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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 235 | Octubre 2001

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Nicaragua

La cultura política de las tres Nicaraguas

La última encuesta de IDESO-UCA nos brinda algunas pistas para avanzar en la necesaria investigación sobre la cultura política nicaragüense.

Marcos Membreño Idiáquez

La imagen de Nicaragua como un solo país es una ficción construida por el patrioterismo escolar. La realidad nos muestra varias Nicaraguas. Debido a sus marcados contrastes climáticos, orográficos, económicos, demográficos, tecnológicos, socioculturales y político-institucionales, el territorio de eso que administrativa y jurídicamente se llama Nicaragua, aparece fragmentado al menos en tres Nicaraguas: la del Pacífico, la del Centro y la del Caribe. Cada una de estas tres grandes franjas territoriales son algo más que tres "regiones" geográficas distintas. En la vida real, constituyen tres "países" distintos, tres Nicaraguas distintas.

Los resultados de una encuesta realizada entre el 1 y el 4 de septiembre por el Instituto de Encuestas y Sondeos de Opinión (IDESO) de la UCA, con el auspicio de la Embajada Real de Dinamarca y la Iglesia Sueca (SKM), corroboran que, también desde el punto de vista de su cultura político-electoral, Nicaragua se desagrega en tres Nicaraguas. La encuesta se aplicó a 1,800 personas en todo el territorio nacional, incluyendo la Región Autónoma del Atlántico Norte y la del Atlántico Sur, con un margen de error del ± 2.3% y una confianza del 95% para la estimación de los principales parámetros. Del total de las personas encuestadas, el 59.7% habitan en el Pacífico, el 29.2% en el Centro y el 11% en el Caribe. Las cantidades de entrevistados en cada región ofrecen una base estadística razonable para hacer una comparación entre las tres Nicaraguas reales.


¿Qué tipo de cultura caudillista?

El fenómeno del caudillismo en la política nicaragüense ha ocupado la atención de todos nuestros analistas. Pero en la mayoría de los casos, sus reflexiones son el resultado de elucubraciones que parten de lo que ellos alcanzan a observar a su alrededor, en el entorno más inmediato del puñado de personas con las cuales conviven o se relacionan socialmente en su barrio, su lugar de trabajo o su red de amistades. Fuera del círculo más o menos reducido en que se desenvuelve su vida cotidiana, el material empírico que toman como base para sus ensayos filosófico-políticos se limita por lo general a lo que hacen o dicen los presuntos caudillos; un hacer y un decir al que ellos, además, suelen tener acceso sólo indirectamente, a través de la prensa, la radio o la televisión.

En los casos más privilegidos, algunos de los analistas -los que han tenido la oportunidad de codearse directamente durante largo tiempo con los caudillos en calidad de colaboradores políticos o técnicos; u otros, los que reciben los suculentos chismes de primera mano de labios de quienes pertenecen al pequeño grupo de allegados al que todos llaman con veneración el hombre o el jefe- pueden jactarse de tener mayor y mejor información de la que transmiten a la opinión pública los medios.

No obstante, incluso los analistas políticos que conocen a fondo a un determinado caudillo político, como para analizarlo y opinar sobre él con propiedad, no conocen más que una de las caras de esta moneda: la del caudillo. Suelen desconocer o conocer bastante mal la otra cara del fenómeno del caudillismo: la de quienes simpatizan, creen y siguen al caudillo. Para conocer esa otra dimensión, hace falta ir más allá del pequeño mundillo en el que vive y trabaja el analista político. Y hace falta, si se quiere evitar la especulación literaria o filosófica, tener acceso a una información de otra naturaleza y de otra magnitud. Las encuestas son una vía privilegiada, aunque no la única por supuesto, para conocer la mentalidad y la cultura política de las muchedumbres seducidas por esos singulares personajes que son los caudillos políticos.

