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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 222 | Septiembre 2000

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Nicaragua

Incesto: una plaga silenciada de la que hay que hablar

No habrá democracia si persiste la violencia contra las mujeres. No habrá desarrollo ni transformación social ni futuro ni felicidad si persiste este abuso de poder. El incesto es la más silenciada de las violencias.

María López Vigil

El incesto es un problema gravísimo en Nicaragua. Lo es en toda Centroamérica. Lo es en todo el mundo. Y aunque las cifras que nos dieran las dimensiones de este problema son casi imposibles de obtener, porque la gran mayoría de los casos jamás son conocidos ni llegan a las estadísticas, algo se puede deducir a partir de los casos de violaciones sexuales denunciadas en forma creciente por las mujeres en todo el mundo.

Son cifras aterradoras. En Estados Unidos, donde según el FBI, cada minuto es violada una mujer, organismos feministas calculan que una de cada cuatro niñas en el rango de 0-12 años ha sido víctima de incesto. En México, 7 de cada 10 agresiones sexuales son cometidas por conocidos, el 35% de ellas por familiares. En Costa Rica, el 95% de las embarazadas menores de 15 años son víctimas de incesto. En Brasil se ha disparado el número de mujeres que denuncian la agresión sexual de los hombres. Lo más sorprendente es descubrir lo generalizado que es el incesto en todos los sectores de la sociedad brasileña, afirma Marta Rocha, Jefa de la Policía de Río de Janeiro. Varios organismos calculan que en América Latina sólo se denuncia una cuarta parte de las violaciones sexuales que ocurren. Las que menos se denuncian son las que constituyen incesto.

Una sociedad marcada por la violencia

La historia "moderna" de Nicaragua se inició con un masivo acto de violencia contra las mujeres: los conquistadores españoles violaron a las mujeres indígenas. El abuso del poder y la violencia han marcado la historia nicaragüense y se han ido legitimando socialmente. En Nicaragua, la cultura económica y social es violenta. Somos un país atravesado por inequidades increíbles entre pocos con todo y muchos sin nada: la ignorancia y el hambre son violencia. La cultura política, familiar y personal es violenta. No hay costumbre de resolver los conflictos con el diálogo, la tolerancia es vista como debilidad, las formas de lucha no violenta son desconocidas o consideradas expresiones de cobardía inútil. No existe respeto a los diferentes ni a las diferentes, no se sabe negociar, el lenguaje busca siempre descalificar al oponente. Sólo quien tiene plata platica. Quien gana lo gana todo, quien pierde lo pierde todo. Y a quien tiene poder se le regala el derecho a abusar impunemente de él.

En la casa, la violencia es vista como algo natural, necesario. El padre le grita y le pega a la madre, la madre le grita y le pega a los hijos y a las hijas, las hijas e hijos mayores gritan y golpean a sus hermanos y hermanas más pequeñas, y los más pequeños apalean al perro y salen a la calle a matar pájaros a pedradas... Generación tras generación, cada uno de los eslabones se engarza con el otro en una cadena sin fin. El eslabón más débil siempre ha sido y continúa siendo el de las niñas y el de las mujeres. También sufren violencia los niños varones, más mientras menos años tienen.

En la Comisaría de la Mujer y la Niñez de Ciudad Sandino, en Managua, se reciben entre 12-15 denuncias diarias de maltrato físico, mental, sexual y económico contra las mujeres, las niñas y los niños. El personal policial que atiende la Comisaría calcula que sólo se denuncia un 5% de lo que ocurre. Según un estudio del departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional Autónoma de León, realizado con 213 mujeres y 153 varones, el 26% de las mujeres, y nada menos que el 20% de los varones, dijeron haber sido víctimas de alguna forma de sexo forzado en sus vidas, el 35% antes de cumplir los doce años.

Según la Encuesta de Demografía y Salud, realizada en 1998 por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, el 29% de las mujeres nicaragüenses ha sufrido abuso físico y sexual alguna vez en su vida de parte de su compañero. La Comisión Nacional de Lucha contra la Violencia hacia la Mujer, Niñez y Adolescencia realizó en 1999 una amplia campaña de medios para divulgar éstos y otros preocupantes datos de la Encuesta con el lema La violencia es una cultura aprendida. En esa cultura, los varones aprenden, desde muy pequeños y con toda naturalidad, a usar la violencia sexual para afirmarse ellos mismos y para imponerse sobre las mujeres.

