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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 284 | Noviembre 2005

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Nicaragua

El río San Juan: caudal de conflictos, reserva de nacionalismos

“El espíritu de la nacionalidad es la agria fermentación del vino de la Democracia en los viejos odres del Tribalismo”, afirma el historiador Arnold J. Toynbee. La demanda de Costa Rica ante el Tribunal Internacional de La Haya ha revivido, una vez más, ese espíritu en Nicaragua. Porque el San Juan es más que un río, es un mito, es “historia líquida”.

José Luis Rocha

Un río, un territorio abandonado y una reserva biológica van de la mano a tropezones. El río San Juan, la zona fronteriza Nicaragua-Costa Rica y la reserva Indio-Maíz provocan intercepciones candentes, al borde del cortocircuito.

El río San Juan es el sinuoso estrecho encontrado con premeditación y alevosía por los conquistadores españoles que soñaban con una ancha línea color turquesa a través de la cual dirigirse hacia la India. La zona fronteriza con Costa Rica es un modelo de cómo sucesivos gobiernos nicaragüenses dejan comunidades y municipios enteros en manos de la Divina Providencia y en las de hordas de piratas, filibusteros y saqueadores de los recursos naturales. Con 263 mil 980 hectáreas, la reserva Indio-Maíz es la segunda en tamaño de Nicaragua.

UN TERRITORIO DONDE SE VENDE, SE VENERA
Y SE PROSTITUYE LA NICARAGUANIDAD

Un viaje en lancha de toda una noche saliendo del muelle de Granada, un tormentoso viaje de nueve horas por carreteras que en invierno son trampas fangosas difícilmente sorteables o -para los privilegiados- un viaje de media hora en avioneta, son las formas de acceder al río San Juan desde Managua. El abandono persiste, después de administraciones somocistas, sandinistas, chamorristas, arnoldistas y bolañistas. El municipio de El Castillo tuvo que esperar hasta 1992 para que la red de energía eléctrica llegara hasta Boca de Sábalos, su cabecera municipal. La red telefónica llegó en 1994. El Castillo, hoy apenas una hilera de casas, nació en torno a una fortaleza dotada de artillería para cortar las incursiones y saqueos piratas de los siglos XVII y XVIII, que hicieron de este territorio aislado blanco predilecto de sus aventuras.

La novedad de que la selva que ciñen los ríos Indio y Maíz sea “reserva” data de 1999. Aunque ya existía como “área protegida” desde 1990. Creada casi en el umbral del siglo XXI como manifestación de la globalización ambientalista, esta verde extensión se ha convertido en el gran tótem, el ídolo vegetal al que algunos -aparentemente- quieren sacrificar la gobernabilidad y el desarrollo de la zona, mientras los irreverentes buscan engullirla en las calderas del lucro.

La combinación de tantos intereses contradictorios ha convertido esta zona en un territorio sacro donde se juega, vende, alquila, venera y prostituye la nicaraguanidad. Esta combinación no ha traído el anunciado despegue económico. En 1850, el geógrafo alemán Julius Froebel, en 1966 el poeta nicaragüense José Coronel Urtecho hasta el sol de hoy los viajeros actuales sólo encontraron y encuentran dos embarcaciones por semana entre San Carlos y San Juan del Norte, los puertos situados en cada extremo del río. Y únicamente los días de salida de esas embarcaciones es visible un comercio pesquero de lánguido vigor. El resto de la semana, la modorra se impone. Transporte, comercio y desarrollo parecen estar congelados en esa región. País subdesarrollado, región hasta ahí desarrollada. ¿A quién le interesan esos terrenos barrialosos, las asfixiantes nubes de chayules o incluso las leyendas de piratas?

Estos terrenos le interesan, todos los veranos, a la Plywood, la compañía de extracción maderera que gradualmente va devorando la zona de amortiguamiento de la reserva Indio-Maíz, infringiendo la reglamentación medioambiental. Santa Plywood es la patrona local. Donde la Plywood no llega, no hay caminos ni tampoco hay impuestos porque no hay forma de cobrarlos. Las alcaldías de la zona son casi impotentes sin la colaboración de la Plywood.

El río San Juan y su entorno también despiertan el interés ocasional, con la peor de las intenciones posibles, de políticos y funcionarios estatales que en sus declaraciones hacen gala de una irresponsabilidad homicida. Ahora, cuando el gobierno de Costa Rica pide una revisión de sus derechos sobre el río San Juan, los políticos revuelven sus aguas para formar cortinas de humo que oculten su palmaria ineptitud para crear la cohesión que no han sido capaces de forjar por sus nulas habilidades negociadoras y para resucitar decimonónicos pruritos nacionalistas, síntoma de que no tienen una mejor oferta ideológica. Revuelven un río que muchos de ellos ni siquiera conocen, porque ni su gestión burocrática ni su curiosidad turística los han llevado hasta él.

¿QUÉ QUIERE COSTA RICA?

Las siempre latentes tensiones entre Nicaragua y Costa Rica en torno al río San Juan se reactivaron en septiembre 2005 cuando Costa Rica se aburrió de intentar convencer al gobierno nicaragüense para que desempolvara los viejos acuerdos y reinterpretara los derechos en ellos reconocidos y pasó a solicitar el arbitrio de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. No trataré aquí de desentrañar la razón que movió al gobierno costarricense a adoptar esa medida en este preciso momento. Quizás busca cohesión en un país dividido por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Quizás busca explotar la siempre disponible cantera del nacionalismo anti-nicaragüense para abonar una legitimidad erosionada por el deterioro económico y la mano blanda de la justicia con los dos ex-Presidentes acusados de corrupción. Quizás actúa al servicio de empresarios interesados en el turismo en esa zona. Quizás hay razones pre-electorales. Todas son motivaciones suficientes y no son mutuamente excluyentes.

La razón hecha pública y comprobada es que Costa Rica reclama poder avituallar a los puestos de Policía que tiene a lo largo del río: llevarles por barco los uniformes, las capas, los quepis, la comida, las municiones y las armas. Poder hacerlo implicaría una revisión de lo establecido en el Tratado Cañas-Jerez, firmado el 15 de abril de 1858, que permite a los costarricenses la libre navegación por un tramo de río y únicamente con objetos de comercio. Costa Rica pide también que el concepto comercio incluya el turismo. En aquella época, cuando se firmó el tratado y el laudo que lo ratificó, no existía prácticamente en el mundo el turismo. El turismo es un concepto nuevo -y comercial- que el gobierno costarricense quiere incluir en la interpretación de la frase with the objects of commerce del Laudo Cleveland.

