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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 230 | Mayo 2001

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Nicaragua

Malpaisillo: "A las mujeres nos cambió la vida"

Cambiar la vida de las mujeres podría cambiar la vida de Nicaragua. La experiencia de la organización de mujeres de Malpaisillo nos pone en la pista, nos regala claves, cambia muchas de nuestras decepciones por esperanzas.

José Luis Rocha

Malpaisillo es un municipio del departamento de León, un núcleo vital de poco más de 32 mil habitantes en un desierto de 888 kms², 46 comunidades salpicadas sobre una aridez contra la que uno supone que debería rebotar el optimismo más pertinaz. Hasta en el nombre, este lugar carga con la referencia peyorativa, como un estigma acusador, resabio de algún pecado original: la faja de piedra volcánica llamada Malpais, bordeada en el siglo pasado por una ruta comercial de carretas que iba de León a Matagalpa y Jinotega. Una tristeza agria parece recorrer el trayecto escasamente adoquinado que une a Malpaisillo con la Paz Centro. El aire caliente se detiene a ratos, apenas agitado por unos pequeños pájaros azules que ocasionalmente cruzan la carretera y reposan en algún jícaro.

La mayor parte de la vegetación son arbustos languidecientes y resecos que esperan una resurrección en verde en un invierno que se hace rogar. El consumo doméstico e industrial de leña -para las fábricas artesanales de ladrillo asentadas en los alrededores- ha ido mermando el bosque hasta aniquilarlo. A la vista está el Cerro Negro y el Momotombo, y hacia el norte continúa la cadena volcánica: el Telica, el fatídico Casitas -desplomado con el Mitch-, el Chonco, el San Cristóbal y el Cosigüina. La amenaza es constante. Los cerros exhiben sus cucuruchos pelones, mientras algún surco de fuego se desplaza sobre ellos convirtiendo en cenizas la vegetación seca. Algo así debió ser la Comala de Pedro Páramo.

A Malpaisillo el gobierno no ha llegado ni con sus cacareadas obras ni con sus gloriosas palabras. La alcaldía ha estado siempre en manos del FSLN. Para el gobierno liberal, Malpaisillo es una cantera electoral de muy baja rentabilidad. Para completar el cuadro, y como todos los municipios ex-algodoneros, Malpaisillo es un territorio emisor de migrantes, que corren en busca de un modesto sueño costarricense.


En el principio fue una clínica móvil

Fuego de sol arriba, aire candente en medio y fuego de magma abajo. Cualquiera se pregunta si en esa estepa mustia algo podrá fructificar, si de estas piedras podrá salir algo bueno. Pero así como ahora se sabe que en este desierto el agua está a flor de suelo, Malpaisillo ha ido develando secretas potencialidades. Las mujeres son aquí las protagonistas de un inusitado despliegue de vigor, palabras y sueños que ni las tolvaneras arrastran ni el sol achicharra ni la endémica sequía marchita. La historia de este boom femenino y feminista comenzó hace diez años con la idea de tres concejalas del FSLN de fundar una clínica móvil dedicada a atender la salud reproductiva y sexual de las mujeres, ofreciéndoles servicios de papanicolau, de detección del cáncer cérvico uterino y de las enfermedades de transmisión sexual, así como la divulgación de conocimientos sobre métodos anticonceptivos y de control sobre el embarazo, el parto y el postparto.

Se propusieron hacer algo distinto, que resultó ser también de incuestionable utilidad. La clínica ha contribuido a disminuir la mortalidad femenina, especialmente la mortalidad materna. Según cifras oficiales del FNUAP (Fondo de Población de las Naciones Unidas), 133 mujeres mueren en Nicaragua por cada 100 mil embarazos. Son varias las causas de tan alta tasa. El 55% de los nacimientos ocurre en las zonas rurales, donde el tiempo promedio de acceso al centro de salud más cercano es superior a una hora. La cobertura nacional del control prenatal es escasa. En 1998 tocó sólo al 69% de las mujeres en el área rural. Más de la mitad de los casos de muerte materna no recibieron ningún control prenatal. Casi un tercio de las muertes maternas fueron de adolescentes.

Diez años llenando vacíos

En Malpaisillo, la clínica de las mujeres organizadas lleva diez años trabajando para llenar esos y otros vacíos. Entre sus servicios, informa y facilita diversos métodos anticonceptivos. Ha tocado así otra área donde se detectan enormes carencias. En el área rural sólo el 51% de las mujeres recurre a anticonceptivos. Una encuesta del FNUAP reveló que las mujeres nicaragüenses están teniendo más hijos de los que realmente desean: tres cuartas partes de las encuestadas manifestaron su deseo de limitar o espaciar el número de hijos. De acuerdo a esta encuesta, si las mujeres pudieran evitar todos los hijos no deseados, la tasa de fecundidad de Nicaragua -una de las más altas del planeta, una seria limitante para el desarrollo sostenible- se reduciría en un tercio. Un adecuado control de la tasa de crecimiento poblacional contribuye a mejorar las condiciones de vida.

Un estudio del FNUAP ha demostrado que los hogares nicaragüenses con mayor número de personas dependientes tienen más probabilidades de ser pobres que los que tienen menos miembros. El incremento de un hijo o hija adicional aumenta la probabilidad de ser pobre en 10 puntos porcentuales y esa probabilidad llega a ser de 69% cuando el hogar tiene tres niños menores de 5 años. En promedio, los hogares pobres de Nicaragua tienen más de siete miembros. Entre las adolescentes, todas las cifras se tiñen de gravedad.

