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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 276 | Marzo 2005

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Internacional

Lo injusto moralmente no puede ser correcto económicamente

El 6 de febrero, el gobierno de Gran Bretaña anunció un plan para reducir la deuda externa de 19 países, entre ellos Nicaragua, en el marco de un acuerdo firmado por los países del G-7 en la Cumbre de Londres destinado a anular parte de la deuda multilateral de los países más pobres. Con estas palabras, que esperamos ver hechas realidad, el Ministro de Hacienda británico Gordon Brown anunciaba en diciembre 2004 los contenidos y objetivos de tan urgente propuesta.

Gordon Brown

Qué podemos hacer, todos juntos y cada uno de nosotros, esta generación, trabajando en la misma dirección? Estoy convencido de que no somos impotentes y que unidos tenemos poder para moldear la historia, para transformar la globalización de una fuerza que genera inseguridad en una fuerza que contribuye a una justicia a escala global. Para lograrlo, creo que necesitamos un nuevo contrato humano. Y más que un contrato, necesitamos un compromiso moral. Porque los contratos sólo crean vínculos con obligaciones legales. Y de lo que se trata es de que las personas que vivimos en los países más ricos, desde un profundo sentido de responsabilidad moral, reconozcamos nuestros deberes con las personas que viven en los países más pobres del planeta.

NUESTRO COMPROMISO, NUESTRA PROPUESTA

Para alcanzar este compromiso moral, Gran Bretaña ha asumido una propuesta de varios pasos. Se trata de un programa integral de financiamiento con la creación de un nuevo Fondo Internacional, con el que perdonar el 100% de la deuda externa. Trabajaremos también en persuadir a los países ricos a calendarizar su compromiso de destinar el 0.7% de sus ingresos a la ayuda al desarrollo. Nuestra propuesta contempla también el destinar 50 mil millones de dólares adicionales cada año para reducir a la mitad la pobreza mundial en el año 2015.

Con todos estos nuevos recursos podrían cumplirse las Metas del Milenio en salud, educación y reducción de la pobreza en los países pobres. Con ellos, podríamos avanzar en la internacionalización de las investigaciones sobre el SIDA y comprar más medicamentos contra el VIH-SIDA y más vacunas contra la malaria. Podríamos también mejorar los sistemas nacionales de salud y educación y así cumplir con la promesa de brindar educación primaria a los 105 millones de niños que hoy no asisten a la escuela, de los que dos terceras partes son niñas. Otro paso de nuestra propuesta es lograr que de la Ronda de Doha para el desarrollo del comercio surja el primer acuerdo mundial que refleje auténticamente los intereses de los países pobres.

DEMASIADO TIEMPO PARA ESPERAR

A finales del siglo XX, en diciembre de 1999 y en Nueva York, todos los líderes mundiales, todos los organismos internacionales y casi todos los países suscribieron una declaración histórica: compartimos un compromiso para reparar las injusticias más graves que sufre hoy la humanidad. El compromiso fue que en el año 2015 todo niño y toda niña asistirían a la escuela, se habrían evitado todas las muertes infantiles evitables y la pobreza mundial estaría reducida a la mitad. Eran éstas las Metas del Milenio, un compromiso mundial que unió a los ricos y a los pobres en un inédito vínculo de confianza.

A sólo cinco años de aquel compromiso estas metas nos parecen cada vez más lejanas. En los países del África Subsahariana, con los avances logrados, y en el mejor de los casos, la educación primaria no llegará a todos los niños y niñas hasta el año 2130. Ciento quince años después de la meta trazada. Con el ritmo actual, la pobreza en estos países no se reducirá a la mitad hasta el año 2150. Ciento treinta y cinco años después de lo prometido. La eliminación de las muertes infantiles evitables no se producirá hasta el año 2165. Ciento cincuenta años después. Demasiado tiempo para esperar la justicia.

¿OTRO JUEGO DE ESPERANZAS ROTAS?

