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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 157 | Marzo 1995

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Internacional

Divorcio en Copenhague: la economía y lo social

Lo social -la superación de la pobreza es visto por las izquierdas como una meta moralmente justa. Los neoliberales ven la pobreza como algo que debe ser compensado pero que es inevitable si se quiere crecimiento económico. Ni unos ni otros logran superar el divorcio entre la economía y lo social. Superarlo es el reto de nuestro mundo.

Patrick Dumazert

Con la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social de Copenhague (marzo/95), se agrega un nuevo capítulo a la sucesión de encuentros planetarios solemnes y espectaculares que las Naciones Unidas han venido organizando a un ritmo acelerado en los últimos años: Conferencia "Contra la Pobreza" (Oaxaca 1993), Conferencia "Población y Desarrollo" (El Cairo 1994), Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing 1995).

Nadie puede dudar que el tema del desarrollo social tiene una importancia capital, sobre todo en las actuales circunstancias en las que el mundo cambia profundamente: por la creciente globalización y la creciente interdependencia de los problemas humanos. En este contexto, los esfuerzos nacionales parecen cada vez más impotentes, mientras las instancias internacionales no dan ni señas de ser capaces de tomar el relevo.

Organismos financieros y ONU: dos visiones

En la Cumbre se discutirán temas centrales: la pobreza, el desempleo y el subempleo y la integración social. O sea, la participación de todos en el desarrollo y en sus beneficios. Aunque los documentos preparatorios de la Cumbre que deberán ser aprobados por los representantes de todos los países participantes insisten en afirmar que el desarrollo humano y el crecimiento económico no deben verse por separado, es obvio que los temas centrales del crecimiento en los países pobres o de medianos ingresos la deuda externa, los programas de ajuste estructural y las políticas macroeconómicas, la cooperación económica internacional, la organización mundial del comercio y el papel de las instituciones financieras multilaterales, por mencionar sólo los principales seguirán siendo objeto de una visión "separada", de un tratamiento distinto. La mayoría de los economistas y de los políticos que ponen sus recetas en práctica y muchos de los defensores de la dimensión social del desarrollo no han superado la separación entre la economía y lo social.

En la Cumbre de Copenhage se enfrentan la posición de los organismos financieros internacionales obnubilados por el crecimiento económico y la de las Naciones Unidas, que hizo del desarrollo social su bandera. La separación entre la economía y lo social puede reflejarse en Copenhague al más alto nivel de las instituciones internacionales.

La superación de esta separación que tiene raíces profundas en el pensamiento económico y en la práctica social encuentra serias barreras, conceptuales, institucionales y políticas. Y el problema debe enfrentarse integralmente. Ojalá pudiera evitarse, con contribuciones de este tipo, adecuadamente defendidas por los que tienen voz y votos en estas Cumbres, que éstas no sirvan, una vez más, para reforzar esta separación, pese a o gracias a la buena conciencia de los participantes.

La esencia del problema

Han transcurrido más de diez años desde la crisis de la deuda externa, con su séquito de políticas de ajuste estructural en los países subdesarrollados y la aplicación de recetas monetaristas recesivas en los países desarrollados. Ciertamente, en el Sur y bajo la férula de las instituciones de Bretton Woods, la receta ha sido aplicada más integralmente, con una mayor saña, al amparo del argumento persuasivo de la deuda externa y el discurso de la "escasez de capitales". La teoría neoliberal pregona ubicua e indiscriminadamente la reducción del Estado benefactor y la supresión de las trabas a la libre circulación de la mercancías y los capitales con el pretexto de favorecer el crecimiento económico, identificando éste, sin vacilación, con la obtención del bienestar. Sus argumentos verdadera teleología, al igual que el desarrollismo y el socialismo "real" no pretenden comprender ni predecir, sino convencer y prescribir: dan metas pero no constituyen un corpus ex plicativo. Dan por supuesto lo que quieren demostrar.

El canto de sirena neoliberal es seductor. Frente a la crisis del Estado benefactor a causa del agotamiento del modelo de crecimiento que prevaleció en décadas anteriores y de la ineficacia de las burocracias, en un contexto de valores éticos que privilegian al individuo y a su estrecho núcleo familiar, resulta llamativa la afirmación neoliberal: cada quien puede salir adelante con sus propias fuerzas. La supervivencia del mito del pionero, del espíritu de frontera, permite a los voceros de la teología neoliberal transformar como por arte de magia esa cualidad humana que es el espíritu emprendedor en una virtud macroeconómica de dudosa aplicación práctica. Pero este método lógico, donde el todo se comporta como la simple suma de las partes, no se aplica a los sistemas complejos, mucho menos a los sistemas humanos, que son los más complejos de todos.

Tampoco escapa a nadie que la miseria, el hambre y el desempleo, con su séquito de enfermedades, de crecimiento poblacional exponencial y de destrucción irreversible de los recursos naturales, aumentaron en las últimas décadas en los países "del Sur", pese al crecimiento económico global, medido éste o por la producción o por el volumen de los intercambios. Aumentaron tanto que las variables sociales, que para nuestros economistas son sólo un "disfuncionamiento" inevitable, se están volviendo para los políticos un problema sociopolítico de primer orden, una amenaza real o velada, según los casos, a la gobernabilidad y a la perennización de las estructuras de poder establecidas.

