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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 156 | Enero 1995

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Centroamérica

El desafío centroamericano: producir y participar

¿Zona franca de comercio y de servicios, de maquila y turismo, de especulación financiera? ¿Es ese el futuro de Centroamérica? ¿O nuevas alternativas alternativas abiertas a las miles y miles de fuerzas productivas nacionales y regionales? Sin participación nacional no habrá democracia y sin producción nacional no habrá desarrollo.

Juan Hernández Pico, SJ

La globalización asimétrica que, como novísimo sistema económico mundial está culminando hoy el largo proceso de explotación de Centroamérica, ha dejado sus huellas en múltiples áreas de nuestra realidad durante el año 1994. A primera vista parece que estamos más hundidos.

Izquierdas fragmentadas, derechas empresariales

Está mucho más claro que nunca que Centroamérica refleja en su orientación económica el papel que el modelo hegemonizante de los Estados Unidos le asigna en el nuevo sistema mundial: una economía que se aleja de la producción de bienes y se acerca cada vez más a una especialización en servicios instalaciones de importación, santuarios fiscales para el comercio internacional y espacios de especulación financiera . Lo grave es que todo esto sucede al revés que en Estados Unidos sin que nuestros países hayan pasado antes por la maduración necesaria de la base productiva y sobre todo, sin que hayan asegurado una agricultura que garantice la alimentación de sus pueblos. Centroamérica parece estar apostando a una economía de consumo elitista sin correspondencia con el desarrollo de sus fuerzas productivas.

En el campo político, el proceso más claro es el que ha llevado a la conflictiva fragmentación de las fuerzas de izquierda antes movimientos armados guerrilleros contestatarios o en el poder . Se han mostrado las izquierdas incapaces de afrontar la democratización con tolerancia de un cierto pluralismo interno de corrientes o con rotación y aún reemplazo en el liderazgo. Y a veces, como organizaciones de una especie de grupos "étnicos" que difieren unos de otros por la fecha de su incorporación a las actividades revolucionarias o por el origen desde donde se incorporaron, con un abismo tal de identidades que los incapacita para otorgarse mutuamente confianza. Mientras, los partidos de derecha se afianzan en el poder o tratan de consolidarse como alternativas de gobierno ante una sociedad civil que aunque vote por ellos no confía en ellos.

Cada vez más, los grandes empresarios o los altos ejecutivos de esas empresas están asumiendo papeles políticos más directos, usándolos como plataforma para llevar adelante proyectos centrados exclusivamente en favorecer las ganancias cortoplacistas del capital privado, obviando el desarrollo humano del país.

La sociedad civil centroamericana tiene un grado de desarrollo aún poco diferenciado. Los gremios de la empresa privada mantienen dentro de la sociedad una capacidad de presión sobre el Estado que resulta mayor que la que proviene de otros actores sociales, con la excepción tal vez de los grupos religiosos. La riqueza permitió que la gran empresa privada se protegiera mucho mejor en el país o en el extranjero contra la inseguridad y la violencia que generó la guerra. Y aunque la sociedad civil incluso sin la participación de los gremios empresariales ha jugado papeles tan importantes como el que se ha visto en el proceso de paz de Guatemala, el problema básico es que aún en estos casos es todavía demasiado cupular, con una muy delgada base de sustentación participativa.

Los acuerdos de paz regionales y nacionales corren el peligro de volverse promesas mal cumplidas o procesos formales que no llegan ni hasta el final ni hasta las raíces de la guerra. Existe falta de voluntad política de los gobernantes, tendencia de la ONU y de los "países amigos" a obtener éxitos rápidos y superficiales, falta de financiamiento internacional, deficiencias organizativas y éticas en los antiguos grupos guerrilleros y falta de presión organizada de la sociedad civil. También este terreno parece haber sido invadido por el cortoplacismo que caracteriza a la actual "ética de la ganancia rápida".

El "héroe" popular: el emigrante

Con los incumplimientos, se está preparando la base de la inestabilidad futura, de la angustia e inseguridad que enfrentará de nuevo a las mayorías con las minorías en niveles nuevos del conflicto. Las encendidas protestas de los desmovilizados de la Fuerza Armada, tanto en Nicaragua como en El Salvador, y el creciente movimiento de oposición a la política estatal de privatizaciones en El Salvador, van en esa dirección. El constante recurso al rearme en Nicaragua durante estos años empieza ya a ser también problema diario en El Salvador. ¿Violencia organizada y eficaz? La incapacidad de la sociedad civil para defender con nuevos métodos los frutos de tan largas luchas podría hacer que sólo se traduzca en parálisis o en un marasmo anárquico.

En el campo de la cultura, los medios de comunicación se imponen como transmisores de la economía mundial del consumo convertida en estilo de vida de validez universal. Son también foros donde se presentan las diversas opciones políticas, grandes canastas de lotería donde se da vuelta a los valores, pantalla de celebraciones mundiales y espectaculares deporte, cine, modas, concursos que se presentan como justificación de la existencia.

Centroamérica es cada vez más una sociedad dominada por la cultura globalizante de los medios. La gente tiene acceso a través de ellos a la glorificación de la tecnología sofisticada y del poder del conocimiento, pero los medios no sustituyen ni a la escuela ni a los talleres ni a la universidad ni a los laboratorios ni a los centros de investigación, de los que carecemos casi totalmente. Aunque también es cierto que cuando más parecemos perder nuestra identidad en la uniformidad de la cultura globalizante de los medios, es cuando está emergiendo con más fuerza la identidad de los pueblos mayas y de otras etnias y nacionalidades irredentas.

La imaginación centroamericana está absorta hoy por un nuevo "héroe" popular contestatario del que no hablan los medios . Es el que emigró a los Estados Unidos, que burla al monstruo y se mete en sus entrañas, que vive en resistencia a "la migra" y en solidaridad con los suyos durante mucho tiempo antes de acomodarse y que desde lejos envía remesas que sostienen la vida, del mismo modo que durante la guerra se enviaban fotografías con el "venceremos" sobre el uniforme verde olivo y el arma.

