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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 249 | Diciembre 2002

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Guatemala

El problema religioso y el mito del Ejército

El Ejército de Guatemala se concibe a sí mismo como Padre y Madre, como un dios. Ese "dios" es violento, multiplica a sus enemigos y resguarda con armas y terror una sociedad dominada por élites enriquecidas. Con este "dios" sólo puede esperarse un torrente de violencia. Y es eso lo que hoy abunda en Guatemala.

Juan Hernández Pico, SJ

El 20 de julio de 1954, frente a los que habían derrocado a Jacobo Arbenz y acabado con la Revolución del 44, el Arzobispo Rosell creía poder afirmar aún con orgullo que “la Iglesia no necesita adquirir ninguna hegemonía porque la tiene y nunca la ha perdido en nuestra patria, donde todos confían en su palabra, creen en su doctrina y colaboran en sus obras”.

ESTADÍSTICAS RELIGIOSAS: PIEZAS EN CAMPO DE BATALLA

Es evidente que al comienzo del tercer milenio, incluso después de la venida del Papa para canonizar al Hermano Pedro -acontecimiento que constituyó una inconmensurable afirmación gloriosa de afiliación católica en Guatemala-, ningún miembro de la Iglesia Católica podría aventurarse a pronunciar palabras semejantes con tal seguridad.
No sabemos con exactitud cuál es el porcentaje de protestantes en la población guatemalteca. Hace muchos años que se empezó a hablar del 30% y aunque no se haya alcanzado la cifra del 50%, meta del evangelismo en Guatemala para el año 2000, son ya muchos los que hablan de un porcentaje que rozaría el 40% del total de la población del país.

Estas cifras muy probablemente no responden a la realidad. Las estadísticas religiosas son en este país piezas en un campo de batalla. Basado en cifras de la Cruzada Mundial de Evangelización, David Stoll calculó que para 1985 la población protestante de Guatemala habría llegado al 18.9%, con una tasa de crecimiento de 6.7% anual entre 1960 y 1985. Es probable que hoy, al comienzo del tercer milenio el protestantismo haya alcanzado en Guatemala a más de un 25% de la población, como promedio, y que en no pocos lugares del país, como el departamento de Escuintla en la Costa Sur o en algunos municipios del Altiplano Occidental, sobrepase el 30% y a veces -según observaciones en ciertas aldeas de Santa María Chiquimula- llegue hasta el 60%.

Muy al contrario de lo ocurrido en 1879, cuando la Constitución liberal declaró la libertad de cultos y el Presidente Barrios facilitó tres años más tarde la entrada a Guatemala de los presbiterianos -todo con el fin de propiciar la civilización del progreso y de abatir la capacidad de la jerarquía católica de competir contra sus reformas políticas-, las confesiones protestantes históricas -las Iglesias presbiteriana, metodista, bautista, luterana, episcopal, etc.- han quedado reducidas hoy a una pequeña minoría en comparación con las Iglesias Pentecostales, sobre todo entre la gente pobre, y con las Neopentecostales entre la gente de clase media y alta.

PÉRDIDA DE TIERRAS Y RÍOS DE SANGRE

La política de modernización de Barrios y de sus amigos cafetaleros -en la que la política anticlerical y de puertas abiertas al protestantismo fue sólo una parte- tuvo un costo tremendo para los pueblos indígenas, despojándolos de la mayoría de sus tierras ejidales y comunales y lanzándolos al mercado sin protección alguna, ni la del Estado ni la de las congregaciones religiosas expulsadas.

Ya al final del siglo XX, la política de los militares, de sostenimiento del atrasado capitalismo guatemalteco a costa de arrasar y masacrar a las poblaciones que pudieran apoyar el movimiento revolucionario, y especialmente a las poblaciones indígenas, creó una cultura del terror dentro de la cual proliferaron los movimientos religiosos pentecostales, sobre todo los evangélicos, aunque también los católicos.
Al final del siglo XIX, fueron expulsados de Guatemala religiosas -a excepción de las Hermanas de la Caridad-, religiosos y hasta arzobispos. Al final del siglo XX, si bien se acudió también a la expulsión, las medidas fueron más drásticas y llegaron hasta el asesinato de sacerdotes, religiosos y religiosas y de laicos y laicas de los movimientos de Acción Católica. También se liquidó a algunos evangélicos comprometidos con la lucha por la justicia.