En los países "del Norte" o países de altos ingresos, también clasificados como "países desarrollados", no solamente se constata el crecimiento en las últimas décadas de un "Cuarto Mundo" de pobreza en parte producto de la emigración procedente del Sur , sino que se ha tomado conciencia de los límites de la filosofía socialdemócrata: una economía en crecimiento, obedeciendo exclusivamente a su racionalidad intrínseca, al servicio de un desarrollo social por la vía redistributiva, considerado como el costo necesario de la paz social garantizaría la eficacia de la economía. Se pretende ahora desmantelar los sistemas de protección social a duras penas conquistados, en nombre de la reducción del gasto y la contención de los desequilibros, sin tener ninguna prueba de que el crecimiento pueda reanudarse gracias a estas medidas.

Una ciencia dicotómica

En el mismo enfoque conceptual de la economía se encuentra el problema de la separación entre la economía y lo social. Rompiendo con el pensamiento de los clásicos fundadores de la ciencia económica, los economistas "neoclásicos" inventaron modelos matemáticos depurados, basados en el supuesto tautológico de que el equilibrio es el estado más estable y por ende el más deseable. Según este supuesto, si todos los individuos tuvieran igual capacidad de acceso a la información y al capital, de la libre decisión de cada individuo resultaría un estado tal que cualquier modificación provocaría una disminución de la satisfacción de todos.

Dejando de lado el problema lógico que plantea dada la irreversibilidad del tiempo real, el de la historia , la obtención de un estado que, para ser logrado, debería haber existido siempre, cabe llamar la atención sobre el irrealismo de presupuestos científicos que, pensando poder transformar la realidad por medio de un modelo, invierten el razonamiento científico y llegan a concluir que, suprimiendo todas las trabas que impiden a los agentes económicos comportarse como el individuo ideal de su modelo, todos los agentes económicos se transformarían en individuos ideales ...¡y el bienestar de todos estaría garantizado!

La debilidad central de su argumento es que ellos los neoclásicos toman como unidad fundamental explicativa el individuo social, con sus preferencias innatas, como el átomo en la física, para explicar el sistema como suma de lo individual. Tratan de demostrar cómo el egoísmo social genera armonía social, mediante la mano invisible que crea un óptimo social. De allí derivan los "supuestos" de sus modelos": que los agentes no inciden en la formación de los precios, que la demanda es infinita, que el Estado no debe intervenir, que el mercado se autorregula, etc., etc.

No escapa a nadie que la realidad no se comporta como en los modelos. Entonces, estos mismos economistas tratan de justificarse, alegando la insuficiencia y la timidez de la medidas tomadas: la luz está al final del túnel, el túnel es más largo de lo que parecía, y esto significa que debemos ir más rápido ...¡y con más fe aún! Los políticos se ven obligados a seguir adelante y eventualmente a acelerar el paso, pues si de repente unos se dejan penetrar por la duda, siempre surge a su lado un contrincante más radical, con un discurso más seductor, listo para tomar su lugar.

Con imágenes que estimulan el egoísmo espontáneo y los reflejos de lucha por la sobrevivencia, los políticos liberales seducen a los electorados, a los que ya han convencido de que los sistemas de protección social son costosos e ineficientes, aunque no tienen nada que proponer para reemplazarlos mejorando el funcionamiento de lo que puede ser conservado en aras de una mejor cohesión social. Menos Estado y más libertad de empresa: ésta es la consigna vacía con la que ganan popularidad.

Lo social como compensación

Pese a los modelos teóricos, y frente a las deficiencias constatadas de la economía "real", frente al innegable crecimiento de la pobreza, surge lo "social" como un paquete de medidas compensadoras de los efectos negativos e "inevitables" de las transformaciones "necesarias" de la economía. Mientras avanza la concentración de la riqueza y la reorganización mundial del capital verdaderos objetivos del ajuste , se admite que la preservación de la gobernabilidad tiene ciertos costos económicos que hay que pagar: "fondo social de emer gencia" o cualquier otro nombre. Políticas compensatorias para "aliviar" la pobreza.

En la óptica economicista que prevalece entre los que, nostálgicos del desarrollo acelarado de los años 50 70 (los "gloriosos treinta"), pretenden conciliar el crecimiento del empleo, la modernización tecnológica y la intensificación de los intercambios con una adecuada dosis y calidad de la intervención estatal, también lo social es una esfera independiente de la economía. La diferencia entre ellos y los que pregonan la mundia lización de los intercambios y los movimientos de capital como claves del nuevo orden económico internacional, es que, dentro del marco de la economía nacional que les sirve de referencia, consideran lo social al igual que la democracia política como metas dignas de ser perseguidas y moralmente justas, mientras que los neoliberales interpretan el aumento de la pobreza sólo como un costo inevitable, el sacrificio que debe ofrendarse en el altar del crecimiento económico.