Sigue experimentándose en Centroamérica la fuerza de los valores religiosos del cristianismo, que mantiene su incidencia en la vida económica y política. Fuerza que puede canalizarse de varias maneras y hasta en direcciones opuestas. El Cardenal Obando es la personalidad política más sólida de Nicaragua. Lo dicen todas las encuestas. Durante diez años insistió en que el sandinismo era "malo" y así lo siente mucha gente la historia le dio la razón. El Arzobispo Arturo Rivera y Damas movilizó multitudes en la larga semana en que se veló su cadáver. Y su figura de hombre cercano a los pobres, heredero de Monseñor Romero, jerarca capaz de decir la verdad a los poderosos y mantenerlos inseguros en sus privilegios, fue lo que más destacó en esa semana de duelo.

Van desapareciendo los grandes protagonistas de la época de los conflictos armados, pero todo indica la necesidad de un ímpetu espiritual, de una fuerza de esperanza que se afiance más radicalmente junto a las mayorías populares, que dé mayor soporte en tiempos de frustración y que ayude en la búsqueda de nuevos caminos en horizontes de utopía.

No hay señales de crecimiento

En 1993 analizábamos la creciente realidad de un "gobierno supranacional" de las instituciones financieras multilaterales que nos imponen sus políticas económicas. Los resultados de este "gobierno" están siendo muy negativos para Centroamérica. El yugo de la deuda externa continúa asfixiando nuestras economías y el "despegue" no llega nunca. Llama la atención especialmente el fracaso del impulso exportador, ya que en todos los planes de ajuste estructural el "desarrollo" depende de las exportaciones.

Según la UNCTAD, desde 1981 a 1991, el poder de compra de las exportaciones centroamericanas se ha reducido en todos los países, excepto en Costa Rica. La razón fundamental puede ser una combinación de la liberalización del mercado, que favorece las importaciones se necesitan cada vez más ingresos por exportaciones para pagar por importaciones cada vez más numerosas y más caras y del mínimo fomento de la inversión productiva, añadiendo a esto el permanente deterioro de los términos de intercambio. Entre 1985 y 1993 la región incrementó en un 36% sus exportaciones (de 3 mil 773 a 5 mil 137 millones de dólares), pero en ese mismo período aumentó sus importaciones en un 83.6% (de 4 mil 646 a 8 mil 531 millones de dólares). Evidentemente, la economía centroamericana ya no se define por el volumen y el valor de sus exportaciones.

Mirando a los fundamentos de todo desarrollo las bases en salud y en educación sólo en 2 de los 7 países del istmo centroamericano la esperanza de vida al nacer es mayor de 65 años y sólo en esos dos mismos países Costa Rica y Panamá el analfabetismo adulto es inferior al 20%. En El Salvador, por ejemplo, el 59% de la población en edad escolar entra en la escuela secundaria, pero sólo el 20% la termina. Estos índices son similares en el resto de los países. Finalmente, el PIB per cápita decreció desde el 85 al 91 y sólo ha comenzado a crecer desde el 92 en adelante, con la excepción de Nicaragua, que no supera su estancamiento.

No existen índices de crecimiento significativo. La inversión interna bruta en la región apenas creció algo entre 1982 y 1991, arrastrando el enorme retroceso experimentado en la década de los 80. El porcentaje de la inversión bruta con respecto al PIB se ha mantenido muy lejos del 25%, relación que se considera necesaria para hablar de que existe en un país un proceso de desarrollo.

Un cambio de modelo

Lo que está sucediendo es la transformación del modelo de acumulación capitalista basado en la agroexportación, claramente concentrador de la riqueza en manos de una pequeña minoría de la población y poco decidido a financiar la diversificación de la economía con una expansión industrial sustitutiva de importaciones. El modelo hacia el que vamos es aparentemente de acumulación y está basado en añadir a la agroexportación la exportación no tradicional por el procedimiento de la maquila, tanto en la agricultura como en la industria textil y en el turismo.

Este modelo es aún más concentrador de la riqueza, porque está articulado con una mano de obra que tiene menos necesidad de capacitación especializada que la que requería la industria sustitutiva de importaciones y que vive inmersa en un paisaje de desempleo. En consecuencia, son trabajadores con menor capacidad de presión a través de la organización. El actual es también un modelo desarticulado del comercio, porque no crea demanda de mercado interno. Todos los insumos para la producción en maquila y todos los servicios para esa producción vienen de fuera, en una integración vertical del capital desde la producción hasta la comercialización y el consumo.

El nuevo modelo supone sólo aparentemente un proceso de acumulación de capital. La práctica lo está demostrando. No logra generar la cantidad de divisas necesarias para pagar los insumos industriales intermedios y los bienes de capital necesarios en las diversas ramas de la economía. Tampoco para pagar las importaciones de bienes de consumo que la apertura liberalizada del mercado hace aumentar continuamente. De hecho, el financiamiento de este modelo no viene como en el anterior de la producción (la agroexportación). Se financia mayoritariamente con el ahorro externo de los emigrantes en forma de remesas y con donaciones y préstamos internacionales.

Lo grave es que las divisas que son fruto del trabajo de los pobres no son captadas por inversionistas productivos que las aprovechen para disminuir su dependencia de las importaciones, sino que se usan sobre todo en forma de créditos para la producción exportable, para el comercio importador y para la especulación financiera. Todo indica, pues, que vivimos un proceso de crecimiento sin acumulación y, por consiguiente, sin posibilidades de fructificar en desarrollo.

La propuesta salvadoreña

A esta conclusión llega, por ejemplo, la Fundación Nacional para el Desarrollo (FUNDE) de El Salvador en su análisis del nuevo plan económico puesto a discusión en enero de 1995 por el gobierno salvadoreño. El plan tiene cuatro medidas básicas: la fijación de una tasa de cambio del colón con el dólar, la reducción progresiva de los aranceles sobre importaciones hasta acabar en cero dentro de dos años y medio, el aumento del IVA del 10 al 12% y la modernización del Estado la privatización de no pocos de los servicios públicos que el Estado presta en forma empresarial .

