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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 236 | Noviembre 2001

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Nicaragua

Elecciones 2001: lo previsto, lo imprevisto, lo incierto

Ansiedad, expectación y temores de varias fuentes y dimensiones caracterizaron las vísperas electorales. En la jornada de los comicios la sorpresa mayor fue la participación masiva y la gran tranquilidad. En el prolongado "día después" que concluirá en enero 2002, las expectativas se mezclan con las incertidumbres.

Equipo Nitlápan-Envío

El electorado nicaragüense creía que las votaciones serían taco a taco. Las elecciones más caras del mundo -según el Ministro de Hacienda: 30 dólares costó cada voto- serían también "las más reñidas de la historia de Nicaragua". El empate técnico entre Enrique Bolaños y Daniel Ortega que atormentaba a encuestadores y analistas auguraba tensiones, negociaciones y con seguridad violencia.

Lo más imprevisto fue lo más positivo

Tan peligroso escenario, armado por el bipartidismo que forzaron con el pacto liberales y sandinistas, se deshizo en las doce-quince horas que duró la jornada de las votaciones. Paradójicamente, el montaje de este escenario tuvo una utilidad: imaginar resultados tan reñidos movilizó al electorado para salir a votar. Y la participación masiva montó inesperadamente otro escenario. El triunfo de Enrique Bolaños fue mucho mayor de lo previsto por el propio Bolaños, quien con un optimismo en el que pocos lo acompañaban insistía desde septiembre en que le ganaría a Daniel Ortega por una diferencia de hasta 8 puntos. Le ganó por 14.

La notable tranquilidad en la que transcurrieron las votaciones y los casi nulos incidentes de violencia que se registraron ese día y los que siguieron no estaban previstos por nadie. En la masiva participación -favorecida por el Consejo Supremo Electoral (CSE) con disposiciones de última hora- y en la tolerancia con la que ganadores y perdedores recibieron los resultados está lo más positivo de un proceso electoral ilegítimo -por nacer del pacto entre Alemán yl Ortega-, que resultó "legitimado" en su último paso por el desborde de los votantes.


Alta tensión

A la jornada electoral se llegó tras recorrer un camino de creciente tensión. Las expectativas acumuladas durante un año de polémica electoral en los medios y en las comunidades; y el mismo pacto que, de una forma o de otra, moldeó las elecciones con la "trascendencia" de una disputa "a vida o muerte", había caldeado emocionalmente a un gran número de votantes. Ya cerca del "combate final", el FSLN alertaba a diario a sus militantes sobre las posibilidades de un fraude y el PLC hacía lo mismo con su gente.

Gran tensión había generado también el entrenamiento-capacitación al que liberales y sandinistas venían sometiendo a sus activistas, fiscales y abogados para que mantuvieran "afiladas sus espadas" a la hora de las votaciones, de los conteos y de la transmisión de datos para defender cada voto. Uno de los últimos temores que expresaron los observadores nacionales e internacionales, también el CSE, fue que tras los comicios se desatara "una guerra de impugnaciones". Si en el conteo de cada junta las cifras resultaban muy ajustadas -como era previsible- el guión previsto era que impugnaran los unos o los otros. Con una avalancha de impugnaciones se retrasarían los resultados. Y si se retrasaban los resultados, habría violencia. La cómoda ventaja con que los liberales le ganaron a los sandinistas canceló un escenario muy riesgoso en donde podían haber prevalecido hechos de violencia y negociaciones por debajo de la mesa.

La emergencia, el Ejército

En las vísperas se añadió a este guión ya tenso un dato alarmante: la decisión del Presidente de la República de reunir a su gabinete en la tarde de la jornada electoral para decretar el Estado de Emergencia y suspender garantías constitucionales. Fue Daniel Ortega quien lo anunció el 1 de noviembre, afirmando también que a la par de la emergencia la pretensión del Presidente era anular las elecciones. Alemán declaró que "no le temblaría la mano" para decretar la emergencia. La posibilidad de que se hiciera realidad esta medida fue unánime y públicamente criticada por sectores nacionales y por los dos más destacados observadores internacionales presentes en el país, el Secretario General de la OEA César Gaviria, y el ex-Presidente de Estados Unidos Jimmy Carter.