La mortalidad infantil de niños de 1-11 meses, hijos de madres adolescentes, es de 34 por mil nacidos vivos. Esa tasa es de 21 por mil entre las mujeres de 20-29 años. Las adolescentes usan anticonceptivos en un nivel muy bajo, incluso quienes hacen vida conyugal: el 61% de las que viven en unión de hecho no usa anticonceptivos, no obstante el elevado riesgo que corren al embarazarse. El 71% de las adolescentes que estaban embarazadas o ya tenían hijos al momento de la encuesta del FNUAP confesó que esos hijos eran deseados por ellas. La cultura patriarcal tradicional se convierte en una presión social que hace de la maternidad un sello de identidad, autoafirmación y reconocimiento comunitario para una mayoría de mujeres, especialmente en el mundo rural.

La política empezó por el cuerpo

En Malpaisillo han buscado y encontrado fuentes de autoafirmación y autoestima que no sacrifiquen la autonomía de las mujeres ni hipotequen el futuro. El cambió inició con el cuerpo. Muy pronto, el trabajo de la clínica móvil, que empezó con cinco mujeres, se extendió a una labor concientizadora que hiciera percibir a las mujeres su papel social para acentuarlo y hacerlas avanzar en autonomía y capacidad de decisión. El aparentemente inocuo servicio de una clínica, al que se podía haber colocado la etiqueta de asistencialista, se convirtió en el germen de una organización que hoy alcanza ya a 800 mujeres y que, a juzgar por todos los signos -la cobertura de 32 comunidades, el entusiasmo, los recursos, el creciente abanico de proyectos de variopinta temática-, da todas las señales de ser un proceso en ascenso y consolidación. El que la clínica inicial adoptara la modalidad ambulante para llevar los servicios hasta el último rincón, contribuyó a expandir una organización audaz, porque busca cuestionar las relaciones de poder tradicionales y dar poder a quienes nunca lo tuvieron. Tenía que ser así. Como recuerda Mertxe Brosa, una de las fundadoras, todas veníamos de la política y todas seguimos haciendo política, porque trabajar en procesos de empoderamiento es hacer política.

Las privadas de todo -vida pública, acceso a educación, toma de decisiones, control de su propio cuerpo, palabra propia -se convirtieron en las priorizadas de una iniciativa que cuajó en una asociación denominada Centro de Orientación Familiar y Educación Sexual Xochilt-Acalt al que todas y todos en Malpaisillo se siguen refiriendo como "la clínica", por sus orígenes y por la que quizás sigue siendo la rama de la organización con mayor impacto en los nervios de la cultura. Porque es a partir del conocimiento que las mujeres adquieren de su propio cuerpo y de la visión de género con la que aprenden a defenderlo, amarlo y cuidarlo, que se han ido disolviendo los múltiples tabúes de la cultura machista, que han ido cayendo, uno empujando al siguiente, como una larga fila de fichas de dominó alineadas, las piezas opresivas de una cultura que siempre las subordinó.

Contra correinte y a toda vela

Organización de mujeres y trabajo con mujeres. Dos pivotes contraculturales. En los años 80 hablar de organización era una consigna, un cliché. Vicente y toda la gente estaban dispuestos a organizarse al primer silbido. Pero hacerlo en el umbral del siglo XXI, con la alergia al colectivismo que ha contagiado el neoliberalismo y el afán de los expertos y hacedores de desarrollo de presentarse como técnicos ajenos a todo lo que huela a política, es casi una temeridad. Y, sin embargo, se mueve. La organización prospera. Las palabras de las mujeres van convenciendo a otras mujeres y el ejemplo arrastra. Las madres integran a sus hijas, las muchachas convencen a sus madres, y la organización se fortalece contra todos los pronósticos que apuestan por el desencanto, y contra tantos datos que generan una apatía generalizada hacia lo político.

Hacer una opción preferencial por las mujeres y -ojo con el punto polémico- una opción exclusiva por ellas no parece tan osado. Hoy, los dólares llueven a cantaradas para quienes adoptan el enfoque de género. Huertos y créditos, talleres y muchas otras iniciativas son impulsadas por la cooperación externa entre las mujeres de Nicaragua. Pero ¿cuántos de estos programas han tenido éxito? Si mañana se suprimiera el crédito, los talleres, ¿qué huella habrían impreso estos programas en sus beneficiarias? Menos huellas pueden quedar aún si se trabaja en el sector rural, donde el machismo se ha enquistado al punto de convertir a las mujeres en sus más devotas replicadoras. No es un tópico desprovisto de fundamento el que insiste en la granítica barrera cultural que enfrenta en el campo la teoría de género, el feminismo y cualquier programa con enfoque de género. Y, sin embargo, se puede. ¿Cómo ha llegado a contar con 800 miembras la organización de mujeres de Malpaisillo? ¿Cuál es el secreto de su éxito? ¿Dónde ha estado la diferencia? ¿Qué ha sido aquí lo intangible?

En las catacumbas de la economía

El proyecto tenía que hacer algo, que hacer mucho, por situar en una posición económica más favorable a las mujeres, en un municipio especialmente empobrecido. La precaria situación laboral de las mujeres está en el centro neurálgico de su estrategia. De acuerdo al Fondo Internacional del Desarrollo Agrícola -extremadamente interesado en los últimos años en mejorar las condiciones de las mujeres del Tercer Mundo-, en los países de América Latina, el 75% de las mujeres realiza tareas domésticas no remuneradas y apenas el 9% obtiene ingresos por trabajos no agrícolas. Las mujeres tienen muchos espacios en la economía, especialmente en las familias, comunidades y países donde predomina la agricultura de subsistencia. Pero son los espacios de una versión subterránea de la economía: tareas domésticas, cultivo de frutales y hortalizas, recolección de leña, acarreo del agua...