TRATADOS DECIMONÓNICOS
Y REACCIONES DECIMONÓNICAS

El embajador de Costa Rica en Nicaragua, Rodrigo Carreras, sostiene que el fiscal cutter que el Laudo Cleveland autoriza a navegar por el río es un barquito para resguardo fiscal, es decir, para controlar el contrabando, actividad que resulta impensable desarrollar sin armas. En esa interpretación basa Costa Rica su derecho a navegar con armas por el río. El gobierno costarricense asegura haberle propuesto al Canciller nicaragüense Norman Caldera la búsqueda de un arbitraje, y al no recibir anuencia, tomaron la decisión de aclarar sus derechos en La Haya, presentando su caso ante la Corte Internacional el 29 de septiembre. La reacción de una variopinta cohorte de nacionalistas fue inmediata y desproporcionada. Políticos, gobernantes, periodistas y abogados clamaron por la defensa de la soberanía nacional sobre el río San Juan.

Costa Rica pide una revisión de acuerdos tomados hace 147 y 117 años: el tratado Cañas-Jerez y el Laudo Cleveland. ¿Cómo es posible que Nicaragua pueda suponer, en un arranque de fundamentalismo jurídico, que los acuerdos bilaterales jamás deben ser revisados a la luz de nuevas circunstancias, como es la del turismo? ¿Cómo es posible que en el actual contexto renuncie a negociar regularizaciones migratorias favorables a los cientos de miles de migrantes nicara-güenses en Costa Rica o la condonación de nuestra deuda con ese país? Si hemos cambiado la Constitución Política, si modificamos el Código Penal o adecuamos la legislación nacional a los instrumentos jurídicos internacionales que emanan de la formulación de nuevos derechos, ¿por qué no pueden revisarse los acuerdos bilaterales para facilitar la ejecución de programas de mutua conveniencia?

Interponer una demanda en una Corte Internacional es un recurso que existe precisamente para evitar conflictos. Si fuera una declaración de guerra -como algunos en Nicaragua quisieron interpretarla- no tendría sentido la existencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Sería un contrasentido. Pero, como si la demanda interpuesta por Costa Rica tuviera un efecto inmediato sobre la seguridad del río o como si hubiéramos recibido una amenaza de invasión, el Ejército de Nicaragua incrementó el número de efectivos y el patrullaje acuático en los puestos de El Castillo, Bartola, Boca de San Carlos, Sarapiquí, Delta y San Juan de Nicaragua. Especialmente reforzados fueron los puestos por donde la policía costarricense tiene acceso al río, porque es por donde podrían incursionar al río por la vía armada, según el Coronel Sánchez, Jefe del destacamento sur del Ejército de Nicaragua.

Aplica aquí el desenmascaramiento que hace Nietzsche de la justificación de los ejércitos y que cita el filósofo español Fernando Savater en su libro “Contra las patrias”. El ejército -afirma Nietzche- se dice que es para la defensa. Para justificar este estado de cosas, invócase una moral que aprueba la legítima defensa. De esta manera, cada cual se reserva para sí la moralidad, atribuyendo la inmoralidad al vecino, porque hay que imaginar a éste presto al ataque y a la conquista... En estas condiciones están hoy todos los Estados en sus mutuas relaciones: sostienen las malas intenciones del vecino, y ellos no las tienen sino buenas y santas. Pero esto es una inhumanidad tan nefasta y peor aún que la guerra, es una provocación y motivo de guerra, porque se acusa de inmoralidad al vecino y se desencadenan así los sentimientos hostiles.

Ésa era la situación de los Estados a fines del siglo XIX, la que ahora queremos emular. Con tratados decimonónicos, situaciones decimonónicas y, si nos dejan, hasta medievales. Y la queremos emular mientras alzamos la bandera de la integración centroamericana. Pero, ¿cabe el vino nuevo de la integración en los odres viejos de tratados que expresan precisamente los fracasos de anteriores intentos integradores?

CON LOS ÁNIMOS ENARDECIDOS
Y ENTRE LA ESPADA Y EL RÍO

Al conocer de la demanda de Costa Rica, el Presidente Bolaños ordenó el desarme y procesamiento judicial de todo policía costarricense al que se encontrara en el río San Juan portando armas. Y, posteriormente, junto al General del Ejército, como quien marca su territorio con una meada, fue a dar un paseo por el río San Juan. ¿Acaso ese primitivo gesto significa que el gobierno invertirá más en esta abandonada zona de Nicaragua? Las autoridades de la Alcaldía de San Carlos le hicieron ver que nunca antes se había preocupado por ese municipio. Otra estocada la lanzaron los diputados, amenazando con aprobar un impuesto “patriótico” del 35% a los bienes y servicios que Nicaragua importa de Costa Rica. De mantenerse el mismo flujo de importaciones que en 2004, ese impuesto supondría una recaudación adicional de más de 66 millones de dólares. Con ese impuesto -dijeron los diputados- Nicaragua pagaría al equipo defensor de la causa nicaragüense en La Haya. A la postre, algunos bolsillos de expertos en derecho internacional quedarán más llenos, los consumidores nicaragüenses pagarán más por los productos ticos y los productores costarricenses desviarán hacia otros países la oferta y venta de sus bienes. Y las comunidades nicaragüenses de la frontera añadirán las tensiones de las relaciones binacionales a las que ya padecen por intentar sobrevivir día a día en una de las regiones del país con menos servicios públicos, menos oportunidades de ingresos y precios más altos.

Ganancia de los pescadores de cuello blanco, pérdida de los perdedores de siempre. Golpe y contragolpe: el gobierno de Costa Rica empezó a valorar la posibilidad de presentar una queja contra Nicaragua ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). Después de este primer choque, ambos gobiernos, con el abono de buena parte de la prensa nicaragüense y costarricense, sienten que ceder una micra pondría su legitimidad -su hombría- en entredicho. Por obra y gracia de los pasos de cada gobierno, las dimensiones tomadas por el conflicto dejaron los ánimos enardecidos y a los políticos entre la espada y el río.

UNA LEY CON NOMBRE Y APELLIDO
Y EL LLAMADO DE “EL NICA”

En el contexto de mutuas amenazas, la reforma de la ley migratoria, discutida por la Asamblea Nacional costarricense durante unos tres años, fue finalmente aprobada el 27 de octubre por 38 de los 43 diputados que se encontraban presentes en el plenario. Se trata de una ley que penaliza con multas incluso a quienes facilitan hospedaje y empleo a los migrantes indocumentados. Dado que los inmigrantes nicaragüenses constituyen la enorme mayoría de los extranjeros indocumentados en Costa Rica, esta ley lleva nombre y apellido. Se dirige certera hacia una población meta específica.

Enardecidos los ánimos, era inevitable que la aprobación se interpretara como una represalia en el contexto de los dimes y diretes, los ojo por ojo y diente por diente, que funcionarios de los Estados costarricense y nicaragüense intercambiaron desde que volvieron a encender la mecha del río San Juan. La aprobación de la reforma fue cuestionada por el ex-Presidente Oscar Arias, quien la calificó de demasiado represiva, draconiana, una reacción a la ola creciente de xenofobia, dando muestras de una actitud que no deja de tener cierto mérito y riesgo político, considerando las simpatías que en algunos sectores de la sociedad costarricense inspiran las posiciones xenofóbicas.