EL AUGE DEL EVANGELISMO DE LA MANO DEL EJÉRCITO

Al comienzo de los años 40 el porcentaje de población evangélica en Guatemala era apenas del 2%. Medio siglo más tarde, y especialmente desde el terremoto de 1976, se experimentó un enorme crecimiento: 25%-30%, uno de los mayores porcentajes en un país latinoamericano.
Desde el campo católico abundan los intentos de explicar este fenómeno:

se trataría de una política de Estado canalizada por el Ejército, que percibiría a la Iglesia Católica como un peligro cuando opta por los más pobres y denuncia las condiciones de injusticia social y de represión política. Esta política habría estado reforzada por apoyos, tanto oficiales como privados, provenientes de Estados Unidos: desde las “láminas (de zinc) por conversión” que se entregaron cuando el terremoto, pasando por el vehículo o la tienda o el salario por una temporada de trabajo en las cosechas de exportación en la Costa, hasta ya en tiempos de la guerra la capilla construida “en nombre del Señor Comandante”, tal como en tiempos de la Conquista española se hacía “en nombre de Nuestro Señor el Rey”. En el fondo de esta visión se halla la percepción de que lo único que une a los grupos fundamentalistas y pentecostales evangélicos, tal vez mal llamados sectas, es el odio común a la Iglesia Católica.

EL EJÉRCITO: “PADRE DE LA PATRIA MADRE”

Francisco Beltranena Falla, estudioso del tema del Ejército, en una entrevista de 1990 con Jennifer Schirmer, experta investigadora de Harvard, afirmó que parte “del análisis estratégico utilizado para contrarrestar a ‘uno de los principales enemigos del sistema -los curas revolucionarios y sus catequistas que son sus agentes’- fue la penetración evangélica. El renacido general Ríos Montt ‘desempeñó un útil papel’ en este sentido”, tanto que “los oficiales (entrevistados por Schirmer) se refieren al golpe interno de 1983 (que derrocó a Ríos Montt para entronizar a Mejía Víctores) como un relevo del Gobierno del Verbo”, en referencia a esa denominación neopentecostal.

En realidad, el Ejército no usó estratégicamente sólo al evangelismo sino también el lenguaje religioso en general y la cosmovisión maya en particular. Nos cuenta esta autora que a la entrada de la aldea modelo de Tzalbal, en El Quiché, “había un gran rótulo que la describía como ‘una aldea renacida’”, como pieza de un esquema mayor para el Altiplano en términos de “un hombre nuevo, un país nuevo, una Guatemala nueva”. Se trataba de un discurso secular acuñado en términos religiosos, tomados tanto del Nuevo Testamento como del mismo lenguaje de los movimientos revolucionarios, también con sabor a religión (el “hombre nuevo” del Che Guevara).

Muchas veces los militares hablaron con Schirmer del Ejército como de un padre y al mismo tiempo una madre. Padre de la democracia, y a la vez “única institución que ha estado pujando para dar a luz a este bebé”, de manera que el Ejército aparecía como creador, madre de la patria nueva, y como “Padre Guardián y Protector, Padre de la Patria Madre”.

EL HUEVO PODRIDO

En entrevista con esta autora, el General Gramajo, coautor de los planes ofensivos militares de los años 80, eminencia gris de la estrategia de la Estabilidad Nacional y ex-Ministro de la Defensa en la Presidencia de Vinicio Cerezo (1986-91), reconoció implícitamente la necesidad que tenía el Ejército de purificarse de las grandes violaciones a los derechos humanos.

Lo expresó retomando lo que él creía es un exorcismo maya: “Como los brujos hacen para curarlo a uno si tiene un mal. Toman un huevo y se lo pasan por el cuerpo y dicen una oración y, cuando terminan, quiebran el huevo y el huevo está podrido y ya sacaron el mal. ¡Esto es el huevo del ejército!”, le dijo a Schirmer mostrándole el libro con la Tesis de Estabilidad Nacional. Y continuó: “Estamos diciendo nuestro mal, estamos satisfechos, ya no tenemos estos problemas (de los derechos humanos), ya los sacamos. Ahora la gente de afuera tiene que ver que esto (la Tesis) es el huevo podrido.”