Para que las mujeres salgan de las catacumbas de la economía hay que dar un mentís a la muy arraigada convicción cultural según la cual "las mujeres tienen que dedicar mucho tiempo a los hijos, al marido y a la casa, y por eso no interesan desde el punto de vista económico."

Una encuesta realizada en Nicaragua en 1996 por el FIDEG (Fundación Internacional para el Desarrollo Económico Global) encontró que el 40% de las mujeres nicaragüenses en el área rural están empleadas, el 3% desempleadas y el 57% inactivas, lo que quiere decir que en el momento de la encuesta no estaban trabajando por realizar labores domésticas, ser estudiantes o ser pensionadas. De las mujeres ocupadas en el área rural, el 45% se dedicaba a labores agropecuarias y el 54% a comercio/servicios. Pero sólo el 26% recibía salarios y apenas el 1% eran dueñas de una empresa. El 31% trabajaba por cuenta propia y el 42% para una empresa familiar, sin remuneración.

Confinadas, recluidas, cautivas en la esfera privada, porque el varón se enseñorea de la esfera pública, las mujeres ven su estatus social minimizado. El trabajo humaniza, socializa, es fuente de conocimientos. Pero el trabajo femenino en la reclusión del hogar deshumaniza e individualiza, es expresión del cerco que se ha querido imponer a las ideas de las mujeres, de la encerrona que busca subdesarrollar su mente. El 70% del tiempo dedicado al acarreo de agua, el 21% del tiempo en acarreo de leña, el 98% en preparación de alimentos, el 98% en el cuido de niños, el 94% en la limpieza de la casa y el 60% en las compras para el hogar lo realizan en la Nicaragua rural las mujeres. La cultura patriarcal presenta a las mujeres como naturalmente dotadas para las labores domésticas para justificar una distribución sexual del trabajo que les impide desarrollar otros talentos. Como acertadamente señaló Marx, los llamados "talentos naturales" son consecuencia, y no causa, de la división social del trabajo. La asignación de más tareas permite desplegar más talentos. Si el trabajo crea a los seres humanos, un trabajo de bajo aprecio crea mujeres con baja autoestima.


Beneficiarias de créditos y propietarias

El Centro Xochilt-Acalt se propuso un giro copernicano: opción totalmente radical por las mujeres e introducción de éstas en la esfera pública por la puerta ancha y con carta de ciudadanía. En primer lugar, el Centro ofrece crédito exclusivamente a las mujeres. Las mujeres estaban excluidas de la banca nacional de desarrollo. Según una encuesta del FIDEG, en 1995, el antepenúltimo año de existencia del estatal BANADES, de las mujeres que habían accedido a préstamos el 0.4% lo había obtenido del BANADES, frente al 18% de varones atendidos por esa institución pública de fomento. El Centro Xochilt-Acalt busca revertir esta situación con créditos en especie a tasas de interés adecuadas a la rentabilidad de las actividades que financian. Lo que se busca es, ante todo, mejorar las condiciones de vida de las familias beneficiarias. No queremos -observa Mertxe Brosa- seguir la ruta de muchos programas de microfinanzas, que pasaron del paternalismo al neoliberalismo más puro y duro. El crédito es un instrumento de desarrollo. Es un fin en sí mismo, cuando su valor se mide únicamente por el nivel de recuperaciones del dinero.

Como se busca reforzar el empoderamiento femenino, para acceder al crédito en vacas es requisito ineludible poner al menos cuatro manzanas de la propiedad familiar a nombre de la mujer. Igual para ser beneficiarias de las viviendas post-Mitch -esta zona sufrió inundaciones devastadoras-: el lote sobre el que se construye la casa debe registrarse a nombre de la mujer. Los hombres de aquí saben bien -aclara Mertxe Brosa- que no haremos ninguna inversión si la propiedad no está a nombre de las mujeres. Se trata de una suerte de "chantaje" que brinda más seguridad a toda la familia. Porque los hombres dueños sacan a una mujer de la casa y meten a otra, o venden la casa o se van con el título a otra parte...

Después de tres años de estar aplicando este "chantaje" se está revirtiendo la "distribución sexual" de la tierra. El 64 % de los títulos de propiedad de la tierra en Nicaragua está en manos de hombres, el 13% en manos de mujeres, el 3% a nombre de la pareja, el 0.3% en manos de colectivos, el 9% a nombre de cooperativas y el 11% tiene otras figuras de propiedad. Entre las mujeres rurales propietarias, el 40% tiene terrenos de 1 manzana o menos, el 41% posee parcelas de 1-5 manzanas, el 8% de 5-10 manzanas (frente al 17% de propietarios varones), el 7% de 10-49 manzanas (frente al 14% de propietarios varones), y apenas el 4% posee terrenos de 50 manzanas o más (frente al 6% de propietarios varones).

Nuevas dueñas de tierras, las mujeres están dirigiendo la construcción de viviendas, pozos, pilas, establos y corrales.

Las mujeres también fabrican bombas de mecate, silos, regaderas y filtros. Las mujeres crían vacas, chanchos, gallinas y cabras. Las mujeres cultivan hortalizas y están innovando con éxito con la yuca y el frijol mungo. Las mujeres alfabetizan y son alfabetizadas, reciben y difunden educación sexual, reflexionan sobre la teoría feminista, reciben atención y atienden en la clínica, comercializan exitosamente en Managua sus cosechas, adoptan y divulgan nuevas tecnologías agropecuarias: abonos orgánicos, control biológico de plagas.
Estudian, debaten, experimentan.

