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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 253 | Abril 2003

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Centroamérica

Un centroamericano en Boston: reflexiones sobre “el sueño americano”

¿Qué es, qué representa el “sueño americano” para los centroamericanos que al Norte emigran? ¿Sólo un desvelo? Hoy, cuando Estados Unidos, atacando a Irak, ha sumido al mundo en una pesadilla, y están muriendo también los centroamericanos en el campo de batalla, es aún más necesario reflexionar sobre el Norte desde el Sur.

José Luis Rocha

Mark Twain pasó por el Río San Juan de Nicaragua en 1886, a los 51 años de edad, diez años después de haber publicado Las Aventuras de Tom Sawyer. De su efímero paso sólo quedaron las telegráficas notas de un cuaderno titulado From San Francisco to New York by way of San Juan and Grey Town Isthmus, que jamás cuajó en el libro proyectado.

En su deshilvanada bitácora, Twain da cuenta de su admiración por la bella ruta, la atmósfera fresca y lloviznosa, el café y las tortillas calientes, las jícaras labradas, la procesión de jinetes y jamelgos, las bonitas mujeres nativas con vuelos alrededor del ruedo de sus faldas, el bello lago agitado por el viento, los dos volcanes como carpas de circo, los árboles festoneados de lianas que parecían torres de antiguas fortalezas cubiertas por la hiedra, la terraza de plantas trepadoras que cubrían la colina como un velo, las grutas oscuras, los recodos encantados, los túneles y murallas en infinita confusión de tejidos de bejuco, los caimanes en las orillas durmiendo al sol, los papagayos volando sobre los árboles...

Toda esa riqueza descrita por Twain ya estaba siendo objeto de la codicia de muchos de sus paisanos. Hoy son nuestros paisanos quienes, codiciando la estabilidad, la calidad de vida y oportunidades de empleo y educación de la patria de Mark Twain, abandonan estas tierras nunca pródigas en esos bienes y también cada vez más escasas en los papagayos, caimanes, ríos, atmósfera fresca y árboles festoneados de lianas que regocijaron al autor de Las aventuras de Huckleberry Finn.

¿CÓMO SERÁN LOS ESTADOS UNIDOS CUANDO LOS BLANCOS NO SEAN MAYORÍA?

Los latinoamericanos, los centroamericanos y los nicaragüenses somos cada vez más numerosos en Estados Unidos. La población de origen latinoamericano residente en Estados Unidos ha crecido en más del 50% entre 1990-2002. Notable avance. Muy superior al 13% de crecimiento promedio del total de la población estadounidense en esos mismos años. Se dice que los latinos son la minoría más numerosa en Estados Unidos y se pronostica que pronto serán más que todas las otras minorías juntas.

Muchos interrogantes brotan de este hecho y otros adyacentes. ¿Esos latinos serán asimilados totalmente y adoptarán los patrones culturales anglosajones? ¿O la cultura latina irá adquiriendo mayor influencia con el tiempo? ¿Qué impacto cultural tienen y seguirán teniendo esos migrantes en sus comunidades de origen? ¿Se generalizará en Estados Unidos la educación bilingüe? ¿Cómo serán los Estados Unidos cuando los blancos no sean la mayoría? ¿Serán capaces los latinos de conquistar más espacios políticos y de incidir sobre las leyes de inmigración y naturalización? ¿Esa influencia se traducirá en mayor apertura a los nuevos migrantes o hará más sólida la muralla a lo largo del Río Grande? ¿Los primeros migrantes latinos -los ya establecidos- serán los más celosos guardianes del control migratorio o brotará una solidaridad étnica? ¿Se multiplicarán los matrimonios interraciales entre anglosajones y latinos, asiáticos y afroamericanos? ¿Mejorarán con el tiempo los ahora bajos niveles de escolaridad de los latinos? ¿Cuál será el impacto de las remesas en las comunidades latinas de origen? ¿Romperán más fácilmente los latinos con la segregación residencial? ¿Lograrán las latinas migrantes cambiar la tradicional aversión de los machistas hombres latinos hacia las labores domésticas? ¿El hecho de que las latinas inmigrantes ganen salarios iguales a los de sus maridos les dará más voz y voto en el hogar y ayudará al retroceso del patriarcado? ¿Disminuirán con el tiempo las tasas de criminalidad de los latinos -como ocurrió con irlandeses e italianos una vez que pasaron de ser primordialmente migrantes a ser asimilados como parte de la población establecida- o seguirán siendo, como la mayoría de los afroamericanos, los de menores salarios, con escasa participación en la política, habitantes de los barrios marginales y, no pocas veces, carne de prisión?

NUEVOS CONCEPTOS: TRANSNACIONALISMO, ASIMILACIÓN Y “BLANCURA”

Estos temas están en las agendas de investigación de miles de académicos. Los estudios sobre los latinos en Estados Unidos son de los que más centros de investigación han generado en las universidades norteamericanas y de los que más disciplinas convocan: demografía, historia, ciencias políticas, sociología, antropología e incluso varias ramas del derecho. Y no resulta una circunstancia ajena a los intereses de este campo que muchos de sus expertos sean descendientes de latinos, quienes por esta vía emprenden una búsqueda de sus raíces o una mejora de las condiciones en que se desenvuelve su grupo étnico. Esto, que sucede también en los estudios sobre asiáticos y otros grupos, alimenta la polémica sobre si esos académicos son o no los sujetos más idóneos para conducir esas investigaciones, discusión que resucita y se apoya en la distinción entre outsiders e insiders que el sociólogo Robert K. Merton introdujera treinta años atrás al destacar las ventajas e inconvenientes de que los investigadores pertenezcan o no al mismo grupo de cuyo estudio se ocupan.

Muchos conceptos han generado los estudios sobre migrantes y, aunque surgieron en una disciplina particular, ahora son compartidos ya por todas las ciencias sociales. Transnacionalismo, blancura (whiteness) y asimilación son quizás los más célebres y polémicos entre estos conceptos. Para algunos, este progresivo interés -nuevos conceptos, centros de investigación, poder magnético hacia varias disciplinas- es un simple efecto de la importancia numérica de los latinos. Para otros, es una muestra de la apertura de la academia estadounidense a la pluriculturalidad de su población. Los más suspicaces descubren en la aparición de los estudios latinos como campo particular una expresión más de las distinciones epistemológicas colonialistas.

Según el científico social Walter D. Mignolo, en 1970 los estudios que se dividían por zonas distribuidas según las distinciones entre Este y Oeste, tomaron todo el planeta como un campo de estudio e introdujeron un nuevo eje, el Norte-Sur, cambio sustancial en la relocalización de la diferencia epistemológica colonial, con serias consecuencias para los hispano/latinos en la academia y para los estudios latinos como un campo emergente.

