de 2 millones de dólares en la campaña costeña.

¿Cómo influirá este termómetro -un resultado no esperado ni por unos ni por otros- en las filas liberales y en las oficinas del gobierno de Estados Unidos?

LA TERCIA SANDINISTA:
VERDAD CONTRA PODER

En el terreno sandinista, Daniel Ortega usó el territorio costeño en una competencia a dos bandas: con el PLC por el número de votos y de concejales. Perdió por mucho más de lo que esperaba. Competía también con el Movimiento por el Rescate del Sandinismo -agrupado en torno a la candidatura presidencial de Herty Lewites- para demostrarles a sus ex-compañeros rojinegros que él sigue siendo el único dueño y señor del electorado sandinista.

Esta competencia no la hizo suya Lewites ni la gente de la nueva alianza sandinista. Fue éste el único grupo nacional en el que sus dirigentes declararon con realismo, y hasta con humildad y desde el primer momento, que no tenían arraigo ni bases en el Caribe y que ganar un concejal en el Caribe Sur ya sería un gran éxito. Y ni eso consiguieron.

Lewites admitió al iniciar la contienda que él no conocía la Costa, que la campaña le permitiría acercarse a su población, e insistió en que hacían el esfuerzo de participar en las elecciones regionales con tan bajas expectativas porque, de no hacerlo, la excluyente Ley Electoral nacida del pacto les impediría participar en las elecciones nacionales de noviembre. Con una campaña muy austera y con resultados irrelevantes, hay que destacar en este grupo el valor de decir la verdad sin decorarla. Es una asignatura en la que nuestra clase política permanece aplazada.

En el terreno sandinista, no parece realista aplicar el termómetro regional a los resultados nacionales. Cualquier declaración arrogante de Daniel Ortega y de los dirigentes del FSLN en este sentido no es más que la decoración de sus propios temores.

LA TERCIA EN EL CSE:
ANTECEDENTES

Los comicios costeños transcurrieron en total tranquilidad, sin ningún desorden ni incidentes de violencia. No era lo que se temía ni lo que se intentó proyectar como lo esperable. Tanta era la tensión en los días previos que el Presidente Bolaños advirtió que estaba listo para decretar un estado de emergencia. Pura bulla. Esta vez, por las vísperas… no se sacó el día.

Las vísperas de las elecciones costeñas fueron especialmente tensas por el conflicto político instalado desde enero en el Consejo Supremo Electoral (CSE), que podría durar, o incluso empeorar, en el resto del año, hasta las elecciones de noviembre. Es un conflicto con antecedentes. En 1999, con el pacto Ortega-Alemán, el CSE se infló: siete magistrados titulares más tres suplentes. Alemán seleccionó a tres titulares leales a sus órdenes y Ortega a tres. Y concordaron ambos en que el Presidente del CSE fuera Roberto Rivas, protegido y valido del Cardenal Obando. Rivas actuaría como fiel de la balanza.

Desde el comienzo, los del PLC eligieron repartirse las instancias administrativas del Poder Electoral, donde había posibilidades de dar empleos a amigos y familiares y de manejar muchos recursos. Las elecciones nicaragüenses resultan las más caras de América Latina. Ocho millones de dólares han costado al Estado las elecciones costeñas. Con más tino, los del FSLN ocuparon las instancias técnicas: la informática, la cedulación, el padrón, todo lo que desemboca en la organización de los comicios. Desde entonces, los sandinistas han acumulado experiencia y tienen el control del proceso electoral.

Desde que en octubre de 2002 Daniel Ortega inició su “reconciliación” con el Cardenal Obando y con el catolicismo oficial, Roberto Rivas inició su acercamiento a las posiciones del FSLN, lo que sumó a las ventajas cualitativas que ya tenía el FSLN sobre el PLC la ventaja cuantitativa de tener más votos a la hora de las decisiones: cuatro contra tres. Desde enero de 2006, el total alineamiento de Rivas con los magistrados sandinistas está siendo tan notorio que aquella “reconciliación” -que aún no deja de sorprender- no basta para explicarlo completamente.