El plan implica que muchos tecnócratas de las instituciones financieras multilaterales o expertos de países latinoamericanos apegados doctrinariamente al neoliberalismo consideran cada vez como menos importante la producción de bienes al interior de nuestros países. Pero si ni el maíz ni el frijol ni el arroz van a recibir ya financiamiento porque ningún capital va a encontrar en su cultivo las tasas de ganancia que encuentra en la especulación de capitales o en la importación de bienes de consumo lujoso, la alimentación de las mayorías populares va a depender de la importación de granos de otros países.

¿Podrán estas mayorías comprar esos granos, normalmente más caros y a los que culturalmente están desacostumbrados? La experiencia nicaragüense indicaría que no. San Salvador y otras ciudades centroamericanas se están convirtiendo en lujosas plazas comerciales donde se puede comprar cualquier producto, por sofisticado o superfluo que sea. Pero ¿cuántos centroamericanos van a poder comprar algo más que el efímero placer de contemplar estos productos en las vitrinas?

La forma en que el nuevo plan económico de El Salvador fue introducido da a entender lo que está en juego. No se impuso el plan a la manera de un típico "paquetazo". Se anunciaron algunas de sus principales medidas para abrir un gran debate, tanto al interior del país como en la región. El gobierno salvadoreño muestra así que no cree poder avanzar hacia el desarrollo sin una alianza con la sociedad civil y sin tener en cuenta el marco de la integración centroamericana.

La estrategia del gobierno hasta donde puede ser calibrada, según la información que ha brindado parece encaminada a dar predominio al sector comercial y al de servicios, especialmente al financiero. El Ministro de Hacienda salvadoreño, Manuel Enrique Hinds funcionario del Banco Mundial durante la década de los 80 ha reprochado duramente a los industriales el uso de subsidios de tipo arancelario sin dedicarlos a la reconversión productiva. Pero los empresarios de la ANEP reaccionaron interpelando al gobierno para que diga si ha usado "las remesas familiares con fines productivos y no para fomentar el consumismo", señalando también que el plan económico parece originarse "en un reconocimiento del fracaso del modelo exportador".

¿Panameñización de Centroamérica?

Resulta muy importante la polémica a que ha dado lugar el plan salvadoreño. Muy rara vez se escucha al más alto organismo de la empresa privada de uno de nuestros países hablando de "consumismo" y afirmando que ese consumo puede ser negativo para la economía. Pocas veces también se les oye aceptar que los emigrantes están sosteniendo con su trabajo la economía, que estamos siendo sostenidos por el trabajo de los pobres. Tampoco estamos acostumbrados a que reconozcan implícitamente que un crecimiento económico cuyo motor sean las exportaciones, al estilo del crecimiento ¡con empleo! de los países asiáticos recientemente industrializados, requiere condiciones diferentes de las que un neoliberalismo doctrinario y excluyente puede ofrecer, sobre todo en lo referido al papel del Estado.

El ministro salvadoreño de economía, Eduardo Zablah, salió al paso de las reacciones de la empresa privada afirmando que el interés gubernamental, lejos de centrarse en dañar a los industriales, se plantea que "la tasa de crecimiento sea dada por la actividad industrial y por la inversión extranjera que traiga tecnología". ¿Estará el Ministro admitiendo que esa inversión no ha sido aún significativa? ¿Y lo llegará a ser? ¿Seremos económicamente "importantes" y "atractivos" para el capitalismo globalizado? Zablah está convencido de que El Salvador y por consiguiente, Centroamérica necesita una tasa de crecimiento del 7% anual "para absorber a la gente económicamente activa y darle trabajo". Pero cree que "el mercado centroamericano no da para crecer al ritmo que queremos y el capital nacional no nos saca a la velocidad que queremos".

Existe una clara apuesta por la globalización y por una inserción que no está claro si se quiere sea preferencialmente a cadenas productivas transnacionales o a flujos igualmente transnacionales del capital financiero. No está claro aún qué intereses dentro del capital van a llevar la delantera y se decidirán a ser motor del proceso: los industriales, los agropecuarios, los comerciales o los financieros.

En el debate han aflorado verdades sobre la situación real de nuestras economías, rara vez admitidas. A ratos pareciera que, con este nuevo plan, El Salvador querría proponer a la región un camino: convertirnos en "zona franca" al estilo panameño: dolarización monetaria y "zona libre". No sólo espacio puente entre mares, continentes y hemisferios, sino también gran plaza comercial de consumismo para un pequeño segmento de la población: la mínima clase alta y la clase media, hasta satisfacer las necesidades del 20 25% de la población. A ratos, sin embargo, el plan indica que los sectores productivos salen de su letargo y quieren apostar al futuro defendiendo su papel en la economía.

Es la primera vez que un Presidente incluye en la convocatoria a su consulta sobre un nuevo plan económico a las cúpulas sindicales y los trabajadores del Estado dan muestras de que van a luchar en serio contra la privatización.

El fantasma del despido y del desempleo y también el del aumento de las tarifas de los servicios son motor para esta lucha. Comienzan a existir propuestas para la creación de un cuerpo consultivo de la sociedad civil que asesore al gobierno a la hora de ir diseñando su plan económico. ¿Será en esta coyuntura que volverá a reclamarse la reapertura del Foro Económico y Social previsto en los acuerdos de paz? En una región en la que las fuentes de trabajo y de ingreso están muy poco concentradas alrededor del salario, ¿no sería un foro abierto más representativo de la informalidad económica de la sociedad civil?

Todo esto tiene grandes repercusiones para Centroamérica. El Presidente de El Salvador viajó a San José a un seminario del INCAE dirigido por Michael Porter autor de "La ventaja competitiva de las Naciones", y presentó allí su plan económico a los Presidentes de Costa Rica y Panamá, así como a dirigentes de las Cámaras de Comercio y de Industria de Costa Rica. Presentación que fue casi una consulta.

A nivel interministerial se ha discutido con Guatemala. El Presidente de Panamá muestra su interés en una propuesta que dijo "se acerca bastante a nuestro modelo". El de Costa Rica se calla, pero su Canciller refleja el gran malestar que produce la idea de acabar con los aranceles mucho más si es unilateralmente . El Presidente de Honduras acusa claramente a El Salvador de quebrar el proceso de integración centroamericana, sobre todo en este punto de los aranceles.