A la par de tan polémico anuncio, Managua amaneció el 2 de noviembre con miles de efectivos del Ejército desplegados en las calles, custodiando puntos estratégicos con armas largas. Muchos llevaban las caras pintadas y algunos vestían los pintorescos uniformes de camuflaje que emplean para operaciones especiales. ¿El objetivo de este despliegue era garantizar seguridad, intimidar o disuadir? Los hechos posteriores demostraron que la presencia del Ejército en la capital -en un ordenado operativo conjunto con la Policía- dio seguridad a la mayoría de la población votante y también, probablemente, contribuyó a disuadir a los grupos que tenían planes de generar violencia callejera. Después de la derrota, dirigentes sandinistas atribuyeron a la presencia militar propósitos intimidantes para restarle votos al FSLN: "Buscaban recordar los años de la guerra".

No hubo violencia

Desde semanas antes de las elecciones se barajaban hipótesis sobre varios riesgosos escenarios post-votaciones. En la base del más comentado de ellos estaba ese "conflicto larvado" que dicen existe entre Bolaños y Alemán. Por tener dos estilos muy diferentes de gobernar; y por no haber sido Bolaños el candidato de Alemán, sino el que le impuso el gran capital con dos objetivos: impedir, con un político eficiente, el temido triunfo de Daniel Ortega, y frenar el avance en la economía de la "argolla mafiosa", de la que se ha rodeado Alemán.

Teniendo en cuenta esto, se barajaba la hipótesis de que el Presidente Alemán deseaba que Ortega ganara. Porque esto le permitiría un ultraprotagonismo opositor desde la Asamblea Nacional -a donde Alemán llega por la diputación que en el pacto le regaló Ortega-, y así se prepararía el camino para reelegirse. Alemán "facilitando" el triunfo de Ortega sólo hubiera sido posible con resultados muy ajustados. Y en ese escenario era previsible un preámbulo de violencia en las calles como una "medición de fuerzas" que culminaría en un acuerdo-pacto en nombre de "la gobernabilidad". ¿Violencia entre los comandos electorales del FSLN y las instituciones armadas del Estado? ¿Violencia entre activistas de uno y otro partido resueltas por el Ejército?

Para poder ganar las elecciones, Bolaños tiene que ganarlas con un muy amplio margen de votos. Si la votación es muy cerrada, el FSLN no se va a dejar arrebatar la victoria y entonces Alemán podría ordenar a sus magistrados en el CSE que le reconozcan la victoria al FSLN. Esa posibilidad puede estar ya amarrada, comentó a envío tres meses antes de las elecciones el escritor y jurista liberal León Núñez. La amplísima diferencia que arrojaron los resultados -conocida en pocas horas por el casi exacto conteo rápido que realizó Ética y Transparencia- canceló tan riesgosa posibilidad. En este sentido, no fue el Ejército quien frenó una violencia prevista, fue la gente participando masiva y ordenadamente quien imprevistamente lo logró.

¿Récord de no abstención?

Después que el CSE excluyó con las calculadas guillotinas del pacto todas las opciones que significaran una real competencia para el PLC y el FSLN, y quedó como único rival, aunque debilitado, el Partido Conservador (PC), se sabía que el mejor escenario para el FSLN era un PC que arrastrara muchos votos combinado con una alta abstención. Y que al PLC le favorecía un PC debilitado, casi anulado, y una alta participación. A partir de julio, cuando las encuestas empezaron a indicar la caída en picada del PC, y la contienda empezó a ser cada vez más polarizada bipartidistamente, el escenario comenzó a ser más desfavorable al FSLN, que tenía en la abstención su mejor aliada.

"Base ideológica" del análisis que considera que la abstención favorece al FSLN es creer que los sandinistas tienen una cultura política más comprometida y que por eso su voto es más sólido, consciente y disciplinado, más "sacrificado". Varios analistas llegaron a afirmar, por ejemplo, que si el día de las elecciones llovía, el FSLN ganaría, porque ningún sandinista se quedaría en casa y serían muchos los liberales que no saldrían a votar.

El fantasma de la alta abstención que hubo en las elecciones municipales (noviembre 2000) rondaba pero el escenario cambió drásticamente. En los primeros análisis se habló de un récord centroaméricano de no abstención. La participación fue visible para cualquier observador: larguísimas filas de espera -todo el proceso transcurrió con lentitud por recelos mutuos de funcionarios y fiscales de los dos partidos-, miles de adultos y jóvenes asoleándose -o aguantando lluvia en algunas zonas- durante horas, familias enteras desde ancianos a adolescentes, embarazadas, ancianas ayudadas por sus nietos, tullidos, gente en sillas de rueda y hasta en camillas hizo disciplinadas filas. Fue notorio el voto de la tercera edad.

