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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 160 | Junio 1995

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Centroamérica

Las familias, las mujeres: qué dice la realidad

En los últimos 20 años las familias centroamericanas se han transformado profundamente. Cada vez son más diversas y tienen ya un nuevo perfil. Hablar en Centroamérica de "la familia" es un mito vacío de sentido.

María Angélica Fauné

El aumento de la pobreza, junto con la inestabilidad social y política, definen el escenario centroamericano actual. En la pobreza y la inestabilidad vive el 70% de las familias urbanas y rurales de la región: las tres cuartas partes de las familias de Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala, la mitad de las familias de Panamá y una cuarta parte de las familias costarricenses. La mayoría de estas familias viven hacinadas en los asentamientos precarios y tugurios que conforman el nuevo tejido urbano de las ciudades capitales. O viven dispersas en las zonas rurales más deprimidas - muchas de ellas escenario geográfico de la guerra - o en asentamientos de población indígena.

Los intentos de reactivación económica y de modernización de la agricultura ayer y la aplicación hoy de las medidas de estabilización económica y ajuste estructural, no sólo no han logrado frenar el aumento de la pobreza y de la pobreza extrema, sino que, al imponer la reducción del gasto social, han provocado que los Estados centroamericanos abandonen la obligación que en relación a la familia le asignan las Constituciones Políticas: "proteger adecuadamente a las familias para el bien de la sociedad".

Caminos para reacomodarse a la crisis

Las familias y las mujeres centroamericanas están hoy reacomodándose frente a la crisis de muy diversas maneras:

* Protagonizan en su práctica concreta un proceso acelerado de ajuste, de reestructuración, de reformulación de sus patrones tradicionales de constitución y conformación y de su funcionamiento como unidades de reproducción biológica, de producción, acumulación y consumo, de socialización y de instancia de poder.

* Diversifican sus estrategias para mantenerse y reproducirse. Nuevos componentes de estas estrategias son: 1) la migración interna e internacional, 2) la comercialización en el mercado informal de productos elaborados en el hogar que antes eran destinados al autoconsumo o trueque, 3) la venta de servicios personales. Ante la creciente informalización de las economías, las mujeres se ven obligadas a apropiarse de nuevos espacios en la calle y el hogar.

* Se modifica el patrón de estructuración de los hogares urbanos y rurales. La unidad de residencia de una familia nuclear da paso a una unidad de residencia ampliada de una o más familias nucleares. El esquema de hogar fijo pasa al tipo de hogar más bien móvil, basado en la distribución espacial y el movimiento continuo de los miembros que conforman las unidades familiares. De acuerdo a su edad, género y oportunidad de empleo y/o de mercadeo, los miembros de la familia deben rotarse en el tiempo de permanencia y moverse entre el espacio rural, urbano, nacional e internacional.

* Las funciones de los hogares se amplían de unidades de residencia a unidades de producción, pero sobre la base de la intensificación y redefinición del uso del espacio. Cuartos, cocina, patio, solar, son ocupados de forma simultánea como vivienda y como local de producción y venta de servicios, agudizándose los problemas de hacinamiento, promiscuidad, tensión y violencia.

* En cada una de las familias nucleares que coexisten bajo un mismo techo, las mujeres urbanas, rurales, negras, indígenas aparecen asumiendo el papel de gestoras y articuladoras de las nuevas estrategias de manutención de las familias, como organizadoras y administradoras del hogar móvil, de los movimientos espaciales y de los tiempos de permanencia o de migración de sus miembros, especialmente de los hijos e hijas.

* Se modifica el patrón de generación del ingreso familiar con la incorporación masiva y significativa de dos nuevos agentes: las mujeres y los niños y niñas. Para lograr ingreso, ponen en marcha la estrategia del rebusque. Las mujeres de las familias urbanas y rurales rebuscan el ingreso familiar autoempleándose en actividades informales, vendiendo en la calle los productos elaborados en la casa o revendiendo una gama de mercaderías facilitadas por los grandes buhoneros, integrándose como asalariadas a destajo en las maquilas textileras o en los contingentes de empaque y procesamiento de las empresas de exportación no tradicional: flores, frutas, camarones.

* Las adolescentes rebuscan ingresos preferentemente en el servicio doméstico y en actividades de prostitución encubierta. Los niños y niñas aportan una quinta parte del ingreso familiar, vendiendo y revendiendo en las calles, en los servicios de acarreo, en actividades relacionadas con la prostitución y el tráfico de drogas.