De este lado del río, el Procurador de Derechos Humanos, Omar Cabezas, aprovechó el depósito de la adhesión de Nicaragua a la Convención Internacional para la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y sus familiares para denunciar la nueva ley migratoria y las dificultades de un diálogo con el Presidente de Costa Rica en torno al tema migratorio. Con palabras mal escogidas y cifras de ciencia ficción sembró la alarma de una posible deportación de más de 175 mil nicaragüenses y una abrupta reducción del flujo de remesas. Cuando la mixtura de tema iba creciendo en colores y sabores, el Canciller nicaragüense tomó una medida que, en otro contexto hubiera sido plausible, pero que en las actuales circunstancias era de una reciprocidad perversa por extemporánea: aplicó a los costarricenses el cobro de 20 dólares por la visa de ingreso a Nicaragua, cifra que corresponde, ni un centavo más ni un centavo menos, al costo de la visa de ingreso a Costa Rica para los nicaragüenses y los visitantes de otras nacionalidades.

Abriéndose paso entre la maraña de tribalismo encorbatado, surgió un llamado a la sensatez, que no provino de aquí ni de allá, sino de aquí y allá, que no emanó de un costarricense ni de un nicaragüense, sino de un nica-tico, de un tico-nica. El actor y dramaturgo César Meléndez, célebre por su centelleante monólogo El Nica, dijo en Managua a finales de octubre: No hay que confundir a ciertas personas del gobierno tico con el pueblo tico, igual que el pueblo nicaragüense es diferente de su gobierno. Al terminar la última presentación de su obra en el Teatro Rubén Darío, ondeando las banderas de Costa Rica y Nicaragua, César Meléndez lanzó palabras que navegaron a contracorriente: No presten oídos a quienes exaltan el odio. Los invito a pensar en las cosas que nos unen y a dejar de pensar en las que nos dividen.

UN RÍO QUE ES UN MITO Y MUCHA HISTORIA

¿Por qué de forma tan inmediata hubo en Nicaragua reacciones tan desproporcionadas y todas las voces sonaron al unísono cantando el mismo estribillo: el río es nuestro? Es obvia la ganancia de Bolaños: elevar algo su maltrecha legitimidad cultivando, al menos sobre ese punto -esa línea acuática- la cohesión que no obtiene en ninguna otra área. Pero ¿por qué todos hacen coro y no se escuchan voces disonantes ni en el ala izquierda ni en la derecha del espectro político, ni entre los extremistas ni entre los moderados, ni entre los fanáticos ni entre los escépticos? ¿Por qué los conflictos por límites de aguas con Honduras y Colombia, o por los cayos de San Andrés, no suscitan idénticos desgarramientos de vestiduras?

El río San Juan importa más. Importa porque ha adquirido un carácter mítico, y eso significa que hay muchos nervios que conectan ese río a la imagen con la que nos vemos los nicaragüenses. Diversos acontecimientos han hecho que el río San Juan esté siempre presente en la imaginación de los nicaragüenses. Es un río-nervio nacional. Muchos países y regiones tienen su río-nervio, su río-mito, su río-historia: el río Masacre entre Haití y República Dominicana, el Volga en Rusia, el Ganges en la India, el Mississippi en Estados Unidos, el Nilo en Egipto, el Mekong en Indochina, el Congo en África, el Támesis en Inglaterra...

El río San Juan es el río leyenda de Nicaragua. Se le puede aplicar lo que Winston Churchill dijo del Támesis: Es historia líquida. Aparece soñado -no visto- desde los inicios de la Conquista española en las crónicas coloniales, de acuerdo a las cuales Cristóbal Colón fue el primero que tuvo la ocurrencia de buscar un estrecho que le diera paso hacia la India. Creyéndose entre Malaya y Sumatra, Colón buscaba ese “estrecho dudoso”. Carlos V, apenas coronado, ordenó a todos sus gobernadores explorar las bahías y ríos de tierra firme para encontrar ese paso, un paso entre los dos océanos. En 1523, siete años después de su coronación, instó a Hernán Cortés a buscar el paso que conecta los dos mares a fin de acortar la ruta de Catay (China). Cortés le contestó: Quien posea el paso entre los dos océanos podrá considerarse dueño del mundo. Proféticas palabras las de Cortés: así le ocurrió a Estados Unidos, dueño del canal de Panamá y del mundo.

EJE Y ESCENARIO DEL DESTINO NACIONAL

La idea recurrente de construir un canal interoceánico que aprovechara la ruta que el río allanaba y la necesidad de controlar a quienes ingresaran a través del río mantuvieron la presencia del río San Juan en las noticias, los estudios, las consultorías y los planes de todos los gobiernos.

En 1525 el Alcalde de Granada y Regidor Ruy Díaz, acompañado por los capitanes Hernando de Soto y Sebastián de Benalcázar, llegaron a un sitio conocido como la Casa del Diablo, junto al raudal de El Castillo, para estudiar las posibilidades de convertir el río en una vía de comunicación con el Atlántico. En 1529 Diego Machuca y Alonso Calero concluyeron la exploración del río San Juan o Desaguadero de la Mar Dulce, consiguiendo abrir una ruta comercial entre Granada y muchos puertos del atlántico. En 1545 el Obispo de Nicaragua, Fray Antonio de Valdivieso, informó a la Corona española que esta provincia era la llave de la Mar del Sur y solicitó el envío de cincuenta esclavos negros para limpiar los raudales que obstaculizaban la navegación de barcos de mayor calado por el río San Juan. En 1555 el Consejo de Indias estudió un proyecto para eliminar los raudales del río San Juan, once años después de que los granadinos insistieran ante la Corona española para que el río fuera dragado. En 1567 el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli fue enviado por Felipe II a estudiar la Ruta de Nicaragua para pasar de un océano al otro. Antonelli informó de las enormes dificultades que implicaba habilitar tal ruta, pero el sueño persistió. Las travesías de piratas y militares ingleses se encargaron de mostrar que tal ruta sí era posible.

El río San Juan ha sido el codiciado objeto de innumerables asaltos y saqueos abruptos o graduales. Escenario de la desidia de los gobiernos, de las actividades puramente extractivas de los aventureros de turno y de la sangría que cobra la ambición humana. Por mucho tiempo este río fue un eje del destino nacional. Algunos de los mitos que estructuran la nacionalidad nicaragüense tuvieron al río por escenario. El infaltable en todos los libros escolares de historia es el de Rafaela Herrera, la adolescente que enfrentó a los invasores ingleses que en el siglo XVIII quisieron tomar la fortaleza de El Castillo. El río es también el origen de la fortuna de la familia más rica de Nicaragua: los Pellas comenzaron a amasar su hoy enorme capital con The Caribean & Pacific Transit Company Limited.