A la distribución geopolítica del mundo correspondió una consecuente distribución de la labor científica. De tal forma que, de acuerdo a Mignolo, la sociología y la economía fueron las disciplinas cuyo dominio de estudio fue del Primer Mundo. El Segundo Mundo fue un dominio principalmente atribuido a las ciencias políticas. El Tercer Mundo se convirtió en dominio primordialmente de la antropología. América Latina no sólo era Tercer Mundo, sino también un mundo de habla hispana, en un contexto en el cual el español ya no era una lengua hegemónica en la academia. De acuerdo con la división tripartita del mundo por áreas de estudio, América Latina fue considerada un territorio en donde se producía cultura, pero no ciencia o cultura académica. Y así los estudios sobre latinos no pasaron de ser un objeto más de la curiosidad académica de ciertas ciencias.

NUMERITOS HABLAN

Sobre los mexicanos se han escrito toneladas de papel y han corrido cataratas de tinta. Hay 20 millones de personas de origen mexicano residiendo en Estados Unidos. De hecho, ellos “ya estaban” en Estados Unidos antes de que este país fijara sus actuales límites territoriales. Los centroamericanos apenas estamos empezando a aparecer en las agendas de investigación. Y cuando lo hacemos, la presencia más destacada la tenemos en las investigaciones sobre los refugiados políticos y las pandillas juveniles, cuando habría otros temas más interesantes, como el retroceso de la dominación masculina sobre las latinas en un país con menos machismo, o la participación de las latinas en organizaciones gremiales.

El censo de Estados Unidos del 2000 registró 35 millones de personas de origen latinoamericano (12.5% de la población total), de los cuales 1 millón 686 mil 937 eran de origen centroamericano (4.8% del total de latinos en Estados Unidos). Entre ellos, 655 mil salvadoreños, 372 mil guatemaltecos, 217 mil hondureños y poco más de 177 mil nicaragüenses. Según datos de marzo de 2002 del Centro de Estudios de Inmigración de Estados Unidos, los centroamericanos ya son 2 millones 160 mil (6.7% de los habitantes de Estados Unidos nacidos en el extranjero). Más de un millón de estos inmigrantes centroamericanos llegaron a Estados Unidos en los últimos doce años. El boom del flujo centroamericano ha sido relativamente reciente y por eso todas sus consecuencias no son tan visibles aún.

En Estados Unidos, de los 31 millones de habitantes que nacieron en el extranjero, 51.7% (16 millones) son latinoamericanos. La tercera parte de los nacidos en el extranjero que viven en Estados Unidos son mexicanos o centroamericanos, muchos ilegales. De acuerdo a los datos del Servicio de Inmigración y Naturalización, en 1996 había 70 mil nicaragüenses ilegales residiendo en Estados Unidos. A ellos se sumaban 335 mil salvadoreños, 165 mil guatemaltecos y 90 mil hondureños, para un total de 660 mil. Representaban el 13% de los 5 millones de personas que se encontraban entonces ilegales en Estados Unidos buscando mejorar su vida. Todos en busca del “sueño americano”.

BUSCANDO VISA PARA UN SUEÑO: CÓMO LOS VEN, QUÉ DICEN DE ELLOS

Yo tenía visa y venía a los Estados Unidos cuando quería -me contó un salvadoreño residente en Boston-. Entraba legal, pues. Venía a hacer negocios, porque tengo varios camiones y con ellos me dedicaba al comercio en El Salvador. La situación se fue poniendo más y más fea. Por eso en mi último viaje decidí quedarme. Los camiones se los dejé a mis hijos. Aquí estoy ilegal, sin hablar nada de inglés y trabajando en un taller de mecánica. Pero esto no es vida. ¿Este es el sueño americano? ¡Esto lo que es es el desvelo americano! Sin embargo, es el desvelo que está dispuesto a enfrentar para alcanzar el nivel de vida anhelado, ahora ya sólo posible para él en Estados Unidos.

Un sinnúmero de teorías, expresiones y clichés han surgido para calificar a los migrantes. Son presentados como pioneros atrevidos -mayor el atrevimiento si se trata de mujeres migrantes-, como los mejores recursos que un país pierde, como los sujetos más ambiciosos de su nación, como personas que no se conforman con haber nacido en el lado equivocado de esa línea que divide los pasaportes en aceptables y pasaportes que cierran fronteras, como aquellos que no pudiendo cambiar su país cambian de país.

Los migrantes latinos cosechan con frecuencia las peores opiniones: arrimados de última hora a una nación ya construida y elevada a rango de imperio por otros, improvisados beneficiarios del estado de bienestar, usurpadores de los típicos trabajos de negros, negados para la discreción y la ética del trabajo que tienen los asiáticos, delincuentes disfrazados de refugiados políticos, feas protuberancias en el rostro de América, generadores de crisis en la frontera con México... Todas estas visiones han sido difundidas y convertidas en clichés por publicaciones norteamericanas: The Atlantic Monthly, US News and World Report, American Heritage’s, Newsweek, Time, The New Republic, National Review y otras. El trabajo de los medios de comunicación en la construcción de la imagen del migrante fue documentado y analizado por Leo. R. Chávez en Cubriendo la inmigración: Imágenes populares y la política de la nación. Imperturbables por el qué dirán, dicen o han dicho, los latinos siguen llegando.

PURGANDO NUESTRO “PECADO ORIGINAL”: LA ANARQUÍA Y LA TIRANÍA

¿Por qué se van a los Estados Unidos? Algunos piensan que van a purgar el pecado original de sus países. El pecado por cuyo efecto hemos quedado rezagados en la carrera hacia el desarrollo, un maratón al que llegamos sin entrenamiento y en el que salimos tarde, padecimos muchas zancadillas y nos enredamos a pelear con los otros corredores, mientras los Estados Unidos se enganchaba todas las medallas. ¿Cuál es ese pecado original en el caso de América Latina? ¿Cómo se explica nuestro atraso frente al desarrollo de Estados Unidos?

El Premio Nobel de Economía Douglass North tiene esta tesis: La cultura política basada en la participación y el bajo protagonismo del gobierno en los asuntos económicos que había en las colonias británicas habría favorecido la práctica de los consensos políticos. Por el contrario, en las colonias españolas el exceso de atribuciones económicas discrecionales de las autoridades habría actuado como incentivo para la competencia y el disenso.

De ahí se deriva una herencia histórica que llega hasta la actualidad: una democracia mejor asentada en los Estados Unidos que en América Latina debido a una cultura política de consenso que actuó como incentivo a la inversión y los negocios, permitiendo el liderazgo de Estados Unidos y el rezago de América Latina donde se crearon regímenes autoritarios, sistemas políticos caracterizados por el desorden, inestables y fundamentalmente marcados por una falta de credibilidad, en contraste con los regímenes democráticos de Norteamérica, donde los ciudadanos, después de la guerra civil, comenzaron a disfrutar por igual de los mismos derechos. Según North, existen tres tipos de sistemas políticos: orden con régimen democrático, orden con régimen autoritario, y desorden. Los países latinoamericanos oscilamos entre desorden y autoritarismo. Anarquía y tiranía, según la más expresiva nomenclatura de José Coronel Urtecho.