* Las mujeres aparecen también como gestoras y administradoras de las estrategias para lograr el abastecimiento diario de hogares que crecen con el retorno de los desmovilizados, repatriados y retornados en situación de desempleo . Por la vía de empleos simultáneos (maestra en la mañana, lavado y planchado a domicilio por horas en las tardes) intentan garantizar un ingreso monetario diario. Al mismo tiempo, desarrollan toda una red de apoyo solidario, para cubrir los momentos de mayor crisis: la mujer regatea, pide fiado, solicita préstamos.

* Se modifican las pautas de consumo para "estirar" el escuálido presupuesto familiar por la vía de la reducción de los tiempos de comida, cantidad y calidad de alimentos y también por la vía de posponer el consumo de la mujer. Se elimina la carne, las verduras, el café y se disminuye el consumo de azúcar, aceite, combustible, luz y agua.

* Se modifica el patrón de jefatura de hogar un tercio de los hogares tienen jefatura femenina por ausencia de la figura masculina, debido a la causal de abandono. Y en zonas determinadas, por viudez, consecuencia de la guerra, la violencia política y el desarraigo.

* Se modifican los patrones de socialización primaria: ausencia del padre biológico y figura de la madre transferida al conjunto de mujeres que conforman las redes de apoyo solidario.

* Los tipos emergentes de familia tienden a proyectarse como unidades de conflicto: se naturaliza un patrón de relaciones intrafamiliares basado en la desigualdad y en la violencia entre los géneros y entre las generaciones.

Patrones que se mantienen

Hay, a pesar de todos estos cambios, patrones que persisten en las familias:

* Las mujeres urbanas, y particularmente las mujeres rurales e indígenas, siguen manteniendo el patrón de emparejamiento temprano (10 17 años).

* Persiste el patrón que asocia la reproducción y la sexualidad como base de la construcción de la identidad femenina y la masculina. Esto explica que a pesar de la brusca caída en las tasas globales de fecundidad, las mujeres urbanas, las rurales de bajos ingresos y las indígenas continúen teniendo un elevado número de hijos durante su vida fértil (5 a 8 hijos promedio).

* Se mantienen los patrones tradicionales de división del trabajo reproductivo: las mujeres continúan siendo las únicas responsables de las tareas domésticas y de la crianza de los hijos.

* La inestabilidad conyugal cíclica mantiene su carácter de rasgo estructural: uniones y rupturas sucesivas.

* El patrón monogámico mantiene su falta de legitimidad en el comportamiento masculino. La infidelidad, entendida como el derecho natural del hombre a establecer relaciones paralelas a la unión con más de una mujer, junto con el abandono, aparecen como las causales de las rupturas no sólo en las uniones de hecho como tiende a asumirse generalmente sino también en los matrimonios legalmente constituidos.

* Las familias continúan perfilándose como una instancia no democrática, cimentada bajo un esquema de dominación masculina y subordinación femenina. El modelo de autoridad jerárquica y patriarcal, que constituye la única referencia histórica de construcción de familia, y en el cual se basan las diferentes reglamentaciones acerca de los derechos y deberes de los padres y los hijos, sigue siendo modelo de referencia y se sigue presionando a favor de su vigencia.

Mujeres: principales problemas

Los principales problemas y desigualdades que afectan a las mujeres en las familias son:

* El problema de la asociación de sexualidad con reproducción base de la construcción de la identidad masculina y femenina y el problema del emparejamiento temprano. Ambos refuerzan la situación de subordinación de las mujeres y el aumento de los problemas de salud reproductiva: embarazos continuos y de alto riesgo.

* El problema de la triple jornada, que se agudiza por la persistencia del patrón tradicional de división del trabajo reproductivo, en un contexto en el que las mujeres asumen de manera creciente el rol de proveedores del sustento económico de las familias y la jefatura de hogar.

* El problema de las condiciones desiguales en el ejercicio de la jefatura de hogar femenina, al que va aparejado la conformación de familias monoparentales, extensas y con mayor carga de menores dependientes.

* El problema de que los Estados y las instancias que asignan recursos no reconocen el rol económico de las mujeres en la familia. A pesar de las muchas mujeres que son jefas de hogar, se mantiene y refuerza la desigualdad estructural de oportunidades que tienen las mujeres para acceder al empleo, al crédito y a los recursos productivos.