LOS PIRATAS Y EL FUTURO ALMIRANTE NELSON
EN “EL INFIERNO DE DANTE”

Lo que ocurrió en esta zona de Nicaragua estaba en función de lo que el río ofrecía. Para frenar las incursiones de los piratas franceses, daneses e ingleses, se construyó en 1602 el fuerte Santa Cruz frente al raudal conocido como El Diablo. Las invasiones piratas arreciaron. Los más insistentes y feroces fueron Jean David Nau -apodado Francois l’Ollonais-, John Davis, Jackman, John Morris y Henry Morgan, quien en dos ocasiones -1665 y 1670-, penetrando por el río San Juan, saqueó Granada. Sobre los restos del antiguo fuerte Santa Cruz, entre 1673 y 1675 se construyó El Castillo de la Inmaculada Concepción. Reforzada por otros resguardos fortificados en la parte baja del río -uno de ellos ubicado en Bartola-, esa fortaleza constituyó durante más de un siglo la más grande fortificación colonial de Centroamérica y el principal puesto de las fuerzas españolas para atalayar e interceptar las invasiones piratas y dar una mínima estabilidad al país. Varios de sus castellanos fueron después gobernadores de Nicaragua. Siglo y medio después de Colón, el río seguía manteniendo su presencia nacional.

La fortaleza de El Castillo no puso un coto total a las invasiones. Nada casualmente el Obispo de Nicaragua, Agustín Morel de Santa Cruz, primer obispo que visitó el río, definió en 1752 El Castillo como el infierno de Dante. Fuerzas regulares del ejército británico penetraron en 1762 y fueron repelidas en la fortaleza por soldados españoles encabezados por Rafaela Herrera, la legendaria muchacha que a sus 19 años mantuvo su control y aplastó a los atacantes con 36 piezas de artillería.

Casi dos décadas más tarde, en 1780, una expedición de dos mil quinientos soldados británicos remontó el río con intención de apoderarse de Nicaragua y cortar las comunicaciones entre las colonias españolas. Al mando del pequeño buque Hinchinbroock iba un casi adolescente Horacio Nelson. A sus 21 años de edad, procedente de una nueva aristocracia, Nelson ya ostentaba el rango de Teniente. En esa batalla venció a los españoles, sucumbió ante la fiebre amarilla y a los suampos. Y perdió un ojo. Convertido después en el Almirante Nelson, alcanzó muerte e inmortalidad por lograr la victoria de la Marina Británica sobre las fuerzas napoleónicas en Trafalgar. La destrucción de El Castillo fue decretada por orden real del 4 de septiembre de 1781, un mandato que jamás se cumplió. Se le mantuvo con un escaso número de militares. El suficiente para resguardarlo. El fuerte de San Carlos pasó a ser ocupado por la guarnición principal y contundentemente reforzado. El Castillo quedó como resabio de una época. Y ahora es uno de los atractivos turísticos de la zona.

LA OBSESIÓN DEL CANAL INTEROCEÁNICO

Antes, durante y después de la temporada de los piratas, el fantasma del canal interoceánico ha estado obsesivamente presente en la historia de Nicaragua. En 1735 el astrónomo francés Charles Maire de la Condamine visitó Centroamérica y sugirió en Francia la construcción de un canal interoceánico por Nicaragua. En 1777 el Capitán inglés Smith propuso a su gobierno la toma del río San Juan para poder salir al océano Pacífico. En 1779 Carlos III ordenó investigar la posibilidad de la ruta interoceánica por Nicaragua. Después del Conde Louis-Hector de Segur en 1788 y del negociante Martín de Labastide en 1791, ambos franceses, el científico alemán Alexander von Humboldt propuso en 1804 priorizar la ruta por Nicaragua para la construcción del canal interoceánico.

Tras la independencia de España, una vez constituido el Congreso Federal de Centroamérica, Manuel Antonio de la Cerda, futuro Jefe de Estado de Nicaragua, presentó al gobierno regional un plano en el que indicaba que la ruta más apropiada para excavar un canal era el istmo de Rivas. En 1826 el gobierno federal centroamericano firmó un contrato canalero con una compañía norteamericana presidida por el Gobernador de Nueva York. Los capitalistas interesados en el proyecto no lograron reunir los cinco millones de dólares que calcularon necesarios para llevar a cabo la obra y la concesión prescribió antes de que hubieran dado pasos significativos. En 1830, gracias a las gestiones del diplomático Jan Verveer, el gobierno federal otorgó una nueva concesión canalera a una sociedad de capitalistas de los Países Bajos patrocinados por el Rey de Holanda. Pero ese mismo año estalló la revolución independentista de Bélgica y los planes no se efectuaron. En 1837 el General Francisco Morazán, entonces Presidente de la Federación Centroamericana, encargó a un oficial retirado de la marina inglesa llamado John Baily que efectuara un estudio sobre la factibilidad de una ruta interoceánica por Nicaragua. Baily estimó un costo de 25 millones de dólares.

Las dificultades de dragar el área de los rápidos y otras zonas amedrentaron a algunos. Sin embargo, el proyecto no perdió su atractivo. Aunque sus fieros raudales en verano forzaban a los viajeros a una escala para cambiar de vapor, los ilustres visitantes que hasta allí llegaron o los huleros que en una semana se gastaban en lujos y vicios los mil dólares ganados con el arduo trabajo de tres meses, mantuvieron al río en planes e ilusiones descabelladas.

FIEBRE DEL ORO, ILUSTRES VISITANTES
Y PRIMEROS CONFLICTOS

Estos sueños alcanzaron su cumbre cuando en 1849 se inauguró la American Atlantic and Pacific Ship Canal Company del Comodoro Cornelius Vanderbilt, que obtuvo una concesión canalera y que luego se transformó en Compañía Accesoria del Tránsito, empresa que durante la “fiebre del oro” en el oeste estadounidense ofrecía viajes de 36 días entre Nueva York y San Francisco y que operó entre 1850 y 1856, y después entre 1862 y 1868 como Central American Transit Company. En sus doce años de existencia trasladó a 81,448 pasajeros de Nueva York a San Francisco y 75,079 de San Francisco a Nueva York. Su año pico fue 1854, con más de 23 mil viajeros.

Un Mark Twain maravillado, en su viaje de San Francisco a Nueva York, pasó por el río San Juan y en desaliñadas notas -que nunca desarrolló como un texto definitivo- dio cuenta de la vegetación paradisíaca, de la fauna indómita y del colorido de los paisajes en su From San Francisco to New York by way of San Juan and Grey Town Ithmus (1866). Hubo otros viajeros ilustres. Mucho antes, en junio de 1849, George Ephrain Squier asumió su cargo como nuevo embajador estadounidense en Nicaragua. En El Castillo, a cuyos rápidos atribuyó impetuosidad de catarata -tres horas le tomó atravesarlos-, encontró apenas unas chozas de paja que servían de cuartel a la pequeña guarnición mantenida por el gobierno como señal de dominio.