Tras la idea de que el votante sandinista, porque es consciente, participa y se sacrifica, y el votante no sandinista es flojo, no tiene mucha conciencia o elude el esfuerzo, está esa actitud de la izquierda tradicional que menosprecia a los pobres, al "pueblo", cuando no actúa en política como la izquierda establece que es "ideológicamente correcto". Estas elecciones demostraron que todo el pueblo, todos los pobres -que son más del 80% del electorado- está dispuesto a participar y a sacrificarse para expresar y defender sus convicciones. En este caso, la convicción de la mayoría de los pobres de Nicaragua fue apostar por la estabilidad y castigar el afán reeleccionista de quien considera un riesgo para el país y a quien no concede ni credibilidad ni capacidad para resolver los graves problemas de Nicaragua.

El voto oculto

Es un dato reiterado desde inicios de los años 90 en todas las encuestas que en Nicaragua el no-sandinismo está mucho más extendido y arraigado que el sandinismo. Si una tercera parte de la población es fiel al sandinismo -a sus mitos, ritos, mensajes y personajes-, las otras dos terceras partes no comparten esa lealtad desde hace ya bastante tiempo y por un cúmulo de justificadas razones, que van desde el pragmatismo económico que por sobrevivencia busca el menor nivel de incertidumbre, hasta la decepción causada por los escándalos de todo tipo que manchan la hoja de vida de los dirigentes del FSLN. Entre las dos terceras partes de los no-sandinistas, una buena parte son más: son antisandinistas.

En el "voto oculto" o voto de los indecisos -quienes en las encuestas afirmaban que iban a votar pero aún no decían por quién-, calculado en un 12-15%, se escondía un mayoritario voto antisandinista -¿o sólo antidanielista?-, del que se benefició Enrique Bolaños. También entre los abstencionistas que decidieron a última hora ir a votar se escondían similares sentimientos y convicciones. El "güegüense" salió a votar en masa. Y si en las encuestas de 1990 "el güegüense" escondió su intención de voto "por miedo", tal vez en esta ocasión no quiso hablar "por pena". Pena de aparecer simpatizando con el partido de Alemán, que en tanta pena ha puesto al país y que tanta vergüenza ajena nos ha hecho sentir con sus actos de corrupción y sus atropellos.

Razón crucial: el candidato

Todas las encuestas de estos años han venido demostrando también que, aun cuando entre las bases sandinistas Daniel Ortega sigue siendo el dirigente más popular, en el conjunto de la sociedad nicaragüense es el dirigente político más impopular. Ante esta evidencia, que el FSLN llevara por tercera vez como candidato a Daniel Ortega tenía todas las características de una obstinación suicida.

La figura de Ortega polariza a la sociedad, unifica a la derecha, divide a la izquierda, tiene muchos flancos débiles en lo político y en lo ético y evoca en sí misma malos recuerdos de tiempos muy difíciles. A pesar de todo esto, el propio Ortega impuso su candidatura con voluntarismo mesiánico a tan sólo pocas horas de que el FSLN ganara, en noviembre 2000, la alcaldía de Managua, precisamente por llevar como candidato a un sandinista de estilo y cualidades tan diversas a las suyas como Herty Lewites.

El patrón

Como correspondía a la cultura política nicaragüense, caudillista y presidencialista, las campañas electorales de liberales y sandinistas estuvieron totalmente centradas en ensalzar al candidato presidencial propio y en descalificar al ajeno. ¿Quién habló mal o bien en su propaganda de los candidatos a la Vicepresidencia, José Rizo y Agustín Jarquín? ¿Quién habló mal o bien de los diputados que aparecían en las listas de las boletas de votación, confeccionadas, en función de lealtades personales, por Arnoldo Alemán para el PLC y por Daniel Ortega para el FSLN?

Parte de la campaña del PLC fue a la ofensiva, orientándose a manipular a la población intimidándola con la posibilidad del retorno a los años 80. Pero el grueso de la campaña liberal se orientó -y con un éxito creciente- a proponer al electorado a un eximio representante de la oligarquía tradicional, Enrique Bolaños, separándolo centímetro a centímetro de Alemán, y presentándolo tal como es, sin maquillaje: un patrón de hacienda, de mano firme y voz persuasiva, exitoso en sus negocios y en su familia, un viejo experimentado que hace "un trato" con la gente: da trabajo y exige trabajo, dando y dando, ayúdate que yo te ayudaré. Una positiva imagen masculina y patriarcal, equivalente a la positiva imagen femenina y matriarcal de Violeta Chamorro en 1990. Bolaños, un hombre tradicional y de carisma algo anacrónico calzó con el imaginario político mayoritario de un país de cultura rural en busca de un buen patrón.