El punto común entre ambas vertientes del pensamiento económico y de la práctica política tiene su raíz histórica en el desarrollo de la economía industrial en los últimos dos siglos. Como escribe M. Crozier en Estado modesto, Estado moderno: "Cuando menos en su última fase, el sistema de la sociedad industrial estaba caracterizado por una profunda separación entre lo económico y lo social. Lo económico se concebía en el campo de lo racional absoluto, totalmente aprensible mediante la cuantificación, mientras que lo social permanecía dentro del campo de lo emocional y de los valores". Fin supremo para unos, mal necesario para otros, lo social siempre ha quedado por fuera de la racionalidad económica pura.

Lo que al parecer se les está olvidando a los economistas de ambas corrientes es que lo "social", en el sentido tradicional es decir, definido como el acceso permanente de la población a servicios de salud, educación, hábitat y medio ambiente satisfactorios, de acuerdo a normas predefinidas, aunque geográfica y culturalmente variables y la asistencia a los pobres, discapacitados y marginados, no puede, en una economía de mercado, ser simplemente el producto de una redistribución de los beneficios del crecimiento, mucho menos los de cualquier crecimiento. Una concepción así se topa con la solvencia de la demanda de tales servicios, que es más baja cuanto más desigual es la repartición del ingreso. La creencia en la Ley de Say, que afirma que la oferta genera automáticamente su propia demanda es muy empobrecedora y conduce naturalmente a políticas esquizofrénicas: para financiar los servicios, cuya demanda no es solvente para la gran mayoría, el gobierno tiene que recurrir a los impuestos, cuya recaudación enfrenta, a su vez, numerosos problemas.

Redistribución: costos y beneficios

Sin una adecuada distribución del ingreso, los mecanismos redistributivos no pueden ser muy eficientes, como lo muestra un rápido análisis de sus costos y beneficios. Del lado de los costos es decir, del sistema impositivo , nos encontramos con una situación en la cual los ricos no pagan impuestos directos porque saben como evadirlos ("pagar impuestos es un asunto de pobres", dicen cínicamente), mientras los pobres, aunque generalmente están exentos de los impuestos sobre la renta, pagan una proporción elevada de su ingreso en impuestos indirectos que encarecen el consumo familiar. Como se expresa en la imagen de una copa de champán para reflejar la distribución del ingreso, la clase media es muy reducida, lo que permite deducir la estrechez de la base impositiva. Se comprende entonces mejor la acogida de consignas como "la pesada carga tributaria que aplasta a las empresas, impide su rentabilidad e imposibilita la reinversión productiva". En los años 80, los teóricos "de la oferta" trataron de dar un barniz científico a la propuesta de recortar los impuestos sobre los beneficios empresariales. La práctica se encargó de demostrar que esto aumentaba el ahorro financiero y la "redistribución hacia arriba", sin impulsar la inversión. Sin embargo, desde ese momento, el mismo paradigma neoclásico se encuentra invalidado: nada más lejos de la realidad que el supuesto de individuos idénticos y movidos por la misma racionalidad universal. En la realidad, los diferentes estratos económicos tienen intereses económicos distintos. Y aunque existe un "interés general" que es el de la sobrevivencia del grupo social en su conjunto éste no puede confundirse con el de un hipotético y abstracto interés individual. La inadecuación entre el modelo neoclásico y la realidad es aún mayor cuando la sociedad está más polarizada económicamente.

Del lado de los beneficios, la situación no es mucho mejor. Cuando los servicios y otros subsidios son generalizados, favorecen relativamente más a los que podrían pagar por ellos, lo que se contradice con el objetivo de disminuir la injusticia en la economía. Si los subsidios son selectivos, esto implica una burocracia eficiente y racional, lo que es casi sinónimo de utopía en el contexto actual de inadecuados mecanismos de reclutamiento y evaluación de los funcionarios y de ausencia de carreras orientadas hacia la formación de servidores públicos honestos y eficientes. Aún en los países donde existe una larga tradición de "servicio público", donde los mecanismos de control social sobre las burocracias son más efectivos y donde la socialización y el civismo se enseñan desde la escuela primaria, la complejidad creciente de la sociedad y la diversidad cualitativa de las demandas individuales obligan a reconsiderar los tradicionales mecanismos estatales de redistribución, no en sus fines, pero sí en sus métodos.

¿Redistribuir lo que no se produce?

Obviamente, la crítica de los mecanismos administrativos de redistribución no tiene el mismo significado en países de altos ingresos, con un PIB per cápita por encima de los 17 mil dólares que en países de bajo ingreso, donde el mismo dato es apenas de 320 dólares por habitante. Pero en todos los países prevalece una importante desigualdad en la distribución primaria del ingreso, basada en una desigualdad aún mayor en la dotación de riqueza.