SÍMBOLOS RELIGIOSOS EN MANOS DEL EJÉRCITO

El ejemplo escogido para mostrar la catarsis del ejército no era, con todo, muy atinado, ya que la misma Tesis de la Estabilidad Nacional aparecía y quedaba como podrida. Y así tenía que ser cuando el mal que debía ser exorcizado por la pretendida “brujería” maya fue precisamente el mal desencadenado por el Ejército contra la misma población maya.

Fue grande el esfuerzo del Ejército por asumir los símbolos religiosos. Esto da testimonio de su potencia y a la vez, hace inolvidable el intento militar de doblegar, a sangre y fuego, la fuerza y el sentido de lo religioso matando sacerdotes y catequistas, quemando Biblias, e instalando cuarteles, calabozos de tortura y cementerios clandestinos en los conventos de los que la misma persecución y represión militar había expulsado a líderes religiosos. Tanto el Informe Rockefeller de 1968 como el Documento de Santa Fe de 1980, ya había explicitado públicamente la hostilidad de los republicanos de Estados Unidos contra la Iglesia Católica surgida tras la conferencia de Obispos de Medellín y alimentada por la Teología de la Liberación.

EL AUGE DEL EVANGELISMO COMO MOVIMIENTO SOCIAL

La notable intervención del Ejército con su estrategia evangelista no basta para explicar el impresionante auge del evangelismo, no tanto en términos de iglesias y sectas, sino en términos de iglesias y movimientos religiosos que son al mismo tiempo una especie de movimientos sociales.
Estos movimientos religiosos de carácter social se dan en el contexto de una sociedad, la guatemalteca, que ha experimentado durante el último medio siglo, un acelerado y múltiple ritmo de cambios hacia la modernización, cambios incomparablemente mayores a todos los experimentados en los cuatro siglos y medio anteriores. Fue posible el auge del evangelismo -afirma una autora- por “el carácter asistencial (anímico, social, económico) que prestan las iglesias evangélicas”.

Otra autora lo reafirma: el auge pentecostal evangélico sería una respuesta de búsqueda de identidad segura y reconfortante en el marco de una época de cambio tan acelerado, y a veces cataclísmico, que pone en duda las identidades tradicionales: ”Un nuevo tipo de identidad poseyó poco atractivo mientras lo que denominamos ’comunidad tradicional’ permaneció más o menos intacta: Pero cuando ese centro de vida y convivencia comenzó a ceder a través de procesos erosionantes de ‘desarrollo’, migración y guerra, muchas creencias, prácticas e instituciones que configuraban la identidad cedieron también con él. Al menos en parte, el intento de recrear una cierta medida de orden, identidad y pertenencia, es lo que ha motivado a tanta gente en los años recientes a volverse hacia el protestantismo.”

“PARAÍSOS COMUNALES” EN EL MUNDO GLOBAL

En una investigación de alcance mundial, el sociólogo Manuel Castells ha mostrado lo que esta autora halla en el caso de Guatemala. Castells estudia los fundamentalismos -el islámico y el cristiano (evangélico)- y los explica como “paraísos comunales” en medio de una sociedad globalizada por las redes de la era de la información. A partir de los fracasos del capitalismo, del socialismo y del nacionalismo, se perfila en el mundo islámico “un proyecto fundamentalista islámico” como identidad de resistencia contra ellos.

No se trata de un “retorno a la tradición”, sino de una “elaboración de los materiales tradicionales para formar un nuevo mundo divino y comunal, donde las masas desposeídas y los intelectuales desafectos puedan reconstruir el sentido de una alternativa global al orden global exclusionista”.

Las grandes amenazas contra las que se reacciona en el fundamentalismo cristiano -que Castells estudia en los Estados Unidos- son la globalización -el control del país por los órganos de gobierno mundial, recuérdese la batalla de Seattle contra la OMC a fines de 1999- y la destrucción del patriarcado en la familia.

También en Guatemala el miedo a la globalización se traduce en temores a la amenaza de la invasión del hogar por las exigencias del reclutamiento militar selectivo, de los movimientos revolucionarios o de los órganos fiscales del Estado, por las decisiones nacionales eslabonadas con organizaciones o ideologías mundiales, la de la CIA, las del movimiento socialista o las el FMI... La crisis provocada por el patriarcado está presente también en nuestro país, donde tantos hogares están divididos, entre otras cosas, por el alcoholismo, que superado radicalmente permite la vuelta al hogar unido y patriarcal donde el varón recobra su respeto perdido.