El maquillado

En la acera de enfrente, se apostó a otro marketing y a otra manipulación. La campaña del FSLN fue diseñada a la defensiva. Se disfrazó al partido con otros colores y se presentó al candidato como lo que nunca ha sido ni para sus seguidores ni para sus adversarios. La apuesta fue estética. Se vendió la idea de que "creer en Daniel", creer que "Daniel merece una segunda oportunidad" era ya, en sí mismo, apostar por un programa político, que siempre apareció tan desdibujado como el horizonte utópico de la tierra prometida, idea central de la campaña sandinista. Apelando al perdón, a Dios y al amor, el FSLN diluyó historia, principios, estilo y propuestas para embarcarse en una campaña seudoreligiosa que trataba de ocultar no sólo la problemática historia de los años 80 sino los problemas reales del país del siglo XXI y los límites que el FSLN de los años 90 ha tenido para enfrentarlos. Al final, resultó más creíble para los votantes el yo soy yo de Bolaños que el yo cambié de Ortega.


Sin libertad y con miedos

Todo el proceso electoral que culminó con la jornada del 4 de noviembre del 2001 estuvo signado por la falta de libertad. Pero el mayor atentado contra la libertad de los electores no lo cometieron las presiones de la propaganda antidanielista o las declaraciones de funcionarios estadounidenses adversas al FSLN. La cometieron, de previo, los dos partidos que se disputaban el voto, PLC y FSLN, que pactaron una ley electoral escandalosamente excluyente que les allanara el camino a los dos, y que obligó a tantos votantes a elegir, entre dos males, el mal menor.

Todo el proceso electoral estuvo signado también por el miedo. Más exactamente, por los miedos. Miedos provocados por una parte y por la otra. Los liberales alimentaron el miedo a un regreso de Daniel Ortega al gobierno, tratando de inducir la idea de que Nicaragua retornaría mecánicamente a la guerra y a los problemas de los años 80. Los malos recuerdos que el candidato Ortega -aun cuando no pronuncie un solo discurso- evoca en la memoria de la mayoría de la población facilitaban esta propaganda.

Por su parte, los sandinistas alimentaron el miedo a la llegada de Bolaños al poder, identificándolo con un mecánico continuismo del gobierno Alemán, intentando infundir la idea de que esta eventualidad representaría el tiro de gracia para los pobres por ser Bolaños un títere de Alemán. Los muchos y justificados rechazos que el Presidente Alemán provoca en la mayoría de la población facilitaban esta propaganda.

Hubo otros miedos. En una campaña electoral no sólo generan miedo las noticias o la publicidad en los medios. También pueden ejercer una presión intimidante, por ejemplo, los activistas electorales. ¿Qué infunde más miedo: un spot publicitario que en la TV habla de guerra o un "comando" que en una comunidad trabaja para un partido y que es conocido por la población como persona vengativa y agresiva? Ambas presiones existieron en un proceso en el que se ejerció una calculada presión para polarizar a todo el electorado. La tensión bipartidista amedrentó. La única salida que tiene el elector en un escenario tan cerrado como el que se construyó es soportar estoicamente presiones y miedos y refugiarse en la secretividad del voto.

Trágico 11 de septiembre

Los actos terroristas ocurridos el 11 de septiembre en Estados Unidos -analizados de forma notablemente superficial por la sociedad y los medios nicaragüenses, tanto de derecha como de izquierda- brindaron a los liberales un imprevisto argumento para reforzar su campaña del miedo a Daniel Ortega, que también tenía en algunos de sus amigos de allende los mares un flanco débil y bien conocido. La campaña que vinculaba a Daniel Ortega con el terrorismo internacional se desarrolló fundamentalmente a través de spots televisivos que insistían en el peligro que para Nicaragua representaría la victoria de Ortega.

Esta campaña resultó saturante y si perjudicó al FSLN, tuvo también efectos bumerang. Varias preguntas en las últimas encuestas, que buscaban medir la credibilidad que tenían estos mensajes y su impacto entre los electores, indicaron que una mayoría los rechazaba: dos terceras partes de los encuestados estaban en desacuerdo con este tipo de publicidad y no vinculaban al FSLN con el terrorismo.

Es responsabilidad de todo partido político competir con candidatos lo menos vulnerables posibles. Y también, enfrentar con un discurso creíble y coherente los ataques que considera arteros. No fue ése el camino elegido por el FSLN. Eligió no hablar y hacer más rosado y más dulce el envase del "producto que vendía", lo que provocaba el efecto contrario: recordar lo que buscaba evadir.