* El problema de las condiciones de trabajo y empleo de las mujeres, que les están generando severos problemas de salud ocupacional, derivados de la exposición a los agroquímicos y de las largas e intensas jornadas en las maquilas y en las calles.

* El problema de que las uniones de hecho no tienen el mismo estatuto legal que el matrimonio, existiendo disposiciones discriminatorias contra las mujeres en unión de hecho y contra los nacidos de estas relaciones, problema que se ve agudizado por la ausencia de una verdadera protección legal de las familias centroamericanas y de vacíos legales en relación a la condición jurídica de la mujer en la familia.

* El problema de presentar el abandono y la paternidad irresponsable como rasgos propios de la naturaleza del hombre centroamericano.

* El problema de mayor gravedad sigue siendo la violencia sexual contra las mujeres al interior de las familias y el maltrato en la vida cotidiana como patrón masculino en la relación de pareja.

"La familia" es un mito

Centroamérica está muy lejos de ser una sociedad homogénea. Por el contrario, tiende a una heterogeneidad y desigualdad cada vez mayor. Camina hacia un "pluralismo" en la base fundamental de las estructurales sociales: la familia. No es la familia la que genera la heterogeneidad. Es la sociedad, heterogénea, dividida, conflictiva y disruptiva la que hace heterogénea a la familia.

Las familias centroamericanas aparecen insertas en una realidad desigual. Las necesidades son percibidas y atendidas con diferentes prioridades en cada estrato social. Los valores y creencias, por unívocos, universales y permanentes que las leyes y las instituciones especialmente la Iglesia los pretendan considerar, son igualmente mediatizados por la vida concreta e histórica y, cuando menos, son jerarquizados en distinto orden por cada estrato. De ahí que las pautas y patrones de constitución de pareja, de fecundidad, de estructuración de los hogares, de división de las tareas, las funciones y las obligaciones varíen también de acuerdo al grupo étnico y al estrato social al que se pertenece, incluso al ciclo vital en que se encuentre el desarrollo de la familia. Pero como además la sociedad es cambiante y una región tan joven como Centroamérica lo es más aún, las familias también han ido cambiando, adaptándose y readecuándose a los cambios que se dan en la sociedad en la que están insertas.

Esta realidad cuestiona el enfoque con el que operan los Estados y gobiernos de la región en materia de familia, basado en el supuesto ideológico de que la familia es una unidad social "unívoca", "homogénea", "inmutable", y en la homogeneidad de su triple función: bio sicológica, económica y socializadora. Es éste un supuesto que pierde validez en la medida en que no encuentra referente en la realidad social.

Resulta de vital importancia y relevancia mostrar la falta de validez de este supuesto, porque en nombre de él los Estados establecen normas que se pretenden universales y los gobiernos definen políticas que suponen aplicables a las familias de los distintos "mundos" y de los diversos estratos sociales que conforman la región. Operar con esta lógica no sólo implica desconocer los problemas y patrones específicos de comportamiento de los diferentes tipos de familia, sino también correr el riesgo de que las políticas se vuelvan ineficaces y que terminen excluyendo de los beneficios y acceso a los recursos a las familias que se distancien de ese supuesto. Todo esto retrasa más aún la urgente necesidad de mejorar las condiciones de vida de una mayoría de la población.

Urge hablar de "las familias"

Existen en Centroamérica una serie de creencias estereotipadas acerca del carácter y naturaleza de la familia. El propio marco jurídico ha legitimado y establecido todo el cuerpo de normas y regulaciones en materia de familia, bajo el supuesto de que existe un "tipo único de familia" nicaragüense, costarricense o panameña. De acuerdo al estereotipo que se maneja, la familia ideal es monógamica, biparental, patriarcal, estable, basada en el matrimonio, blanca, de clase media, con tres hijos promedio, nuclear, con residencia neolocal, donde la responsabilidad principal del hombre es la de ser proveedor y la de la mujer ser una buena madre, esposa y ama de casa y garantizar la crianza de los hijos en sus primeros años.

Lo que no siempre se asume es que los estereotipos, como todas las creencias, han sido socialmente elaborados y que con su simpleza ocultan la complejidad de las realidades sociales, llegando en muchos casos a desfigurarlas, magnificando o generalizando algunos de sus elementos. En gran medida, esto es lo que ha sucedido en Centroamérica con respecto a la familia. El mito del estereotipo de la "familia promedio o típica" no sólo quedó consignado en las Constituciones Políticas, sino que terminó siendo "naturalizado" y "sacralizado". Sin embargo, no resiste la mínima prueba de confrontación con la realidad concreta de los países del istmo.