Dice también Castells: “Hay algo más (que la defensa de los privilegios de los varones) compartido por hombres, mujeres y niños. Un miedo profundamente asentado a lo desconocido, que se vuelve más amedrentador cuando tiene que ver con la base cotidiana de la vida personal”.

Y esto hace referencia a las altas tasas de inestabilidad familiar por divorcio o abandono masculino del hogar; al movimiento feminista, que erosiona el rol del varón esposo y padre; a la aceptación pública de la homosexualidad masculina y femenina.

El pentecostalismo católico, el Movimiento de Renovación Carismática, es ubicado por algunos sociólogos en el contexto de una “religión de perfeccionamiento”, interiorista pero volcada hacia el logro individual, en cuanto contrapuesta, como tipo ideal weberiano, a una “religión de redención”, exteriorista y volcada hacia las esperanzas mesiánicas. Desde el campo católico se intentaría responder con la Renovación Carismática a lo que es la corriente de la “Nueva Era” en la espiritualidad global actual. Se ofertaría una religión de la interiorización contrapuesta a la religión del mesianismo. La Renovación Carismática sería un contrapunto dialéctico dentro del catolicismo a las Comunidades de Base o a la Acción Católica, y de ninguna manera habría que tratarla como una herejía.

EL AUGE DEL PENTECOSTALISMO: LO ÚNICO PERMITIDO

Los movimientos pentecostales o neopentecostales en Guatemala fueron los únicos movimientos sociales permitidos en un tiempo -el que media entre 1954 y 1996- en que los movimientos sindicales, los movimientos campesinos, los movimientos indígenas, los movimientos políticos socialdemócratas, los movimientos revolucionarios y los movimientos comunales católicos de base, todos ellos agentes de un intento de profundo cambio social, fueron progresiva y sistemáticamente perseguidos, diezmados, arrasados y masacrados.

La historiadora Matilde González ha preservado legados de la memoria histórica de aquellos años recogidos de boca de ancianos líderes sobrevivientes de los años de guerra en San Bartolomé Jocotenango: el Ejército y los líderes de las Patrullas Civiles a los “que tenían Biblia y a los buenos de Acción Católica” los mataban. Esta realidad brutalmente intransigente llevó a personas laicas y también a algunos sacerdotes y religiosas a dejar el -para ellos y ellas- callejón sin salida de la vida pública para incorporarse a movimientos guerrilleros clandestinos. Y también en este contexto “el terror se volvió uno de los factores endógenos que contribuyeron al crecimiento del pentecostalismo”.

No parece alejada de la realidad esta opinión: “Es más que probable que de no fomentar una ideología de sumisión al poder establecido, las sociedades religiosas no lograrían prosperar en un contexto político de permanente sospecha hacia cualquier forma de organización popular”. La sumisión entre los movimientos pentecostales entre los pobres es además, y por ahora, desinterés por participar en la sociedad, porque basta el “paraíso comunal”.

En cambio, cuando hablamos de movimientos neopentecostales estilo Verbo, Elim o Shaddai, a los que se adhieren miembros de clases medias altas, como el ex-Presidente autogolpista Jorge Serrano Elías, u oficiales del Ejército, como el general Ríos Montt, el “paraíso comunal” no basta y se intenta participar en la mejora de la sociedad guatemalteca, aún cuando los intentos de los grupos creados alrededor de Ríos Montt o de Serrano Elías hayan resultado trágicos, grotescos o corruptos.

LA FUERZA ASOMBROSA DE LA RELIGIÓN

Lo que resulta evidente es que hoy en Guatemala la Iglesia Católica tiene que convivir con un pluralismo religioso ya muy enraizado en el terreno del cristianismo. El pluralismo que rompe con la hegemonía del catolicismo no sólo llega desde el evangelismo, también desde la religión maya.

Probablemente, la Iglesia católica nunca tuvo un monopolio religioso real en Guatemala, pues la religión maya nunca fue totalmente ni conquistada ni cristianizada. Al participar, por ejemplo, en la fiesta patronal de uno de los pueblos mayas del Altiplano guatemalteco, Santa María Chiquimula, en los meses de enero, retorna a mi conciencia, como si fuera la primera vez que la hubiera sentido, la impresión de la fuerza de la religión entre estas etnias o nacionalidades.