EL “PECADO ORIGINAL” DE ESTADOS UNIDOS: LA EXPANSIÓN IMPERIALISTA

El inconveniente de este enfoque es que presenta unas historias de América del Norte y América Latina que no se tocan. Se describen como procesos aislados, inconexos, como dos criaturas que habitan compartimentos estancos. Sin querer evadir nuestra responsabilidad, para explicar nuestra posición respecto de los Estados Unidos y nuestro nivel de desarrollo hay que tener presente también la tesis sobre el desplazamiento del eje Este-Oeste por el eje Norte-Sur y el surgimiento de la voluntad hegemónica de los Estados Unidos, cuya expresión más representativa es la doctrina del Destino Manifiesto. Más temprano que tarde, Estados Unidos redujo su discurso a favor de la libertad y la igualdad y privilegió un discurso en pro de la expansión imperial.

En menos de lo que canta y corre un siglo, desde las luchas por la independencia (1776) hasta la doctrina Monroe (1823), y posteriormente en la guerra contra España para apropiarse de Cuba y de Filipinas (1898), la filosofía política estadounidense dio un giro copernicano. Apenas una década antes de la guerra civil que abolió la esclavitud, Estados Unidos ya se había tragado más de la mitad de México.

A Lincoln y a su heroica lucha por la libertad de los esclavos le sucedieron mandatarios voraces. Teodoro Roosevelt, devoto de las virtudes de las razas fuertes, proclamó que en nueve de cada diez casos no hay mejor indio que el indio muerto y que al décimo habría que mirarlo con sospecha. Después vino el Presidente McKinley, quien dijo haber recibido la orden directa de Dios de quedarse con las Islas Filipinas. Fue en esa época -1899- cuando Mark Twain sugirió cambiar la bandera de los Estados Unidos: Que sean negras -dijo- las barras blancas, y que unas calaveras con tibias cruzadas sustituyan a las estrellas.

Otras voces se habían levantado ya en Estados Unidos contra este desaforado expansionismo. El escritor Henry David Thoreau, tenido por sus paisanos contemporáneos como un bueno para nada, pero hoy venerado especialmente por los ambientalistas, denunció en su Desobediencia Civil la guerra que dio por resultado la anexión de California y Texas: Presenciamos la actual guerra mexicana, obra de comparativamente pocos individuos que utilizan el gobierno en pie como instrumento personal; porque, al principio, el pueblo no habría consentido esta medida. Cuando la opresión y el robo se organizan, cuando todo un país es arrollado injustamente y conquistado por un ejército extranjero y sometido a ley marcial, creo que no es prematuro que los hombres honestos se rebelen y hagan revolución. Lo que hace más imperioso este deber es el hecho de que el país así arrollado no es el nuestro, sino que nuestro es el ejército invasor.

EMIGRACIÓN MASIVA: LA COSECHA DEL IMPERIO

Los Estados Unidos supieron capitalizar pronto en su beneficio tanto la tiranía como la anarquía de los Estados latinoamericanos, pactando con los caudillos de turno -necesitados de su apoyo para sostenerse en el poder- o revolviendo a unas élites contra otras para sacar la ganancia de los pescadores de fácil fortuna en el río revuelto de las guerras fratricidas latinoamericanas. La “natural” propensión al desorden político o al autoritarismo de los latinoamericanos siempre encontró ingredientes estadounidenses que la prolongaran, agudizaran e incluso perpetuaran. Para Franklin Delano Roosevelt, no había duda de que Somoza era un hijo de puta, pero, como afirmó ante su gabinete, es nuestro hijo de puta.

El imperialismo militar sentó las bases del imperialismo comercial. Por supuesto que nuestras instituciones autoritarias jugaron un papel destacado en el subdesarrollo latinoamericano, pero no poco beneficio sacaron de éste y de aquéllas los estadounidenses que vinieron como filibusteros, comerciantes, grandes empresarios, políticos o marines. Ahora que nuestros migrantes van colonizando el Norte y huyendo del autoritarismo del Sur, no les parece tan evidente que esta sea la natural carambola que la historia les depara.

Ésta es la tesis del periodista puertorriqueño-estadounidense Juan González en Harvest of Empire (Cosecha del Imperio): los inmigrantes latinoamericanos que ahora Estados Unidos recibe de mala gana son la consecuencia de la inversión política del imperio en América Latina: El flujo de los migrantes latinos ha estado directamente conectado al crecimiento del imperio estadounidense y ha respondido a sus necesidades, sea a la necesidad política de estabilizar a los países vecinos o a la necesidad de aceptar a sus refugiados (cubanos, dominicanos, salvadoreños, nicaragüenses), como una forma de reforzar un objetivo político más amplio; o sea una necesidad económica, como ha sido la satisfacción de la demanda de mano de obra que puertorriqueños y mexicanos han proporcionado a las industrias.

MIGRANTES: CON UN HALO LEGENDARIO Y PORTE DE HÉROES

La geofagia de Estados Unidos sentó las bases para la recepción de inmigrantes: los estados de California, Texas, Nueva York y Florida albergan al 60% de todos los latinos asentados en Estados Unidos. Dos de estos estados fueron arrebatados a México y Florida fue anexada a Estados Unidos en 1820, suerte que en 1855 tocó a California y a Texas. América Latina -observa Juan González- una región antes considerada por Estados Unidos, patio trasero, zona turística y lugar para hacer fortunas repentinas, se ha colado ya en el jardín, en la cocina y en la sala de la nación más poderosa del mundo.

Ahora los migrantes latinos están por todas partes. Los centroamericanos han preferido ciudades grandes: Miami, Nueva York y Los Ángeles. Y han llegado hasta aquí, la tradicional Boston, con su arquitectura colonial y su orgullo de tener lo primero en todos los ramos: primer puerto, primera universidad, primer colegio, primer museo, primera orquesta filarmónica, primeros escarceos de la lucha independentista e incluso primera misa de Juan Pablo II en territorio estadounidense. Reunido con un grupo de migrantes centroamericanos en Boston, les escuché hablar con mucha efusividad sobre la fascinación de sus familiares cuando regresan y los ven tan prósperos a ellos y tan guapas y atractivas a ellas. No sólo se trata del dinero y de los regalos que pueden llevarles y de las remesas que fielmente les envían cada mes.

Hay ya en Centroamérica un mito sobre el migrante, un halo que lo envuelve y le otorga cierto talante legendario y porte de héroe. Todo en él remite a las tierras lejanas a las que debe su fortuna. No sabemos -me decía una- por qué se maravillan de todo lo nuestro. Nos tocan el pelo y dicen que está más suave. Dicen que hasta la piel nos brilla. No sabemos de dónde sale tanta admiración. Y hasta ese olor de aquí que no sé de dónde le sale a la ropa, que aquí no se siente y allá invade toda la casa.