Fresca aún la llegada de Squier, en noviembre de 1850, hizo su entrada el viajero y geógrafo alemán Julius Froebel. Su visita la realizó bajo el convencimiento de que Nicaragua jugaría un papel estratégico en el futuro del comercio mundial por su potencial para construir una ruta de conexión interoceánica. La navegación a vapor en el Río San Juan empezaba a imprimir más dinamismo en algunos poblados de su ribera, como El Castillo. En 1855 Froebel constató que en las tiendas y comedores de ese pueblito los viajeros dejaban entre dos y tres mil dólares cada dos semanas. Los vapores demoraban dos días en hacer el viaje entre San Juan del Norte y Granada, mientras los bongos necesitaban dos semanas para completar el mismo trayecto.

Los conflictos entre Costa Rica y Nicaragua ya tenían antecedentes para esa época. En 1849 el gobierno de Costa Rica había otorgado un contrato a una compañía londinense para que construyera un canal desde el lago de Nicaragua hasta el Golfo de Papagayo, a través del río Sapoá. Aun con ese precedente enconoso, en 1857 el Presidente de Costa Rica firmó un contrato canalero con el británico Robert Clifford Webster, en el que le otorgó concesiones sobre el istmo de Rivas, el lago de Nicaragua y el río San Juan. En agosto de ese año, el ejército costarricense ocupó los fuertes de El Castillo y San Carlos. La Asamblea Nacional autorizó entonces al Presidente de Nicaragua, Bartolomé Martínez, a repeler la agresión. Por fortuna, la intervención del gobierno salvadoreño abortó las posibilidades de una guerra.

El británico Thomas Belt, naturalista e ingeniero en minas, arribó en febrero de 1868 a San Juan del Norte y se dispuso a remontar el río San Juan, aterrado por los cardúmenes de tiburones, para ocupar en Santo Domingo el puesto de supervisor de la Chontales Gold Mining Company. La prosperidad que Froebel auguró a El Castillo no se materializó. Belt no encontró más que una angosta calle en El Castillo. La única prosperidad que registró giraba en torno a la producción y comercio del hule. Las toponimias del municipio de El Castillo dan cuenta del auge hulero en comunidades llamadas El Hule, Los Chicleros y La Bijagua.

ZELAYA Y SOMOZA:
TAMBIÉN EN EL RÍO SAN JUAN

Un año después de la llegada de Belt, el Congreso de Nicaragua otorgó una concesión canalera a Michel Chevalier, quien se supone contaba con el respaldo extra-oficial de Napoleón III. Con el éxito de Fernando de Lesseps en la construcción del canal de Suez, el Presidente estadounidense organizó en 1876 una Comisión científica para estudiar las distintas rutas con potencial canalero. La Comisión votó unánimemente por la ruta del río San Juan. Pero las concesiones exigidas fueron de tal calibre que el Presidente de Nicaragua, Pedro Joaquín Chamorro Alfaro, desistió del proyecto.

Los empresarios estadounidenses Edward F. Gragin y Edward Eyre obtuvieron de José Santos Zelaya en 1898 una concesión canalera y constituyeron la Interoceanic Canal Company, financiada por importantes capitalistas de Estados Unidos. Al no cumplir su compromiso de depositar 400 mil dólares antes del 9 de agosto de 1900, Zelaya les canceló la concesión y retuvo los 100 mil dólares ya depositados en el Ministerio de Hacienda.

Uno de los factores que incidieron en el derrocamiento de Zelaya fue el desafío a la hegemonía estadounidense manifiesto en sus negociaciones con diplomáticos británicos y japoneses para sondear su disposición de financiar un proyecto canalero en Nicaragua. En el contexto de la intervención armada estadounidense de Nicaragua, se firmó el Tratado Chamorro-Bryan, que concedió a los Estados Unidos los derechos exclusivos y perpetuos para construir un canal interoceánico y establecer una base naval en el Golfo de Fonseca.

Según el historiador británico Arnold J. Toynbee, en plena guerra de Sandino contra los marines yankis, el 14 de junio (de 1929) el Departamento de Estado en Washington anunció que el gobierno nicaragüense había consentido en una inspección de la eventual ruta del canal a través de Nicaragua, que haría un batallón de ingenieros militares de los Estados Unidos. El día 18 el presidente Hoover anunció el nombramiento de un comité del canal interoceánico, formado por cinco miembros, para llevar a cabo los términos de la resolución del Congreso.

La reiteración de los planes canaleros no contribuyó a la mejora de la zona. Pero atrajo los intereses de Anastasio Somoza García, quien a su regreso de una visita a Washington en 1939 anunció a bombo y platillo que el Presidente Roosevelt se había comprometido a construir un canal por Nicaragua. Tragándose su propia historia o a impulsos de su descomunal geofagia, Somoza empezó a comprar tierras en las márgenes del río San Juan. Con presiones militares y políticas, compró la finca Las Marías, de Alfredo Argüello, las propiedades de Juan de Dios Pastora y la hacienda San Pancho de la familia Kautz. Algunas de esas compras las hizo en 1947. De ahí que en 1949, la zona, con el nombre de Río San Juan fuera elevada a la categoría de departamento.

UNA FRONTERA ACUÁTICA
QUE NOS SEPARA DE “LOS OTROS”

Éstas son algunas pinceladas de la historia del río, de la obsesión canalera, de las posibilidades que ofrecen sus recursos y de su abandono. El río San Juan es un lugar donde se dan cita la ambición, los hechos y la imaginación, y más aún los deseos de la clase poderosa de lograr hegemonía cultivando las pasiones que se inspiran en la ideología nacionalista. Como observó Savater, a partir del siglo XVIII, ningún movimiento importante en lo político, lo religioso o lo cultural ha dejado de estar vinculado de un modo u otro al nacionalismo. Cualquier idea o propuesta colectiva, para alcanzar verdadero arraigo popular, parece necesitar el apoyo de las andaderas nacionalistas.

El río resultó perfecta excusa para cultivar ese nacionalismo. Frontera acuática, delimitando territorio e identidad, el río San Juan expresa con anchura inapelable la construcción de lo que uno es por oposición a lo que son los otros, los que están del otro lado del río. Separa a ticos y nicas. Los conflictos en relación al uso y posesión del río San Juan han sido dirimidos por medio de tratados, marcados por cicatrices históricas, siempre propensas a retornar a su estado de llagas, como la cesión que hizo Nicaragua de los territorios de Guanacaste y Nicoya. Hasta mediados de la década pasada, Nicaragua y Costa Rica habían firmado 35 tratados bilaterales. Un récord superado por pocos Estados tan jóvenes.

Uno de los más sensatos es el Tratado de Paz, Amistad, Alianza y Comercio (Martínez-Mora, del 30 de abril de 1858), que en su artículo 10 reconoce: No pudiéndose considerar rigurosamente las repúblicas de Costa Rica y Nicaragua como naciones extranjeras porque ellas están unidas naturalmente por vínculos fraternales y por intereses de utilidad común… Una década después, otro tratado de paz y amistad reafirma esa visión y agrega otras razones: su común origen, por las conexiones e intereses territoriales. Algunos acuerdos han mostrado la buena voluntad de Costa Rica, como la Convención Rivas-Esquivel del 21 de diciembre de 1868: El Gobierno de Costa Rica concede al de Nicaragua las aguas del Río Colorado, a fin de que desviándolas sobre el Río San Juan pueda obtener el restablecimiento o mejoras del puerto de San Juan de Nicaragua.