La realidad evidencia de forma irrefutable que no existe un tipo único de familia o familia "típica" compuesta por padre, madre e hijos que viven bajo un mismo techo y que funcionan con una economía unificada. Existen diversos tipos de familias, con sus características estructurales y funcionales particulares, de acuerdo al estrato socioeconómico, a la pertenencia étnica, al patrón de residencia, a la composición por relaciones de parentesco, etc. Todas ellas difieren sustancialmente del tipo ideal.

Un estudio realizado recientemente en Costa Rica el país más estable y con el menor índice de pobreza de la región constató que alrededor del 50% de las familias coincidían con los rasgos de la familia nuclear conyugal típica. El resto diferían de este modelo y en muchos casos no presentaban ni siquiera los rasgos principales, ni al inicio ni a lo largo de todo el ciclo de vida familiar.

El estudio Familia Salvadoreña realizado por FUSADES concluyó que no existía un sólo tipo de familia en El Salvador, sino múltiples formas de estructura y organización familiar que diferían sustancialmente del perfil de la "familia ideal" asumida culturalmente.

El reconocimiento de la diversidad como un rasgo estructural inhabilita el uso del término familia en singular. Se debe de hablar de familias en plural e introducir esta reforma en el lenguaje oficial con el fin de hacer visible la diversidad y las implicaciones que tiene el hecho de que los Estados y gobiernos continúen operando en materia de familia sobre la base de un estereotipo determinado. El predominio y vigencia de estas creencias estereotipadas acerca de la familia en la sociedad centroamericana han repercutido y repercuten negativamente en las mujeres, porque han resultado ser perfectamente funcionales al mantenimiento del orden patriarcal.

Arreglos familiares de nuevo tipo

A través de estos estereotipos las mujeres centroamericanas siguen siendo magnificadas en su posición de subordinación y desigualdad con respecto a los varones. Precisamente porque estos modelos estereotipados no dan cuenta de la realidad y ocultan la participación real de las mujeres en los diferentes ámbitos de la vida familiar. Desde este punto de vista, resulta absolutamente prioritario para que cambie la posición de las mujeres dentro de la familia el desmitificar lo funcionales que son estos estereotipos para el orden vigente y el develar el carácter de obstáculo estructural que representan para lograr la equidad de géneros en la familia.

Diversos estudios realizados en la región centroamericana revelan una tendencia al aumento de la diversidad familiar en estas dos últimas décadas, como resultado del impacto de la crisis económica y política. Desde enfoques metodológicos diferentes, Varela y Martín Baró llegaron a la conclusión de que el conflicto armado en El Salvador constituyó el hecho más significativo, no sólo en la alteración de las formas de organización familiar, sino en la ampliación del espectro de formas de constitución y organización de las familias. Una investigación realizada en Costa Rica comprobó que "la presencia de distintos tipos de familia aumentaba conforme disminuía el nivel socioeconómico de las mismas".

El análisis realizado a partir de estudios nacionales en los diferentes países del istmo ha permitido constatar que en estos años no sólo se amplía la diversidad, sino que emergen familias de "nuevo tipo". Hombres y mujeres de las familias rurales, urbanas, de las poblaciones indígenas y negras los más afectados por la crisis han ido conformando en la práctica concreta "tipos complejos de familia", difíciles de definir, pues se basan en variadas y múltiples combinaciones de arreglos familiares.

Aunque están presentes aspectos de los tipos de familia nuclear y de familia extendida, hoy se incorporan nuevos elementos y arreglos en una infinita gama de combinaciones. De acuerdo a su estructura, los rasgos principales de estos arreglos familiares son:

* Se basan por lo general en uniones de hecho, que tienden a no formalizarse. De hacerlo, lo hacen al fin del ciclo expansivo.

* El carácter del grupo familiar durante el ciclo expansivo, es más bien inestable. Esto se expresa en diferentes formas de arreglos: 1) Puede romperse la unión y la mujer asumir la jefatura del hogar o establecer varias uniones durante el período fértil, teniendo hijos de diferentes parejas. 2) Puede mantenerse la unión y la mujer aceptar que el hombre mantenga otras relaciones e hijos fuera de la misma.