Las mujeres están siendo el motor de la economía familiar. Sus ingresos llegan en un cien por ciento a la familia, sin desviarse en cantinas, billares y galleras. Como motores del desarrollo familiar, pueden negociar con sus maridos, con sus padres, con sus hermanos, hasta hace poco "sus dueños", en un plano de igualdad porque no tienen que pedirles nada. Nada más que compañía, complicidad, afecto. Ahora ellas dan y se dan a sí mismas, ahora son iguales. Ellas mismas resumen el efecto de tantos giros en una frase que repiten aún sorprendidas: Nos cambió la vida.


Arquitectas, ingenieras, artesanas, carpinteras, albañilas, labradoras

No sólo hay rosas en este camino. Abundan las espinas. Mertxe Brosa, que desde hace una década acompaña este proceso, señala una que no lo parece: Algunas necesitaban tanto una casa, que se quedan estancadas cuando llegan a tenerla, como si ya hubieran alcanzado todas las metas. Pero aclara satisfecha: La mayoría no, la mayoría quiere seguir avanzando y sigue sumando capacitaciones. Entre ésas que quieren seguir está el grupo de 21 veterinarias que durante el Mitch rescataron a miles de animales, el de las educadoras en salud reproductiva o en agricultura orgánica, el de las constructoras de casas y de establos. La mayoría avanza.

Llama la atención cómo estas mujeres de Malpaisillo hablan con notable apropiación y lucidez todas las lenguas, antes patrimonio exclusivo de especialistas, de hombres especialistas. Quienes permanecen anclados en estereotipos en decadencia, lo interpretan así: "Ya no son campesinas." Por supuesto, admite Mertxe Broza, ellas se han apropiado de la formación que han recibido y ya no son ni hablan como las campesinas que ellos conocen y menosprecian.

Las mismas mujeres son las primeras en sorprenderse de cómo les cambió la vida. Con orgullo lo explica Lidia Mendoza, de Puente de Oro, un talento que surgió de la catástrofe del Mitch, en el tiempo de la reconstrucción: En mi comunidad había tres o cuatro mujeres organizadas antes del Mitch. Tenían huertos. Entonces vino el Mitch y había que hacer algo. Y así fue que las mujeres me eligieron como líder para la construcción de viviendas. Me eligieron porque yo hablaba. Y en las comunidades hay pocas mujeres que se atreven a hablar. Por eso, por hablar, las 22 damnificadas me eligieron como su representante. Primero estaba como encargada de distribuir los materiales. Pero pronto aprendí cómo era el proceso de construcción de viviendas. Aprendí cómo tirar la viga sísmica, la viga corona, la viga intermedia, cómo preparar la mezcla. La experiencia que entonces acumulé me sirvió para ser ahora la encargada de proyectos de construcción de pozos y pilas pequeñas, las que son para huertos y cabras, y de pilas grandes, las que son para riego. Me inicié en mi comunidad y, después, he estado supervisando la construcción de pilas en La Esperanza. Como a muchas otras, sus familiares y vecinos encuentran "muy cambiada" a Lidia. Irradia un sentido de dignidad, de saber que puede y de saber lo que puede.


Recursos locales que no se quieren ir de Malpaisillo

El arcoiris de servicios en que se ha convertido el Centro Xochilt-Acalt ha sido un eficaz instrumento para descubrirle a las mujeres quiénes son ellas y lo mucho de que son capaces cuando controlan los recursos, por limitados que sean. Por eso, por la dignidad y la seguridad adquiridas, estas mujeres siguen capacitándose y quieren permanecer en su municipio.

Se quedan, no se quieren ir. Es una situación excepcional. Ordinariamente, los jóvenes y las jóvenes rurales que se van capacitando migran a las ciudades -Managua el mayor imán- en busca de mejores oportunidades: mayor salario, un empleo de estatus superior, mejor consumo, más diversión-. Esta fuga de cerebros interna refuerza la desigual distribución nacional de capacidades e ingresos y mina las posibilidades del desarrollo local. Malpaisillo está siendo una excepción. El Centro está generando empleos atractivos y un ambiente en el que las mujeres han ganado los espacios, el prestigio, y el respeto que les tomaría mucho tiempo obtener en otros sitios. Para arraigarse más, las muchachas organizadas de 16-17 años van haciendo su patrimonio con el apoyo del Centro: terreno, casa, agua, cabras, incentivos para permanecer en la comunidad y para continuar formándose.

En el año 2001 se terminarán de construir 200 casas en Malpaisillo. Un gran avance considerando que se trata de una región del país con grave carencia de viviendas y de condiciones que las hagan más habitables y agradables. En León, el 14% de las familias rurales no tiene vivienda propia y sólo el 27% tiene una vivienda de bloques, concreto o ladrillo.

En este departamento del país, el 55% de las viviendas de las familias rurales son de un cuarto, el 36% de dos cuartos y sólo el 2% tiene cuatro cuartos o más. El Centro ha dotado a las viviendas que han construido de tres compartimientos. Más significativo que el número o tipo de las casas es el estatus y capacitación que han alcanzado las mujeres durante las construcciones. En Nicaragua abundan los proyectos de construcciones pre-Mitch y post-Mitch. Algunos han producido viviendas muy dignas, cómodas y seguras. Pero difícilmente se encontrarán programas de construcción que hayan tenido a las mujeres como totales protagonistas y en los que el proceso de construcción se haya convertido tan exitosamente en dispositivo de formación, de descubrimiento de lideresas y de acrecentador de la autoestima femenina.