UNA FRONTERA MÓVIL:
SABEMOS DÓNDE ESTÁ, PERO NO DÓNDE ESTARÁ

El más crucial de los tratados es el Cañas-Jerez de 1858, rechazado por Nicaragua durante 30 años. Máximo Jerez fue culpado por las excesivas concesiones que en él dio a Costa Rica. Treinta años después, la disputa se sometió al arbitrio del Presidente de los Estados Unidos, Grover Cleveland, quien delegó en George L. Rives, subsecretario de Estado. El Laudo Cleveland contiene la resolución del imperio del Norte, cuyos artículos principales transcribo siguiendo la traducción del doctor Luis Pasos Argüello:

Primero: Es válido el Tratado de límites firmado el 15 de abril de 1858.Segundo: Conforme a dicho Tratado y a las estipulaciones contenidas en su Artículo VI no tiene derecho la República de Costa Rica de navegar en el río San Juan con buques de guerra, pero puede navegar en dicho río con buques de servicio fiscal relacionados y conexionados con el goce de los objetos de comercio que le está acordado en dicho artículo o que sean necesarios para la protección de dicho goce.
Tercero: La República de Costa Rica puede negar a la República de Nicaragua el derecho de desviar las aguas del río San Juan en caso de que ese desvío resulte en la destrucción o serio deterioro de la navegación de dicho río o de cualquiera de sus brazos en cualquier punto en donde Costa Rica tiene derecho a navegar en el mismo.


Posteriormente se firmó el tratado Matus-Pacheco. En Nicaragua lo firmó Manuel Coronel Matus, padre del poeta José Coronel Urtecho. Por medio de ese tratado se convino en que un ingeniero solicitado al gobierno de los Estados Unidos trazaría la línea divisoria definitiva entre Costa Rica y Nicaragua. No podía haber línea definitiva: fue una de las primeras conclusiones de E. P. Alexander, el ingeniero contratado para tal propósito.

En su laudo del 22 de marzo de 1898, refiriéndose al tramo de la frontera que es demarcado por la margen derecha del río San Juan, Alexander afirma: Toda porción de las aguas del río está en jurisdicción de Nicaragua, toda porción de la tierra en la margen derecha está en jurisdicción de Costa Rica, pero la línea divisoria en estos puntos no corre por línea recta, sino por el borde de las aguas en el estado navegable marcando así la línea curva de irregularidades innumerables. Las variantes del nivel del agua alteran la localización de la línea divisoria.

Nicaragua, por tanto, tiene una frontera móvil y un área territorial variable. En una situación muy en concordancia con el carácter no natural sino histórico de las naciones, podemos decir que sabemos dónde está -pero no dónde estará- la frontera. Así como tampoco sabemos dónde estará en el futuro la frontera entre ser nicaragüense y ser costarricense o si es que habrá tal frontera.

“EN UN GESTO DE FRATERNIDAD,
DEBE NEGOCIARSE”

En toda esta maraña de tratados, hay uno incluso que establece comisiones armadas de ambos países para resguardo de la frontera y resolución de conflictos. Suscrito el 21 de febrero de 1949 por Mario A. Esquivel de Costa Rica y Guillermo Sevilla Sacasa de Nicaragua, el Pacto de Amistad entre los Gobiernos de Costa Rica y Nicaragua crea los Comités Fronterizos, integrados por cuatro oficiales de las fuerzas armadas de ambos países, para coordinar la vigilancia conjunta de la frontera común e investigar cualquier hecho que pueda perturbar la armonía que debe existir entre las autoridades y habitantes de ambas partes. Es un acuerdo que sienta un precedente para la circulación de patrullas armadas binacionales.

En cualquier caso, lo establecido por todos estos acuerdos debe revisarse. ¿En nombre de qué motivos racionales podríamos negarnos a negociar? El nacionalismo es una pasión que poco o nada escucha la razón. Nuevamente cito a Savater, quien nos alerta contra el nacionalismo: Bajo la influencia de sus efluvios, puede un pueblo ejecutar un programa sistemático del egoísmo más craso, sin percatarse en lo más mínimo de su depravación moral... El fastidioso y hueco ‘nosotros’ del nacionalista es pura y simplemente una hinchazón retórica del más intransigente, rapaz e inhumano (aunque -ay- demasiado humano) ‘yo’.

Antes ya había aclarado que el nacionalismo sirve para bien y para mal: Puede servir para emancipar a una comunidad de una tutela gravosa o de una explotación imperial, así como puede ponerla bajo la férula de un dictador carismático, o reducir sus expectativas culturales o desviar la atención popular de las reivindicaciones sociales más urgentes.

Tendría sentido apelar al nacionalismo para negarnos a seguir servilmente los dictados del FMI. Nuestros gobernantes serían nacionalistas coherentes si renunciaran a su afición a tomar a los Secretarios de Estado y embajadores estadounidenses como árbitros de la política nacional. El nacionalismo y su ideología de fraternidad nacional servirían a pasiones fecundas si se invocaran para apoyar en sus demandas y socorrer a nuestros hermanos afectados por el Nemagón o a nuestros hermanos que mueren de hambre en las más de cien comunidades del río Coco invadidas por las ratas.

El doctor Luis Pasos Argüello, sin duda el jurista que más estudios, tiempo y libros dedicó a los conflictos limítrofes y al uso del río San Juan entre Nicaragua y Costa Rica, concluyó en 1994, como cosecha final de sus estudios y con una sensatez y visión que quisiéramos insuflar a nuestros políticos: Asumo el riesgo de que la detonación pueda asustar a muchos nicaragüenses sobre la navegación a lo largo de todo el Río San Juan y en los dos lagos de Nicaragua. Es absolutamente cierto que tanto el río como los dos lagos están desiertos y los nicaragüenses no los estamos ocupando en ninguna producción que nos beneficie, están estériles, por lo cual, en un gesto de fraternidad, debe negociarse.

COSTA RICA: GRAN COMPRADORA
Y GRAN VENDEDORA

Con la contumaz negativa a dialogar, hemos corrido desbocados en dirección contraria. Y nos encontramos en el umbral de un juego de todos perdedores. En primer lugar por lo que se juega en el terreno de las relaciones comerciales. Echémosle un vistazo a las estadísticas de las exportaciones e importaciones. En el año 2004 las exportaciones de Nicaragua a Costa Rica tuvieron un valor de 50.6 millones de dólares. Esa suma equivale a casi la mitad de lo que exportamos a todos los países europeos y representa el 20% de lo que exportamos a Centroamérica.