Contradiciendo el deseo ético por lo demás muy loable expresado por Monseñor Irízar Campos en su ponencia en el Encuentro de reflexión convocado por el BID en Washington en 1994 según el cual, como "la escasez de productos y de habilidades para producir no es la causa de la pobreza" lo que compartimos plenamente , entonces "el crecimiento económico no tiene por qué ser condición previa necesaria para la eliminación de la pobreza en nuestro planeta", hay que comprender que la producción es un fenómeno dinámico. Una repartición de la riqueza estática, de la riqueza ya acumulada, sea por la caridad o por la intervención de algún Robin Hood, sólo resolvería el problema si el nuevo reparto de la riqueza así obtenido contribuyera a aumentar, de manera duradera, año con año, el producto futuro, es decir la nueva creación de riqueza, o sea el crecimiento.

Una repartición del ingreso más equitativo en sociedades con dotaciones muy desiguales de patrimonio entre sus miembros pasa, de manera ineludible, por una mejoría del acceso al empleo en condiciones de salarios aceptables, recordándonos así la acertada aseveración de los clásicos, según la cual el trabajo es la fuente de la creación de riqueza. De esta manera, la variable "ocupacional" deja de ser un subproducto de los programas económicos, casi un adorno, y pasa a tener un papel motor.

Obviamente, la variable ocupacional no puede ser tratada indistintamente en el Norte donde el patrón tecnológico ha sido crecientemente extensivo en el uso de mano de obra, pero donde la mano de obra suplementaria podía ser absorbida por las nuevas actividades de servicios a condición de aumentar sus niveles de calificación que en el Sur, donde ni la industria en el pasado ni los servicios ahora pueden absorber el excedente de mano de obra rural por su baja calificación.

Las pequeñas unidades de producción campesinas tienen un papel particular en este sentido. Entre ellas impera un importante subempleo, que sólo en una fracción los minifundios se debe a la escasa dotación de tierra. Entre las demás, los problemas de los mercados, de los desfavorables precios internacionales de intercambio y de las políticas de precios bajos para estimular la tasa de beneficio en las actividades industriales urbanas, son responsables del subempleo visible e invisible. Se entiende así por qué no han tenido éxito las reformas agrarias cuando fueron hechas con criterios caritativos o políticos. No hay que darle tierra al campesinado porque es una "justa reivindicación social" de un sector que ha sido "aliado político". Hay que darle tierra al campesinado porque es un sector que tiene un enorme potencial económico, tal como hicieron, después de la segunda guerra mundial, fuerzas políticas tan ideológicamente opuestas como eran los partidos comunistas de Europa del Este o el ejército de ocupación estadounidense en el Japón.

El Informe del Banco Mundial de 1993 señala que "en ninguna región del mundo en desarrollo son los contrastes entre la pobreza y la riqueza nacional tan grandes como en América Latina y el Caribe" y que esta región se caracteriza por "un grado excepcionalmente elevado de desigualdad en la distribución del ingreso". Esto hace resaltar otra afirmación que más adelante se hace en el mismo Informe: "Elevar los ingresos de todos los pobres del continente a un nivel inmediatamente por encima del umbral de la pobreza costaría sólo el equivalente a un impuesto sobre la renta del 2% aplicado a la quinta parte más rica de la población".

¿Una contradicción insuperable?

No se trata de "desconectarse" ni de renunciar a ser competitivos en el intercambio internacional. En particular, en los países del Sur con economías dependientes y extravertidas, hay que admitir como un hecho insuperable la dependencia de cualquier modelo de desarrollo frente a las importaciones y, por ende, la necesidad de exportar para financiarlas. Lo que hay que restablecer son las verdaderas prioridades. Es correcto incrementar el valor agregado nacional y lograr así un excedente exportable. Esto produce desarrollo, mientras que exportar por exportar, en base a recursos baratos, en nombre de "ventajas comparativas" que son verdaderas desventajas sociales puede desencadenar un círculo de empobrecimiento y destrucción de los recursos naturales y el capital humano.

Además, existen tres tendencias fuertes que, a nivel del sistema económico en su conjunto, cancelan los beneficios potenciales que a corto plazo se podría pretender obtener de una estrategia basada exclusivamente en las exportaciones. Estas tres tendencias son: la creciente absorción de recursos financieros por el servicio de la deuda externa, el deterioro inevitable de los términos de intercambio más la creciente dependencia de la tecnología generada en las empresas multinacionales del Norte celosamente protegida por las patentes comerciales y la volatilidad del capital financiero privado que puede, en una noche, cancelar los beneficios duramente logrados a costa de la destrucción ecológica y del empobrecimiento de las mayorías.

Es todo esto justamente lo que está en juego en la Cumbre de Copenhage. Para algunos, se trata de defender una estrategia económica universal y totalizante, que favorece la constitución de un nuevo sistema económico planetario a la medida de las ambiciones del capital financiero y que está sometido a su lógica. Frente a tan "noble" propósito los problemas que enfrentan las economías del Sur sólo pueden resolverse a costa de mayores restricciones sociales. Para los otros, se trata de defender la necesidad de elevar los gastos sociales para reducir la desigualdad distributiva. Pero esto supone crecimiento y este crecimiento está supeditado a la solución de los problemas ya mencionados. ¿Qué esperar entonces de esta contradicción? Muy poco proba blemente.