Tanto ellos como ellas están muy escépticos sobre lo que han logrado. Sus familiares ignoran el precio de ser leyenda: las cuentas que hay que pagar, la cantidad de horas trabajadas intensamente y nunca a ritmo tropical, el costo de la vida, la nunca superada doble jornada femenina, el hecho de ser un ciudadano de tercera categoría en el supuesto país de las oportunidades, las estrategias a las que hay que recurrir, como la de traer más familiares para compartir la carga del mantenimiento de quienes se quedaron en sus países de origen, a veces enteramente dependientes de las remesas. Ninguno celebraba su situación actual. Los Estados Unidos estaban lejos de ser la tierra de Jauja que los acoge en calles pavimentadas de oro.

“SOMOS UNA MULTITUD GROSERA MOVIDA POR EL DELIRIO DE LA CODICIA”

¿Qué pensarían los emigrantes de las ideas que el escritor norteamericano Henry Miller dio a conocer en su Pesadilla de aire acondicionado, escrita con los contrastes que le brindó su viaje a Europa. A su regreso, el primer puerto al que arribó Miller fue precisamente Boston: Aquello era una inmensa, inútil estructura creada por monstruos prehumanos o subhumanos, movidos por el delirio de la codicia... Desde el punto de vista topográfico el país es magnífico y aterrador. ¿Por qué es aterrador? Porque en ninguna parte del mundo es tan total el divorcio entre el hombre y la naturaleza. En ninguna parte del mundo he encontrado una sustancia de vida tan monótona y tan inerte como aquí, en Norteamérica. El aburrimiento alcanza aquí su pináculo. Tenemos la costumbre de considerarnos un pueblo emancipado, decimos que somos democráticos, que amamos la libertad, que estamos libres de prejuicios y odios...

En realidad somos un multitud grosera y codiciosa, cuyas pasiones son fácilmente movidas por demagogos, periodistas, chiflados religiosos, agitadores y gente por el estilo.

Gringofóbicos y gringofílicos ha habido, hay y seguirá habiendo por millones. Pero el latino, de momento, no puede darse el lujo de tener ideas tan opuestas al sistema: por elemental sobrevivencia e incluso por sanidad mental. No puede darse el lujo de emprender luchas contra los bastiones del sistema. El color impone silencio, el color sabe que debe adaptarse. Los centroamericanos aún no destacan en la literatura estadounidense ni en los medios de comunicación, aunque no hay duda de que en algunos años empezarán a exponer sus particulares puntos de vista sobre el país que los recibió.

CONTRASTES DE OPINIONES SOBRE LAS “MARAVILLAS” DE ESTADOS UNIDOS

Existen miles de conspicuos puntos de vista sobre Estados Unidos. Ciudadanos estadounidenses, migrantes temporales, aspirantes a la residencia y visitantes han brindado sus opiniones. Una de las más simpáticas es la que el escritor británico Oscar Wilde dejó en su comedia Una mujer sin importancia: -Lady Hunstanton, dicen que al morir los norteamericanos buenos van a París... -¿De veras? Y cuando mueren los norteamericanos malos ¿a dónde van? -¡Oh!... ¡van a los Estados Unidos!

Difícilmente habrán puntos de vista de mayor optimismo y rebosantes de aplausos que aquellos plasmados en América de Jacques Maritain, donde el filósofo escolástico francés no se cansa de emitir ditirambos sobre las inagotables virtudes estadounidenses apenas empañadas por vicios insignificantes. Recibido en los Estados Unidos para escapar al horror nazi, Maritain se cuida de decir que había en Estados Unidos leyes expresas que ordenaban acoger en aquellos años a los perseguidos únicamente si eran ciudadanos notables, destacados hombres de ciencia, gente de las élites europeas. Así consta -en una especie de mea culpa- en el Museo del Holocausto de Washington, donde también figura el autorreproche que se lanzó Bertolt Brecht por haber sobrevivido gracias a ser una celebridad, mientras muchos de sus amigos no pudieron escapar a la condena en los campos de concentración nazis.

El sicólogo Bruno Bettelheim, quien padeció la guerra recluido en un campo de concentración, denunció que muchos judíos se habrían salvado si los Estados Unidos, temerosos de recibir una avalancha de migrantes, no se hubieran negado a recibirlos cuando Hitler estuvo dispuesto a dejarlos salir a cambio del rescate que sus familiares judíos-estadounidenses ofrecieron por ellos.

LOS BUENOS DE “AQUÍ” SON LOS PEORES DE “ALLÁ”

No debe sorprender que los Estados Unidos quieran lo mejor. Cualquier país lo querría. Con mucha mayor razón el Imperio. ¿Ofrecemos eso nosotros? Las estadísticas de nuestros censos nacionales muestran que los migrantes centroamericanos tienen niveles de escolaridad superiores al promedio de nuestras poblaciones. Según los datos de la última encuesta de nivel de vida del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de Nicaragua, apenas el 6.7% de los nicaragüenses mayores de 25 años que viven en el sector rural ha llegado a la secundaria o universidad. En cambio, el 36.2% de los migrantes nicaragüenses del sector rural sí ha alcanzado esos niveles de escolaridad. Sin embargo, al llegar allá se encuentran con que engrosan las filas de los migrantes peor preparados y que están muy por debajo de los niveles de escolaridad de la mano de obra nativa.

Según el censo estadounidense del 2000, apenas el 5.5% de los inmigrantes centroamericanos de 25 años o más tiene un título universitario, cifra que contrasta notablemente con el porcentaje de los asiáticos (45%) y el de los europeos (33%). Entre los nativos de Estados Unidos es el 25.6%. Los centroamericanos están a la cabeza de los grupos étnicos residentes en Estados Unidos con menor educación. El 34% de los centroamericanos de 25 años o más no ha terminado el noveno grado, situación en la que sólo se encuentra el 10% de los asiáticos, el 12.7% de los europeos y el 4.7% de los estadounidenses nativos.

Nuestras estadísticas confirman esta situación. El 35% de los nicaragüenses de 25 años o más que migran del sector urbano no ha llegado a la secundaria. En esa situación se encuentra el 57% de los migrantes de 25 años o más del sector rural. Las cifras para ambos segmentos de la población nicaragüense en general (migrantes y no migrantes) son del 60% y el 90%, lo que significa que los nicaragüenses que no emigran elevan los porcentajes nacionales de escasa educación. Ésas son las dos caras tristes del fenómeno migratorio: nuestros países pierden a los más capacitados y los Estados Unidos reciben una mano de obra de baja calificación. Los buenos de aquí son los peores de allá.