La clave y el cimiento: educación

Uno de los mayores logros del Centro -sin duda, el más firme cimiento de su éxito- ha sido la educación de las mujeres. En cierta ocasión le preguntaron a la escritora chilena Isabel Allende qué es lo que hacía falta a las mujeres latinoamericanas para poder luchar con éxito y emparejar la desigual relación en que las ha colocado una civilización dominada por hombres. Nos hace falta educación, dijo. En mis 55 años de vida el movimiento de liberación femenina ha obtenido cambios increíbles. Pero esos cambios han llegado solamente a mujeres que tienen educación en las zonas urbanas de algunos países. En la mayor parte de las zonas rurales, en los campos, entre las indígenas, en las zonas pobres, las mujeres que no tienen educación no sólo no han cambiado, ni siquiera han oído hablar todavía de esos cambios. Entonces, queda todo por hacer.

En el área rural nicaragüense, la carencia de educación es especialmente alarmante. Según un estudio del FNUAP, en el año 2000, alrededor de 500 mil niños y niñas nicaragüenses no pudieron ingresar al sistema educativo por limitaciones de infraestructura y presupuestarias, por falta de aulas y de maestras. Si en todo el país el porcentaje de población en edad escolar que no asiste a ningún centro educativo es del 26%, esta cifra llega al 44% en los sectores rurales pobres. En estos sectores, debido a su dedicación a las labores domésticas, y especialmente al cuido de los niños, las mujeres son las más excluidas del sistema educativo: el 45% de la mujeres rurales son analfabetas.

Hablar de sexualidad para transformar las relaciones de poder

El Centro Xochilt-Acalt ha sido un abundante manantial de educación y de formación. De formación integral. La salud reproductiva fue el primer peldaño, y no por mera casualidad. Hablar de la sexualidad entre mujeres, sólo con mujeres, es tomar la sartén por el mango y no andarse por las ramas. Los tópicos sexuales son temas tabú porque el sexo es gozne esencial en las relaciones de poder, resulta central en la urdimbre de poderes que atrapa a todos los seres humanos.

El poder masculino se ejerce sobre las mujeres controlando su cuerpo y su sexualidad. En torno a la sexualidad de la mujer se tejen todas las opresiones tradicionales: el cuerpo se le arrebata, se convierte en un cuerpo para otros. El punto de partida del sistema patriarcal es negarle a las mujeres el conocimiento de cómo funciona su propio cuerpo. Para que persista la poligamia pública de los hombres, se constriñe la sexualidad de la mujer a parir hijos y se le cierran caminos y atajos al placer.

El énfasis en la educación sexual con una perspectiva de género que busca cambiar las relaciones de poder abrió una agenda cerrada por un arraigado temor y por un falso pudor. Por eso los resultados son tan liberadores. Ahora las mujeres organizadas de Malpaisillo proclaman orgullosas y seguras que ellas deciden cuándo casarse -no por la presión social de que las va "a dejar el tren"-, cuándo tener relaciones sexuales -no por la presión del marido, sino de común acuerdo- y cuándo tener hijos- no por la presión religiosa que rechaza y oculta los métodos anticonceptivos-. El simple y llano hecho de que las mujeres hablen colectiva y abiertamente de temas sexuales es una ruptura liberadora que está produciendo una mutación cultural y dándoles poder, un poder desde el que pueden empezar a transformar las desiguales relaciones de género.

El proceso de formación tuvo un punto enormemente rico en el diagnóstico del estado socio-económico de todas las comunidades de Malpaisillo. El diagnóstico incluyó extensas y muy detalladas encuestas, que realizaron las mismas mujeres. Los resultados, en algunos casos reveladores, dieron pie a un proceso de reflexión privilegiado que tuvo nada menos que un año de duración y que condujo de inmediato a una campaña de alfabetización. Se organizaron las capacitaciones, respondiendo a necesidades y demandas. Siguieron los temas de tecnología agropecuaria y albañilería. Siguieron otros.

No se detienen. Porque el vigor del proyecto se basa en una flexibilidad creativa para ir buscando y descubriendo nuevas necesidades que satisfacer. También porque muchas tienen becas para estudiar primaria, secundaria, para ir a la universidad, y regresan a sus comunidades desbordantes de ideas. En la actualidad 33 mujeres están siendo alfabetizadas, 123 están becadas en primaria y hay 40 muchachas becadas en secundaria, en cursos de especialización y en la universidad.


Conflictos con los maridos

El nuevo poder que van adquiriendo las mujeres las enfrenta a nuevas dificultades. Sólo la persistencia ha ido rompiendo barreras y persuadiendo a los hombres de que están ante un proceso irreversible, que ya no tienen en el hogar a las mismas mujeres de hace un tiempo. Así lo cuenta Lidia Mendoza: Mi esposo no está tan contento porque ahora yo tengo dinero y me compro lo que quiero y me visto como quiero. Nunca se va a conformar con que yo gane un salario con mi trabajo en el Centro y con que mi salario sea mayor que el suyo. Pero, o se acomoda... o se acomoda. Tampoco falta la envidia en la comunidad, porque ven que la vida me cambió de un momento a otro. Hay otros hombres que sí se dan cuenta que estos trabajos nuestros traen mayores ingresos a sus casas y aceptan y están tranquilos. Pero otros no lo ven y sus esposas tienen que enfrentarlos. Mi marido dice que yo lo que he aprendido es a ser vaga. Eso piensa y se va a morir pensándolo, porque yo voy a seguir siendo así, ya se lo he dicho. ¿Qué si lo quiero a pesar de su necedad? ¡Pues sí, él es el padre de mis cinco hijas! Verónica Mayorga, de El Piñuelar, describe así el estigma que les toca enfrentar: Los varones dicen: ¡Uy!, si ahí lo que les enseñan son vulgaridades, a ser putas, a ser libertinas. Lo que quieren es mandar más que nosotros. Y es que ellos siempre quieren que les estemos sumisas.