* Conviven en un mismo hogar un complejo interrelacionado de familias nucleares numerosas, que pueden ser monoparentales (mujeres solas con hijos, madres adolescentes con hijos) biparentales, monógamas, poligínicas sincrónicas o poliándricas diacrónicas, ligadas o no por lazos de parentesco.

* En algunos casos y de forma cíclica, se da la ausencia de los padres biológicos y la maternidad transferida.

* Se amplían los lazos de parentesco a los de amistad y/o solidaridad y sobre ellos se establecen diferentes tipos de alianzas y acuerdos, que van desde el asumir la crianza de los hijos e hijas hasta el asegurar estrategias de supervivencia.

* El sentido de pertenencia a la familia es más frágil.

Familias emergentes: un perfil

Reconocer estos tipos emergentes de familia es un imperativo para las diversas instituciones, pues dan cuenta de las formas específicas de organización familiar adoptadas por esa inmensa mayoría de las familias de la región. Dar relevancia a este fenómeno no implica magnificar la variable socioeconómica en la explicación de la diversidad familiar, ni tampoco negar la influencia o persistencia de otros patrones socioculturales que corresponden en algunos casos a formas familiares heredadas del pasado o a nuevos comportamientos sexuales o reproductivos por el acceso a la educación y a la salud.

Al identificar estos tipos emergentes de familia y señalar su significativo peso social se está únicamente subrayando que vienen a sumarse al ya diverso escenario actual. En Centroamérica siguen existiendo las familias de tipo nuclear clásico son predominantes en los sectores urbanos más acomodados y en los sectores empresariales agrarios , las familias extendidas de los sectores más atrasados del agro ligados al latifundio, las familias patrilocales extensas de las comunidades indígenas rurales, las familias matrilocales extensas basadas en la poligamia de la población garífuna, etc.

La práctica concreta de esa inmensa mayoría de hombres y mujeres que conforman el escenario regional en estas últimas décadas han ido legitimando una serie de pautas y patrones en relación a la constitución de la familia y a la organización y funcionamiento de la misma como unidad de residencia, de producción/acumulación, de consumo y de socialización. Patrones que en su mayoría corresponden a reajustes y cambios estructurales respecto a los patrones establecidos en el tipo ideal de familia. Otros patrones son retomados y redimensionados en el nuevo contexto. Dado el grado de generalización que han ido adquiriendo se puede hablar con propiedad de un perfil de las familias centroamericanas emergentes.

Matrimonio religioso y civil

En Centroamérica la religión cristiana ha tenido una influencia decisiva a través de la historia para "naturalizar" y "sacralizar" una serie de ritos que buscan regularizar y controlar los momentos que se consideran claves en la vida de las personas y de la sociedad: nacimiento, pubertad, casamiento y muerte. El cristianismo ha atribuido a estos ritos un carácter universal.

Esto ha sucedido en relación a la constitución de la familia, legitimando el matrimonio religioso y civil como la modalidad universal de iniciar una familia, "acorde a la naturaleza humana y aceptada por Dios". Esta concepción y creencia ha sido plenamente asumida por los Estados, a tal punto que las Constituciones Políticas le continúan otorgando el carácter de "fundamento legal de la familia".

En el marco jurídico, le han asignado una importancia esencial al definir este mecanismo como un "contrato solemne, por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, de procrear y de auxiliarse mutuamente". En esos términos aparece definido en los Códigos Civiles y sólo algunas Constituciones entre ellas la nicaragüense han modificado la concepción romana de la figura jurídica del matrimonio como un contrato por el de la unión de voluntades. Se ha rodeado, además, la celebración del matrimonio de especiales formalidades y se ha regulado detallada e imperativamente sus efectos, sin que los contrayentes puedan modificarlos más allá de los ámbitos en que la propia ley lo prevé.

De este modo, el matrimonio aparece como la institución mediante la cual la sociedad ratifica la unión de la pareja y el inicio de una nueva familia. Sin embargo, la realidad centroamericana muestra que esta asociación entre matrimonio y familia tiende a abrirse ante la presencia significativa de relaciones pre matrimoniales, de hijos nacidos fuera del matrimonio categorizados hasta hace muy poco bajo el término peyorativo de hijos ilegítimos o de la unión de hecho.