No se habla de consultar a la Iniciativa Civil para la Integración Centroamericana (ICIC) o a alguna de sus federaciones asociadas. ASOCODE, federación de asociaciones cooperativas del campo, por ejemplo, cuyos miembros representan nada menos que un 30% del PIB agropecuario de Centroamérica. Pero aunque no se incluya en la consulta a los representantes de la "integración desde abajo", nacional y regionalmente el potencial para la creación de riqueza de la gran mayoría de los pequeños y medianos productores del campo y de la ciudad está atestiguado en todos los estudios económicos estructurales sobre Centroamérica. El problema es que, más que nunca, el financiamiento necesario para incorporarlos a un proceso de integración está desarticulado del esfuerzo productivo.

Brechas que nunca se cierran

El debate provocado por el plan salvadoreño muestra el escaso éxito de los exportadores (agropecuarios e industriales) y el triunfo de los comerciantes y financieros. Pero escándalos bancarios como los ocurridos en Costa Rica el país más exitoso como exportador apuntan también a lo movediza que resulta la globalización en el terreno financiero.

La entrada de Centroamérica en las cadenas productivas transnacionales de la rama textil o en las ramas de frutas, flores y ciertas hortalizas, así como en la cadena de servicios turísticos todo por la vía de la maquila no parece haber tenido hasta el momento suficiente empuje para empezar a cerrar la brecha comercial, la brecha social y la brecha ecológica que desequilibran a nuestros países. Mucho menos la enorme brecha del capital conocimiento (ciencia, tecnología, información, administración).

Nuestras economías, condicionadas fuertemente desde las instituciones financieras multilaterales, ven como éstas a pesar de las graves dudas que la persistencia de la pobreza arroja sobre la eficacia de las medidas que nos recetan intervienen cada vez más en los asuntos nacionales con las "cartas de intenciones" que condicionan el crédito internacional. En 1994 la intransigencia se ha hecho patente en la imposición de la segunda fase del ajuste estructural en Nicaragua y del plan que se inicia en Honduras.

Desde hace años estas instituciones intervenían en el diseño inconsulto y en la contratación de proyectos infraestructurales. Hoy lo hacen también en el diseño de las políticas económicas y en toda clase de proyectos de modernización agrícola, financiera y administrativa. En los últimos tiempos tratan además de cooptar a los ONGs, dándoles a través de los gobiernos participación no en el diseño de los proyectos sino sólo en su ejecución. Quieren así quitar filo a la crítica que les hacen estas organizaciones, despojarlas de su carácter "no gubernamental" (¡curiosa hostilidad hacia quienes complementan el papel del Estado y son iniciativa privada!) y capitalizar su capacidad de contacto con las bases de la población.

Los organismos financieros multilaterales intentan controlar nuestras economías desde los intereses en contradicción de los tres grandes bloques económico políticos en formación (América, Europa y Asia Oriental) y desde las multinacionales que son todavía capital "con patria". La apertura que nos exigen es asimétrica. La xenofobia creciente en el Norte, alimentada por la pérdida de empleos causada por la incapacidad de las economías desarrolladas de crearlos y la "aparente" falta de contribución fiscal de los emigrantes, está poniendo en peligro el motor más real de nuestro crecimiento: las remesas en dólares que gana nuestra fuerza de trabajo emigrante. El éxito del proyecto de ley 187 en California y la derechización consiguiente del gobierno federal son el signo más burdo de la amenaza.

Pobreza: el mayor obstáculo

América Latina y el Caribe tienen una importancia crucial para la competitividad de los Estados Unidos. De la capacidad o incapacidad de importar sus productos a nuestra región depende hoy Estados Unidos. También depende de nosotros la integridad ecológica del Norte del continente están en nuestro Sur sus selvas húmedas y su biodiversidad . Y Estados Unidos nos necesita también para poder seguir luchando contra el narcotráfico. Un relativo bienestar latinoamericano sería importante si se quiere que los emigrantes no sigan presionando en las fronteras y ensanchando la diversificación étnica en un país que ya no tiene la misma capacidad de antes de fundir en su caldera cultural toda etnia y toda nacionalidad. Pero todos estos intereses no se defienden armónicamente.

El tipo de vías de comunicación terrestre a través del istmo, por ejemplo, puede estar en violenta contradicción con la conservación de los ecosistemas y de la biodiversidad. Sin olvidar que Centroamérica es la región del mundo en que hay mayor inversión europea relativa y que el Mercosur de América Latina es la región del mundo con la que los europeos mantienen mayores relaciones económicas. Es muy importante que América Latina no pierda esta diversificación de mercados.

¿Qué clase de "pequeños países periféricos" se proyectan en Centroamérica? ¿Vamos a ser simplemente un apéndice del TLC o del Area de Comercio Libre de las Américas (ACLA) o vamos a lograr un desarrollo del tipo de los Países Recientemente Industrializados (NICs) para poder ingresar a tratados continentales de libre comercio con alguna capacidad negociadora? Hay gente que enfatiza que ya no tenemos el tiempo que tuvieron los "tigres asiáticos" ni tampoco el tiempo brutalmente dictatorial que tuvo Chile. Esta consideración puede conducir a un proyecto de "panameñización" de Centroamérica como el que el gobierno de El Salvador está poniendo sobre el tapete. O puede hacer recobrar la sensatez y llevar al resurgimiento de la capacidad productiva de nuestros países, "reconvirtiendo" a marchas forzadas el monto y la dirección de la capacidad inversora que dan las remesas, a las que se añadiría durante dos o tres ciclos agrícolas las divisas que darán los buenos precios internacionales del café.

Para ir adelante, para afianzar un modelo productivo y, desde él, insertarnos en la economía mundial, se necesitará también aprovechar mejor la cooperación externa, de todos modos ya decreciente por parte sobre todo de Estados Unidos. Sin olvidar que esa cooperación externa es una de las mayores fuentes de corrupción de nuestros gobiernos. Siendo una de sus fuentes de vida, éstos se vuelven totalmente transparentes hacia fuera, hacia las instituciones financieras multilaterales y hacia los países donantes, pero no sienten la misma obligación de transparencia con su sociedad civil. Este tipo de corrupción, así como el aprovechamiento del poder político para quedarse con las mejores tajadas de la privatización, tendrá que ser perseguido a fondo en tribunales de justicia verdaderamente independientes, si se quiere que el crecimiento económico sea sostenible y se traduzca en desarrollo humano. Si se quiere que comience a cerrarse la brecha de la pobreza absoluta.