Uno de los objetivos de la encuesta de IDESO-UCA era precisamente explorar el grado de arrastre que puede generar un líder político entre sus simpatizantes. Imaginamos una escala de medición en la que colocar en uno de sus extremos a los seguidores "fanáticos" del caudillo, dispuestos a realizar cualquier clase de sacrificios por su líder, y en el otro extremo a los simpatizantes "prudentes", reacios a comprometerse excesivamente con la persona o la causa enarbolada por el caudillo.

Según los resultados de la encuesta IDESO-UCA, el fanatismo político no parece ser la actitud o la mentalidad predominante en ninguna de las tres regiones nacionales. Sin embargo, existen diferencias significativas. Los datos empíricos recopilados indican que la Nicaragua del Caribe es la que parece menos dispuesta a realizar demasiados sacrificios por los líderes políticos con quienes simpatiza. La Nicaragua del Centro y, en menor grado, la del Pacífico, en términos relativos, albergan los mayores porcentajes de fanáticos de los caudillos. El cuadro recoge los sacrificios que sugerimos a los nicaragüenses de las tres Nicaraguas para conocer si estarían dispuestos a hacerlos por sus líderes.

Nótese que, en general, la disposición a realizar sacrificios por un líder político comienza a disminuir proporcionalmente a partir del momento en que se pone en riesgo la propia situación económica. Obsérvese también que entre los "centreños" tiende a haber más fanáticos caudillistas. Se debe probablemente al predominio del "patrón" de la finca cafetalera y ganadera, o al comerciante-prestamista que financia la producción campesina y compra la cosecha "a futuro".

¿Cuánta identificación Estado-Partido?

Cada vez que, por diferentes razones -reducción del gasto público, privatización de empresas públicas, recortes presupuestarios-, el gobierno Alemán se ha visto obligado a despedir empleados públicos, lo habitual ha sido dejar sin empleo a quienes no pertenecen al partido gubernamental, el PLC. En la medida en que esta política se ha institucionalizado, el Poder Ejecutivo ha contribuido a alimentar la confusión entre el Estado y el Partido, entre el funcionario público y el militante o simpatizante del partido en el gobierno.

En la encuesta realizada por IDESO-UCA, preguntamos si cada nuevo Presidente debía adoptar la práctica de "la escoba". Las respuestas de los habitantes del Pacífico, del Centro y del Caribe presentan diferencias significativas. En términos relativos, los caribeños (68.2%) son los más reacios a que se despida a los funcionarios públicos que no pertenecen al mismo partido político del Presidente de la República. Los pobladores del Centro del país son quienes aparecen más tolerantes ante la partidarización del empleo estatal, quizás porque viven en la que es probablemente la zona más polarizada de Nicaragua, donde la guerra creó una cultura de desconfianza y de exclusión a ultranza del adversario político. Animados por este espíritu, los "centreños" sólo parecen sentirse representados por los funcionarios públicos que pertenezcan a su propio partido y que posean su misma ideología. Aun a pesar de esto, la mayoría de esta población se opone a esta práctica (58%), aunque es una mayoría menor en 10.2 puntos a la que se detectó en el Caribe. Los habitantes del Pacífico se sitúan casi a medio camino de las posiciones de caribeños y "centreños": el 64.2% no está de acuerdo con el desempleo por razones partidarias.



¿Y el autoritarismo presidencial?

Otro rasgo del actual gobierno liberal ha sido el autoritarismo del que ha hecho gala el Presidente de la República. Pero no es ésta una característica exclusiva de Arnoldo Alemán. Se trata de un rasgo predominante en la historia republicana de Nicaragua.

No deja de sorprender el constatar que en los tres "países" que conviven en Nicaragua la mayoría de sus gentes parecen simpatizar con el autoritarismo presidencial. El máximo de simpatías lo encontramos entre los "centreños" (83%) y el mínimo entre los caribeños (63%). En términos relativos, es la Nicaragua caribe la que cuenta con más opositores (37%) al autoritarismo del titular del Ejecutivo. Es bastante razonable suponer que tal oposición no posee el mismo significado que la que existe entre los habitantes del Centro, donde el rechazo es del 16.3% y los del Pacífico, donde es del 26.4%. En el Caribe el rechazo al autoritarismo presidencial posee un componente étnico y expresa una reivindicación autonómica frente al poder mestizo centralizado y simbolizado por las autoridades de Managua. Rechazan un poder "nacional" detentado por otra región o "país", la Nicaragua del Pacífico.