Transformación de los padres

Gradualmente, en un camino muchas veces doloroso y con permanentes altibajos, las mujeres han inducido una transformación en sus esposos, en sus padres, en sus familias. Ésta ha sido la experiencia que Maricela Solís Rostrán, de El Piñuelar, 22 años, relata con un destello de felicidad y lucidez en sus ojos: Después que me bachilleré le entré a los huertos. Tenía mi huerto en la casa. También iba a las reflexiones. Mi papá pegaba unos grandes gritos y me ofendía. Siempre lo había hecho así. Pero yo fui aprendiendo que eso era violencia. Un día me decidí: Papa, no me hable con esas palabras, que no me gusta. ¿Y a vos por qué te voy a hacer caso? ¿Qué derecho tenés vos para reclamarme?, decía él. Así empezamos. En mi adolescencia yo fui muy reprimida. Ahora, él ha cambiado mucho. Yo comencé a educarlo.

También a mi mamá. ¿Por qué usted no se organiza, mama?, le decía yo. Y ella me decía: No, a mí eso no me gusta. Pero le estuve insistiendo hasta que la convencí. Ella sufrió mucha violencia por parte de él. Antes sólo era llanto. Yo le decía: Mita, no esté botando esas lágrimas, así no se arregla nada. Yo era la única que le reclamaba a mi papá, y por eso, cuando él estaba tomado, decía que yo era la única hija que no lo quería. Yo le decía: ¿Acaso usted no tiene buenas manos para barrer? Mi mama raja leña y trabaja en la huerta, que son trabajos de hombre, ¿por qué usted no va a poder barrer? Me escuchaba. Ahora ya él ha cambiado muchísimo. Hasta se preocupa por regar los palos del huerto. Ahora en mi casa me respetan. Me gano mis realitos y me compro mis cosas. Me siento realizada.

Los maridos se suman

Una de las beneficiarias de las becas del Centro, de la comunidad de Santa Teresa, hace un recuento del extraordinario avance que ha experimentado, desde los vituperios de antes hasta el actual apoyo cordial que su marido le brinda: La vida nos ha cambiado. Ahora nuestros maridos nos avisan cuando pasa la camioneta a recogernos ¿Antes?

Antes decían de todo: Ahí andan esas mujeres ganchonas. ¡Hasta que aparezcan con el gancho rajado no van a tener quietud! No dejés ir a tu mujer porque te las va a pegar. Ahí te la van a corromper a tu mujer, se te va a hacer puta. ¡A ésas hasta carnet de putas les dan y lo que van hacer es a ver hombres desnudos en grandes televisores! Metían cuentos a otros hombres cuando íbamos a las reflexiones. Los hombres sólo eran críticas, sólo tema. Ellos iban de la calle a la hamaca a descansar, y nosotras sin parar todo el día, con el machete, con la escoba, con la olla. Todo eso ya cambió. Antes, Ramón ¡qué capaz iba a ayudar a barrer! Ahora ahí pasa con el lampazo y ayuda en el huerto, y a mí me queda tiempo para aprovechar mi beca y estudiar.

Acumulado de capital humano y femenino

De ser "las locas, las vagas, las sin oficio, las cochonas, las lesbianas", las mujeres han escalado hasta una cima de prestigio, donde su clínica y su biblioteca son recomendadas por las autoridades de salud del municipio y por las maestras, el número de organizadas crece cada año, y han alcanzado posiciones en el estatus –conocimientos, propiedades, conciencia de sus capacidades- desde las que difícilmente ya habrá marcha atrás.

Un prestigiado economista sostiene que si mañana cayera una bomba atómica sobre Japón y otra sobre Nicaragua, destruyendo enteramente toda la infraestructura de ambos países y haciendo sucumbir las dos economías, en 20 años Japón alcanzaría nuevamente el grado de desarrollo que ahora tiene, mientras Nicaragua presumiblemente estaría como ahora o aún peor. Porque lo que cuenta, lo intangible, es el capital humano y social, las capacidades y los contactos, el conocimiento adquirido y la experiencia acumulada, las formas de organizarse. Lo mismo de Japón cabe decir de Malpaisillo, a otra escala naturalmente. Aunque mañana un desastre barriera con las casas, anegara los siembros o aniquilara vacas y cabras, la recuperación de toda esa infraestructura y esos medios de producción sería mucho más acelerada de lo que fue su edificación. Porque las mujeres, estas mujeres con la vida cambiada, conservarían lo que es esencial para el desarrollo: los conocimientos, los contactos, las redes sociales, el estatus, el acumulado de saberes y poderes.

También conflictos religiosos

Porque los jerarcas de las iglesias son hombres y defienden su poder humano y divino, la emancipación de las mujeres de Malpaisillo ha tropezado también con el anatema o ha necesitado de negociaciones con los grupos y líderes religiosos. Algunas, como Lidia Mendoza, no encontraron otra opción que la ruptura: Tuve que dejar de ser evangélica porque pertenecer a ellos es negarse a la vida de uno. No podés cortarte el pelo ni usar falda chinga ni ponerte pantalones ni participar en ninguna actividad, ni siquiera en la presentación de un libro, porque para ellos ésa es una actividad pagana. La hermana anda destrozada, decían de mí. Y me castigaban. Me sentaban en la banca de atrás, donde sientan a los descomulgados. Es un castigo que llaman disciplina. Me tuvieron varios meses sentada atrás, porque uno va alcanzando las primeras bancas sólo si se porta bien al parecer de ellos. Por eso dejé la iglesia evangélica, y al principio me costó porque pensé que Dios no me iba a perdonar. Después ya pensé: mejor le pido a Dios en mi casa, aunque ellos crean que Dios sólo nos escucha en la iglesia.