Importancia de la "unión de hecho"

Contrariamente a lo que supone el modelo ideal, los hombres y mujeres centroamericanos han legitimado históricamente una diversidad de modalidades de emparejamiento y de constitución de familia. Son las propias estadísticas nacionales las que revelan que las uniones de hecho tienen tanta o mayor importancia que el matrimonio en los diferentes países del istmo. Entre un 23 y un 28% de la población femenina centroamericana, con edades entre 15 y 49 años, declara como estado civil la unión de hecho, cifra ligeramente superior o similar a la proporción de mujeres casadas.

Esta realidad provoca graves problemas de subregistro. En el caso de Guatemala, las mujeres, especialmente las de zonas rurales, acostumbran a declararse como casadas, independientemente del hecho de estarlo o no. En El Salvador, los registros acerca del estado civil de la población atendida por la Procuraduría General de la República, arrojaron en 1980 un porcentaje de uniones legales que era prácticamente igual al de las uniones libres. En el caso específico de Panamá, las cifras sobre matrimonios aumentan, pero debido en gran parte a la legalización de uniones de hecho durante las campañas de matrimonios realizadas por misioneros católicos, y desde 1969 debido a matrimonios religiosos colectivos.

La tendencia hacia una mayor generalización de la modalidad de las uniones de hecho en todos los sectores de la población no hace más que evidenciar que lo que legitima la práctica de los hombres y mujeres es la diversidad de modalidades de emparejamiento. Y entre ellas, la unión de hecho ha ido cobrando una importancia significativa en relación al matrimonio. En Nicaragua, las cifras muestran un incremento global de las uniones de hecho de 21 a 27% en la primera mitad de los años 80. En Costa Rica, la Encuesta de Fecundidad registró también un aumento significativo con respecto a 1981 en la proporción de mujeres en unión libre, de un 10 a un 21%.

Ajuntarse: una tradición histórica

Aunque la modalidad predominante de emparejamiento en las familias emergentes es la unión de hecho, existen otras formas de constitución de familia. Hay que tener en cuenta que entre los actores sociales más empobrecidos, la unión de hecho no es un fenómeno nuevo. Históricamente ésta ha sido la pauta de emparejamiento que ha legitimado generalmente la población rural. Hay que tener en cuenta también que hasta la década de los 70 Centroamérica era una región predominantemente rural, con un peso decisivo del agro en la economía nacional.

La naturaleza de la estructura agraria lo explica. El modo de vida nómada y la cultura migratoria itinerante que genera el carácter estacional de los cultivos tradicionales incidió siempre en la familia. Las cifras actuales sobre el área rural continúan mostrando un predominio de las uniones de hecho sobre los matrimonios. El Censo de Panamá de 1990 encontró que en la población rural y en el grupo de edad de 35 a 49 años, el 62% de las uniones correspondía a uniones de hecho y el 38% a matrimonios.

La reciente migración hacia las ciudades de grandes contingentes de población rural explicaría la adopción generalizada de la unión de hecho como modalidad de emparejamiento en los nuevos asentamientos urbanos, iniciándose así un proceso de relegitimación de lo que ha sido el patrón histórico de unión en la Centroamérica rural y agraria. El término ajuntarse que se usa en el lenguaje popular nicaragüense lo expresa claramente. Si se escribe este término separando el prefijo a y el sufijo se. La palabra a juntar se connota de forma precisa la circunstancialidad y temporalidad que caracteriza a este tipo de uniones. Diversas estimaciones señalan que las mujeres centroamericanas llegan a establecer un promedio de dos a tres uniones diferentes en el curso de su vida, en algunos casos hasta cuatro.

Mientras la tasa de nupcialidad disminuye en la población rural y se incrementa en la urbana, las uniones de hecho se extienden de manera focalizada, especialmente entre grupos jóvenes y poblaciones desarraigadas y en situación de pobreza, lo que se atribuye tanto al impacto de la crisis como a cambios en la conducta sexual de la población.

En Nicaragua se constató que las uniones de hecho predominan en las familias rurales desplazadas. El 60% de las familias ligadas a la Resistencia que fueron inicialmente reubicadas en los primeros polos de desarrollo declararon como estado civil la unión de hecho. En El Salvador se observó una tendencia similar a partir de la agudización del conflicto. El estudio sobre población desplazada muestra variaciones importantes en los patrones de emparejamiento, constatándose una disminución de la modalidad del matrimonio civil y religioso en relación a la unión de hecho, señalada bajo la categoría de acompañados.