El mismo Banco Mundial, en el Informe ya citado, refleja esta misma contradicción, detrás de la habitual elegancia del discurso que lo caracteriza. "De importancia primordial es la adopción de medidas verosímiles de estabilización económica", dice. Y más adelante agrega: "Igualmente importantes son las políticas encaminadas a promover un crecimiento que reduzca las desigualdades". Entre éstas, según el Banco, figura "en primer lugar asegurar que el crecimiento futuro genere oportunidades de empleo productivo al alcance de los pobres". En cuanto a los planes de empleo de emergencia, sólo se consideran como transferencias temporales, que "quizás se necesiten". Perfecto. Pero, ¿qué ocurre si el proceso de estabilización nunca llega a su fin y si los programas de transferencia se comen poco a poco todo el presupuesto público destinado a la inversión social? Es más, ¿qué ocurre si todo el proceso de estabilización se ve brutalmente socavado por un movimiento en la bolsa de Wall Street, como acaba de suceder en México?

Todo contribuye a hacer de lo económico y lo social dos objetivos contradictorios, dos terrenos de preocupación en apariencia irreconciliables. Mientras lo económico se defina solamente por la producción mercantil y lo social como el consumo improductivo de una riqueza que se percibe aparentemente, como desvirtuada de su destino "económico" la producción de mercancías pareciera que no puede haber reconciliación entre estos dos terrenos. A lo sumo, cierta compensación nada más, o una inevitable subordinación, manifiesta en posiciones frecuentemente expresadas en el Sur en frases como: "No somos un país tan rico como para poder tener el nivel y la calidad de los servicios sociales de los países industrializados". O en el Norte: "No podemos seguir manteniendo niveles de servicios sociales que disminuyan nuestra competitividad frente a los países en desarrollo".

Mientras se acepten las premisas y los términos de esta contradicción entre lo económico y lo social las manifestaciones internacionales a favor del "desarrollo social" y la Cumbre de Copenhage no serán más que espejismos. O serán sólo maneras de lavar la mala conciencia, según uno lo vea con ingenuidad o con cinismo.

Con toda probabilidad, en Copengague se pondrá una vez más en evidencia el divorcio existente entre la retórica de las Naciones Unidas, y particularmente la de su Programa para el Desarrollo (PNUD) por un lado, y las instituciones financieras internacionales, familiarmente conocidas como "las gemelas de Bretton Woods" por el otro. Lo preguntaba ya Alvaro de Soto, principal asesor político del Secretario General de las Naciones Unidas, analizando las dificultades del proceso de paz salvadoreño: "¿Puede continuar la comunidad internacional tratando de resolver importantes cuestiones globales, multidisciplinarias, en reuniones mastodónticas difíciles de manejar?" Según De Soto, en una experiencia concreta como ha sido la pacificción en El Salvador, se mostró claramente la incompatibilidad entre el enfoque desarrollista del plan de paz de la ONU y el programa de ajuste estructural instigado por las instituciones financieras. Obviamente, la misma polarización de la sociedad salvadoreña estuvo sometida durante mucho tiempo a esta esquizofrenia. Pero, ¿acaso la polarización social no es justamente la regla en los países que más apoyo integral necesitan para superar la pobreza?

Propuestas para un camino diferente

La vía alternativa comienza por considerar lo social como no sustancialmente diferente de lo económico. Por pasar de una ciencia dicotómica a una ciencia del Hombre multidimensional. Por transitar de una política esquizofrénica a una política integradora y coherente. Por superar el divorcio en la práctica y las instituciones.

Tanto en los países del Sur como en el Norte, hay mucho que hacer para aumentar la cobertura educativa y la calidad de la enseñanza para preparar individuos social y ecológicamente responsables, para aumentar la calidad de la vida en las ciudades y frenar el éxodo rural, para combatir las enfermedades y prevenir el desarrollo de epidemias que son endémicas, para prevenir la degradación de los recursos no renovables y la contaminación del ambiente y del agua potable. A fin de cuentas, no es gasto corriente el de salud y educación, sino inversión en capital humano. Asimismo debería ser considerado el trabajo de conservación y saneamiento del medio ambiente. Para superar completamente esta separación errada entre lo social y la economía, se requiere de un ambicioso programa basado en un cambio conceptual y concretado en políticas coherentes, que avance simultá neamente en cinco frentes al menos:

1) El frente de la ecología

Además de las necesarias inversiones para la recuperación forestal, la protección de los suelos y el saneamiento de las aguas, habrá que invertir en técnicas de reciclaje y tratamiento de los desperdicios industriales y en mantenimiento de las instalaciones físicas y equipos existentes para alargar la vida útil del capital productivo y de los bienes duraderos de consumo final, vida útil que se ha venido reduciendo en las últimas décadas de acuerdo con una lógica según la cual la retórica del "progreso técnico" y el "bienestar" equivalente al "consumo masivo" esconde mal la necesidad de aumentar la rotación del capital como mecanismo para mantener elevada la tasa de beneficio en el sistema de la competencia empresarial.