Verónica Mayorga, de El Piñuelar, en un contexto menos adverso, pudo, no sin dificultades, abrirse espacio: Oí del Centro por mi mamá. Ella fue la que inició. Yo quedaba haciendo oficios en la casa y ella se iba a las reuniones. Yo tenía entonces 18 años. Me quedaba leyendo los folletos que ella traía, pero no opinaba. Luego se formó un grupo de jóvenes y nos invitaron a una reflexión, que así las llaman siempre. Fuimos nosotras, dos jóvenes evangélicas. En la reflexión nos explicaron nuestras partes, ¡y nosotras salimos asustadas! Yo les dije a las otras: Vámonos de ahí, que ésas sólo son vulgarencias y por eso nos vamos a ir al infierno. Pero mi mamá seguía asistiendo. Yo me les corrí por dos años. Al tiempo me animé a ir a otra reflexión y por fin entendí que era bueno que explicaran todo lo del cuerpo tan claro, tan positivo.

Seguí yendo, y por eso me tiraban mis chifletitas en la iglesia, pero yo sólo me agachaba. Yo pensé que tenía que seguir asistiendo, porque Dios nos dio todo, y todo lo que nos dio es bueno. Si hablamos de nuestras manos y sabemos para qué nos sirven, ¿por qué no vamos a hablar de los genitales, que nos sirven para dar vida y nos dan tanto placer? Así que ahora camino compartiendo lo que antes recibía. Incluso ahora voy a la iglesia y me esmero en hablar. Porque si nos damos nuestro lugar y sabemos defender nuestras ideas y afirmarnos en nuestros derechos, no hay problema, nos van a respetar, lo mismo los hombres que las mujeres, lo mismo los pastores que los curas. Eso es lo que yo he aprendido aquí, y eso es lo que le enseño a las demás.

Nunca satisfechas, siempre creando, siempre innovando

Con una larga estela de emancipaciones y liberaciones las mujeres organizadas de Malpaisillo no se duermen sobre los laureles. El tejido que han ido elaborando está beneficiando ya directamente al 10% de la población del municipio. Pero no se detienen. La vida no lo hace, ellas lo saben. Buscan nuevas áreas de trabajo que aseguren la solidez de lo que ya han hecho y toquen otros ámbitos. En un afán de complementariedad, de real empoderamiento, han iniciado con la alcaldía el proyecto Participación ciudadana en el desarrollo local, financiado por el ayuntamiento de Vitoria, País Vasco.

Mertxe Brosa explica cuáles son los orígenes, objetivos y motivaciones de este nuevo proyecto: Como hasta ahora nosotras no hemos vistos otras ONGs con las cuales hacer alianza para ir facilitando procesos de empoderamiento más integrales en las comunidades, y como no queremos perder nuestro perfil de facilitadoras de los procesos de empoderamiento de las mujeres, por eso hemos ido ayudando a poner en marcha una ONG de compañeros con los cuales hacer alianza. Son compañeros de las comunidades, elegidos por su trayectoria, su capacidad, sus actitudes. Con ellos estamos coejecutando el nuevo proyecto de participación ciudadana, de cuatros años. Con este proyecto ya entramos de lleno en todas las comunidades, y lo hacemos con el poder comunitario y en coordinación con la comisión de gobernabilidad de la alcaldía, con la que tenemos muy buena relación. En la alcaldía, las mujeres del Centro hicimos una propuesta para la incidencia en el empoderamiento comunitario, para democratizar las elecciones en las comunidades. Y no encontramos ni rastro de polarización política, sólo receptividad. Los liberales y los sandinistas apoyaron totalmente gracias al prestigio que ya tiene el Centro.


Formar líderes y lideresas no caudillistas

El nuevo proyecto ha iniciado con una escuela de líderes y lideresas. Una década de trabajo consolidando el liderazgo femenino ha ido mostrando las fisuras que tiene: abusos de poder, delegación de responsabilidades para evadir las propias, oportunismos y toda esta gama de debilidades que campean como legítimas en una cultura política sobre la que mucho hay que trabajar aún. En las comunidades, mujeres y hombres suelen descargar en una sola persona todas las responsabilidades. Y líderes y lideresas, padeciendo una modesta versión de esa epidemia nacional llamada "presidentitis", se toman atribuciones excesivas y concentran todo el poder, las decisiones, los contactos, la palabra. En Nicaragua, la formación de líderes resulta cada vez más crucial si se quiere romper con los arraigados caudillismos y generar empoderamientos más participativos, más negociadores, más distantes de ese "o todo o nada" tan característico de la cultura política nacional, especialmente en las comunidades rurales.

Este proceso democratizador iniciará con el diseño de una normativa que describa cómo hacer las elecciones de los comités comarcales. El primer paso supone mirar al pasado: rescatar la historia de los comités comarcales. El embrión de estos comités surgió en los años 80 y tuvo un notable desarrollo durante el gobierno de doña Violeta Barrios con el inicio del proceso de descentralización, que posibilitó que muchos líderes rompieran con el estilo verticalista de la década sandinista, donde el FSLN "bajaba línea". El actual modus operandi de los comités comarcales varía mucho de un municipio a otro.

A veces por sentido administrativo, a veces por afinidad política, algunos alcaldes han sabido apoyar su gestión en dichos comités destacando a los líderes y lideresas de los comités como vicarios del alcalde, como "alcalditos" y "alcalditas". Pero no faltan los alcaldes que han "ninguneado" el trabajo de los comités y de quienes los encabezan, actitud que encuentra legitimidad por el rango informal de los comités.