“LA GENERACIÓN 1.5” HIZO UN PLUS ESFUERZO

En este contexto, ¿qué pueden esperar los migrantes centroamericanos? ¿Mejorará su situación con el tiempo o sólo pasarán de ser el grupo de migrantes más iletrado a ser el grupo étnico establecido con menor escolaridad? La segregación tiene un fuerte impacto en el desempeño en el terreno educativo.

Sin embargo, el arte de abrirse espacio parece estar menos relacionado con el hecho de ser asimilado y más con el esfuerzo por no perder el espíritu emprendedor del migrante, la mística del extranjero que debe ganarse el respeto en un contexto adverso mediante su talento y trabajo. Se ha encontrado una correlación entre el hecho de ser un migrante y el éxito académico para quienes pertenecen a la que se ha empezado a llamar “la generación 1.5”, la de los niños y niñas nacidos fuera de Estados Unidos, pero criados en ese país, por contraste con la segunda generación -hijos de migrantes, pero ya nacidos y criados en Estados Unidos- cuyo desempeño escolar y académico es notoriamente inferior.

La hipótesis es que los primeros sabían que necesitaban un plus esfuerzo para adaptarse y hacerse un lugar y también conocen mejor el difícil pasado del que vienen. Y que los segundos probablemente encuentran que el sistema no premia sus esfuerzos en la proporción esperada, que la tierra soñada no les abre los mismos lugares que a otros y que siempre deben luchar en desventaja. Ven que la televisión ofrece lo que su bolsillo les niega y toman lo que pueden: diversión, pantalones “cholos”, aparatos electrónicos... y muchas veces integran las pandillas.

CENTROAMERICANOS: NI BLANCOS NI NEGROS

Aun con el mejor espíritu pionero, la segregación tiene su peso. Todos saben que en los Estados Unidos hay más negros en las cárceles que en las universidades. Todos saben que los negros malos están en la cárcel y los negros buenos están en los equipos de baseball y basketball. Desde el siglo XIX la segregación espacial es un tema permanente en las agendas de investigación estadounidenses. Primero fueron los irlandeses, después los italianos, siempre los negros, ahora los latinos. La escritora norteamericana Susan Sontag observa que a la instalación de gente de otro color o de gente pobre en barrios de clase media se le llama “invasión”, una metáfora del cáncer y del lenguaje militar.

A los negros se los ve como parásitos del Estado de bienestar. Y muy pronto, demasiado pronto, los latinos empezaron a compartir los estereotipos despectivos sobre los negros estadounidenses. Quizás difundir estereotipos se trate también de una forma de ser asimilado, pactando con lo socialmente plausible. Quienes justamente dicen que las comparaciones son siempre odiosas y a menudo injustas, olvidan decir que son difícilmente evitables y que mediante ellas se va formando la propia identidad grupal e individual. La nueva lucha que anticipan algunos medios de comunicación se librará entre los negros y los color café. Los centroamericanos no somos blancos. Tampoco somos negros. En nuestra condición de identidad pigmentaria intermedia, ¿a quién nos acercaremos más? ¿Haremos alianza con los bien establecidos o con la minoría, con los marginados de siempre?

LA VENTAJA COMPARATIVA ESTÁ EN EL COLOR DE LA PIEL

El problema sigue y seguirá siendo un asunto de tonalidad de piel. Quizás sea ésa una de la razones por las que los salvadoreños, entre los centroamericanos, son quienes más espacios han conquistado en la sociedad estadounidense. Según datos de marzo de 2002 del Centro de Estudios de Inmigración, con 869 mil inmigrantes, los salvadoreños ocupan el sexto lugar en aporte de inmigrantes en Estados Unidos. Apenas son sobrepasados por los cubanos, quienes han gozado y siguen gozando de numerosas ventajas para instalarse bajo las leyes de protección a los asilados políticos.

Sin restar importancia a la guerra y al crecimiento demográfico que los empujaron a salir de El Salvador y a su tradicional industriosidad que les abre puertas, el hecho de que los guanacos sean los más blancos entre los migrantes centroamericanos los coloca en una posición más favorable para ser asimilados. También hay que reconocer que el gobierno salvadoreño ha luchado por los derechos de sus migrantes más que ningún otro gobierno centroamericano. Muchísimo más que el gobierno de Nicaragua, que sólo mira al Norte para prodigar aplausos o para extender la mano limosnera. Aun con todo esto, los guanacos llevan la ventaja comparativa en la piel. Mientras el 26% de los dominicanos y el 24% de los mexicanos vive en la pobreza, sólo el 12% de los inmigrantes salvadoreños se encuentra en esa situación. Y ello a pesar de que en muchas áreas están en desventaja. Por ejemplo, en el acceso a los programas de bienestar social, que es casi 30% menor que el de los dominicanos.

Igualmente, después de los guatemaltecos, los inmigrantes salvadoreños representan el grupo menos asistido por los servicios de salud pública: 56% y 54%. Gozan, por tanto, de una especie de reconocimiento “no oficial”. Los historiadores de la inmigración a los Estados Unidos han comenzado a reconocer que la raza ha jugado y continúa jugando un papel crítico en facilitar la adaptación de los inmigrantes europeos. El creciente campo del estudio de la whiteness (blancura), nacido en los 90, ha puesto en evidencia que, en parte, la integración de los inmigrantes europeos y sus descendientes a lo socialmente establecido en los Estados Unidos se ha debido a su posicionamiento como blancos, como opuestos a negros. Los irlandeses reclamaron su condición de estadounidenses sobre la base de ser lo opuesto a lo negro. Los migrantes asiáticos lucharon con desventaja a finales del siglo XIX.

Ese período, ahora desempolvado por los historiadores, muestra cómo el estatus racial de blanco se convirtió en uno de los atributos necesarios para obtener la ciudadanía estadounidense. Recientes investigaciones de los historiadores han enfatizado que ese tipo de barrera racial a la inmigración, como la ley de 1882 que excluyó a los chinos, activó un nuevo filtro migratorio: el basado en las nacionalidades de origen.

UN NUEVO DELITO: “PORTACIÓN DE ROSTRO”

La ya existente suspicacia hacia los inmigrantes no blancos se disparó después de los atentados al Pentágono y a las Torres Gemelas de Nueva York, hecho que los estadounidenses, en alusión a aquel fatídico 11 de septiembre, llaman el Nine Eleven. Desde entonces las medidas de revisión de los aeropuertos fueron extremadas a niveles de paranoia. Como no podía ocurrir de otra forma, nuestros aeropuertos centroamericanos corearon con un servil eco tropical las revisiones del Norte. El gobierno salvadoreño, por ejemplo, aprovechó la ocasión para desembarazarse del molesto sindicato aeropuertario y saturar de militares todos los puestos de revisión.