NOVIEMBRE:
EL BIPARTIDISMO EN PELIGRO

El pacto de 1998 enlazó a arnoldistas y a danielistas en un mismo proyecto de corrupción en complicidad y de instituciones compartidas. Las cúpulas que controlan hoy al PLC y al FSLN han ido públicamente de la mano en decisiones importantes: reformas constitucionales, creación de instituciones, nuevas leyes, reforma de leyes, nombramientos de altos cargos y la aprobación de todas las medidas funcionales al proyecto del capitalismo global que se le impone a Nicaragua. Privadamente, han ido de la mano en muchos negocios.
Pero en la disputa por los votos en las elecciones que siguieron al pacto (nacionales en 2001, municipales en 2004) el pacto se transforma en “bateo libre”: cada banda saca sus mejores armas y gana el más hábil. En el 2001 ganó el PLC, en el 2004 ganó el FSLN. Después, a la vista de la correlación de fuerzas que crean los resultados de las urnas, se reanudan y reacomodan las transacciones entre ambas bandas. De nuevo, este año 2006 es tiempo de rivalidad. Ahora, en la Costa Caribe, el PLC “bateó” mejor, mucho mejor de lo que esperaba el FSLN y el mismo PLC. ¿Qué reacomodo harán ahora?

Para las próximas elecciones nacionales de noviembre el paisaje de la competencia es nuevo y por eso el termómetro costeño no nos sirve. El diseño bipartidista -base del pacto- está en peligro a nivel nacional. No lo estuvo a nivel costeño por el perfil tan peculiar de esas elecciones. En lo nacional, la profunda división de los liberales y especialmente, la real ruptura del sandinismo, aún no medida en las urnas, anuncian un panorama inédito en la historia electoral de Nicaragua, polarizada desde 1990 entre sandinismo y antisandinismo. Los aires anuncian una elección entre cuatro opciones: dos liberales y dos sandinistas.

LAS VÍSPERAS ELECTORALES:
DÍAS INCIERTOS

La alineación de Rivas con el FSLN en vísperas de las elecciones costeñas enfureció y desconcertó a los liberales. Desde enero, comenzaron a expresarlo dejando de hacer quórum sesión tras sesión, y denunciando el fraude que los sandinistas estarían ensayando en la Costa Caribe desde las estructuras del Poder Electoral -convertido, según ellos, en puesto de mando del FSLN-, para aplicar después esas trampas en las elecciones generales.

Tan estridente y amargo fue el tono de las denuncias que hubo días en que se dudó si las elecciones regionales llegarían a realizarse. El clímax del conflicto llegó con las declaraciones inusualmente indignadas -es siempre un hombre mesurado- del magistrado electoral del PLC con verdadera capacidad política, René Herrera. Según Herrera, el control del FSLN y de Daniel Ortega sobre el CSE había llegado a un punto tal que era mejor que los magistrados renunciaran a sus cargos y que Nicaragua se ahorrara los altos costos de las elecciones de noviembre, proclamando, sin necesidad de votaciones, a Daniel Ortega como Presidente de la República.

El consenso alcanzado en las meras vísperas de los comicios fue aparentemente muy frágil. El PLC -en clara desventaja en todas las decisiones técnicas que tomó el CSE en la organización de las elecciones regionales- amenazó con no participar y con desconocer sus resultados. Se comenzó a hablar de disturbios violentos el día de los comicios y de impugnaciones masivas en todas las mesas en el día después. Pero ni sombra de todo esto sucedió el 5 de marzo.

PODER ELECTORAL:
¿LEGITIMADO?

Si la credibilidad y la confiabilidad del CSE eran ya muy bajas el año pasado, las disputas que acompañaron la preparación de las elecciones costeñas colocaron al CSE en el sótano de la opinión pública nacional. Sin embargo, el desarrollo de las elecciones en completo orden y con escasas anomalías gruesas, obra ahora a favor de Roberto Rivas y del CSE. En qué medida afectará las elecciones de noviembre el desprestigio que ha acumulado el CSE es un interrogante que apenas comienza a abrirse.

¿Se aplica a esta calentura institucional el termómetro costeño? Antes de las elecciones del Caribe, todos los partidos -menos el FSLN- y varios sectores de la sociedad civil exigieron que después de las elecciones de marzo en la Costa los magistrados del CSE renunciaran en pleno para reestructurar el Poder Electoral, desde la cúpula hasta las juntas receptoras de votos. Con la normalidad observada en la Costa Caribe, ¿podrá mantenerse esta demanda?

¿CRISIS REAL O APARENTE?