Martin Luther King habló de la Constitución de los Estados Unidos comparándola con un pagaré. La promesa de igualdad para todos no se les había cumplido a los afroamericanos. Luther King decía que el cheque que les ofrecía la justicia les había sido devuelto por “ falta de fondos”. Nos resistimos a creer que el banco de la justicia está en quiebra, decía Luther King, y anunciaba a sus compatriotas que había llegado el momento de cobrar ese cheque, con el que llegarán a nuestras manos las riquezas de libertad y de justicia que nos deben.


Las Metas del Milenio están ya en riesgo de transformarse de promesas en posibilidad y de posibilidad en puras palabras. De transformarse en otro pagaré más, en otro cheque que se devuelve por “fondos insuficientes”. Lo que comenzó como el lazo de confianza más fuertemente anudado entre los ricos y los pobres de nuestro mundo está hoy en peligro de terminar siendo la traición más grande hecha a los pobres por los ricos. Como comunidad global, estamos en peligro de ser recordados no por lo que nos comprometimos a dar sino por lo que no dimos, por otro juego de esperanzas rotas que quiebran la confianza de los pueblos del mundo en los gobiernos del mundo.

Conociendo el nivel de sufrimientos que queríamos evitar, el problema no es que la promesa fuera equivocada o que el compromiso no fuera realista. El problema es lo lento que hemos caminado para desarrollar las capacidades que nos permitan cumplir con nuestras promesas y nuestros compromisos.

En otros tiempos, cuando fallábamos al actuar como comunidad global, echábamos a menudo la culpa a nuestro desconocimiento: no estábamos enterados, no sabíamos. Hoy ya no podemos explicar o disculpar nuestra falta de acción en nuestra ignorancia. Todos los días vemos en las pantallas de nuestros televisores los conmovedores rostros de muchos de esos 30 mil niños y niñas que mueren cada día. No podemos tampoco echarle la culpa de nuestra falta de acción a la falta de datos científicos. Sabemos perfectamente que una cuarta parte de todas las muertes infantiles podrían prevenirse con sólo que esos niños y niñas pudieran dormir bajo unos mosquiteros que no cuestan más de cuatro dólares. No podemos tampoco disculpar nuestra inacción invocando escasez de medicinas. Sabemos que la mitad de las muertes causadas por la malaria podrían evitarse si la gente tuviera acceso a un sencillo diagnóstico y a medicamentos que no cuestan más de doce centavos de dólar. El mundo ya sabe que sabemos. Y también sabe perfectamente bien que no hemos hecho lo suficiente.

HILOS EN EL TEJIDO DEL VESTIDO
DEL DESTINO HUMANO

Es un imperativo ético y práctico no sólo que declaremos, sino que libremos y ganemos la guerra contra la pobreza. La vida de los pobres en los países menos desarrollados depende de que en los países más ricos convirtamos la apatía en compromiso y transformemos las preocupaciones tibias en actividades apasionadas.

Soñar con un mundo mejor es ya, en sí mismo, un poder. Debemos compartir la inspiración que nos da ese poder con los demás. Es más urgente que nunca que en todas partes del mundo la gente despierte a los deberes que tenemos no sólo con nuestros vecinos sino con quienes nos son desconocidos y lejanos, pero cuya vida depende de nosotros. Nuestra conciencia moral nos debe impulsar a actuar en base al deber y no sólo en base a nuestros propios intereses. Luther King nos enseñó las responsabilidades que tenemos con quienes nunca conocimos y nunca conocerán nuestros nombres cuando nos describió, a cada uno de nosotros, como hilos dentro de la trama de relaciones inseparables con las que se teje el único vestido del destino humano.