El planteamiento central del "ecodesarrollo" descrito por Ignacy Sachs como "el ahorro de materias primas y de capital por medio del reciclaje de los desechos y de los materiales" y "el mantenimiento más metódico de los equipos, edificios e infraestructuras, que se traduce por el alargamiento de su vida útil" está basado en un paradigma central de la ciencia económica de mañana: si bien es cierto que el trabajo es la fuente de la creación de riquezas, esta creación se hace transformando no creando recursos materiales y energéticos finitos, que deben ser ahorrados y renovados. La fuente principal de energía renovable en el planeta es la fotosíntesis. Por esto, le toca a la agricultura, y particularmente a la explotación reproducible de los bosques, un papel central.

Pero el ecodesarrollo también tiene un gran significado a nivel urbano. No basta producir más materia con menos gasto de energía no renovable ni aprovechar más intensivamente las energías renovables. También hay que destruir menos materia, lo que tiene, además de un evidente significado ecológico, una gran importancia aun dentro del paradigma clásico del trabajo productor de riquezas. En efecto, la reposición del desgaste del capital por medios más intensivos en trabajo las reparaciones y el mantenimiento son siempre más exigentes en mano de obra que la produccción en serie contribuye no solamente a disminuir el derroche de recursos naturales sino también a aumentar el empleo.

2) El frente de la producción

Es urgente favorecer el aumento de la capacidad de acumulación de las pequeñas unidades familiares rurales, que en el Sur son a la vez el principal reservorio de fuerza laboral desempleada y la principal amenaza ecológica por la desertificación rural que provocan, al tener que sobrevivir en condiciones precarias de produc ción y al contribuir al crecimiento de las megápolis con el éxodo rural masivo . No es en nada contradictorio el reconocer que estas unidades familiares son, al mismo tiempo, el principal agente potencial de creación de valor agregado nacional y el principal actor económico susceptible de encargarse de la preservación del ecosistema, tal como lo hicieran en el pasado decenas de generaciones de campesinos europeos, sin cuya paciente acumulación familiar productiva, ni la acumulación mercantil ni la revolución industrial hubieran sido posibles.

Una nueva fase de la revolución verde despejada del sesgo de desarrollismo tecnológico eliminador de mano de obra e imitador ciego de las tecnologías "modernas", que ha prevalecido en la mente de los técnicos y los planificadores en las últimas tres décadas puede responder a la demanda masiva de este sector. A condición de que esta revolución verde esté acompañada con nuevas modalidades de acceso al crédito, creando las instituciones financieras adecuadas: ni el paternalismo dirigista de los tradicionales bancos estatales de fomento ni el elitismo temeroso de los pequeños banqueros privados ni las garras de los usureros locales. A condición tambien de fomentar la creación de fondos de estabilización de los mercados de productos cuya oferta cíclica y competitiva se enfrenta a un mercado muy inelástico, lo que favorece doblemente a los intermediarios , de fomentar la asociación de los productores contra los efectos dañinos de los oligopolios de distribuidores de insumos y de crear los instrumentos adecuados para regular los mercados de tierra, que funcionan generalmente a favor de la reconcentración de manera más eficaz que la misma coacción de los latifundistas eventualmente expropiados en el pasado.

3) El frente de lo social

Suplir la inmensa deficiencia de los servicios sociales, tanto educativos como de salud o de condiciones de habitat (vivienda, espacios urbanos de socialización, higiene ambiental), así como responder a la demanda de servicios ligados a la utilización no "productiva" del tiempo libre generado por el progreso técnico, implica una formidable creación de empleo. Dado que se trata de actividades productoras de bienes fundamentalmente "no transables" pero cuya productividad no es muy diferente en un lado u otro del planeta, los países del Sur y del Este se encuentran en una posición relativamente ventajosa en relación a los países donde se goza de salarios más elevados. No hace falta esperar la prosperidad para empezar a construir un sistema social desarrollado. Al contrario, redistribuir recursos hacia el "sector social" puede tener efectos indirectos a bajo costo.

La distribución de ingreso que estas actividades implica provee el necesario incremento de la demanda interna que las producciones primarias o transformadas necesitan. No es un destino fatal el que regiones como Centroamérica deban convertirse en amplias zonas francas trabajando para la exportación en base a capitales extranjeros y a mano de obra con salarios de miseria. No hay ninguna lógica ineluctable de la ciencia económica que lo demuestre. Al contrario, hasta un economista ultraconservador como R. Lucas se plantea como "una pregunta central para el desarrollo económico" la falta de capacidad predictiva de los conceptos económicos neoclásicos y considera las diferencias de capital humano entre los países y sus "externalidades" como una explicación central de las diferencias radicales entre países ricos y pobres respecto al beneficio marginal de cantidades idénticas de capital.

A largo plazo, no hace falta demostrar la necesidad de tales inversiones en capital humano para garantizar el desarrollo de mañana este tema ya está muy de moda hoy , aunque es siempre necesario desconfiar de la desvalorización de las ideas que suele acompañar su incansable repetición en los discursos oficialistas. Sin embargo, surge a veces entre los defensores de una nueva concepción de lo social, la crítica a lo que se considera como una recuperación reductora por parte de los economistas del nexo que se suele establecer entre gastos sociales en salud, educación o mejoramiento de la calidad de la vida y la formación de capital humano. "Invertir en salud", es incluso el título del Informe del Banco Mundial para 1993. Pero hay que felicitarse por este tipo de asimilaciones, que demuestra la evolución positiva de los conceptos y la evolución de la ciencia económica hacia una mayor multidimensionalidad.