¿Es real o aparente la crisis en el Poder Electoral? ¿Cuánto hay de realidad o de apariencia en ella? ¿A qué obedece la realidad o la apariencia? ¿Es la crisis expresión del “bateo libre” que el pacto incluye cuando se acercan las elecciones, para que la mucha población que aún permanece cautiva de estos dos partidos los perciba rivales, aunque son socios y compinches? Aunque algo de esto puede haber y hay, es innegable que el PLC fue sorprendido por el FSLN más allá de lo que esperaban o temían por su habilidad para controlar el proceso.

En el centro de la crisis está el temor a un fraude organizado por el FSLN gracias al control que tiene del padrón y de la cedulación. Aunque algo de esto hay o puede haber, ¿habló el PLC de fraude para no hablar de fracaso? ¿Pretendió curarse en salud, disfrazar el fracaso que temía con la denuncias de anomalías y de trampas que observaba?

¿Qué pasará ahora, cuando en la Costa el PLC demostró que mantiene fuerza, a pesar de todo? ¿Serán los cinco concejales que consiguió Eduardo Montealegre en el Sur suficiente base para mantener el temor al fracaso y el clamor por el fraude?

¿A CAMBIO DE LEWITES?

¿Y no será la tercia PLC-FSLN en el CSE pura apariencia para encubrir uno de los meollos transados en el pacto Alemán-Ortega: la victoria presidencial de Ortega a cambio de la libertad de Alemán “por falta de pruebas” tras la sentencia que tiene ya preparada el tribunal que controla Ortega? ¿O tras esta tercia lo que se estaría transando ahora es otra cosa: la libertad de Alemán antes de las elecciones, pero a cambio de la inhibición de Lewites, en una operación mancomunada entre la Contraloría que controla Alemán y el Poder Judicial que controla Ortega?

La Ley Electoral pactada por Ortega y Alemán en 1999 da la victoria presidencial a quien gane con el 35% de los votos, si tiene una diferencia del 5% sobre el siguiente competidor. Daniel Ortega sólo puede ganar las elecciones de noviembre si se mantiene la división de los liberales en dos opciones y si logra forzar la unidad del voto sandinista en torno a su candidatura. Preso, Alemán fomenta la división liberal, porque el PLC prioriza su libertad. Pero libre en los meses previos a noviembre, Alemán también la garantiza por la lealtad ciega al caudillo de un amplio sector de votantes liberales, lo que sí midió el termómetro de la Costa, donde el PLC llevaba a los mítines de campaña un casete con discursos de Alemán grabados especialmente para cada comarca y barrio.

ESTRATEGIA PLC:
PRIMARIAS Y MIEDO

El único “tapado” aún en la boleta electoral de noviembre es el candidato del PLC. Ante su desgaste, su división, su falta de recursos, sus desventajas en el CSE y ante la persistente presión de Estados Unidos, la estrategia del PLC para unir a todo el liberalismo bajo su bandera se orientó desde enero en dos direcciones: convocar a sus disidentes a elecciones primarias para elegir entre ellos al candidato presidencial del liberalismo (léase del antisandinismo). Y reiterar el argumento de que si en noviembre compiten cuatro opciones la victoria es segura para Daniel Ortega.

En un plus esfuerzo para mostrar flexibilidad ante la embajada americana y la opinión pública nacional, el PLC propuso por fin realizar elecciones primarias entre sus ocho pre-candidatos (todos confesos pro alemanistas) invitando a participar -para después cobijarlos a todos bajo la bandera del PLC- a los pre-candidatos que encabezan los dos grupos liberales que hoy se mueven fuera de los linderos pelecés: la alianza libero-conservadora de Eduardo Montealegre y el APRE -partido fabricado desde el Ejecutivo por el Presidente Bolaños para las elecciones municipales-, que tiene dos pre-candidatos, José Antonio Alvarado (pro Alemán) y Francisco Fiallos (anti-alemanista).

Estas primarias se convocaron en el intento de borrar la imagen de que sería Alemán quien seleccionaría, vía “dedazo”, al candidato del PLC. Pero la estrategia se diseñó en la hacienda-cárcel de Alemán y en reuniones presididas por el reo.

La oferta de primarias -aceptada enseguida por Alvarado, que mendiga a Alemán la candidatura- fue acompañada de las declaraciones de todos los candidatos y voceros del PLC sobre la necesaria unidad antisandinista. Si no nos unimos, nos hundimos, repite a tiempo y destiempo Alvarado. “Una elección a cuatro bandas es triunfo seguro para Daniel Ortega”, reiteran los demás.