En los ocho vuelos que debí tomar durante mi estadía en los Estados Unidos, fui objeto de revisión especial en dos ocasiones, el 25% de los vuelos. Para creer que esta cifra se ubica en el promedio, debería demostrarse que en cada vuelo los agentes de seguridad registran al 25% de los pasajeros, lo que significaría que en un avión de 80 pasajeros, tendrían que registrar con esmero a 20 de ellos, situación que provocaría ipso facto un congestionamiento de todos los aeropuertos del país. O sea, que el objeto de la suspicacia era mi aspecto, “la portación de rostro”, lo que me permite imaginar que alguien de rostro árabe enfrentará un promedio mayor de revisiones. Naturalmente, para alejar sospechas de discriminación, siempre hay un blanco al que revisan junto a un no blanco.

Susan Sontag observa que en Estados Unidos el sida se ha vuelto cada vez más una enfermedad de los pobres urbanos, en particular de los negros y los hispanos. Tras los sucesos del 11 de septiembre y la serie de asesinatos del famoso francotirador de Washington -que para mala suerte nuestra resultó ser no uno, sino dos jamaiquinos-, el terrorismo se ha convertido en una “enfermedad” de latinos y musulmanes. Los estadounidenses pronto olvidaron -o nunca supieron de-, por ejemplo, la masiva introducción del sida en Honduras por los soldados norteamericanos y su difusión en los prostíbulos que brotaron en torno a las plantaciones bananeras de dos grandes transnacionales estadounidenses: la Standard y la United Fruit Company. También olvidan el genocidio en Hiroshima y los muchos sicópatas rubios como la mantequilla que han ametrallado a sus paisanos para ajustar sus desajustadas personalidades.

LOS “REENACTMENTS”: UNA CELEBRACIÓN DE “LA BLANCURA”

En esta historia, hay muchos olvidos y una memoria selectiva. De lo que ocurrió fuera y de lo que ocurrió dentro. A estos vacíos se deberán enfrentar los centroamericanos que quieren establecerse en los Estados Unidos. Los estadounidenses tienen muchos recursos para ello. Los reenactments y los museos son dos formas fabulosas de rememorar y enseñar la historia con menos instrumentos y gran despliegue de creatividad. Reproducir, para no olvidar, las duras condiciones de los inicios de esta nación.

Participé en uno de estos reenactments, especie de representaciones históricas donde los descendientes de escoceses se visten como sus ancestros de hace dos siglos o más y los descendientes de ingleses, franceses o canadienses hacen otro tanto. El reenactment en el Fort Ouiatenon -a 60 millas al norte de Indianápolis, en el pueblo de Lafayette-, en el que tomé parte vestido de escocés, conmemoraba la construcción del fuerte, así como las sucesivas batallas, los ejércitos que se alternaron su posesión y su final aniquilamiento. Todos, acontecimientos del siglo XVIII.

Para deleite de alrededor de cien mil espectadores, en un ambiente de camaradería que unió a los tres mil actores, muchos de ellos niños y niñas, se escenificaron durante tres días desfiles, marchas militares, carreras de canoas, disparos de cañón y mosquetes. Se bailaron viejas danzas. Se cantaron antiguas canciones de diversas nacionalidades. A veces los cantantes eran tan viejos, lucían tan bien disfrazados y estaban tan imbuidos en su papel que parecían sobrevivientes de aquella época. Todos estaban obligados a observar unas reglas muy precisas, dinámica semejante a la que ha debido establecerse en Estados Unidos para gobernar mejor a tantas culturas, flujos de inmigrantes y nacionalidades. Sólo se podían preparar alimentos a la antigua usanza, servirlos en rústicos platos metálicos y sobre mesas de tosca madera. Cualquier objeto de nylon, plástico, lata o con olor a modernidad estaba proscrito.

Pero en la fiesta faltaba la perspectiva de los perdedores, sobre todo la de esos grandes perdedores que fueron los auténticos nativos americanos. No los “nativos americanos” a los que se refiere el actual censo gubernamental -blancos radicados y establecidos muchos años atrás-, sino los indios, grandes ausentes de los reenactments. En una escenificación de la historia donde cada grupo de actores representaba a sus ancestros, los indios eran representados por blancos mal bronceados. Eran el único grupo étnico no representado por los suyos. Pregunté a mi anfitriona -una mujer muy perspicaz, amante de la historia estadounidense y orgullosa de sus raíces escocesas- acerca del porqué de la ausencia de actores indios. Respondió sin vacilar: Porque ellos se sentirían ofendidos si los invitaran a un acto como éste. Por supuesto, porque un acto como ése es una celebración de la “blancura” y crea sentido de nación alrededor de ese rasgo.

UNA LUCHA CONTRA RELOJ: ¿QUIÉNES SEREMOS DENTRO DE CIEN AÑOS?

Dentro de cien años, ¿los centroamericanos en estas tierras escenificaremos algo así? ¿O seremos representados por rubios maquillados, pretendiendo imitar nuestro bronceado natural? ¿Tendremos nuestros propios actos de rememoración u olvidaremos la historia? Hay tendencias en ambas direcciones. Hay fundaciones y asociaciones de latinos que trabajan por mantener viva la identidad de los latinos. Los murales de San Francisco constituyen uno de los esfuerzos mejor logrados. Nicaragua y El Salvador están muy presentes en esos murales. Pero a veces pienso que son iniciativas encomiables que van contra la corriente predominante. En cierta ocasión, mientras almorzábamos un exquisito platillo típico de Nueva Orleans -muy condimentado, por cierto- la familia centroamericana que nos había invitado a un amigo y a mí quiso que explicara algunos detalles de la historia de Nicaragua para ilustración de sus hijos adolescentes, nacidos y criados en los Estados Unidos.

Para complacerlos hubo un momento en que mencioné a Taft, Philander Knox y al Comodoro Vanderbilt, entre otros nada gratos personajes estadounidenses de perniciosa influencia en los avatares de la historia de Nicaragua. Fue en ese momento que una de las muchachas exclamó: Mira, mamá, cuánto sabe de nuestros políticos y empresarios. Se había apropiado muy rápidamente de la historia norteamericana. ¿Son las trampas de la asimilación? Es una señal de que una relación económica y política más activa y creativa entre los migrantes y sus paisanos que se quedaron en Centroamérica es una lucha contra reloj.

EL AFÁN DESTRUCTOR DE LA POLÍTICA EXTERIOR ESTADOUNIDENSE

En Boston, un amigo bostoniano de pura cepa, me llevó a conocer el Museum of Fine Arts de Boston. Allí se encuentra, entre muchas otras maravillas, el sin par retrato de Fray Hortensio Félix Paravicino, pintado por El Greco en 1609. Mientras estábamos enteramente rodeados de las momias y tumbas que los arqueólogos estadounidenses, por amor a la ciencia, extrajeron de Egipto, pensaba en la gran ventaja que tienen los estadounidenses de disponer, para su enjundia cultural y solaz espiritual, de semejante despliegue de obras maestras de la antigüedad y la modernidad gracias a los tratos que sus arqueólogos supieron hacer con los incautos gobiernos orientales.