Cada vez está más claro que la pobreza no es sólo una tragedia humana y una muestra de injusticia en la convivencia social, sino un obstáculo para cualquier proceso de desarrollo. La inversión en capital humano desde salud y educación básica hasta investigación científica y capacitación tecnológica, pasando por el dominio de los circuitos de la información y de las nuevas formas de gestión es la única manera de multiplicar las oportunidades de desarrollo. Mientras no se fomente esta inversión en esquemas de participación, mientras no se ponga en pie un sistema fiscal más eficiente y justo y un uso menos exclusivamente monetario, comercial y especulativo de las remesas, no podremos esperar que la región logre levantar la hipoteca de dolor e inestabilidad que pende sobre las sociedades centroamericanas.

Es evidente que sin una política social, sin un desarrollo con equidad, sin que los ajustes macroeconómicos ajusten a la par a sociedades tan desiguales, no podrá haber estabilidad ni siquiera en el crecimiento económico. La reciente crisis mexicana lo demuestra dramáticamente. No se puede abordar la pobreza con medidas "compensatorias", porque no se puede compensar lo que es central, el bienestar humano. Precisamente por eso, el proceso de democratización de nuestras sociedades y la valoración cultural de este proceso están en el centro de la problemática. Se trata de un balance entre lo público y lo privado en la convivencia.

Elecciones por toda Centroamérica

En 1994 o en los finales de 1993 se celebraron en casi toda Centroamérica procesos electorales que no contribuyeron automáticamente a un proceso de democratización en profundidad. Hubo elecciones presidenciales en Honduras, Costa Rica, El Salvador y Panamá, además de un referéndum constitucional y elecciones legislativas en Guatemala. Estos procesos no han seguido un único patrón.

Destaca el caso de Costa Rica, en donde los procesos formales de la democracia los electorales no parecen desgastarse. Las elecciones presidenciales y legislativas fueron muy disputadas y las ganó la oposición. No disminuyó la asistencia a las urnas. Tampoco disminuyó en Panamá, a pesar de la traumática experiencia política que siguió a la invasión estadounidense de 1989. Honduras representa un caso intermedio, pues la abstención alcanza ya a un tercio de los posibles votantes, signo de una disminución en la participación respecto a otras convocatorias.

En el otro extremo están los procesos de El Salvador y Guatemala, marcados por un fuerte porcentaje de abstención. La abstención en Guatemala tiene raíces muy antiguas. Hay que remontarse tres décadas atrás para encontrar un proceso electoral con nutrida participación. Desde 1966, año de la elección de Julio César Méndez Montenegro, la abstención se ha ido incrementando hasta alcanzar un 87% en el referéndum sobre las reformas constitucionales y un 79% en las elecciones legislativas de siete meses después (agosto/94).

En El Salvador, la década de los 80 tuvo procesos electorales con abstenciones superiores al 40% de los inscritos y aún mayores si se considera a todos los potenciales votantes. Se afirmaba en aquellos años que la abstención se debía a la guerra El Salvador había tenido anteriormente cierta tradición de participación electoral . Sin embargo, las primeras elecciones en tiempo de paz tuvieron una abstención de alrededor del 50% del electorado y de más de la mitad de los ciudadanos.

¿Es que a la gente no le interesan las elecciones? Todo indica que se sigue deseando esa forma de democracia que consiste en elegir representantes y delegar poder. ¿Qué pasa entonces? Tal vez en primer lugar, el grado de poder real del que gozan nuestros gobiernos. Para participar en la democracia electoral hace falta la percepción colectiva de estar en un país con instituciones suficientemente reales, en un país con fuerte correspondencia entre el gobierno electo y el poder real. Pero la evolución del sistema mundial hacia un predominio del capitalismo sin contrapeso ninguno ha diluido mucha de esa correspondencia, entregando nuestros gobiernos mucho de su poder real a las instituciones financieras internacionales.

El ejército en Guatemala y los escuadrones de la muerte en El Salvador reducen aún más el poder real de los gobiernos de estos dos países porque son un poder real no electo, a veces incluso clandestino, que impide que la gente tome muy en serio al gobierno electo. La persistencia del miedo a este poder real y el influjo de éste sobre el mismo proceso electoral ahuyentaron a mucha gente de la participación o se la impidieron físicamente. Parece claro en cambio que la pérdida de influencia de los ejércitos o su desaparición en Costa Rica y Panamá, dan mayor credibilidad en estos países a la competencia electoral por el poder. En Honduras, el ciclo de procesos electorales iniciado hace trece años ha sido desde entonces un acontecimiento de carácter cívico en un ambiente crecientemente antimilitarista.

¿Será la enorme cantidad de dinero que se necesita para poder competir como candidato en elecciones "democráticas" el elemento que acabe por desprestigiarlas? Se trata de un dinero que va a parar cada vez más a los medios de comunicación social, canales privilegiados de valores y de estilos de vida, que construyen o destruyen candidatos. En tiempos de campaña electoral los medios sustituyen al "ágora", a la plaza pública, y tienen ya mucha mayor influencia que la que siguen teniendo concentraciones o mitines callejeros. Son el foro cultural donde de forma explícita o implícita se contraponen estilos de vida y proyectos de sociedad. Puede parecer que son una nueva forma de "vida pública", aparentemente menos elitista que la anterior, pues los medios son masivos y llegan a mucha más gente que las antiguas concentraciones. Pero en la realidad producen un proceso de privatización de la política: la multitud a la que los medios se dirige y a la que solicita el voto por determinada alternativa es una multitud de solitarios y no de asociados. Además, la forma en que las alternativas son "publicitadas" sigue pautas comerciales. Se venden y se compran candidatos y proyectos y los debates se vuelven concursos espectáculo o competencias deportivas.