Al día siguiente de los ataques terroristas, el FSLN llenó Managua con mantas que proclamaban una nueva consigna: El amor es más fuerte que el odio, buscando responder así a la campaña antidanielista. La propaganda se llenó de más flores y de más mensajes de amor. En varias declaraciones, la diseñadora de la campaña sandinista, Rosario Murillo, citando a Gandhi y a la Madre Teresa de Calcuta, trató de insistir en el amor como la propuesta política del FSLN, y en ese espirítu envió una carta abierta a Laura Bush pidiéndole que desde Estados Unidos detuviera lo que llamó terrorismo electoral de los liberales en Nicaragua.

Amor y odio

Ese amor no fue más fuerte que ese odio. Pero, ¿es realmente odio, un odio infundado e irracional? Tras la derrota, el FSLN ha mostrado resistencia a analizarla con autocrítica. El guión se repite. En las elecciones de 1990 el FSLN, con Daniel Ortega de candidato, perdió las elecciones porque "el pueblo fue a votar con una pistola en la sien". Votar por doña Violeta significaba votar para poner fin a la guerra. Era muy válido este análisis. Pero ya para entonces los dirigentes del FSLN habían dado demasiados malos ejemplos que también explicaban la derrota.

En las elecciones de 1996, el FSLN, con Daniel Ortega de candidato, volvió a perder las elecciones "porque los liberales hicieron fraude y nos las robaron". Era evidentemente frágil este análisis, que además nunca fue probado. Para entonces, la falta de renovación y de democracia en las estructuras del partido, la falta de oposición al gobierno y de contacto con la gente, "la piñata", niveles de vida ostentosos, negocios turbios, y un acumulado de nuevos malos ejemplos explicaban muchísimo mejor lo ocurrido en las urnas.

Cinco años después, el FSLN, con Daniel Ortega de candidato, ha perdido nuevamente las elecciones "por la campaña sucia, por la infame campaña de terror que no permitió al pueblo elegir en libertad". El análisis -expuesto por el propio Daniel Ortega cuatro días después de los comicios- resulta insostenible. El no haber hecho oposición a Alemán sino pactar con él -lo que tanto oxígeno le dio a tan corrupto gobernante-, una activa política de exclusión ante cualquier opinión o liderazgo diferente dentro del partido, la voracidad de conocidos dirigentes sandinistas en la contrarreforma agraria en marcha, nuevos negocios turbios y la persistencia en arraigados y nuevos malos ejemplos, pueden explicar casi todo lo ocurrido.

Atribuir a causas externas las derrotas sandinistas sólo ha postergado el necesario debate autocrítico al interior del FSLN. De no realizarse ahora, terminará por consolidar a este partido como "la otra paralela histórica", como una permanente "segunda fuerza de derecha". Lo más grave es que esto relegará al sandinismo -que es mucho más que el FSLN aunque durante las elecciones no lo haya parecido así- a ser sólo una huella, un hito imprescindible para entender la historia nacional, pero nada más.

La injerencia del Norte

En estas elecciones, como era totalmente previsible, el gobierno de Estados Unidos tomó partido por el candidato liberal. Declaraciones de altos funcionarios del gobierno estadounidense que nos llegaban desde allá, y actitudes y declaraciones aquí en Managua del embajador de Estados Unidos, Oliver Garza, constituyeron una abierta injerencia del país más poderoso de la tierra en la política interna de uno de los países más empobrecidos del continente.

Sin embargo, achacar a esa política injerencista la derrota del FSLN es también una forma de menospreciar la inteligencia, la memoria y la voluntad del votante y la votante nicaragüenses, a la vez que es también una forma de magnificar los efectos que tiene una campaña electoral.

En ningún país, menos en Nicaragua, con una población tan politizada, una campaña electoral es una burbuja aislada de lo que se venía viviendo en el ayer y en el antes de ayer. En ningún país el espectáculo de la campaña electoral se desarrolla en un vacío histórico.

Después del 11 de septiembre, cuando el fundamentalismo estadounidense se ha embarcado en una guerra despiadada y en el control policial del mundo, los objetivos son tanto militares como simbólicos. La aversión de Estados Unidos no es sólo contra el sandinismo, es contra Daniel Ortega, símbolo de una enemistad del pasado que el gobierno de Estados Unidos, que nunca olvida, tiene aún presente.

¿Hubieran existido presiones similares con otro candidato? Nunca lo sabremos. Sí sabemos que cambiar la política injerencista de Estados Unidos es una causa perdida, pero cambiar al candidato era una causa necesaria y de futuro.