Del mismo modo que en el siglo XVIII la industrialización abrió a las personas a sentirse parte de un mundo que iba más allá de su familia y de su aldea y la gente empezó a entender que también eran su comunidad aquellos a quienes nunca habían conocido a lo largo y ancho de su país, hoy la globalización nos llama a abrirnos al dolor de millones de personas que nunca conoceremos y que viven muy lejos de nosotros, pero de quienes dependemos. Como resultado de la división internacional del trabajo, ellos garantizan nuestra subsistencia y nuestra seguridad. Recuerdo este texto: Siempre estamos en las manos de los demás: son otros quienes cultivan la comida que comemos, quienes cosen la ropa que nos ponemos, quienes construyen las casas que habitamos, son las manos de otras las que nos cuidan cuando nos enfermamos, las que nos levantan cuando caemos, son las manos de otros las que nos traen al mundo y las que nos sepultarán un día al morir.

Las manos de esos otros y otras -la enfermera, el constructor, el campesino, la costurera- no están sólo en nuestro país, están por todo el planeta. Vivimos en una época de interdependencia global, interrelacionados unos con otros, en una sociedad mundial de necesidades compartidas, intereses comunes, responsabilidades mutuas y destinos entrelazados. Vivimos ya inmersos en una solidaridad internacional.

Desde el 11 de septiembre de 2001 existe una razón aún más perentoria para enfatizar nuestra interdependencia y nuestra solidaridad. Ahora más que nunca dependemos unos de otros no sólo para subsistir sino también para sentirnos seguros. Todo lo que estamos viendo hoy a lo largo del mundo, desde los debates sobre el comercio global hasta las medidas contra el terrorismo global, nos está indicando qué irrevocablemente entrelazado está el destino de las personas más ricas de los países más ricos con la suerte de las personas más pobres en cualquiera de los países más pobres del mundo.

“LOS MEJORES ÁNGELES
DE NUESTRA NATURALEZA”

Lo que nos impulse a actuar solidariamente debería ser algo mayor que el interés propio. Debemos argumentar a favor de una guerra contra la pobreza no sólo desde la economía sino desde la ética. ¿No es algo más grande, más noble, más exigente que nuestros intereses comunes lo que nos impulsa a exigir acciones que pongan fin a las carencias y a la desesperación, no sólo las de nuestros vecinos cercanos sino las de desconocidos lejanos? ¿Y no es ese algo los valores que como humanidad compartimos?

Creo firmemente que aun siendo todos los seres humanos extranjeros unos de otros en muchos sentidos -dispersos por la geografía del planeta, diversos por razas, diferenciados por la riqueza y los ingresos, divididos por las creencias y las ideologías partidarias-, aún siendo tan diferentes, diversos y muchas veces divididos, no somos ni podemos ser extraños en términos éticos y morales. Existe un sentido moral que comparte toda la humanidad. Llamémoslo como Lincoln los mejores ángeles de nuestra naturaleza. O como dijo Winstanley: la luz dentro del hombre. O en palabras de Adam Smith, digamos que se trata del sentimiento moral. Llamémoslo benevolencia, como hicieron los victorianos. O virtud, o demanda de justicia, o cumplimiento del deber. O digamos que es, como dijo el Papa Pablo VI, lo bueno de todos y de cada uno.

Es precisamente porque creemos en ese sentido moral, en esa conciencia ética, que tenemos obligaciones con quienes habitan más allá de nuestra puerta, que tenemos responsabilidades con quienes viven más allá de las murallas de nuestra ciudad, que tenemos deberes con quienes están más allá de nuestras fronteras nacionales. No podemos ser verdaderamente humanos si no nos preocupamos por la dignidad de cada ser humano.

LO DICEN TODAS LAS RELIGIONES

Los cristianos dicen: haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti. Los judíos dicen: no debes hacer a tu prójimo lo que a ti te parece odioso. Los budistas dicen: no hagas a otros ningún daño en formas que tú considerarías dañinas. Los musulmanes dicen: nadie es creyente hasta que desee para su hermano lo mismo que desea para sí. Los sikhs dicen: trata a los otros como te tratarías a ti mismo. Los hindúes dicen: ésta es la suma del deber: no hacer a otros lo que a ti te causaría dolor.