Las alternativas sí pueden ser un factor diferenciante en los procesos electorales que la región ha vivido. En Costa Rica parece haber alternativas y parece que la gente las percibe como tales. Los dos partidos tradicionales han mostrado ya muchas veces que pueden gobernar y que ofrecen matices importantes dentro de una orientación básica común de apoyo a la república burguesa. Igualmente parece que hubo alternativas en Panamá y que así fueron percibidas colectivamente, todas dentro de una forma de gobierno populista que sirve también a un estado republicano burgués. Parece que también los hondureños ven al Partido Nacional y al Liberal como alternativas de diversos clientelismos, creadores de puestos de trabajo.

¿Alternativas de poder?

En Guatemala no parece que la gente perciba verdaderas alternativas de poder. La corrupción de los partidos políticos que han acompañado la "democratización" puede ser una de las razones de fondo. Los partidos políticos tienen en Guatemala una historia que abarca únicamente la década revolucionaria del 44 al 54 y no tienen expresión nacional. Los nuevos partidos políticos de derecha aunque no carguen con el estigma de la corrupción económica o no han logrado hacer olvidar la represión sin escrúpulos de su líder o no han conseguido extenderse fuera de la capital. Con todo, la prueba definitiva no se tendrá hasta las elecciones presidenciales de diciembre enero de 1995. Mucho dependerá de si se firman o no antes los acuerdos de paz y si éstos suponen o no una disminución del poder del ejército dentro del Estado.

Tampoco en El Salvador parece que una mayoría vislumbre alternativas. Existe un voto sólido por la derecha y también por la izquierda, aunque menor. Pero ninguno es suficiente para garantizar una mayoría. La tercera minoría la que dio la mayoría a la derecha en las elecciones de 1994 no percibió que la izquierda política, ex guerrillera, fuera capaz de gobernar el país. Probablemente la percibió carente de preparación en la mayoría de sus líderes. La cultura de los títulos universitarios y de la práctica profesional es muy fuerte aún y la derecha se beneficia de eso. Tal vez más en el fondo, la izquierda fue percibida como carente de un proyecto de sociedad alternativo o de programas suficientemente correctivos de las propuestas de la derecha. Y probablemente fue percibida también sin políticos nuevos con actitudes nuevas frente al poder. Es evidente que la aceptación de los medios de comunicación como principal foro de competencia de las elecciones redobló todas estas percepciones y favoreció a la derecha.

Lo que las mayorías están absorbiendo como eje de su cultura es un individualismo de fondo, un estilo de vivir y de pensar que refleja la cultura de las clases medias de los Estados Unidos, aunque no todos sus símbolos signifiquen culturalmente lo mismo aquí que allá. También los jóvenes de las clases pobres y de las etnias aún discriminadas de los Estados Unidos influyen, con sus modelos de resistencia delincuencia, en el estilo de las "maras" o pandillas juveniles de nuestros países, que se organizan igual, establecen y defienden de forma similar espacios territoriales, visten y cantan lo mismo.

Con todos estos matices, se puede aventurar que el mensaje cultural que se recibe a través de los medios de comunicación y también a través de los emigrantes que ya pasaron de su etapa de resistencia heroica a "la migra" a la etapa de ser parte del "paraíso" americano, muestra como ideal de progreso a la gran corporación económica. Sobre todo, a la gran corporación económica comercial, de servicios y financiera. La gente mira que es ahí donde está articulado el poder. Y ese poder lo ve personalizado en los altos ejecutivos de ese tipo de corporación. Es esa gran corporación la que ha ganado la batalla de los estilos de vida. El derrumbe del bloque socialista no ha dejado otra alternativa. El triunfo de la economía privada que en su crisis intenta hoy que los emigrantes sean privados de servicios sociales conlleva la privatización de la política.

El Estado se hace cada vez menos presente en lo específico político: fuente de organización social desde el poder, garante de los intereses generales, árbitro entre las clases sociales o entre etnias, religiones o lenguas diferentes. El Estado es hoy, sobre todo, una policía que protege los derechos privados. Asistimos a la privatización de la política, sin que ésta tenga ya ninguna pretensión de representar los intereses públicos. Se trata de una política sin sueños ni mitos para las mayorías. Los sueños y los mitos son para el individuo o, a lo más, para la familia, para la organización familiar privada. La política ya no tiene utopías. Porque el presente de la abundancia consumista y del espectáculo deslumbrante aparecen como la utopía insuperable.

Una generación de jóvenes que en la década de los 80 tuvo un protagonismo luchador idealista y a veces heroico en el campo de la política, llega a su plena edad adulta en los 90, época de desencanto y de cinismo, de cansancio y de confusión normativa, de desempleo. Muchos de estos jóvenes se lanzaron a la lucha para promover y defender un proyecto político de liberación nacional y han encontrado que lo que más nos ha "liberado" al menos de las situaciones de miseria y también del estancamiento económico ha sido la emigración a los Estados Unidos, fuente de remesas en dólares. Esa experiencia, tan generalizada puede desnacionalizar los sueños y la realidad.

Lo que crece es la corrupción

La corrupción es otra tendencia transnacional que contribuye a minar culturalmente los procesos de democratización. Con ella, la política misma como fuente de organización social pierde sentido. Por ella, el político es percibido como un hacedor de mentiras construye imágenes que luego no se corresponden con la realidad y como un ambicioso que busca su rápido enriquecimiento. Los grupos políticos de izquierda revolucionaria han contribuido a que la vieja y cínica imagen de la política como juego sucio adquiera nuevo arraigo y confirmación. Es múltiple el estigma ético que ha marcado a las izquierdas. Se destruyen entre sí cuando ya no están en el poder. Algunos han preferido la retórica a la acción más importante que el hambre del pueblo es que ellos digan que el pueblo tiene hambre y más importante que buscar soluciones es que la gente crea que son ellos quienes las van a encontrar . Otros han identificado su propia suerte con la del pueblo de tal modo que cuando ellos son reconocidos o viven mejor es ya el pueblo el que ha sido "liberado".

A todo esto hay que añadir la pervivencia de grupos de delincuencia política, reconvertidos hoy en grupos de delincuencia organizada, vinculados al narcotráfico, al robo transnacional de carros y a muchas otras formas de delito productivo. Este "capital delincuencial", entramado con la política de derecha más fanática, es otro elemento que contribuye a la creación de una imagen de corrupción asociada a la política.