Quedamos extasiados ante las gigantescas estatuas de divinidades egipcias esculpidas en imperecedero granito. Más fabuloso aún es un pectoral real que data del año 1630 antes de Jesucristo y que contiene minúsculas incrustaciones de piedras y cristales multicolores en un marco de oro y plata con la forma de un águila. No menos admirable es también la Procesión de los Oferentes, finamente tallada en madera hace más de cuatro mil años para la undécima dinastía egipcia. Cuando pasamos a la sección de la cultura mesopotámica, rebosante de reliquias de hace más de cuatro mil años -incluyendo sandalias y sillas de madera y cuero de cabra-, mi amigo observó: Y pensar que ésta es la civilización que nosotros, un país de apenas 225 años, estamos dispuestos a destruir.

Días después, estando en casa de un oficial del Ejército estadounidense en Jackson, Mississippi, quedé helado cuando escuché que nuestro anfitrión se refería a Egipto -donde había prestado servicio- como ese pedazo de basura. El afán destructor de la política exterior de los Estados Unidos es sobrecogedor. Es una mezcla de ignorancia y voluntad de dominio. Hace años, el científico estadounidense y divulgador de la ciencia Carl Sagan lamentaba los 264 mil millones de dólares destinados al ejército de su país en comparación con los 17 mil millones de dólares destinados al conjunto de programas científicos y espaciales de carácter civil. Sagan se preguntaba: ¿Para qué esta inmensa suma de dinero, si la Unión Soviética ya ha sido derrotada? El presupuesto militar anual de Rusia es de unos 30 mil millones de dólares. Otro tanto representa el de China. Los presupuestos militares de Irán, Irak, Corea del Norte, Siria, Libia y Cuba suman unos 27 mil millones de dólares. El gasto de Estados Unidos supera en un factor de tres al de todos esos países juntos, y supone el 40% de los gastos militares mundiales. Hoy, todas estas cifras han sido alteradas aún más por el militarismo de las “guerras preventivas” promovidas por George W. Bush.

PASADO IMPERFECTO, PRESENTE SIMPLIFICADO FUTURO IMPOSIBLE

De poco sirve toda la tecnología para mostrar la historia en forma interactiva y el dinero para comprar reliquias y financiar costosas excavaciones si se carece de buenas interpretaciones que permitan aplicar las lecciones de la historia antigua a la historia actual. ¿De qué sirve todo el fabuloso Museo del Holocausto a quienes justifican, aplauden o participan activamente en nuevos holocaustos? ¿De qué sirve el Museo de Historia Americana, que glorifica la guerra de independencia de los Estados Unidos, a quienes no quieren comprender las nuevas luchas anticolonialistas o los derechos de los inmigrantes?

Pronto se olvida la vaca que fue ternera. Olvida un pasado imperfecto que redujo y casi aniquiló a la población nativa, y abraza un presente de simplificación maniquea con tintes racistas y un futuro imposible de dominio blanco para una nación multicultural que desconoce lo que tiene en su interior. Los centroamericanos están navegando en ese mar y tratan de defender sus derechos. Quizás deban buscar tocar las teclas apropiadas que activen la a veces rica sensibilidad histórica de muchos estadounidenses.

UNA REFLEXIÓN POLÍTICA ANTE LAS TUMBAS DE SACCO Y VANZETTI

Muy cerca del cementerio de Boston, donde yacen enterrados Bartolomeo Vanzetti y Nicola Sacco, inmigrantes italianos y sindicalistas ejecutados el 22 de agosto de 1927 por robos y asesinatos que no cometieron, me reuní con un grupo de latinoamericanos. Nos juntamos en el amplio comedor parroquial de un barrio de muchos latinos. Había centroamericanos, junto a colombianos, puertorriqueños y dominicanos. Hablamos de muchos temas, y en casi todos sobresalió su orgullo de pertenecer a una organización sindical poderosa. En esos días, la huelga del personal de limpieza (los janitors) había sacudido Boston y ocupó primeras planas de periódicos y amplia cobertura de los telediarios en el último trimestre del año pasado. Ninguno de esos migrantes había pertenecido a movimientos populares, partidos políticos ni organizaciones sindicales en sus países de origen. No tenían experiencia previa en esas lides. Allá no se puede hacer esto porque enseguida nos echarían al ejército encima, me dijeron. Muchos cambios debieron ocurrir en los Estados Unidos para que se pudiera llegar al poder que actualmente tienen los sindicatos y a una cultura política sin represión. Sacco y Vanzetti cometieron el doble pecado de ser inmigrantes y agitadores sindicales.

In dubious battle es una novela de John Steinbeck en la que se narra una huelga de migrantes mexicanos en las plantaciones de manzana californianas y en la que se muestra la intransigencia de los patrones y la manipulación política. Ahora los inmigrantes centroamericanos pueden reclamar salarios más altos sin ser manipulados, vapuleados, encarcelados o ejecutados. Y pueden reclamar mejoras salariales no según los estándares de Centroamérica sino según los de los estadounidenses. En ese contexto institucional favorable, se han apropiado de la tecnología de la participación política, del arte del cabildeo. Saben qué instrumentos emplear, a qué puertas tocar y cómo impactar en la opinión pública. ¿Habrá transferencia tecnológica en ese ramo hacia América Latina?

En las remesas culturales que Centroamérica recibe, ¿asimilaremos la habilidad de negociar? En nuestro ADN político, ¿se podrá colar algún gen organizacional? ¿Alguna proteína que revigorice la participación política, buscando nuevas formas que supriman o salten por encima del caudillismo centralista, la polarización política y la consecuente apatía?

MIGRANTES: DEL SUR AL NORTE MAQUILAS: DEL NORTE AL SUR

Estamos lejos de clonar estas experiencias. En parte porque los migrantes desconocen todo el camino que se precisa recorrer para construir esa institucionalidad donde la fuerza de los argumentos sustituye a la del garrote y en la que no sólo el que tiene plata platica. Aunque los migrantes llegan a enfrentar circunstancias muy adversas cuando son indocumentados, y aunque para defender sus derechos tienen que transitar por un camino que les resulta erizado de obstáculos, un amplio tramo de esa ruta ya se lo encuentran allanado en Estados Unidos, y es precisamente ese tramo el que en Centroamérica estamos por recorrer.

El problema también consiste en que, antes de exportar habilidades organizativas, los migrantes centroamericanos deberán tener éxito en su propia lucha: aún está por resolverse el problema de la tendencia al descenso de los salarios debido al exceso de mano de obra y a la migración de las industrias estadounidenses hacia suelos y mercados laborales del Tercer Mundo. Casi el 50% de los estadounidenses blancos ganan 35 mil o más dólares al año, situación en la que sólo se encuentra el 23% de los latinos. El promedio del salario de los centroamericanos que tienen un trabajo de tiempo completo no llega a redondear los 18 mil dólares anuales.