Los hijos "ilegítimos"

Una idea aproximada de lo distantes que pueden estar en la sociedad centroamericana el matrimonio y la unión de hecho como las únicas modalidades de formación de una nueva familia lo evidencia el elevado número de hijos nacidos fuera del matrimonio o de la misma unión de hecho.

Se observa una tendencia al aumento de relaciones sexuales pre matrimoniales entre los adolescentes, con un aumento de nacimientos fuera del matrimonio o de la unión. Esta modalidad de iniciar una familia queda invisible en la mayoría de los estudios sociodemográficos, porque se la incluye generalmente como parte de la familia extensa. Por su carácter transgresor, queda incluida bajo la figura de la madre soltera o bajo la categoría de hijos ilegítimos.

Una idea aproximada de la importancia que puede tener esta "forma" de constituir una familia lo proporcionan los últimos registros de Costa Rica. La Dirección General de Estadísticas y Censos constató en 1990 que del total de niños y niñas nacidos en 1990, el 37% eran hijos de madres solteras, es decir, no casadas ni en unión de hecho. De ellas, el 15% tenía menos de 19 años. Esto ocurre en el país de la región donde las estadísticas nacionales reflejan un predominio del matrimonio y donde la unión de hecho no está reconocida legalmente.

¿Unión realmente libre?

Entre las figuras que se asocian con el matrimonio y con la unión de hecho en el tipo ideal de familia, está la del mutuo consentimiento. Desde una perspectiva jurídica, el matrimonio es un contrato, es decir, un acuerdo de voluntades libremente manifestadas. Sin embargo, la realidad centroamericana muestra que aún en la actualidad, una parte importante de las familias no se constituyen sobre la base del acuerdo de voluntades entre la pareja.

Prevalece aún el rapto o la entrega como formas de establecer la unión conyugal, particularmente en las zonas rurales de Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Panamá y sobre todo, entre los pueblos indígenas. Se ha constatado que en la mayoría de los pueblos indígenas predomina la modalidad de venta y compra de mujeres con fines matrimoniales. En estos casos, son los padres de la novia los que deciden el casamiento sobre la base de arreglos previos entre el novio o la familia del novio de una misma comunidad o de comunidades diferentes , independientemente del consentimiento de la joven.

Atendiendo a estos hechos, es inadecuado usar el término unión consensual o unión libre para denominar a la unión de hecho, precisamente porque hace invisible el carácter no consensual, la ausencia del principio del mutuo consentimiento que prevalece en este tipo de uniones. Esta realidad afecta de manera directa a las mujeres porque refuerza su posición de subordinación desde antes de formalizar el emparejamiento y la constitución de la familia.

El emparejamiento temprano

Centroamérica es una región joven. La población femenina también lo es. El 45% tiene menos de 15 años y cerca del 65% menos de 25 años, con excepción de Costa Rica y Panamá, países donde el 37% tiene menos de 15 años, debido a la caída brusca de la natalidad y de la mortalidad. Las estadísticas revelan que las mujeres forman pareja a edades tempranas. Un 25% de las mujeres entre los 15 y 19 años están ya emparejadas y el 50% entre los 20 y 24, siendo mayor la proporción en el área rural que en la urbana, lo que ha sido un patrón tradicional. El 47% de las mujeres mayores de 15 años de El Salvador y el 63% de las de Guatemala se declaraban en el quinquenio pasado como casadas o unidas.

Estudios realizados en Nicaragua y El Salvador muestran que en las familias emergentes no sólo predomina el patrón de emparejamiento temprano, sino que éste tiende a darse a edades más tempranas aún (14 17 años) especialmente en las zonas rurales y siempre con hombres mayores (19 o más años). En el caso de las mujeres indígenas, el emparejamiento se inicia a partir de los 10 años. Los estudios sobre la población indígena teribe de Panamá confirman que la mujer se empareja antes de los 15 años con hombres de 20 años o más.





El varón infiel "por naturaleza"

De acuerdo al régimen legal vigente, la familia centroamericana debe conformarse sobre la base del deber recíproco de fidelidad o de la lealtad entre los cónyuges (o entre la pareja en el caso de la unión de hecho). Así lo establecen las disposiciones concernientes a los "derechos y obligaciones personales entre los cónyuges" en los diferentes Códigos Civiles. En Centroamérica, este patrón de relaciones monogámicas aparece sacralizado y naturalizado socialmente. Los planificadores y responsables de las políticas sociales lo consideran un símbolo e indicador del paso del atraso al desarrollo. Pero en la práctica concreta de las familias centroamericanas, la vida conyugal se desarrolla a mucha distancia de este tipo ideal y de lo que establece la norma jurídica.