Parte de la cultura religiosa la que se transmitió elaboradamente a través de la teología de la liberación, por ejemplo exaltó la importancia de la historia y del compromiso político para incidir en ella y denunció a la política tradicional de la derecha y de la seguridad nacional como antipopular. Hoy, cuando han fracasado o están en crisis proyectos políticos que se habían impulsado como liberadores, la crítica que esta teología les hace puede abonar el escepticismo o la incapacidad de asumir cristianamente la ambigüedad histórica que tiene toda política.

¿Y la sociedad civil?

¿Podrá la sociedad civil con un aumento de participación hacer resurgir las posibilidades reales de la política? En la participación está el reto que definirá el futuro de la democratización. La participación social es lo que puede hacer que las instituciones vayan hallando un proceso que contrarreste su tendencia a la burocratización formal. Hay en Centroamérica muchos indicios de aumento de organización en la sociedad civil, en todo eso que no es el Estado. Naturalmente, dentro de nuestra sociedad civil lo más organizado siguen siendo los gremios del gran capital (CACIF, ANEP, COHEP, COSEP, etc.) y sus federaciones asociadas por ramas. Su organización es más fácil porque son pocos y muy concentrados. Hoy, los gobernantes salen de entre las filas de los empresarios y eso multiplica la influencia social de estos grupos.

Los otros sectores de la sociedad civil obreros, campesinos, cooperativistas, organismos de derechos humanos, mujeres, ecólogos, etnias, religiosos, maestros, universidades, investigadores, desmovilizados, lisiados, todo tipo de ONGs, grupos vinculados a proyectos de desarrollo a nivel municipal, de barrio o aldeas tienen liderazgos y cúpulas organizadas, pero pueden no tener detrás o en la base grandes movimientos sociales, pueden no haber logrado todavía articular la representación y la participación de sus sectores.

Ahí está el desafío. La democratización no tiene aún tras sí una cultura de amplia participación social. La empezó a tener en los años 70 con grandes movilizaciones de masas, algunas de cuyas formas de acción han quedado tal vez permanentemente asociadas a las tácticas de la guerra y hoy producen horror porque puedan retrotraernos a la confrontación armada. Eso es lo que se experimentó en Nicaragua con el resurgir en determinadas huelgas de las barricadas callejeras. Es lo que se ha vivido en El Salvador en septiembre/94 y en enero/95 con la ocupación de edificios públicos y la toma de rehenes.

Las armas, la militarización de los conflictos, arrebataron a la participación su carácter civil, marcándola exclusivamente con el militar. Después, la gente se fue cansando de vivir en la dramática anormalidad de las armas, generadora de tanto dolor, insoportable en largos plazos. Ahora en la paz, las formas de diálogo, de presión, de negociación y de propuesta, necesarias para la participación, están casi por inventar y no sabemos cuánta capacidad de organización y de movilización pública garantizarán en tantas nuevas luchas como son necesarias para enfrentar una realidad tan compleja.

Tendencias bastantes claras

Al finalizar 1994 nos encontramos ante varias tendencias políticas de las que se desprenden serios retos. La más importante de todas es la abierta con los procesos de pacificación que culminaron o están culminando en acuerdos de paz. No se puede decir que los países o la región estén igual o peor después de ellos. Lo que sí se puede decir es que los acuerdos son insatisfactorios o no se han cumplido cabalmente en puntos cruciales. La conflictividad de la región, en la que se negaba una mínima justicia social y democracia a las mayorías y se reprimían los derechos humanos fundamentales cuando la gente se movilizaba reclamando cambios profundos, fue la que llevó a la guerra. Que en Nicaragua y El Salvador la "paz" no haya logrado responder a la necesidad de tierra o de crédito para trabajar productivamente en el campo o la ciudad, mantiene a estos dos países en la inestabilidad. Que en Guatemala el esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos no llegue a nombrar a los culpables, es profundamente insatisfactorio y decepcionante. Más grave aún sería que en los acuerdos de paz guatemaltecos no se reconociera alguna forma de autonomía para el pueblo maya.

Otra tendencia es la de las formaciones políticas revolucionarias, que están atravesando procesos de división, reconversión o disolución a la par que no obtienen en los procesos electorales un voto popular mayoritario. ¿Por qué? Persisten algunas condiciones políticas que marcaron el conflicto el miedo, sobre todo y las izquierdas tienen dificultades para participar en la política sin tener como único objetivo el poder estatal. No actúan como oposición política creativa. Esto les dificulta mantenerse activas y unidas cuando no las une ni la estrategia militar ni la administración del Estado.

Está también clara la tendencia al desprestigio de los partidos políticos, expresada en una creciente abstención popular en los procesos electorales. Pero los partidos políticos son necesarios y es necesario un esfuerzo imaginativo para recrearlos con nuevas agendas, nuevas tareas y, sobre todo, con nuevos procesos de formación de sus militantes. Sin políticos nuevos, capaces de amplias alianzas, preocupados por una honestidad que se traduzca en transparencia y consulta con la sociedad civil y portadores de un estilo de vida mucho más cercano al de la mayoría de los gobernados, no se recuperará la credibilidad de las organizaciones políticas.

A nivel geopolítico estamos enfrentando la realidad de la creciente vinculación entre los que controlan el mundo de la imagen y del espectáculo con los partidos políticos, antiguos y nuevos. Son los medios los que crean las candidaturas. En Italia, Silvio Berlusconi es un personaje paradigmático, la expresión política del capital ya transformado en espectáculo. Después de imponer productos a través del mercadeo, el capital intenta imponer, a través del mismo mercadeo en el monopolio de los medios, el consenso necesario para gobernar. La capacidad de enfrentar esta realidad dependerá de la depuración e independencia del poder judicial, de la fidelidad de otros partidos políticos al pueblo y a las constituciones y de la fuerza participativa de la sociedad civil.