Las religiones nos revelan verdades que no encontraremos ni en los textos económicos ni en la teoría política. Son creencias que enfatizan nuestro deber con los extranjeros, nuestra preocupación por los desconocidos. Nos dicen que somos “el guardián de nuestro hermano”. A estas “reglas de oro” de toda religión le podríamos llamar Justicia. Las palabras de Gandhi refuerzan la regla de oro: En cualquier momento en que dudes de esta verdad, recuerda el rostro del hombre -o de la mujer- más pobre y más débil que hayas visto y pregúntate si el paso que vas a dar sería de alguna utilidad para él o para ella. Tus dudas desaparecerán. Hoy, nuestra interdependencia como humanidad nos conduce a concluir que si en nuestro planeta existen pobres toda nuestra sociedad está empobrecida.

“LA MANO INVISIBLE” Y “LA MANO QUE AYUDA”

Aunque los grandes filósofos de la Ilustración marcharon bajo la bandera de la libertad, deseando -acertadamente- evitar que cualquier gobernante invadiera la libertad del ciudadano, una lectura más cuidadosa de estos escritores muestra que para ellos la conquista de las libertades individuales no liberó a los individuos de sus obligaciones para con sus conciudadanos ni de los deberes que tenían uno para con el otro. Para ellos, la libertad no contradecía la justicia o el deber, sino que libertad y deber avanzaban juntos. Uno de los grandes tribunos de la libertad, John Stuart Mill, afirmó categóricamente que hay muchos actos positivos en beneficio de los demás que toda persona está obligada a hacer. Y Rousseau escribió que cuando los hombres dejan de considerar el servicio público como el principal deber de los ciudadanos, podríamos declarar que el Estado está en trance de ruina.

Adam Smith -a menudo desacertadamente considerado como el padre del capitalismo del mercado libre y sin conciencia- afirmaba: La filosofía de “todo para nosotros y nada para los demás” es un aforismo vil. Y añadía: La perfección de la naturaleza humana es sentir mucho por los demás y poco a nuestro favor, dominar nuestros sentimientos egoístas y dar rienda suelta a nuestros sentimientos generosos. Al fallecer, Smith -el que escribió no sólo sobre “la mano invisible” sino sobre “la mano que ayuda”- se encontraba redactando un nuevo capítulo para su libro Teoría de los sentimientos morales. Lo titulaba Sobre la corrupción de nuestros sentimientos morales. Allí afirma que esta corrupción tiene su causa en la disposición a admirar a los ricos y a los grandes y a despreciar o descuidar a las personas de condición pobre y común. Este gran apóstol de la libertad creía apasionadamente en la justicia y en el deber hacia los demás y no vio ninguna contradicción en afirmarlo. En nuestro siglo debemos hacer nuestras estas ideas. Debemos preguntarnos no sólo cuáles son los derechos que podemos reforzar en los demás sino cuáles son los deberes que tenemos con los demás.

UNA PEQUEÑA LLAMA VACILANTE

La conciencia ética, el sentido moral, puede no ser la luz brillante de un faro que proyecta sus rayos en todo momento para iluminar todo lo que toca, como lo describe James Q. Wilson tan genialmente en su obra El Sentido Moral. Wilson compara, más bien, el sentido moral a la llama de una pequeña vela que vacila y chisporrotea cuando los vientos de la pasión y el poder, de la avaricia y la ideología la azotan con fuerza. Esta llama -dice también- cerca del corazón y protegida por la mano, desvanece la oscuridad y calienta el alma. Considerando esto, condonaremos la deuda de los países más pobres no sólo porque ellos no pueden cancelar estas deudas. Lo haremos porque un pueblo sobrecargado por el peso de deudas heredadas de la generación anterior no puede empezar a construir para la próxima generación. Insistir en el pago de estas deudas ofende la dignidad humana y es por eso injusto. Y lo injusto moralmente no puede ser correcto económicamente.