Sería interesante explorar, en futuros estudios, si las mayoritarias simpatías que manifiestan los habitantes del Centro y del Pacífico por el autoritarismo presidencial guarda o no alguna relación con la figura del "patrón", entendiendo éste como el propietario privado (rural o urbano, empresarial o micro-empresarial) que manda sobre peones, colonos u obreros y/o como el jefe burocrático (estatal o privado) con mando sobre empleados y trabajadores. A simple vista, la situación sería diferente en el Caribe, donde la figura de ese "patrón" pierde fuerza al coexistir con la propiedad "comunitaria" de la tierra. Otro dato revelado por la encuesta es que para los ciudadanos del Centro (68.8%) y del Pacífico (63%) la opinión de su jefe -como información indicativa para decidir por quién votar en las elecciones- tiene mayor importancia de la que posee entre los caribeños (51%).

¿Y la independencia entre los Poderes?

Las simpatías mayoritarias que despierta en las tres regiones el autoritarismo presidencial parecieran estar en contradicción con el rechazo, igualmente mayoritario, que provoca en las mismas tres regiones, la subordinación de los distintos Poderes del Estado a la autoridad del Ejecutivo.

El respaldo a la independencia entre los Poderes del Estado se constató en dos planos distintos. El primero, el rechazo a que la mayoría de los diputados de la Asamblea Nacional pertenezca al mismo partido del Presidente de la República. Los costeños van a la cabeza: el 70.7% manifiesta esta desaprobación. Los "centreños" se sitúan a la cola: un poco más de la mitad (54.5%) no respalda el control de la Asamblea Nacional por el mismo partido político que detenta el Poder Ejecutivo. En el Pacífico el 60.7% lo desaprueba.

El segundo plano en el que se buscó medir el nivel de respaldo a la independencia entre los Poderes del Estado fue el rechazo a que el poder del Presidente de la República se sitúe por encima del poder de la Asamblea Nacional. Los caribeños (70%) van en cabeza y los "centreños" (48.1%), también en este tema, van a la zaga de las tres regiones. La clara preferencia de los caribeños por la democrática independencia de los Poderes del Estado está también teñida, muy probablemente, por sus reivindicaciones autonómicas frente al Ejecutivo y por la demanda de mayores cuotas de poder real para los gobiernos regionales sobre población, territorio y recursos, sin las constantes e ilegales intromisiones del Ejecutivo desde Managua.

¿El tráfico de influencias y el nepotismo?

El llamado "tráfico de influencias" en la administración pública es una práctica reñida con la institucionalidad democrática, ya que la democracia se rige según reglas del juego burocráticas y abstractamente impersonales, mientras que el tráfico de influencias obedece a una lógica diametralmente opuesta: la de las relaciones informales y personales. En Nicaragua, el tráfico de influencias se inscribe en el marco del "amiguismo". Más exactamente, en el de la amistad. Para una mayoría, el tráfico de influencias dentro del aparato estatal está basado en una relación entre amigos, en una relación de amistad que surge y se reproduce gracias a un permanente "intercambio de favores" entre dos personas que buscan ser amigos o que ya lo son, y que lo son precisamente porque, en algún momento del pasado, han intercambiado favores entre sí.

Siguiendo a Marcel Mauss -a quien muchos consideran el padre de la antropología francesa- hablaríamos de un intercambio de "dones" o "regalos", que pueden adquirir la forma de bienes o servicios materiales o simbólicos. Estos intercambios obedecen a la lógica de la "reciprocidad", realidad omnipresente en la vida social de los seres humanos. Según esta lógica, cada favor recibido crea una deuda que debe ser pagada o compensada con otro favor, más o menos equivalente, según las culturas y los contextos sociales. Quien no actúa según esta regla es considerado un malagradecido. No pagar un favor con otro favor es una actitud condenable éticamente en la mayoría de los grupos, sociedades y culturas.