4) El frente de lo geográfico

Enfrentar el creciente problema que representa la concentración poblacional en urbes nefastas para la calidad de la vida humana y para el medio ambiente no podrá lograrse solamente frenando el éxodo rural y viabilizando la pequeña producción rural. Implica también descentralizar efectivamente las actividades secundarias y terciarias, lo que ya los estelares adelantos de la comunicación ha vuelto tecnológicamente factible.

La concentración en grandes ciudades de las actividades industriales y de servicios, alimentada por el continuo excedente laboral generado tanto por el bloqueo de la economía agraria en muchos países del Sur, y particularmente latinoamericanos, como por la carrera hacia la "modernización" tecnológica del agro en los países industrializados constituye a la vez una amenaza ecológica y un daño a la calidad de vida de las mayorías pobres. Una nueva concepción del acondicionamiento del espacio, revirtiendo la concentración urbana, constituiría a la vez una fuente de nuevos empleos y una oportunidad de nuevas inversiones.

5) El frente de las infraestructuras

El tradicional recurso de la ampliación de las infraestructuras productivas por la vía de las inversiones públicas está lejos de haberse agotado. Cualquiera que sea el modelo económico y social escogido, es evidente que las inversiones privadas, para ser rentables e incluso estimuladas, requieren de adecuadas infraestructuras que, tanto por su lenta maduración como por su carácter siempre concentrado y oligopólico, deben quedar dentro del dominio público, independientemente de su modalidad de financiamiento o de las concesiones par ciales de explotación.

Muchos países recién salen de una situación bélica. No son casos excepcionales en el planeta, por la fuerte ocurrencia de conflictos armados endémicos, producto de viejas contiendas generadas por la colonización y el reparto geografico posterior, o recién provocados por nuevas empresas imperialistas, pero siempre incentivados por la necesidad de encontrar una nueva función a la producción de armamento en la postguerra fría. En estos países las necesidades de inversión van obviamente mucho más allá de la simple reposición de las infraestructuras. La demanda de bienes de inversión en ellos podría compensar con creces la disminución de la actividad de los complejos industriales militares.

¿Con qué financiamiento?

Es hora de reconocer que el desarrollo tecnológico, tal como ha sido pensado y llevado a la práctica en las últimas décadas, eliminaba más empleos de los que creaba. La supresión de actividades productivas en el Norte y su deslocalización en el Sur, buscando una mano de obra más barata y menos sindicalizada, aunque es una forma de mantener la rentabilidad frente a la agudización de la competencia y de escapar a las legislaciones fiscales nacionales lleva en germen su propia destrucción: contribuye a disminuir la demanda global, que es el motor de la actividad económica en una economía de mercado.

Al respecto, es muy elocuente el último Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: entre 1975 y 1990 el producto total de la mayor parte de los países ha crecido un 20 % más que el empleo y esta tendencia se habrá reforzado en la última década de este siglo. Esta situación es particularmente marcada en los países de la OCDE y en los países asiáticos, pero en éstos la consecuencia de este fenómeno es tanto más grave porque muestran altas tasas de crecimiento de la población y de la fuerza laboral.
La contracción de la demanda y la consecuente crisis de la realización de los beneficios, que amenaza una vez más a la economía capitalista, tiene por agravante que la mundialización del sistema ha traspasado los límites de los tradicionales instrumentos estatales de regulación sin haberlos sustituido por instrumentos adecuados, función que no cumplen obviamente las instituciones de Bretton Woods, que hacen el triste papel de aplicar la ley del embudo: dura con los pobres y suave con los ricos. Frente a esta realidad, la reacción de los intereses privados es la misma de siempre: la fuga hacia adelante en los espejismos financieros, sólo que a mayor escala que en el pasado. Tan sólo en el mercado especulativo de las divisas ¡se mueven cotidianamente un millón de millones de dólares!

Revertir esta tendencia supone, en primer lugar, utilizar esta monstruosa perversión del sistema económico, tolerada por el laxismo de las instituciones internacionales, con medidas como la propuesta por James Tobin, Premio Nobel de Economía: un impuesto de sólo el 0.05% sobre este mercado cambiario arrojaría 150 mil millones de dólares al año, lo que permitiría duplicar aproximadamente las inversiones públicas de los países en desarrollo.

Hay que aplicar después, y efectivamente, el "dividendo de la paz". Según los cálculos de Naciones Unidas, una reducción en un 3% anual del gasto mundial en armamentos permitiría liberar, en los años 1995 2000, unos 460 mil millones de dólares para las inversiones en capital social. El gasto militar de los países "en desarrollo" equivale a 125 mil millones de dólares. Con el 12% de esta suma se podría dar atención primaria en salud a toda la población infantil del Sur, reducir la malnutrición y proveer a todos de agua potable.