En el lenguaje popular de la región se utiliza el mismo término jurídico de fidelidad o lealtad para referirse al patrón monogámico que debe prevalecer en la vida conyugal o de pareja.

Estos conceptos tienen tal carga afectiva e importancia en el código cultural y de valores que se podría pensar que están absolutamente legitimados, más allá de los principios religiosos o de lo que establecen las leyes y el propio tipo ideal de familia.

Sin embargo, las investigaciones de campo realizadas en la región muestran que en la práctica concreta y cotidiana los hombres no legitiman este patrón de relaciones monogámicas. Mujeres de los más diversos sectores aparecen denunciando la infidelidad o el engaño constante de los hombres, señalándolos como los causantes de la desestabilización familiar. Las mujeres nicaragüenses van más lejos en la denuncia de este comportamiento masculino y lo llaman "mal de mujeres", indicando que "tarde o temprano el hombre engaña, le pasa a todas las mujeres, porque los hombres son así".

Al descodificar el discurso de las mujeres, la infidelidad aparece definida como el derecho natural de los hombres a tener relaciones sexuales con más de una mujer simultáneamente o con otra mujer que no sea su pareja. Esto revela que en la conciencia colectiva de las mujeres este comportamiento social del hombre que viola el patrón monogámico aparece naturalizado y por ser parte consustancial de la naturaleza masculina centroamericana, ellas lo aceptan como algo inmutable y no como una transgresión a las normas socialmente aceptadas y establecidas en las leyes vigentes.

Las siguientes expresiones lo evidencian de forma clara:

"Todos son iguales, los ricos lo hacen a escondidas, los pobres también y dejan hijos regados".

"El machismo es porque los hombres tienen necesidad, siempre han sido así".

"Ellos tienen que mostrar que son hombres, por eso tienen varias mujeres. Siempre han engañado a las mujeres, son todos así, ya uno lo sabe y hay que vivir con eso".

La transgresión masculina al patrón monogámico no sólo se ha hecho invisible sino también natural y en esto ha jugado la Iglesia un papel determinante al fomentar el espíritu de resignación en las mujeres. Por su parte, los Estados, aunque han elaborado todo un cuerpo de regulaciones estableciendo sanciones y criminalización del delito de adulterio y concubinato, éstas han resultado ser claramente discriminatorias de las mujeres.

Porque no sólo utilizan términos diferentes según el sexo para referirse a una misma conducta, sino también porque establecen sanciones diferentes según el sexo de quien comete el delito. La legislación civil y penal actual de Guatemala, El Salvador y Nicaragua así lo establece. Tipifican de adulterio "el que comete la mujer casada que yace con varón que no es su marido y quien yace con ella sabiendo que es casada". Pero en el caso del hombre casado, este mismo delito se tipifica como concubinato, "siempre y cuando tuviera concubina dentro de la casa conyugal".

A pesar de este conjunto de regulaciones, los Estados carecen de estadísticas nacionales que den cuenta del grado de prevalencia de este patrón, que se considera fundamental al analizar el mantenimiento de la estabilidad familiar y social. Con el fin de tener una idea aproximada del problema, se ha utilizado un indicador indirecto: el número de hijos nacidos fuera del matrimonio o de hijos ilegítimos de los que existen registros, sin olvidar que la mayoría de ellos no son reconocidos.

En Costa Rica el país con mayor prevalencia del matrimonio y de acuerdo a los análisis de Estadísticas Vitales, un 39% de los niños que nacieron en 1990 nacieron fuera del matrimonio. Se podría concluir de esto que los hijos ilegítimos no reconocidos fueron producto de relaciones en donde el padre biológico transgredió el patrón de relaciones monogámicas, lo que justificaría el no reconocimiento legal, único medio de que el hombre haga invisible su transgresión ante la sociedad y ante su pareja declarada.

En Centroamérica, los únicos que no reivindican formalmente el patrón de relaciones monogámicas como base de la familia, sino que aceptan las relaciones de tipo poligámico, son algunos pueblos indígenas: los bribrís y los garífunas. Pero aun entre ellos el patrón poligámico no tiene un carácter recíproco: es un derecho exclusivo de los hombres. Las mujeres están obligadas a mantener la fidelidad al hombre al cual están unidas y que deben compartir con otras mujeres.

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