Evidentemente, esta religiosidad está mezclada con la ocasión que la fiesta da para el comercio y para los varios conjuntos musicales contratados por la Sociedad de Comerciantes. Pero aún así, la cantidad de días que la gente emplea en adornar el templo, el atrio y las imágenes, redoblando el trabajo habitual, porque lo hacen en horas de la noche y de la madrugada, no deja de asombrar.

La fiesta es en honor del Cristo Negro de Esquipulas -detrás del cual subsiste la divinidad maya- y las escenas de la gente venerando al Cristo y avanzando de rodillas -signo de adoración- para besarlo, no tiene nada que envidiar a la que se celebra en el propio santuario de Esquipulas que está en el Oriente de Guatemala, donde se reúne gente de toda Centroamérica y del sur de México. Impactante también es la fuerza simbólica del jardín de candelas, como vidas que se queman, ofreciéndose, delante de Dios.

Todo un recuerdo vivo de los sacrificios ancestrales.

Cuando en la Eucaristía se reciben papeletas de oferentes que piden que se celebre “para que vaya bien el negocio” -no sólo para recobrar la salud o en recuerdo de los difuntos- uno siente que existe todavía un engarce casi sin fisuras entre la vida secular -la vida de la sastrería y del comercio en esta comunidad quiché- y la vida del Espíritu y uno advierte que las fuerzas de la técnica y de la comunicación globales, ya tan presentes, no han llegado a minar aún el acceso a la trascendencia.

EL AUGE DEL ESPÍRITU RELIGIOSO MAYA

La fuerza religiosa es aún mayor cuando se da una relación sosegada y simbiótica entre la religión católica y la religión maya -“de la costumbre” la han denominado la gente y la antropología durante muchos años para delinear el sincretismo profundo que la caracteriza-. Ahí, ante el peso de la autoridad “tradicional” -de “los principales” de la comunidad-, los prejuicios de los evangélicos sobre las imágenes o los santos pasan a un segundo plano o suspenden su peculiar agresividad.

También es aún mayor la fuerza religiosa cuando un trabajo de inculturación permite a la gente acercarse a la liturgia católica con una comprensión nueva, en su lengua y en la recreación de sus gestos simbólicos. Un ejemplo sería el acto penitencial realizado ante el altar por laicas y laicos que, en cada petición de reconciliación, prenden las candelas orientadas hacia los cuatro puntos cardinales y rodeando a las que simbolizan el Corazón del Cielo y el Corazón de la Tierra.

Uno de los trabajos más influyentes de la antropología en Guatemala tuvo como foco la conversión religiosa -de la Costumbre maya a la Acción Católica-. Fue una experiencia trascendente, aunque muy dolorosa, que cristalizó además como rebeldía contra la comunidad tradicional, que impedía el auge de la persona en la sociedad por la vía del comercio o de la política.

Hoy, los procesos de inculturación que recuperan el andamiaje simbólico maya tienen, dentro de sus mismos aciertos y valores, algo de ambigüedad frente a aquellos iniciales procesos de conversión desde “la costumbre”:
“¿No nos habían dicho que lo de la costumbre era del demonio? ¿Cómo ahora nos dicen que hay que tolerarlo y volverlo a admitir en la Iglesia? ¿Cómo nos dicen que los frijoles, el pom, las candelas y el guaro pueden tener lugar en la religión?”

Y es que no es “oro” todo lo que brilla en la religión maya y la gente tiene memoria de envidias y competencias resueltas a través de maleficios que crean división y miedo, sobre todo en las áreas rurales o urbanas marginales. Naturalmente, todas estas contradicciones no están ausentes en ambientes no mayas, donde aparecen a través de ciertos tipos degradados de espiritismo o de nigromancia.

LA “COSTUMBRE” FRENTE AL EVANGELISMO

Los procesos ocurridos en el municipio de Almolonga, cerca de Quetzaltenango, permiten levantar la hipótesis de que la fuerza de la religión maya no se sostiene en presencia de una conversión masiva al evangelismo. Las cofradías de Almolonga parecen haber perdido su presencia en una población que se ha hecho evangélica hasta en un 90%. La riqueza de los huertos de Almolonga -“las hortalizas”- con su auge capitalista no soporta bien la permanencia de los sistemas religiosos de igualitarismo económico que subyacen a la organización de las cofradías de “la costumbre”.