El axfixiante círculo de la deuda

En tercer lugar, hay que reducir la deuda externa de los países en desarrollo, tanto por la vía del mercado (deuda comercial), como por la vía política (deuda bilateral) y por la modificación de las normas de funcionamiento de los organismos multilaterales. Obviamente, esta última vía que sólo las naciones ricas que financian a estos organismos pueden decidir supone que las élites de las naciones "pobres", que serían las principales beneficiarias de la reducción de la deuda, den también pasos positivos en favor de un nuevo orden económico mundial, invirtiendo productivamente sus ganancias en sus respectivos países en vez de colocarlas en los circuitos financieros especulativos internacionales.

Es impensable, e inútil, formular esperanzas en materia de desarrollo social en los países pobres y severamente endeudados, sin proponer una solución global y definitiva al problema de su endeudamiento externo. El círculo de la deuda, que agobia a estos países porque cancela la relación normal entre los esfuerzos exportadores y las posibilidades de inversión y porque disminuye su credibilidad como receptores de capital y hasta como socios comerciales, debe ser enfrentado por la comunidad internacional desde una perspectiva geoeconómica global, que permita a estos países retomar una posición viable en el concierto de las naciones.

A menos que se pretenda que estos países unos 50 según las estadísticas del Banco Mundial se hundan definitivamente en la pobreza y que sus poblaciones invadan paulatina o repentinamente las regiones del globo que gozan de mayor riqueza, es indispensable proponer y poner en práctica una solución radical, cuyos términos los términos de Copenhague podrían ser: una reducción global del stock de la deuda de los países SILIC y SIMIC (severamente endeudados con bajos ingresos y severamente endeudados con medianos ingresos) a un nivel del 35% de su PIB actual y un servicio no mayor del 20% de las exportaciones de bienes y servicios durante el próximo quinquenio.

Más importante aún que las propias cifras, sería la implementación de estos "términos", que contemplarían las cláusulas siguientes:

1) Condonación unilateral de la deuda que es objetivamente impagable, es decir la parte de la deuda actual que es necesario borrar para que la deuda futura no siga creciendo o no requiera una nueva negociación más adelante.

2) Conversión de la parte del servicio de la deuda "pagable" en base a lo que se pagó en los últimos 3 años por ejemplo , pero que exceda del límite máximo del 20% de las exportaciones futuras, en inversión para el desarrollo social (formación de capital humano, nivel de vida de las mayorías, protección ecológica).

3) Reducción y conversión de las sumas adeudadas a acreedores de medianos ingresos según los mismos términos, a cambio de un tratamiento equivalente por parte de los respectivos acreedores de estos países.

Finalmente, es necesario revisar los sistemas impositivos, tanto de los países del Sur donde la impunidad fiscal de los sectores muy acomodados y la ineficiencia de las administraciones fiscales obliga a las clases populares a soportar de manera indirecta gran parte de la carga fiscal como de los países del Norte, donde se están desmantelando los sistemas fiscales progresivos, a duras penas conquistados en el pasado, en nombre de dudosas "leyes" económicas no demostradas, vehiculadas por esloganes populistas como el de "demasiado impuesto mata el impuesto".

La revolución de lo social

Sin duda existe suficiente ahorro financiero, suficiente derroche armamentista y suficiente inequidad en la distribución del ingreso como para justificar éticamente la posibilidad de invertir en lo social e incluso para demostrar la sostenibilidad económica de tales inversiones. Pero eso no basta. Como lo ponen en evidencia las proyecciones de la economía mundial en cualquiera de los subcontinentes o bloques geoeconómicos, la tendencia dominante es el crecimiento sin empleo (jobless growth), lo que demuestra claramente que el problema de la demanda solvente no tiene solución económica sostenible sin un cambio en la lógica profunda del sistema.

Este cambio debe ser la revolución de lo social. Aunque el financiamiento inicial por el "dividendo de la paz" o por los impuestos a las actividades financieras especulativas sea necesario, e incluso éticamente deseable, el verdadero motor del nuevo modelo de co desarrollo a escala planetaria debe estar en el modelo mismo. Supone en primer lugar la reconciliación de la economía con lo social. O, si se quiere, supone que la economía deje de ser "unidimensional". Supone que lo social deje de ser un gasto compensatorio o un residuo del crecimiento económico para transformarse en el elemento central de la demanda futura.

"Las dos hojas de la tijera cortan", dijo en su tiempo Alfred Marshall. La solvencia de las actividades sociales se garantiza por sí misma, por su alto componente en fuerza de trabajo. La distribución de ingreso que implican será la mejor garantía del incremento sostenido de la demanda solvente que las nuevas inversiones requerirán para ser rentables. Lo que cada país por sí sólo ya no puede hacer sin experimentar una costosa y posiblemente inútil "desconexión" el conjunto de las naciones lo puede emprender si todas están dispuestas a dar una solución no meramente financiera y cortoplacista al globo especulativo de la deuda externa y a frenar la fuga hacia adelante de los capitales financieros "apátridas". Si están dispuestas a invertir masivamente en la economía del futuro: lo social.

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