En algunos rubros, Costa Rica es nuestro mayor comprador. Costa Rica pagó 10.2 millones de los 18.8 millones de dólares que Nicaragua obtiene por la venta de frijoles, el 54%. ¿Qué pasaría con los campesinos productores de frijoles si la tirantez de las relaciones binacionales redunda en una suspensión de ese flujo de frijoles nicaragüenses al mercado costarricense? ¿Qué pasaría si el gobierno costarricense decidiera, en un gesto de perversa reciprocidad, por la mosaica ley del ojo por ojo, aplicarle un impuesto del 35%? También en 2004, los 189.2 millones de dólares que Nicaragua gastó en productos costarricenses superaron a lo invertido en bienes y servicios europeos, representaron el 37% del valor de todo lo comprado a Centroamérica y fueron el equivalente del 38% del valor de todo lo importado desde Estados Unidos, nuestro principal socio comercial.

Los productos que Nicaragua compra a Costa Rica tienen un valor del 8.5% del total de nuestras importaciones. Costa Rica fue nuestro principal proveedor de materiales de construcción, con el 23% del valor de las importaciones en ese rubro. Después de Estados Unidos, Costa Rica es nuestro principal surtidor de materias primas y productos intermedios para uso agropecuario y de materias primas y productos intermedios para la industria, con el 13.6 y el 18.6% del valor de lo importado en esos rubros respectivamente.

En el contexto de estos lazos comerciales hay que interpretar las palabras del embajador de Costa Rica en Nicaragua en el clímax del conflicto: Para nosotros es más importante el crecimiento de Nicaragua que el de ningún otro país del mundo.

COSTA RICA: INVERSORA, ACREEDORA
Y RECEPTORA DE MILES DE EMIGRANTES

La inversión extranjera directa, un estribillo de todas las últimas estrategias de desarrollo promovidas por el gobierno, ha contado con la participación de costarricenses. Los supermercados Palí y las panaderías Musmani son las inversiones más visibles. Parecen tener el don de la ubicuidad. La mano de obra nicaragüense en Costa Rica, posible por una migración masiva de mutuo -aunque no siempre reconocido- beneficio, también es otro lazo económico -y cultural- muy fuerte que podría resultar afectado por el nacionalismo troglodita renuente al diálogo, a la negociación y a la revisión de acuerdos obsoletos.

También en el ámbito económico, nos estamos jugando la condonación de la deuda externa con Costa Rica, que asciende a 568 millones de dólares. No propongo que cambiemos la deuda por ciertos derechos en el río. Sostengo que una posición renuente a la negociación de los derechos sobre el río, puede cerrar las puertas que han abierto otras negociaciones, algunas de las cuales tienen muy buen cariz. Por ejemplo, en los acuerdos binacionales para regular las migraciones de trabajadores temporales existen avances y una oferta de financiamiento.

Esta iniciativa está recibiendo la asesoría de la Organización Internacional para las Migraciones y de la Organización Internacional del Trabajo. Actualmente, el gobierno de Nicaragua se colocó nuevamente en la senda de regularizar las migraciones laborales temporales a Costa Rica con el Acuerdo sobre la puesta en marcha de una política laboral migratoria binacional entre Costa Rica y Nicaragua. Suscrito el 21 de enero de 2005 por los Ministros del Trabajo de ambos países, este acuerdo reconoce como positivos los efectos de las migraciones ordenadas y señala la necesidad de que se garantice el respeto a los derechos humanos de los migrantes nicaragüenses en Costa Rica, para que gocen de las mismas condiciones laborales que los trabajadores costarricenses. A fin de avanzar en esa dirección, ambos ministros aprobaron una matriz de trabajo para administrar los flujos migratorios, encaminada a adoptar una agenda acorde con las políticas públicas de empleo en ambos países y respetuosa de los principios de la OIT.

La promoción de permisos temporales, en el marco de una regulación de las migraciones estacionales, podría proporcionar a los migrantes una oportunidad de trabajo, ingresos y protección social libre de las tensiones y riesgos que la condición de indocumentados entraña durante el tránsito y la estadía. A los empleadores costarricenses se les facilitaría una mano de obra adecuada y oportuna, bajo el compromiso de cumplir con sus obligaciones patronales. Y Nicaragua instalaría los canales para satisfacer la demanda de empleo de sus pobladores y podría garantizar que los derechos de sus connacionales sean respetados. Nos jugamos ese acuerdo.

MUCHÍSIMO PONEMOS EN RIESGO

Ponemos tambien en riesgo la política binacional de desarrollo de las zonas fronterizas, dirección hacia la cual se han dado pasos recientemente con el Programa de Desarrollo Fronterizo entre Costa Rica y Nicaragua suscrito entre los cancilleres de ambas naciones. El objetivo principal de ese programa, que incluye 28 iniciativas binacionales y 174 millones de dólares para un quinquenio, es promover la creación de oportunidades productivas, económicas, sociales e institucionales en la zona fronteriza entre ambos países, así como atraer inversiones privadas que respeten y aprovechen de forma sostenible los recursos naturales y turísticos de la zona. Los gobiernos locales de la zona tendrán un rol activo en el programa. Podrían abortarse las Comisiones binacionales para el desarrollo de la región fronteriza.

Nos jugamos también la posibilidad de una biosfera de carácter binacional, uno de cuyos más recientes pasos es la declaratoria sobre el Refugio de Vida Silvestre Mixto Maquenque. ¿Qué pasará con el convenio financiado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) para fortalecer la vigilancia epidemiológica en las comunidades fronterizas de ambos países? ¿Qué pasará con la protección binacional de cuencas? ¿Qué pasará con la posibilidad de solicitar al gobierno costarricense una amnistía migratoria para los nicaragüenses que residen de forma irregular en Costa Rica?

Los gestos del gobierno de Enrique Bolaños son un indicador de la importancia menos que marginal que presta a la situación de los cientos de miles de nicaragüenses que, buscando mejorar sus condiciones de vida y las de sus familiares, están sosteniendo la economía nicaragüense con sus remesas, a la vez que sostienen la competitividad de la agroexportación costarricense con su barata mano de obra. Sólo los migrantes temporales, los que van y vienen cada año, o varias veces al año, entre Nicaragua y Costa Rica, se calcula que son más de 100 mil.

Este conflicto podría terminar lanzando por la borda muchas otras posibilidades, en el marco de las cuales, en un futuro no muy lejano, podríamos plantear el mancomunamiento binacional de municipios, muy factible con aquellos municipios costarricenses que manifiestan buena voluntad para con los inmigrantes nicaragüenses.

CUANDO LA SOBERANÍA
ES UNA FICCIÓN INDEFENDIBLE

Todo esto lo podría perder Nicaragua. Lo podría perder Costa Rica. Nos queda mucho camino por recorrer. Manteniendo su excepcionalidad frente al resto de Centroamérica, Costa Rica sigue resistiéndose a entrar en el CA-4 y exige visa por un costo de 20 dólares a los centroamericanos que quieren ingresar a su territorio, mientras entre los cuatro países centroamericanos del norte hay libre circulación sin requerimientos de visa y con ágiles gestiones migratorias. Hay mucho que trabajar en relación al manejo de los recursos naturales. Empresas costarricenses han contaminado ríos que son afluentes del San Juan y hay grupos de cazadores costarricenses que se introducen furtivamente en la reserva Indio-Maíz para cazar y capturar animales.