CUATRO OPCIONES
Y UNA “CUÑA”

En este contexto, la reacción de Eduardo Montealegre, rechazando de inmediato la oferta de primarias y ratificando con firmeza su candidatura fuera del PLC, fue la primera gran señal de que la elección a cuatro bandas es la posibilidad más real para noviembre. Aunque en un país de tantos imprevisibles y de tanto teatro, ningún guión estará escrito hasta el día antes de los hechos.

Conocidos los resultados favorables del PLC de las elecciones costeñas, el partido anunció que no tenía dinero para realizar las primarias y que su candidato presidencial sería electo por los convencionales del PLC el 2 de abril.

¿Elección con cuatro opciones? Va quedando claro que una elección con dos opciones (una sandinista, otra antisandinista) sería la continuación, en vivo y a color, de todo lo conocido: el pacto y el modelo neoliberal. A tres bandas (antisandinismo dividido y FSLN solo), sí sería victoria segura de Daniel Ortega. A cuatro bandas (dos opciones antisandinistas y dos sandinistas) es la única posibilidad de introducir una “cuña” en el cerrado escenario político-institucional armado por el pacto. Y de ganar Lewites, podríamos esperar también algunos cambios -¿tal vez sólo cuñas?- en el injustísimo escenario social con el que nos hemos resignado a convivir.

ESTRATEGIA DEL FSLN:
DOS RUMORES

Para la estrategia electoral de Ortega, la división Montealegre-PLC es indispensable. Con la negativa de Montealegre a participar en las primarias del PLC, queda claro que el gran problema de Daniel Ortega no está en el terreno de la derecha. Está en el terreno del sandinismo. La alianza encabezada por Herty Lewites es el obstáculo real para la victoria presidencial de Daniel Ortega.

Daniel Ortega está desesperado, es capaz de mandarme a matar, ha alertado Lewites en varias ocasiones, y con más dramatismo el 23 de febrero. Por ahora, las estructuras del FSLN esparcen dos rumores entre el electorado sandinista, el que Lewites comienza a captar ampliamente; y entre el electorado independiente, del que también se nutre y el que le disputa a Montealegre.

Un rumor: Lewites será inhibido, no vale la pena apoyarlo. Otro rumor: la disidencia de Lewites no es real, es un juego, una payasada, al final él y Daniel se van a amarrar y quienes lo apoyan se quedarán “colgados de la brocha”, no vale la pena entusiasmarse. Es una forma de “matar” apoyos, simpatías y movilización de conciencias.

LA DISPUTA CRUCIAL
DE NOVIEMBRE

Las condiciones están dadas para el triunfo del FSLN en noviembre, repite Ortega y su vocera de campaña Rosario Murillo. Daniel Ortega no ganará ni por las buenas ni por las malas, le juró Lewites al General Sandino en el 72 aniversario del asesinato del inspirador del sandinismo.

Va quedando claro que es en el inicio del rescate del sandinismo con la nueva alianza organizada en torno a Lewites, o en la continuación del secuestro del sandinismo por el FSLN de Ortega, donde Nicaragua se juega más futuro en noviembre. Ésta será la disputa central. Para la temperatura de esta disputa crucial, el termómetro de la Costa no nos sirve.

UNA CALENTURA
MUY PELIGROSA

Sin embargo, a la vista preocupada de todo esto, las elecciones costeñas podrían dar inicio a una nueva calentura. El revés del FSLN en la Costa frente al PLC podría empujar a los dirigentes de ese partido a tomar medidas desesperadas para evitar que la Alianza Herty 2006 los debilite más de aquí a las elecciones nacionales.

Las elecciones costeñas han revelado la vulnerabilidad del FSLN. El fantasma de la inhibición o el uso de cualquier otro mecanismo legal o ilegal para excluir a Lewites siguen siendo variables activas en la embrollada política nicaragüense durante este incierto año electoral.

Y como en un país como Nicaragua, cualquier calentura política puede degenerar en fiebre, Lewites entra ahora en un período peligroso para su movimiento político y para su seguridad personal. Él lo sabe. Lo sabemos todos. Hacer saber este temor, expresarlo aquí, es también una manera de evitar que la fiebre del poder mate.

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