LA DEUDA EXTERNA:
VAMOS A DAR TRES NUEVOS PASOS

Quisiera plantear en más detalle la agenda que ha nacido de nuestro sentido moral. En 1997 sólo un país había recibido el alivio de su deuda externa. Hoy, 27 países tienen ya perdonados 70 mil millones de dólares de sus impagables deudas. Y es gracias a la campaña que en los países ricos se ha hecho para que se les perdonara su deuda que hoy en Uganda 4 millones de niños más asisten a la escuela primaria, que en Tanzania se han construido 31 mil nuevas aulas y se han reclutado 18 mil nuevos maestros y que en Mozambique se está vacunando a medio millón de niños contra el tétano, la tosferina y la difteria.

En el año 2005 tenemos que ir mucho más allá en el tema del alivio de la deuda externa. Para ello, debemos dar tres pasos. El primero: los países más ricos deben igualar la condonación del 100% de la deuda bilateral -un paso ya dado- condonando también el 100% de la deuda multilateral. Segundo: las deudas con el FMI deben cancelarse y esa cancelación debe financiarse revaluando a precios actuales el valor del oro con el que el FMI cuenta en sus reservas desde su fundación. Tercero: los países donantes deben hacer una declaración conjunta para anunciar que cubrirán las deudas que con el Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo tienen los países que resulten elegibles. Ya la Gran Bretaña ha anunciado que cubrirá unilateralmente su parte (10%) en esa deuda con estos dos bancos. Urgimos a los otros países a hacer lo mismo. Damos estos pasos porque queremos colocar nuestros deberes con nuestros prójimos en el centro de nuestra política.

COMERCIO JUSTO: FIN A NUESTRA HIPOCRESÍA

También debemos insistir en darle al comercio global el enfoque del comercio justo. Cuando hablamos de comercio justo, no hablamos sólo de ganancias financieras, hablamos de reconocer la dignidad de la gente que produce y que comercia, habilitándola para que pueda sostenerse sobre sus propios pies y utilice el comercio como trampolín para salir de la pobreza. Por cada dólar que damos a los países pobres en ayuda al desarrollo, los países pobres pierden dos dólares por causa del comercio injusto. El proteccionismo de los países ricos ha empobrecido a los países más pobres. En subsidios a la agricultura gastamos en la Unión Europea un monto similar a los ingresos de los 689 millones de habitantes de los países del África Subsahariana. La suma que Estados Unidos emplea en subsidiar a sus 25 mil productores de algodón reduce drásticamente el ingreso de Burkina Faso, un país africano en donde 2 millones de personas dependen del algodón para sobrevivir.

En el año 2005 debemos trazar una nueva política. Es hora de que los países más ricos acordemos poner fin a esa hipocresía de promover el libre mercado en todo el mundo y mantener el proteccionismo en nuestros países. Es hora de que abramos nuestros mercados suprimiendo los subsidios que distorsionan el comercio. En particular, debemos hacer más para enfrentar con urgencia el escándalo y el derroche que significa la Política Agrícola Común. Sería una señal de que creemos en el comercio justo.

En el año 2005 debemos ir más allá del ya superado Consenso de Washington de los años 80 y reconocer que reducir los aranceles injustos y otras barreras puede hacer una diferencia. También es hora de que se permita a los países en vías de desarrollo diseñar, desde sus propios intereses, su propia estrategia comercial para insertarla en sus estrategias para la reducción de la pobreza.

En el año 2005 debemos admitir que es insuficiente decir: “Es su responsabilidad, ¡compitan!” Tenemos que decir: “Les ayudaremos a construir la capacidad que necesitan para competir”. Y no simplemente abriéndoles las puertas, sino ayudándolos a fortalecerse para poder cruzar el umbral. Tenemos que reconocer que los países en vías de desarrollo requerirán de recursos adicionales de los países más ricos para construir la capacidad económica y la infraestructura que necesitan para aprovechar las oportunidades que les brinda el comercio internacional.