Una vez más, “el espíritu del capitalismo” y el protestantismo se apoyan mutuamente, aunque se afirma que hay “evangélicos” que siguen pidiendo a sacerdotes indígenas que “les hagan costumbre” y se van a otros municipios a encargar misas a sacerdotes que no los conocen. Habría que investigar si es auténtica esta observación y a cuánta gente se extiende.

También sería muy importante examinar cómo se mantiene o cómo se pierde la fuerza de la religión entre los emigrantes mayas en Estados Unidos. Probablemente, por ejemplo, sí persiste la fuerza religiosa, sin disminución en su intensidad entre la etnia garífuna, tan navegante y por ello tan abierta a todas las influencias de la civilización secular, con asentamientos a todo lo largo de la costa atlántica de Centroamérica, pero cuya comunidad más numerosa se encuentra en Nueva York.

LO MAYA FRENTE A LO CATÓLICO

Naturalmente, no es sólo esta religión católica inculturada en tradiciones mayas la que añade al pluralismo religioso de Guatemala. Es, sobre todo, el resurgir de la misma religión maya invisibilizada por tanto tiempo o encerrada en una criptoexistencia semiclandestina la que multiplica el pluralismo.

Para la mayoría de los funcionarios de la Iglesia Católica, o para la mayoría de sus ministros -usando no un lenguaje sociológico sino religioso- una cosa es ir aceptando poco a poco un proceso de inculturación del catolicismo en las tradiciones y lenguas mayas, y otra muy distinta y distante será llegar a hacerse presentes en las celebraciones mayas de los cerros y las cuevas, o en las de los atrios de los templos en los días importantes del Calendario Maya. Todavía más distante es el acercamiento a la comprensión de los Maximones, diferenciándolos de las repudiables hechicerías.

El hecho es que cada vez más personas, incluso no mayas, se acercan a estos puntos de resurgimiento de la religión maya para participar de ceremonias de purificación por el fuego o en otro tipo de ritos.

LA VIOLENCIA EN EL ORIGEN DEL PLURALISMO RELIGIOSO

¿Cuál es el carácter del pluralismo religioso en Guatemala? Los dos primeros impulsos hacia el pluralismo religioso, tanto la introducción del catolicismo con la Conquista en 1524, como la introducción del protestantismo con la Reforma Liberal en 1882, estuvieron marcados por la violencia. Militarmente, no se puede comparar la violencia de la Conquista en el siglo XVI con la de la Reforma Liberal. Aquella fue mucho más grave que ésta.

Sin embargo, las leyes que suprimen el censo enfitéutico y expropian las tierras ejidales y comunales, y que institucionalizan el trabajo forzado de los indígenas, sometieron políticamente a los herederos de los mayas a una violencia económica y cultural semejante a la de la Conquista española.

La expulsión de arzobispos y de órdenes religiosas -algunas aún poseían latifundios- pretendió quitar a las comunidades indígenas la protección de la Iglesia Católica. También fue por eso que se decretó la apertura del país al protestantismo.
Alrededor de 1970 se desarrolló al interior de la Iglesia Católica el movimiento pastoral sustentado por los documentos de Medellín y por la Teología de la Liberación.

La recuperación por los Documentos de Medellín -que eran la traducción latinoamericana del Concilio Vaticano II- de las fuentes cristianas -el seguimiento de Jesucristo y la construcción del Reino de Dios con justicia, compasión y lealtad- le quitó el piso a la religión de las devociones y de los rituales, y más especialmente a la religión constantiniana del poder y del apoyo a las jerarquías sociales y políticas, a la religión del status quo.

A pesar de este giro, no se superó la vinculación de la religión con una apuesta por el poder, ahora revolucionario. En este contexto, creció la concientización de los pueblos indígenas y surgió entre algunos un movimiento social campesino de fuerte combatividad y dedicada militancia, así como un movimiento de adhesión a las organizaciones revolucionarias
político-militares. El Ejército respondió desencadenando una política de masacres y de tierra arrasada que emuló y tal vez superó en violencia y crueldades a las que marcaron la Conquista cuatrocientos sesenta años antes.

