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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 261 | Diciembre 2003

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Internacional

Para la convivencia no basta la tolerancia

Un pensador nacido hace 80 años en Polonia crea nuevos conceptos y cuestiona conceptos como el de “tolerancia” buscando provocarnos y hacernos responsables de la dura realidad que vivimos en el mundo actual.

Zygmunt Bauman

Hoy en el mundo hay mucha gente que es considerada superflua, que está excluida, fuera de juego. Son verdaderos excedentes humanos. Éste es un término nuevo que hace cincuenta años apenas se utilizaba. Se hablaba de desempleados, que literalmente quiere decir “sin empleo”, lo que revela que se trata de una situación excepcional, no de la norma. Hoy, debemos usar el término excedente, lo que significa que esa gente es superflua, innecesaria.

LOS “EXCEDENTES HUMANOS”
Y LOS LUGARES VACÍOS”

Hoy, cuantos menos trabajadores empleados, más eficiente es la economía. Por otra parte, tampoco estos excedentes pueden ser útiles como consumidores, porque la economía consiste hoy en un mercado de consumidores, y sin dinero estos excedentes no pueden ser considerados futuros consumidores. Como excedente eres realmente superfluo. Para la economía sería mejor si desaparecieras. De modo que los excedentes son una especie de desaparecidos. En todos los países occidentales, la cuestión social respecto a esta gente no consiste en incluirla en el sistema productivo, puesto que no son considerados agentes revitalizadores de la economía. O se los excluye en guettos urbanos, en áreas cerradas o los convierten en población penal. En Estados Unidos hay más población negra en las cárceles que en las escuelas.

No es éste un fenómeno nuevo, propio de la globalización. Todo esto viene de la Modernidad, que tiene una obsesión compulsiva por la construcción del orden social, en el que cada cual tiene su lugar asignado. Tomemos como metáfora un jardín. Si eres jardinero, hay plantas a las que cuidas, y otras que no caben en tu diseño del jardín. Siempre que creas un orden, existe un conflicto entre el orden racional y la sucia realidad. Hay minorías perseguidas, sectas religiosas, minorías étnicas que se resisten a incorporarse. Hay una clase de gente que no encaja. Y esto genera una producción constante de gente excedente.

Lo que ocurre es que durante los últimos 200 años, la Modernidad estaba limitada a algunas partes del mundo, y los excedentes humanos se enviaban a lugares vacíos, a Vacilandia. España exportó excedentes a América. Inglaterra, a Asia y a África. Toda Europa los exportó a Norteamérica y Canadá. Por supuesto, ya había en estos lugares personas que habían nacido allí, pero nadie las tuvo en cuenta porque no producían. Hoy, por primera vez en la historia, la Modernidad abarca todo el planeta y esto es lo que significa la globalización. Aunque suene fuerte lo que voy a decir, es así: ya no hay lugares vacíos a donde arrojar los excedentes humanos. Ahora todos los países son modernos, de modo que todos producen gente excedente. También los países del Sur. Lo que sucede es que cuando estos excedentes llegan, por ejemplo, a España cruzando el Estrecho de Gibraltar no se les deja pasar, porque España no es un lugar vacío.

Otro resultado de esta industria de producción de desechos son los refugiados. Por ejemplo, en el Congo. Después del genocidio de Ruanda, hay campos de refugiados que funcionan en el Congo desde hace quince años, lugares en donde vive más gente que en las provincias vecinas. Pero estos campos no salen en los mapas. Están en ningún sitio, estos refugiados viven en un no lugar. Están al amparo de la ONU y de organizaciones humanitarias, pero humanitarismo no significa solidaridad humana, significa solamente mantener a esta gente en su sitio, fuera de juego.

LA SOLIDARIDAD ES OTRA COSA

Lo que falla es el concepto de solidaridad humana. Hay un librito de Kant de hace 200 años que habla de la unificación universal de la humanidad. Kant, que era muy racional, dijo que no existe otra solución que desarrollar la hospitalidad entre nosotros. La superpoblación actual no admite otra solución: o los matamos, o empezamos a disparar a los inmigrantes ilegales que vienen de esos nolugares, o seguirán viniendo, sea como inmigrantes o como terroristas. O desarrollamos caminos de convivencia con ellos. La convivencia es más que la tolerancia, ya que tolerar viene a significar que respeto lo que haces, pero que lo que haces no me importa nada.
La solidaridad es otra cosa: es mutua responsabilidad. Cualquier cosa que hagamos afecta a todos y dependemos todos los unos de los otros. Sin embargo, aunque sabemos esto, no pensamos en las consecuencias, no asumimos responsabilidad sobre nuestra responsabilidad. No somos conscientes de nuestras políticas.

PARA PODER CONVIVIR:
CERTEZA, SEGURIDAD Y CONFIANZA

Tres elementos alimentan hoy el malestar social: incertidumbre, fragilidad e inseguridad. Las condiciones de posibilidad que nos permiten convivir expuestos a la diferencia y disfrutando la diferencia son exactamente los contrarios: certeza, seguridad y confianza. Necesitamos de estas tres condiciones para no tener miedo, para que nuestra disponibilidad a exponernos a la diferencia vaya más allá de salir a comer a un restaurante chino.

La certeza significa estar seguro de que puedes hacer lo que quieres hacer. La seguridad tiene que ver con que tu identidad no está amenazada: te sientes seguro de lo que eres y lo que eres es reconocido. La confianza es saber que nadie te va a atacar, que nadie va a destruir la calle en la que vives ni hay veneno en el cigarro que fumas. También estás seguro en tus posesiones, en tu casa.

El problema hoy es que estas tres condiciones están muy minadas. Es muy difícil pensar que el mundo es estable. No hay ninguna certeza de que lo que hagamos hoy previene el peligro. La inseguridad y la incertidumbre son enormes. Y no sabemos qué hacer ante ellas. La lucha por la seguridad y por la certeza podría unirnos, porque podríamos hacerlo colectivamente, pero el sentimiento de fragilidad y de desconfianza nos separa, nos segrega.

Estamos educados para pensar que el mundo consiste en diferentes culturas, diferentes civilizaciones, diferentes religiones, diferentes naciones, partiendo de que todos somos diferentes. Y, consecuentemente, pensamos qué hacer para ser un poco menos diferentes. Lo que yo sugiero es exactamente lo contrario: esencialmente, básicamente, somos iguales chinos, españoles, australianos. Cualquier cosa que pasa en cualquier lugar que pase, te afecta, nos afecta. Somos emocionalmente semejantes. Nuestro sentido de lo bueno y lo malo es muy similar. El problema no es cómo hacer más igual a la gente. El problema es cómo evitar que la gente parecida se vuelva muy diferente.

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