CUMPLAMOS POR FIN CON EL 0.7%

Estas ideas sobre el alivio de la deuda y el comercio justo nos conducen al reto esencial del año 2005: un nuevo trato con los países en vías de desarrollo implica necesariamente una transferencia de recursos. Y no estoy hablando de ayuda compensatoria sino de inversión en el futuro. Al igual que en los temas de la deuda y del comercio, se trata de elevar la dignidad y el potencial de cada persona, de cada país.

Desde los años 80, la ayuda a África, que hace diez años sumaba 33 dólares por persona, se redujo a la mitad: 19 dólares. Esto tiene que cambiar. Hoy, y gracias al esfuerzo de ustedes, el gobierno británico es el primero que puede anunciar ya un calendario para cumplir con el compromiso del 0.7%. Durante el año 2005 vamos a invitar a otros países a unirse a nosotros y esperamos que otros nueve países fijen pronto sus calendarios para el cumplimiento del 0.7%.

Sin embargo, el nivel de recursos que necesitamos de inmediato para enfrentar la enfermedad, el analfabetismo y la pobreza global es mucho mayor de lo que puede ofrecer el financiamiento tradicional. Por eso, el gobierno del Reino Unido -como parte de su paquete de financiamiento dedicado a alcanzar las Metas del Milenio- ha presentado una propuesta sobre fondos estables, predecibles y de largo plazo con los que superar estos problemas.

PROPONEMOS UN FONDO INTERNACIONAL
DE FINANCIAMIENTO

Proponemos un Fondo Internacional de Financiamiento (IFF en inglés). Es una iniciativa audaz, que tiene precedentes. Se ubica en la tradición del Plan Marshall de 1948, cuando el país más rico del mundo -Estados Unidos- aceptó transferir anualmente el 1% de su PIB durante cuatro años para financiar la reconstrucción de una Europa devastada tras la Segunda Guerra Mundial. El equivalente actual de aquellas transferencias serían 75 mil millones de dólares anuales. Esta iniciativa está también basada en los principios con los que se fundó en 1945 el Banco Mundial, cuando las naciones adelantaron recursos a una institución internacional que luego pidió prestado en los mercados internacionales de capital.

El IFF se basa en compromisos obligatorios y de largo plazo de los países más ricos del mundo. Se construye a partir de los 16 mil millones adicionales ya comprometidos en la Cumbre de Monterrey. Basado en éstos y en otros compromisos, acopiará dinero adicional en los mercados internacionales de capital para movilizar la cantidad de ayuda necesaria para el desarrollo en los próximos años, hasta el año 2015. Al concretar los compromisos de una amplia gama de donantes, la IFF nos permitiría incrementar la ayuda para invertir en el desarrollo, logrando así una masa crítica de ayuda predecible, estable y coordinada como una inversión para alcanzar las Metas del Milenio.

El IFF nos permitirá invertir simultáneamente en diferentes sectores -educación, salud, capacidades comerciales y desarrollo económico- y, en vez de tener que escoger entre el urgente alivio a los desastres y la inversión de largo plazo, el impacto que estos recursos tendrán en un área reforzarán la inversión en las otras. El IFF nos permitirá atacar las raíces de la pobreza y no sólo sus síntomas, desarrollando la capacidad y la dignidad que los pueblos necesitan para ayudarse a sí mismos.

QUEREMOS DUPLICAR LA AYUDA AL DESARROLLO
Y REDUCIR A LA MITAD LA POBREZA

Hasta ahora, y sumando todas nuestras campañas, hemos logrado aumentar la ayuda internacional de 50 mil a 60 mil millones de dólares por año. Ahora, nuestro propósito no es aumentarla hasta 65 ó 70 mil millones. Queremos duplicarla y llegar hasta más de 100 mil millones anuales. De un solo golpe audaz, proponemos duplicar la ayuda al desarrollo y reducir la pobreza a la mitad. Unos 50 mil millones extra nos permitirán lograr esto.