Mientras los pobres corren hacia Estados Unidos en busca de mejores salarios, se activa una estampida de fábricas hacia América Latina en busca de trabajadores baratos. La primera carrera es ilegal, pasa por el desierto y el Río Grande y tropieza con las barreras a la inmigración. La segunda carrera tiene la venia de los gobiernos centroamericanos, forma parte de su estrategia de desarrollo y puede avanzar al vertiginoso ritmo electrónico de las transferencias bancarias. Es el contraataque del gran capital. Será una amenaza permanente. Y aunque muchos centroamericanos (23%) trabajan en el sector servicios, son más (28%) los que trabajan como obreros, muchos de ellos en las fábricas que están migrando, viéndose amenazados por el desempleo y el descenso de los salarios.

Por eso no es razonable esperar que todas las luchas sean libradas en los Estados Unidos y que los migrantes, además de enviar remesas, carguen también con la responsabilidad de incidir significativamente en la política de sus países de origen. Aunque estén haciendo y puedan hacer muchas contribuciones, sus manos están atadas aún por muchas lianas. Entre otras, por la de la ansiedad de cosechar éxitos en el proceso de ser asimilados, por sus limitaciones económicas y por sus deberes para con la patronal.

EL PALADAR: LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE

El pintor y escultor mexicano Francisco Toledo libró una furibunda batalla para que McDonald’s no instalara una de sus sucursales en el Zócalo de Oaxaca. Lucha campal: los tamales contra las hamburguesas. El patrimonio cultural de México contra la compañía emblemática de la fast food y el mal gusto culinario. Toledo ganó la batalla, no más que la batalla. La gran guerra se libra en Estados Unidos, donde decenas de miles de latinos, mayoritariamente centroamericanos, son empleados en muchas sucursales de McDonald’s. La necesidad tiene cara de hereje y tuerce el brazo a la promoción de la propia cultura.

Pero sólo lo tuerce en un tiempo de la esquizofrénica jornada del migrante. En sus casas, como si lo hicieran en las catacumbas, las migrantes centroamericanas preparan sus nacatamales, buscan las tortillas como un cordón umbilical, tienen sed de chicha, hambre de lo propio, venden el alma por baho, chicharrones y gallopinto. Reeditan la Purísima y cuanta fiesta patronal recuerdan. Quieren lo suyo. ¿Por cuánto tiempo será lo suyo? El paladar parece ser lo último que se pierde. Tiene mucho arraigo. Pero muchas otras cosas se van dejando en el camino.

Por su parte, McDonald’s, como el mortalmente enfermo pero siempre sobreviviente sistema capitalista, tiene una capacidad de adaptación sin límites. Como en un reciente artículo señaló el escritor español Vicente Verdú, sirven siempre la Big Mac, pero a su lado emplazan la ensalada niçoise en Francia, la feta en Grecia, el pollo frito en Singapur, el pollo al curry en el Reino Unido, la comida kosher en Israel. O transcorporeizan su unidad de culto en el McLaks de Noruega a base de salmón en vez de carne. O en el Maharaja Mac de la India con cordero y no buey para respetar a los hindúes. ¿Será que los migrantes verán pronto, como parte de la industria de la nostalgia, algunos McTamales? ¿Los nicas veremos McNacatamales? Para los que se quedan en Centroamérica, McDonald’s adapta los salarios: en lugar de pagar ocho dólares la hora como en los Estados Unidos, paga cuatro dólares el día. Saca la doble ventaja que obtiene la clase alta nicaragüense con sus empleadas domésticas: ingresos de Primer Mundo y costos de Tercer Mundo.

¿QUÉ PESARÁ MÁS, LA ALIANZA ÉTNICA O LA ALIANZA DE CLASE?

En 1831 Alexis de Tocqueville quedó impresionado por los Estados Unidos, el país que a todos igualaba, enriqueciendo a los pobres y empobreciendo a los ricos. Casi siglo y medio antes de la aparición de la Nueva Economía Institucional, Tocqueville destacó la importancia de las instituciones en el desempeño de la sociedad. Mucho antes que Douglass North, atribuyó el progreso de los Estados Unidos a su democracia e igualitarismo. Hoy existen otros puntos de vista sobre ese igualitarismo que pregona la Constitución y el Acta de Independencia de Estados Unidos. Abundan estudios de la sociedad norteamericana con títulos muy sugestivos: Created Unequal, American Apartheid, The New Slavery...

Las fusiones fabrican multimillonarios y los profesionales ondean sus PhD para hacerse un lugar en la cúspide de la clase media y retozar en la meritocracia. Los latinos que participan de ese festín humillan ahora a los anglosajones de baja calificación. ¿Habrá una alianza étnica o una alianza de clase? ¿Qué pesa más: el color, los orígenes étnicos o la ubicación de clase? Los centroamericanos que llegan a Estados Unidos no han llegado todos en las mismas condiciones. Aunque el estatus de refugiados acogió a la mayoría de los nicaragüenses que llegaron durante la década de los 80, los primeros en llegar fueron los miembros de la élite somocista, al frente de ellos doña Hope Portocarrero de Somoza. Ellos se instalaron en la zona más lujosa de Miami.

Luego llegaron los profesionales de la clase media, que ocuparon los barrios correspondientes a su posición. Y sólo en los últimos años, cuando la crisis fue muy aguda, apareció la gran ola de migrantes pobres, ubicados en una Little Havana cada vez más convertida en Little Managua.Por pura afinidad política, los cubanos en el exilio habían apoyado a los nicaragüenses y compartido sus conexiones con los republicanos. Ambos grupos se sentían hermanados por un episodio de su historia: su fuga de regímenes comunistas. Los cubanos organizaron banquetes con senadores influyentes y gestionaron masivas naturalizaciones para los nicaragüenses. Pero las clases medias nicaragüenses tuvieron una forma muy peculiar de ayudar a sus paisanos y paisanas indocumentados y pobres: les ofrecieron trabajo como empleadas domésticas y en otros servicios por un salario de cien dólares al mes, monto superior al ingreso de un diputado en la Nicaragua de aquellos años, pero ridículo para los estándares estadounidenses. Más allá de la solidaridad étnica, se impusieron los intereses de clase.

HOY TODO ESTÁ POR VERSE

Hay muchos intereses en juego que hacen variar los dispositivos de identidad: clase, género, raza, grupo étnico, filiación política, credo religioso, etc. En ellos se juega el futuro de la solidaridad entre centroamericanos. Pueden ser también mediaciones para la solidaridad étnica y el ulterior apoyo a proyectos políticos, sociales y económicos en las naciones de origen. Pueden ser cartas en el juego del “sálvese quien pueda”. Para definirlo, será vital el papel de los medios de comunicación, las iglesias, los sindicatos y las asociaciones de centroamericanos. Todo está aún por verse.

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