La encuesta de IDESO-UCA mostró que en las tres Nicaraguas este tema tiende a dividir a la población en dos grandes bloques de casi igual tamaño. Aprueban el tráfico de influencias: en el Centro el 55.8% de los encuestados; en el Pacífico el 52.2%; y en el Caribe el 44%. En el Caribe es probable que el más bajo porcentaje de aceptación se explique porque la población caribeña percibe que las violaciones del Poder Ejecutivo a la autonomía adoptan frecuentemente la forma de un "tráfico de influencias".

Es probable que sea ésta la misma razón por la que los caribeños (78%) tienden a condenar, más que los habitantes del Pacífico (73%) y los del Centro (62%), la práctica del nepotismo en el Estado, percibida como una amenaza real o potencial a sus reivindicaciones étnicas y autonómicas como región. En la vida real, en una sociedad como la nicaragüense, donde las relaciones de amistad tienden a confundirse o a transformarse, a veces casi imperceptiblemente, en relaciones de semi-parentesco -como ocurre con los lazos que crea el compadrazgo, la adopción de los "hijos y las hijas de crianza", las ramificaciones de la gran familia "extensa" o "ampliada"- resulta comprensible que las reglas que rigen las relaciones entre parientes -eso es el nepotismo-, sean casi las mismas o muy semejantes a las que regulan las relaciones entre amigos -eso es el tráfico de influencias entre personas que no son parientes sanguíneos-. Por otra parte, desde el punto de vista de la teoría antropológica, las relaciones de parentesco y las relaciones de amiguismo -o de amistad entre no consanguíneos- comparten, en el fondo, el mismo carácter esencialmente informal y personalista, opuesto al carácter burocrático e impersonal de lo que es o debería ser la democracia como modelo ideal.

¿El candidato menos malo?

En las tres Nicaraguas, la mayoría de los ciudadanos considera que los candidatos electorales son promesantes incumplidores. Prometen y prometen, pero nunca cumplen sus promesas, así opina una mayoría: el 76% en el Pacífico, el 72% en el Caribe y el 68% en el Centro. Recuérdese que el Caribe tiene una mayor experiencia de desencantos electorales: 6 elecciones desde 1984, mientras en el Pacífico y en el Centro ha habido sólo 4 elecciones durante esos mismos 17 años.

Parece existir también una especie de aceptación resignada y fatalista de esa forma de corrupción que es el enriquecimiento ilícito de los funcionarios públicos. No importa que se enriquezcan ilícitamente un poco, con tal de que hagan cosas buenas en beneficio del pueblo: éste es el razonamiento explícito de un sector significativo del electorado en cada una de las tres regiones: el 47.2% de los "centreños", el 41% de los "pacifiqueros" y el 32.3% de los caribeños. Esta mentalidad se vincula naturalmente con la opción por el candidato "menos malo" en lugar de la opción por el candidato más idóneo e ideal. Refleja, por supuesto, un retroceso en el fortalecimiento de la democracia. Pero es también una señal -preocupante- de la impotencia de la ciudadanía ante tanta corrupción y ante tantos corruptos que quedan en la impunidad, amparados por la inmunidad que les otorga la ley, el dinero o el uso de la fuerza.

Sería interesante explorar, en posteriores estudios sobre la cultura política nicaragüense, el tipo y el grado de correspondencia que puede existir entre, por un lado, el "promesante político" -candidato electoral que le formula promesas al pueblo- y el "promesante religioso", que le hace promesas a un ser divino y trascendente. Este vínculo entre política y religión es un anchísimo campo de investigación todavía poco explorado en Nicaragua. Un estudio de estas pautas ofrecería importantes pistas para adentrarnos en las interioridades de la cultura política de los nicaragüenses, premisa importante para conocer mejor cómo motivar y acompañar a una mayor proporción de la población por los cauces de la conciencia ciudadana, de la participación y de la democratización de sus vidas.

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