El objetivo del IFF es cerrar la brecha entre las promesas y la realidad, entre las esperanzas creadas y las esperanzas frustradas, entre una oportunidad asumida y una oportunidad desaprovechada. Sin duda, seguiremos buscando otros medios -impuestos internacionales, más recursos directos para los bancos de desarrollo, el FMI y el Banco Mundial-, pero los beneficios prácticos del IFF nos parecen sustanciales. Con ellos proveeremos los recursos que los países pobres necesitan de inmediato para invertir en infraestructura, sistemas de educación y de salud y desarrollo económico que les permitirán beneficiarse del acceso a nuestros mercados. Con ellos otorgaremos concesiones para contribuir a garantizar una salida sostenible al problema de la deuda. Con ellos haremos de la escolarización primaria para todos no un sueño lejano sino una realidad tangible. Con ellos, cumpliremos con nuestras metas globales de reducir la mortalidad infantil y materna, eliminar la malaria y la tuberculosis y atender a las millones de personas que empiezan a padecer el VIH-SIDA. La Santa Sede y un creciente número de países, entre ellos los del G-8, han expresado su apoyo a la IFF.

Durante el año 2005 el Reino Unido tendrá la presidencia del G-8. Ustedes se han fijado para este año el reto de “ahora o nunca” para el desarrollo y el alivio de la deuda. Lo han hecho por amor a los más pobres del mundo. Es una oportunidad que nosotros, como gobierno no podemos desaprovechar. La tarea para el gobierno es sustituir las palabras por acciones y las iniciativas por resultados. Durante sus campañas de 2005, ustedes insistirán en que les rindamos cuentas -como siempre lo han hecho-, nos retarán. Ustedes serán la conciencia del mundo y la voz que nos guiará en esta encrucijada crucial.

PODEMOS AYUDAR A MILLONES

Toni Morrison decía que el coraje consiste en reconocer e identificar el mal sin tenerle miedo y sin someterse a su poder. Que sea ésta nuestra inspiración cuando pensemos en África. 30 mil niños morirán hoy en el mundo. Podían haber vivido. Si algo así sucediera en nuestro país actuaríamos juntos y de inmediato. Y no permitiríamos que eso volviera a suceder. Sin embargo, 30 mil niños morirán hoy, cada uno y cada una con una personalidad única, cada uno precioso, cada una querida. Todos ellos podrían vivir si los medicamentos y los tratamientos que tenemos aquí estuvieran disponibles allá.

Con nuestras acciones conjuntas podemos ayudar a miles, a centenares de miles y hasta a millones. Colectivamente, podemos transformar el pensamiento resignado que prevalece en nuestro tiempo demostrando que la pobreza es prevenible, que debe prevenirse y que no hay que esperar hasta el año 2150, que podemos lograrlo en el año 2015.

No basta describir el Monte Everest, hay que escalarlo. De igual manera, no basta con soñar e imaginar lo que será la Nueva Jerusalén, tenemos que construirla. Hay un dicho centenario que afirma que el rumbo del universo moral es largo, pero conduce a la justicia. No se trata de la constatación de alguna ineluctable ley histórica. Sólo nos recuerda que con nuestras propias acciones podemos hacer un mundo mejor.

Estando tan clara ya la envergadura del reto y creciendo la presión pública que ustedes han desatado en Gran Bretaña y en otros países del mundo, creo que con la determinación de los líderes mundiales de actuar con audacia, ese rumbo del universo moral nos conducirá a la justicia en los próximos meses y en los próximos años.

MINISTRO DE HACIENDA BRITÁNICO. DISCURSO EN EL MEMORIAL PABLO VI, ORGANIZADO ANUALMENTE POR LA AGENCIA CATÓLICA DE COOPERACIÓN CAFOD. 8 DICIEMBRE 2004. TRADUCIDO, SINTETIZADO Y EDITADO POR ENVÍO.

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