Pero hay más elementos positivos en nuestra relación con el Estado y los ciudadanos de ese país. El Estado costarricense hace mucho más por los nicaragüenses que migraron y residen temporal o definitivamente en Costa Rica que lo que hace el Estado de Nicaragua por los nicaragüenses que estamos aquí. La Defensoría de los Habitantes y el Ministerio del Trabajo de Costa Rica tienen una oferta de servicios de mejor calidad y cobertura con los nicaragüenses que están en ese país que nuestra Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos y nuestro Ministerio del Trabajo. La Caja del Seguro Social de Costa Rica atiende en sus centros de salud a una buena parte de la población fronteriza. Proporciona medicina gratuita, cosa que no hacen los SILAIS nicaragüenses, ni siquiera con los más empobrecidos.

¿Cómo puede el gobierno nicaragüense reclamar con tan hipócrita vehemencia los derechos soberanos sobre un territorio que mantiene al margen de los mínimos servicios? Dice Andrés Pérez Baltodano: La soberanía no debe verse simplemente como un principio legal con implicaciones territoriales. Es un principio de acción política con implicaciones sociales. Sin un Estado con capacidad para organizar y desarrollar la vida de las regiones abandonadas de nuestro país, la soberanía es una ficción indefendible.

Los costarricenses están salvando nuestros árboles y nuestras lapas. Salvan nuestros árboles porque, gracias a la migración, la deforestación disminuye. Muchos de los habitantes de la zona de amortiguamiento de la reserva Indio-Maíz -donde no llegan los caminos de la Plywood- conservan el bosque en la mayor parte de sus parcelas. Únicamente dedican cinco manzanas a la explotación agropecuaria, porque la mayor parte del año trabajan en las haciendas costarricenses. Mucho más efectivas que las gestiones del MARENA para frenar la deforestación son las lluvias y las migraciones. Las lapas también están migrando hacia Costa Rica, porque los árboles de almendro, su hábitat natural, están extinguiéndose en Nicaragua, mientras en Costa Rica su corte está prohibido.

EL NACIONALISMO HUYE DE LO CONCRETO
Y “EL PATRIOTISMO ES OTRA COSA”

La fiebre nacionalista no necesariamente es compartida por quienes podrían ser afectados por el conflicto de manera más directa, inmediata y contundente: los migrantes y los habitantes de la zona fronteriza. El nacionalismo es una ideología que frecuentemente huye de la cotidianidad y de lo concreto. La reacción de los migrantes en Costa Rica ha distado mucho de la del gobierno nicaragüense. Reconocen que deben dar muestras de agradecimiento a un país que los ha recibido como su segunda patria y se proponen recoger más de medio millón de firmas para pedirle a Nicaragua que desista de sus políticas conflictivas.

Los habitantes de las comunidades más próximas a la frontera no comparten la demencia patriotera. Así lo valora Martha Cranshaw, de la Red Nicaragüense de la Sociedad Civil para las Migraciones: Hasta donde yo he visto con la gente, los problemas fronterizos no existen para las comunidades y municipios fronterizos del río San Juan . Tampoco veo esto en Rivas. Creo que todos estamos claros de que algo damos y algo recibimos. La población de Cárdenas no tiene dificultad para comunicarse y negociar con la comunidad de La Cruz porque saben que algo dan y algo reciben. Así es con las comunidades del río San Juan, sean nicaragüenses o sean costarricenses. Lo que les preocupa a esas comunidades es el daño que a la Naturaleza le puedan causar los movimientos de tierra que hacen en Costa Rica, porque varían el curso de las aguas del río, lo extienden y lo van a ir secando. Pero si alguien hace una represa en el lado de Nicaragua también las comunidades se van a oponer. Los temas fronterizos se tienen que analizar sin xenofobia. El patriotismo es otra cosa. Yo creo que lo que hay es un falso patriotismo. En las comunidades fronterizas no encontrás ese discurso de que ‘el río San Juan es nica’.

Quizás en esas comunidades son inconscientemente conscientes de la máxima de Savater: Sólo quien nada vale por sí mismo puede creer que hay mérito en haber nacido en determinado lugar o bajo determinada bandera.

SOMOS TICARAGÜENSES Y NICARRICENSES

La ideología nacionalista sostiene que el rasgo más importante del individuo humano es su afiliación nacional. Pero el ser humano tiene muchas otras afiliaciones. Para los habitantes de la zona fronteriza será más importante su carácter de habitantes de Sábalos, El Castillo, Papaturro, Coral, Santa Elena, La Juana, La Bijagua, El Diamante o Bartola. También lo será el hecho de ser vecinos de una enorme reserva forestal. O su historia como refugiados en Costa Rica, sus combates en los años 80, su migración desde Nueva Guinea, su credo religioso.

Estas comunidades y sus gobiernos locales deberían decidir cómo administrar, aprovechar, transitar, compartir y cuidar el río San Juan. Y es que, como certeramente sentenció Borges en “Ficciones”, el patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones. Desconoce la diversidad, los múltiples intereses entrelazados, la historia compartida. La franja fronteriza está habitada por muchos retornados que en los años 80 vivieron en Costa Rica como refugiados durante casi nueve años y que renuevan anualmente sus permisos de residencia para seguir disfrutando en Costa Rica de los servicios de salud que el gobierno nicaragüense no les provee.

Nicaragüenses y costarricenses están emparentados por muchas vías: hijos y padres de una y otra nacionalidad, tíos y abuelas de las dos nacionalidades, matrimonios mixtos, y todas las combinaciones imaginables a lo largo de innumerables ramificaciones genealógicas. Después de tantas décadas y siglos de mezclar apellidos e intercambiar costumbres, hemos devenido en ticaragüenses y nicarricenses, y así debemos asumirnos y celebrarnos, en lugar de enzarzarnos en estériles disputas en relación a la cuna geográfica del gallopinto o a los derechos plasmados en documentos que reflejan las necesidades y correlaciones de fuerzas de los grupos de poder del siglo XIX.

Ya no aplica el dicho popular, muy a propósito en la coyuntura actual por su doble sentido que, en este caso, alude al departamento nicaragüense que pasó a formar parte de Costa Rica en el siglo XIX: Cada lora en su guanacaste. No sigamos nutriéndonos de la peor manera de ser nacionalistas. No continuemos fomentando patriotismos que se presentan como ídolos hambrientos de holocaustos. Dice Savater en su genial texto “Contra las patrias”: Todas las víctimas del patriotismo son víctimas de un malentendido y de un absurdo del que a fin de cuentas sólo unos cuantos -los más brutales- sacan auténtico provecho. Y las víctimas deben ser respetadas, honradas, compadecidas; pero el ídolo al que fueron inmoladas no merece más que unos cuantos certeros golpes de piqueta.

INVESTIGADOR DE NITLAPÁN UCA.
MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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