La Convergencia

Un par de meses antes de las elecciones, el FSLN se presentó ante el electorado como Convergencia Nacional, bautizando así al conjunto de alianzas electorales que, comenzando con la que llevó adelante con Agustín Jarquín y otros dirigentes socialcristianos, fue firmando con otros grupos y personalidades políticas, que se fueron colocando bajo el alero del FSLN en la medida en que las encuestas les confirmaban un probable triunfo de Daniel Ortega.

Tras una derrota electoral que no esperaban, los aliados del FSLN en la Convergencia declararon que se mantendrían unidos, que la alianza no había sido un simple recurso electoral sino que era una alianza política, una apuesta de más largo plazo. Daniel Ortega se presentó a reconocer su tercera derrota electoral rodeado de los líderes de la Convergencia y como capitán de este nuevo barco. "Ha salido fortalecido", comentaron los más leales. ¿La táctica se convertía en estrategia? ¿Con qué fin? ¿Una vía para iniciar la renovación del FSLN o la vía más elegante para encubrir la humillante derrota de Daniel Ortega? Sobre la significación de este proyecto político habla en más detalle, y con entusiasmo, en este mismo número una de sus impulsoras, la dirigente sandinista Dora María Téllez.

Preguntas, preguntas

Hay aún más preguntas que respuestas en torno a la Convergencia. Es lógico. Es mucho lo incierto. Las estructuras del FSLN, tan selladas ya por el danielismo y por años de control personalista de todas las decisiones, ¿serán capaces de emprender la aventura política que significa una alianza de este tipo? ¿Los dirigentes locales del FSLN, pequeños caudillos en sus territorios, educados en la idea de que "quien no ha sudado la camiseta" no tiene derecho ni a opinar, respetarán las líneas de trabajo emanadas del pluralismo que plantea una alianza como ésta?

¿Cómo se desarrollarán a partir de ahora, y cómo se resolverán, las postergadas disputas internas del FSLN, que pasan por cuestionar a fondo el liderazgo de Daniel Ortega y enfrentar las deseducativas consecuencias emocionales y políticas que este liderazgo provoca en las bases sandinistas? ¿Será la tarea de consolidar la Convergencia la excusa para que el FSLN continúe en el mismo punto y se prolonguen actitudes y liderazgos? ¿Sustituirá Ortega con su nuevo liderazgo en la Convergencia la necesaria renovación del FSLN, que pasa por una "convergencia interna" con las varias corrientes que hoy conviven en el FSLN y con el sandinismo disperso? ¿O será la Convergencia el "puente de plata" que se fabricará Ortega para, sin abandonar su liderazgo, preparar candidaturas que le permitan conservar un poder incuestionable?

Todas estas preguntas no sólo interesan al FSLN y al sandinismo. Interesan a Nicaragua, que necesita al sandinismo y necesita partidos democráticos. La realidad es que mientras el pueblo sandinista sea rehén del FSLN y el FSLN sea rehén de Daniel Ortega -hechos demostrados en estas elecciones- un asunto crucial para la nación estará pendiente.

La pobreza, la corrupción

En cualquiera de los dos previsibles resultados, el nuevo gobierno de Nicaragua hubiera continuado por el rumbo neoliberal y no hubiera tenido mucho margen de maniobra en el terreno económico. Nicaragua debe acordar un nuevo programa de ajuste estructural con el FMI, sus déficits internos constituyen récords históricos y el peso de la deuda externa sigue condicionándolo todo. Pero si el margen de maniobra de cualquiera de las fórmulas electas para combatir la pobreza era muy limitado, es en el combate a la corrupción donde el nuevo gobierno tiene realmente posibilidades reales de maniobrar con algún éxito.

Éste es el gran desafío del gobierno de Enrique Bolaños, que sólo podrá dar respuesta a las expectativas de más empleos y de mejoría social que despertó su campaña en un proceso que será necesariamente lento y largo, pero que podría ir más deprisa en sus promesas anti-corrupción: frenando el derroche, promoviendo la austeridad, poniendo fin a los megasalarios, al nepotismo, a la inmunidad-impunidad, al irrespeto a las leyes, empezando a deshacer algunos nudos del pacto, investigando y castigando ejemplarmente a protagonistas de algunos de los mayores escándalos de corrupción de estos últimos años, dando así pasos concretos para ir superando la corrupción que institucionalizó el gobierno de Arnoldo Alemán y el pacto liberosandinista. ¿Querrá hacerlo? ¿Podrá hacerlo?