LA IDOLATRÍA DEL PODER MILITAR DEL ESTADO

En el fondo de todas las respuestas, la respuesta a la resistencia quiché en 1524, la respuesta a la resistencia católica en 1882, y la respuesta a la recuperación católica de las fuentes cristianas y a la concientización indígena en los años 70 y 80 del siglo XX, está la idolatría de una organización social que perpetúa los monopolios de la riqueza y del poder. El ídolo del imperio español, el ídolo del progreso a través de la economía capitalista del café, y el ídolo de la seguridad de un Estado que protege una de las estructuras sociales más desiguales y más racistas del mundo actual, donde conviven un primer mundo mínimo y riquísimo en su seno y un cuarto mundo inmenso y desamparado, son el mismo ídolo.

Los ídolos siempre han reclamado víctimas sangrientas. Los poderes sustentados en la idolatría siempre han reclamado esas víctimas. Jennifer Schirmer afirma que la diferencia entre los militares que el ex-Presidente Cerezo llamaba “intransigentes” y los que llamaba “menos intransigentes”

-los llamado institucionalistas- no estaba en el uso o en el rechazo de la violencia: “No es la cuestión de matar lo que los divide, sino el dilema de que una vez se ha tomado la decisión de que es necesario hacerlo para mantener el orden, hace falta una planificación estratégica y el control de quienes matan (‘No estamos renunciando al uso de la fuerza pero no es necesario matar a todos para completar el trabajo’)”.

“NO SABEMOS QUIÉN SERÁ NUESTRO PRÓXIMO ENEMIGO”

Como fenómeno religioso, no es tan importante el advenimiento del pluralismo religioso, que también puede equipararse con un avance en actitudes de tolerancia, ciertamente muy difíciles hoy, en una atmósfera de ecumenismo centrado en la compasión, a cuya creación habrá que dedicar esfuerzos muy imaginativos. Dentro del actual pluralismo, cualquier tipo de religión que sea profundamente sensible a las injusticias del orden establecido -se trate de determinadas ramas del catolicismo o de algunas en el protestantismo y el pentecostalismo o de otras en la religión maya o de actitudes de personas con una cosmovisión secular agnóstica- entrarán todas ellas para el Ejército en el concepto de “oponentes del Estado”, es decir “enemigos”. Y esto tiene una importancia dramática.

El poder idólatra del Ejército maneja todo disenso bajo el paradigma de la enemistad. Schirmer cita a un coronel de inteligencia que reflexionaba así en alta voz, después de la firma de la paz: “No sabemos quién será nuestro próximo enemigo”.

Porque para el Ejército, en su actual concepción, siempre tendrá que haber enemigos, a pesar de vivir en tiempos de paz. Y en la lista de enemigos potenciales en el futuro inmediato ese coronel enumeraba a “los campesinos”, mientras el general -ya retirado- Sergio Camargo hablaba, como enemigo, del narcotráfico “porque, a diferencia del comunismo, es lucrativo”, y el análisis del Estado Mayor de la Defensa Nacional incluía en 1996 como “factores adversos al Estado de Guatemala a “los repatriados”, así como al “surgimiento de un movimiento pan-maya”.
A inicios de los años 90 el General Gramajo hablaba de “la posibilidad de una lucha religiosa en Guatemala”, descartándola, sin embargo, porque no es probable que haya quien movilice al “fundamentalismo religioso contra los evangélicos”. Para Gramajo, los fundamentalistas beligerantes hubieran sido los católicos.

UN EJÉRCITO CONTAGIADO POR UNA ENDEMIA IDOLÁTRICA

La religiosidad guatemalteca puede estar tal vez menos influida por las corrientes seculares de la globalización gracias a la vecindad con un México profundamente religioso y a la conexión de México y del istmo centroamericano con los Estados Unidos, uno de los países punta de la globalización menos tocados por una secularidad excluyente de la religión.

Pero la doctrina de la seguridad del Estado -nacida en el seno de la política imperial de Estados Unidos y hoy agresivamente reencarnada en la guerra contra el terrorismo- hace décadas que contagió como una endemia idolátrica al Ejército de Guatemala, y sobre todo a sus aparatos de inteligencia militar, estrechamente vinculados con la CIA.

La creencia que tuvo el Ejército de que la antropóloga Myrna Mack era quien había estado detrás del levantamiento del velo sobre la existencia de las Comunidades de Población en Resistencia y el permanente hostigamiento militar contra ellas, fue lo que los decidió a conspirar para asesinarla. Haber empezado la labor de desenmascaramiento y de deconstrucción del mito del Ejército Padre de la Madre Patria, a través de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), fue lo que condenó a muerte a Monseñor Juan Gerardi y decidió su asesinato.