Sin duda, las ONGs han contribuido mucho a reforzar el papel protagónico de los comités en el desarrollo local. Y generalmente, buscan a los líderes y lideresas de esos comités para convertirlos en promotores y promotoras de sus proyectos. Sin embargo, esta singular forma de respetar las redes locales, emprendida con la mejor de las intenciones, no pocas veces ha sido llevada a cabo con el peor de los acompañamientos, deficiencia que en definitiva se ha traducido reforzar el enquistamiento de líderes-caudillos, en impedir su rotación, en facilitar los oportunismos de siempre y en reeditar el tradicional verticalismo.

El ambicioso proyecto de participación ciudadana del Centro quiere dar un acompañamiento permanente a los liderazgos locales, formándolos y dotándolos de mayor institucionalidad. Evidentemente, esta nueva veta hará más profundo el impacto de todas las labores del Centro.

Han luchado por la autonomía

A pesar de que las mujeres organizadas crecen a un ritmo gradual, impuesto por las capacitaciones, frenado por los temores y marcado por la profundidad de lo que en ellas se está transformando, haber "tocado" a 800 mujeres en 10 años -un promedio de casi 7 cada mes- es un logro más que notable y proporciona una idea de la vitalidad de este movimiento. La estructura democrática del Centro, con una dirigencia colegiada, ha influido mucho en su propio desarrollo, negándose las dirigentes a permitir cualquier tendencia paternalista o maternalista, verticalista o caudillista.

El Consejo de Dirección del Centro lo integran siete mujeres, responsables de las distintas áreas –construcción, gestión financiera, producción, administración, la clínica, organización, capacitaciones, programa de becas, participación ciudadana-, que se reúnen cada quince días. Este arduo ejercicio consigue impedir la concentración de poder en la que el Centro cayó en los albores de su historia, cuando pugnas internas fueron mal conducidas y a veces explotadas por uno de sus financiadores y por el FSLN para llevar la prestigiosa harina de los logros del Centro a su molino electoral. Superar aquella etapa, crecer en autonomía y resituar sus relaciones con otras entidades, supuso varias crisis, un doloroso proceso de depuración de la dirigencia, una delimitación de quién soy yo y quiénes son los otros (alcaldía, FSLN, financiadores) y la adopción de estilos de liderazgo realmente alternativos.

Independencia y sostenibilidad financieras

Hacia afuera, ese estilo y esa estrategia han significado el establecimiento de relaciones de mucha independencia con ONGs, con la alcaldía y con políticos de todas las tendencias. La atmósfera política no polarizada de Malpaisillo -un lugar no tocado por la guerra de los 80- lo permite. El entendimiento con liberales y sandinistas es fácil. También contribuye a esta independencia las mutaciones que se han producido en la cultura política nacional.

Varias dirigentas del Centro, de raíces sandinistas y con la experiencia de su trabajo organizativo en los 80, están convencidas de que el grado de autonomía de que actualmente goza el movimiento no lo hubieran podido edificar cuando el Frente Sandinista estaba en el gobierno y lograba cooptar todas la iniciativas de base y anulaba todas las alternativa no afines explícitamente a su ortodoxia, supeditando los intereses locales y gremiales a su gran proyecto nacional, sumergiendo -hasta hacerlas desaparecer- demandas tan específicas como las de género.

Hoy el Centro Xochilt-Acalt no sólo mantiene relaciones de mucha independencia con los partidos políticos, sino que se da el lujo de seleccionar sus fuentes de financiamiento. Se suele sostener que el que pone la plata, platica, que el que paga, manda. Imprimir un giro a ese principio consagrado por la costumbre es regirse por este otro: el que hace, manda. El Centro elige a quienes lo apoyan por la afinidad con su visión del desarrollo y sobre la base de un respeto mutuo. Resulta muy atractivo y enormemente cómodo poner la plata en unos programas ya exitosos. Apoyar al Centro mejora el prestigio de los financiadores. Desde su poder conquistado, el Centro puede ahora negociar con una posición muy ventajosa, ganada a punta de pico y pala, de pensamiento y acción. Y para reforzar la ruta de la autonomía, están avanzando también, paulatinamente, hacia su sostenibilidad financiera con una serie de empresitas que ya les están generando ingresos nada despreciables: inversión en ganado, alquiler del camión, venta de fotocopias, venta de bombas, silos y regaderas.

Mucho más lento, mucho más real

Muchísimo más significativa que esa sostenibilidad financiera es la sostenibilidad humana, base y razón de la sostenibilidad financiera. Éste es un punto que las mujeres, visionariamente, no pierden de vista. Hacia dentro, es fácil percibir un profundo respeto a los procesos personales. No dicen "mira la mujer que transformamos en lideresa", sino "mira la lideresa que descubrimos". Ahí estaba, pero ni ella misma sabía que lo era. El Centro le ha dado el espacio para que desarrolle lo que es y para que sea más. Un camino así requiere tiempo, paciencia, mucha imaginación y agilidad para reacomodar las cargas sobre la marcha. Porque la vía hacia este empoderamiento de las mujeres no es rectilínea, lisa y ancha, sino llena de anfractuosidades, sinuosa y a veces con retrocesos para aprender a avanzar mejor.

El Centro Xochilt-Acalt, "la clínica" de Malpaisillo cuestiona la falta de imaginación y de coraje de muchos proyectos de desarrollo con perspectiva de género diseñados desde lejos de las mujeres rurales, desde fuera, desde arriba. En Malpaisillo vienen descubriendo un diseño más largo y mucho más lento, pero más real. Y el resultado se empieza a notar: mujeres que ya no son ni invisibles ni invisibilizadas, ni mudas ni enmudecidas, ni ciegas ni vendadas.

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