Un mandato no débil

Los previstos resultados ajustados hacían prever un mandato débil, ganara quien ganara. Pero el mandato que ha recibido Enrique Bolaños no es débil. Aunque ese mandato surge del miedo a que Daniel Ortega regresara al gobierno, no debería alentar el antisandinismo irracional que esgrime un sector del liberalismo. Porque ese mandato surge de las necesidades y urgencias que siente una población mayoritariamente empobrecida que vio en Bolaños a un administrador más creíble, el nuevo Presidente debería empezar a dar pronto algunas respuestas que incrementen la credibilidad que la gente le otorgó con el voto.

Este mandato -y esto es particularmente significativo- también surge de la percepción de que Bolaños tiene voluntad y capacidad de castigar la corrupción, y muy especialmente la corrupción que caracterizó al gobierno Alemán. En el más importante de los discursos de campaña de Bolaños, el del 18 de octubre, que significó un giro brusco en la calculada prudencia que mantenía hasta entonces, se presentó como abanderado de la lucha contra los tres grandes vicios de nuestra cultura política y social: la corrupción, la perversión en el uso del poder y el caudillismo; y anunció, con notable determinación, que en su gobierno ¡ni Enrique Bolaños ni José Rizo ni Arnoldo Alemán ni Daniel Ortega estarán por encima de la ley!, prometiendo investigar la quiebra del INTERBANK, del BANIC y del BANADES -tras cada quiebra están los grupos de poder de los tres gobiernos anteriores-. Estas palabras y su consigna en los dos discursos de cierre de campaña en Managua y en Masaya ¡Ni piñata ni checazos!, le ganaron confiabilidad de última hora y los votos de muchos indecisos.


Buenas señales

En el terreno económico se podrán apreciar muy pronto algunas diferencias si se instaura la austeridad como nueva marca de los nuevos funcionarios públicos. A este propósito, con el que parece estar comprometido Bolaños, hay que sumar las primeras señales positivas que dio la economía, confirmando lo que una mayoría del electorado intuyó: que la elección de Bolaños significaba, en sí misma, un alivio por la total confianza que tiene en el nuevo Presidente el capital nacional, el capital centroamericano -especialmente el salvadoreño- y los organismos multilaterales.

En las dos primeras semanas después de los comicios se produjo una repatriación masiva de capitales que se habían fugado de Nicaragua a partir de la escandalosa quiebra del Interbank. Este flujo, impensable si Ortega hubiera ganado las elecciones, significó de inmediato una mejoría en el sistema financiero, un alivio a la grave escasez de reservas que el país venía padeciendo, la posibilidad de bajar la tasa de interés de los bonos del Estado CENIs y el abaratamiento del crédito.

La paradoja ahora es que cuando el sistema financiero dispone de dinero faltan los canales institucionales y las capacidades que lo hagan llegar en forma de crédito a actividades productivas y a los medianos y pequeños productores. Aun cuando el nuevo gobierno recobre la sensibilidad perdida en este sentido por el gobierno saliente, llevará tiempo crear y consolidar estos canales. Mientras, potenciar las redes ya existentes, esos casi 170 organismos de crédito que son las microfinancieras y las cooperativas de ahorro y crédito que trabajan en todo el país, es la mejor salida.


El espaldarazo

La baja en las reservas internacionales -aliviada sensiblemente por el flujo de capitales repatriados al sistema financiero nacional, que superó los cálculos más optimistas-, era uno de los obstáculos que tenía Nicaragua para negociar con el Fondo Monetario Internacional un nuevo programa de ajuste estructural. El anterior quedó "descarrilado" por los incumplimientos del gobierno Alemán.

Dos semanas después de ser electo, Enrique Bolaños viajó a Washington. Llegó en la mejor posición: con "un mandato claro" -como viene diciendo desde el 5 de noviembre- y con la prueba más tangible de la confianza que en él se deposita: las arcas de los bancos recuperándose. Salió mejor que llegó: con la promesa de un apoyo total de Estados Unidos, que abogará por nuevas oportunidades para Nicaragua ante el FMI y el Banco Mundial.

Con estas bazas, podría esperarse que el gobierno Bolaños logre acelerar el proceso de culminación que permita a Nicaragua ingresar plenamente en el año 2002 en la Iniciativa para Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC), lo que ayudaría a aliviar el grave déficit fiscal y permitiría a Bolaños cumplir algunas promesas de su campaña relativas a mejoras en la educación y la salud.