SE CREEN DIOSES Y REPRODUCEN A UN “DIOS” VIOLENTO

Éste es el verdadero problema religioso de Guatemala: la concepción mítica que el Ejército tiene de sí mismo como Padre y Madre de la Patria, el tratamiento que da como herejes ideológicos a quienes disienten de su doctrina, y la decisión de sus altos jefes de no dar nunca cuenta de sus actos por creerse dioses.

Afirma Schirmer: “El Ejército es la única institución que se niega a aceptar su propia responsabilidad histórica por el genocidio”. “¡No seremos despellejados vivos como los generales argentinos!”, le dijo a esta investigadora el General Gramajo, ya en retiro, a propósito del mantenimiento de la impunidad de los militares bajo los Presidentes civiles.
Naturalmente, para llevar a cabo este plan, como toda cúpula de poder transfigurada religioso-míticamente en una especie de cúpula pontifical, mediadora entre la tierra y el cielo, el Ejército tiene que basarse “en el desprecio oficial (aunque inconfesado) por los derechos fundamentales de los guatemaltecos, sobre todo el derecho a la vida”.

El problema es que cuando se tiene un “Padre y Madre” míticamente semidivinizado, que concibe la política como “otra forma de hacer la guerra” -así lo dijo el General Gramajo-, sus hijos e hijas, es decir la sociedad guatemalteca, va a resolver sus problemas a través de la violencia.

El “dios” a quien deben imitar y a cuya protección han de acogerse estos hijos e hijas es un dios violento, que en lugar de multiplicar amigos y amigas, multiplica constantemente enemigos y enemigas. Con este “dios”, que resguarda con amenazas y con terror, con las armas, una sociedad de exclusión dominada por las élites enriquecidas, sólo se puede esperar un torrente de violencia poco menos que irrestañable. Y es eso lo que hoy tenemos en Guatemala.

PARA NO SEGUIR DE RODILLAS ANTE EL PODER MILITAR

La enorme trascendencia que tiene la recuperación del cumplimiento de los Acuerdos de Paz de 1996, la disminución del presupuesto militar y la aplicación del ahorro consiguiente a gastos de educación y salud, la desaparición del Estado Mayor Presidencial, la distinción entre seguridad interna y seguridad externa, el desmantelamiento de tantas bases militares no decisivas hoy para la seguridad de las fronteras, la estricta separación entre inteligencia militar e inteligencia civil y, en último término, el fortalecimiento del poder civil, es que, sin todo esto Guatemala seguirá de rodillas ante el poder militar del Estado.

De ahí también, la importancia, difícil de exagerar de que, en los casos de Myrna Mack y de Monseñor Gerardi, se ponga la primera piedra contra la impunidad de altos jefes del Ejército. Sobre esta base se podrá edificar la rendición de cuentas ante los tribunales del Estado de tantos altos militares por su responsabilidad en las masacres, desapariciones y torturas, crímenes imprescriptibles contra la humanidad.

SERÁ SÓLO ENTONCES

En el caso de Gerardi, eso deba hacerse sin hacer el juego a sus asesinos, quienes matándolo también pretendieron desviar la atención de su obra, del REMHI, para centrarla en el proceso por su asesinato. Hace tres meses, la sentencia en primera instancia de treinta años de cárcel por coautoría en el crimen contra tres militares -uno de ellos coronel en retiro, ex-jefe de la inteligencia militar- y de veinte años contra el padre Mario Orantes, por complicidad, quedó en suspenso en la Corte de Apelaciones debiéndose celebrar un nuevo juicio oral. Sin embargo, la Sala de lo Penal de la Corte Suprema de Justicia aceptó provisionalmente un amparo de la acusación, volviendo a estar todo de nuevo en el aire, en espera del resultado definitivo sobre el amparo.

A la espera de que se haga justicia en este caso emblemático, y en tantos otros casos, la preservación de la memoria histórica será el camino para construir una democracia no represiva que permita la verdadera transición hacia una democracia con reconciliación auténtica, preocupada no sólo por el electoralismo sino también por la participación pública y por el bienestar económico, social y cultural de la gente. Será entonces, cuando el Ejército deje de ser el padre y madre míticos de la patria, cuando cambiará realmente el signo del problema religioso en Guatemala.

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