Asistimos también al camuflaje de los ejércitos. Todavía no está claro si la seguridad interna de los países quedará fundamentalmente en manos de una policía separada del ejército y al mando de instituciones civiles del Estado. Es ese el esquema que los acuerdos de paz impusieron en El Salvador, dejando aún la puerta abierta para una convocatoria presidencial del ejército en circunstancias de "gran emergencia nacional". Hay fuerzas en el ejército y en la sociedad civil que conspiran para que esa puerta se abra cada vez más a menudo y así volver a situaciones anteriores. Los ejércitos, faltos de justificaciones para sus abultados presupuestos, intentan camuflarse en tareas de desarrollo, atención a desastres, ecología, etc., para mantener su influencia en otras instituciones del Estado y su capacidad empresarial y financiera en la sociedad civil. El fracaso de los esfuerzos para que los ejércitos acepten la restricción de sus funciones y una plena subordinación a la autoridad civil podría ser en algunos países la mayor amenaza a los procesos de democratización.

¿Desnacionalización?

A nivel supranacional ha disminuido la seguridad de las instituciones financieras multilaterales en sus planes de ajuste estructural. Algunos críticos ven ya suficiente confusión como para esperar oportunidades nuevas para nuestros países. La realidad es que el modelo neoliberal no está teniendo éxito, no logra en nuestros países un despegue hacia el desarrollo y el pretendido "gobierno supranacional" no deja de tener límites en su actuación.

En esta contradicción es donde mejor se aprecia la necesidad de recuperar el papel del Estado, de un Estado que sea fuerte, pero que reciba su fuerza no de su autoritarismo ni de su parcialización por las fuerzas sociales que más riqueza concentran, sino que la reciba de una concertación social que lo fortalezca desde abajo. Un Estado que asegure a la población lo que no puede ser mercancía, lo que no puede venderse y comprarse en el mercado: la salud básica, la educación fundamental, la preservación del medio ambiente. Y todo cuanto no se vende ni se compra porque, aunque siendo necesario, no ofrece rentabilidad rápida.

Surge de aquí también el reto de delimitar lo nacional, que no puede diluirse en la globalización sin perder riqueza cultural. Un Estado que no pueda o no sepa favorecer el desarrollo interno de las propias fuerzas productivas nacionales y un aumento de la productividad nacional, y que se conforme con desarrollar únicamente las formas más primitivas de lograrla con la sobrexplotación del trabajador en la maquila, tampoco podrá crear un conjunto de precios relativos propios que funcionen en su territorio , sino que terminará abdicando de este derecho y deber. Así se desnacionalizará, dejará de tener un discurso económico nacional y se someterá a los precios transnacionales, aceptando que la economía funcione sólo en base a maquila, importación, finanzas y remesas.

A pesar de la globalización, y a la par de ella, asistimos en el mundo, y también en Centroamérica, a la revitalización de las culturas diversas, de las nacionalidades y de las etnias. Los Estados centralistas y, mucho más todavía, los imperialismos, han tratado de extinguir las llamaradas de esa pujante diversidad. Pero el crecimiento económico que hace que las mismas etnias desarrollen clases sociales y se vayan convirtiendo en nacionalidades unido a las revoluciones tecnológicas que promueven la unificación del mundo en una aldea global permiten el encuentro con la diversidad y aumentan la conciencia de las diferencias.

En nuestros pueblos existe hoy una mayor conciencia de la dignidad, no necesariamente traducible de inmediato en convicción o participación política. Se trata de una conciencia del derecho a superarse, que se viste de formas distintas: la emigración, el voto, el trabajo y la lucha en la maquila, las formas de economía popular, las nuevas formas de propiedad y de ser propietarios... Se trata también de una forma de conciencia que desconcierta a las organizaciones políticas revolucionarias. Hemos aprendido que con este tipo de conciencia, muchos rechazan darle su voto a la izquierda, aunque es muy probable que no rechacen sus sueños, esos sueños que a veces ya ni vive la izquierda política a no ser en forma retórica. La desigualdad de nuestras sociedades nos dispersa, pero es también capaz de suscitar redes de amplia, profunda e intensa solidaridad. La generosidad va a la par de las manifestaciones oportunistas, porque hay que abrirse camino a codazos en la vida, que a veces es un bus destartalado, lento y atestado de pasajeros.

Regionalización a toda velocidad

La globalización impuesta por el actual sistema económico mundial, que sigue explotando a Centroamérica y frente a la cual corremos incluso el peligro de ser excluidos, está imponiendo sus férreos ritmos y esquemas con una desconcertante velocidad. Todo el año 1993 estuvo dominado por los esfuerzos de relanzar la integración en el área centroamericana. El final del año 94, con la Cumbre de Miami, impone a la integración regional una dimensión continental con la creación del Area de Comercio Libre de las Américas para el año 2005. Y aunque las fechas reales se retrasen otros 5 ó 10 años, el plan se pondrá en movimiento y el ritmo se irá acelerando continuamente. Esta escala continental no facilita el surgimiento de una participación más amplia y más de base en el proceso.

El dinamismo del proceso de regionalización es muy notable. Es muy notable también el dinamismo del poder económico en la región, aunque cuando el Estado propone abrirse rápidamente al comercio global y suprimir a mediano plazo toda protección, la empresa privada reacciona fuertemente y avisa sobre lo que le falta para ser competitiva. Es mucho mas lento el dinamismo del Estado y el de la sociedad civil popular.

El proceso de regionalización no debe ser visto unilateralmente como un proceso de integración a la economía estadounidense. Es evidente que los Estados Unidos tienen un liderazgo en este proceso. Pero es también patente que dependen de América Latina para continuar siendo competitivos en el siglo XXI. Desde nuestra perspectiva, no sólo es el mercado de los Estados Unidos el que importa considerar sino también el de América latina y Canadá. E importa mantener las relaciones comerciales con la Comunidad Europea y con Asia Oriental.

Pero lo que más importa es esforzarse por hacer más relevante en este proceso a la sociedad civil popular. Aprovechar el mayor espacio de expresión que se ha logrado con los procesos de paz y con el compromiso generalizado de todos los sectores con la democratización. No perder de vista la formación técnica, la educación política, la comprensión de la cultura que vivimos. Tampoco perder de vista la fe, la esperanza y la solidaridad que esconden las reservas religiosas de nuestros pueblos. Son muchos y son reales los espacios desde donde se puede seguir luchando por la vida en estos tiempos de brújulas quebradas.

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