El ganador del pacto

El resultado de las elecciones del 4 de noviembre puede también leerse, si no como un castigo al pacto, sí como un rechazo a los dos caudillos pactistas. El antidemocrático pacto PLC-FSLN que diseñó estas elecciones, fue defendido siempre por el FSLN porque era la única vía para que los sandinistas volvieran a ser gobierno -"teniendo a nuestra gente como funcionarios en el CSE no nos robarán las elecciones", "con menores porcentajes para ganar lograremos superar el antisandinismo"-. Una estrategia fracasada, por achacar las anteriores derrotas a las causas externas. Resultado: el FSLN perdió las elecciones, las ganó Enrique Bolaños y es Arnoldo Alemán quien ha ganado más con el pacto.

La sombra

El mayor problema post-elecciones es la gruesa sombra de Alemán tratando de perpetuarse en el frágil escenario nacional. El nuevo cargo que Arnoldo Alemán se ganó en el pacto -es diputado sin haber sido elegido y se proyecta como Presidente del Legislativo- le garantiza cinco años más para continuar amasando su forturna e imponiendo su voluntad.

Desde días antes de las elecciones, afectado por el síndrome de quienes dejan el poder -en opinión jocosamente lanzada por el propio Bolaños-, Alemán empezó a denunciar que existía una conspiración contra él. Y desde el día siguiente de las elecciones, comenzó a hacer declaraciones carentes de la mínima mesura, orientadas a ostentar ya el poder del que gozará en la Asamblea para buscar confrontaciones.

Anunció que impulsaría una ley contra la libertad de prensa argumentando que existía un monopolio de la opinión pública -tuvo que retractarse por la presión de todos los sectores sociales-, anunció que impulsaría otra ley para destituir a los jueces corruptos -la Corte Suprema le tuvo que recordar que ésa era atribución exclusiva de la Corte-, trató de decretar una emergencia y suspendió un viaje a El Salvador afirmando que en Nicaragua se preparaba un baño de sangre para desconocer los resultados electorales y asesinar a Enrique Bolaños.


Incierto y frágil escenario

Alemán pretende seguir controlando el PLC. Ejerce control sobre la mitad de los magistrados de la Corte Suprema. Controla en el Legislativo la bancada de diputados liberales que él mismo seleccionó para ocupar esos escaños. Pretende controlar el Legislativo desde el cargo de Presidente de ese poder. Y con todos estos poderes pretende controlar al Ejecutivo. El desafío que tiene ante sí Enrique Bolaños para frenar, neutralizar o convivir con este poder, autoritario, arbitrario y estrafalario, es muy complejo.

El ajedrez político será intenso. Si Bolaños logra atraerse -¿podrá hacerlo sin recurrir a comprar voluntades con prebendas y "cañonazos"?- a un sector de los diputados liberales, dividiendo la mayoritaria bancada de 53 diputados liberales entre bolañistas y alemanistas, se formarían de hecho tres bancadas en el Parlamento, lo que le daría una dinámica menos cerrada a esta nueva Asamblea nacida del pacto. ¿Podría estabilizarse tan frágil escenario? ¿Y a quién apoyarán los 38 diputados sandinistas: a los bolañistas o a los alemanistas? Dirigentes sandinistas han reiterado que Daniel Ortega negocia más cómodamente con Alemán que con Bolaños.

En este contexto, no puede descartarse una segunda etapa del pacto Alemán-Ortega, cuyos alcances y duración nunca quedaron claros. Sería un repacto en el Legislativo orientado a obstaculizar al Ejecutivo y eventualmente a recortarle el período de Bolaños, transformando la actual Asamblea danielista-alemanista en una Asamblea Constituyente. Este escenario, el peor de todos, es posible recordando que la base del pacto fue, y sigue siendo, el reparto a dos bandas, entre dos carteles políticos y económicos, de territorios de corrupción y de impunidad. ¿Servirá la necesidad que Daniel Ortega tiene hoy de la Convergencia -que dícen rechazarían este repacto- como freno para no dejarse caer en esa tentación?

Sin cheque en blanco

Le tocará a Enrique Bolaños distanciarse -de varias maneras- de la antidemocrática y dañina forma de hacer política de los dos caudillos, Arnoldo Alemán y Daniel Ortega. Nos tocará a los medios, a la sociedad civil, a toda la nación, respaldarlo en esta empresa, sin darle ningún cheque en blanco pero concediéndole, sí, un inicial voto de confianza.

Nos tocará, sobre todo, tratar de fortalecer al movimiento social para que gane en autonomía y en propuestas creativas y constructivas. Nos tocará seguir luchando por multiplicar la organización de la gente, para abrir los espacios que el pacto cerró y para inaugurar procesos realmente democráticos de participación, espacios que no nos garantizan ni los votos ni el nuevo gobierno ni el partido de oposición.

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