Todo abuso sexual es abuso de poder

Poder y sexo aparecen estrechamente ligados en la conciencia masculina dentro de la cultura patriarcal, son las dos llaves maestras del sistema machista. Todo abuso sexual es, antes que nada, un abuso de poder. Desde hace al menos diez mil años, en todo el planeta, la cultura de la especie humana ha sido patriarcal: el poder y sus mecanismos han sido controlados por los varones. Del poder abusan fundamentalmente los varones. Y fundamentalmente abusan contra las mujeres y contra las niñas. Abusan de mil maneras. También con su falo, esgrimido como un arma de dominio con el que obtienen placer y poder, el placer del poder.

En el terreno del poder ejercido a través del sexo hay que situar las violaciones sexuales contra las mujeres, tanto las realizadas contra mujeres que no son pareja de los hombres que agreden, como las violaciones de los hombres contra sus propias parejas. ¿Cómo cuantificar las violaciones sexuales de los esposos contra sus propias esposas? En Nicaragua, éste es un asunto del que no se habla. La especialista Susan Brownmiller señala la existencia de una sicología de masas de la violación. La describe como un proceso consciente de intimidación por el cual todos los hombres mantienen a todas las mujeres en un estado de miedo, y llega a afirmar que esta sicología ha estado presente y ha sido silenciada a lo largo de la historia de la humanidad.

El abuso sexual más grave y traumático es la violación de una niña. Y yendo todavía más al fondo de las turbias aguas de este pozo aparece el incesto, el delito sexual más silenciado en cualquier sociedad del mundo. También en Nicaragua. Según la siquiatra costarricense Gioconda Batres, pionera en América Latina en la investigación sobre el incesto y en el tratamiento a sobrevivientes, el incesto padre-hija, padrastro-hijastra, representa el paradigma de la victimización femenina a través de la sexualidad masculina.

El delito más escondido y silenciado

Durante un año (julio 99-junio 2000), recorté todas las noticias que sobre denuncias de violaciones sexuales consumadas -no los intentos frustrados ni los acosos- aparecieron en los tres diarios nacionales: El Nuevo Diario, La Prensa y La Tribuna, sabiendo que me asomaría tan sólo a la punta del iceberg. El total de casos supera los 300. De ese total, casi la cuarta parte de los casos corresponden a denuncias de incesto. En promedio, cada seis días los diarios presentaron a los lectores de las páginas de sucesos un caso de incesto.

Es incesto que cualquier familiar adulto toque sexualmente a una niña, que la desnude y la mire desnuda con deseo, que se masturbe ante ella, que la bese y la acaricie sexualmente, que la induzca a acariciar para lograr excitación. Y naturalmente, que la viole con penetración vaginal o anal. Se considera incestuosa no sólo la relación sexual que imponen a las niñas sus familiares de sangre. También la que les imponen otras personas con quienes ellas tienen vínculos afectivos o una relación de confianza y de dependencia, personas que tienen la obligación de protegerlas, amarlas y brindarles seguridad. Padres, padrastros, tíos, abuelos, hermanos, primos, sacerdotes, patrones, maestros... Cualquier hombre que tenga poder -y todos tienen siempre mucho, bastante o alguno en la cultura machista- y quiera demostrarlo abusando sexualmente de una niña -o de un niño- comete el delito de incesto. También hay mujeres incestuosas.

El 98% de incestos reportados durante ese año en los tres diarios nicaragüenses se refieren a casos de penetración, señal de que sólo se denuncian los hechos cuando llegan a ese extremo. En el 72% de los casos fueron los padres y los padrastros quienes abusaron de sus hijas o hijastras, niñas y adolescentes, en la mayoría de los casos de forma continua y durante varios años. Las edades más frecuentes de las niñas están en el rango de 10-14 años. (Sólo aparecen cinco casos de incesto contra niños. En todos, un tío era el abusador y en todos, los niños no eran mayores de 6 años. El abuso sexual de un varón es mucho más difícil de admitir -por tanto, de denunciar-, porque el mito de que un niño penetrado se vuelve homosexual -"se vuelve mujer"- exacerba el silencio de la familia).

El drama en los medios de comunicación

El 100% de los casos que aparecieron en los periódicos tuvo lugar en comarcas rurales y en barrios marginales de las ciudades, en el paisaje de la pobreza y la miseria. Es una regla universal, que se cumple también en Nicaragua y a la que hace referencia el sicólogo Armando Sánchez, subdirector del centro SI MUJER de Managua: Cuanto más alto es el estatus social de la pareja más se silencia el abuso sexual dentro de la familia.

Sólo un caso durante el año registrado ocupó la primera plana de uno de los diarios. El padrastro, 20 años, de una niña de dos años, la maltrató tanto, con golpes y con abusos sexuales, que la mató. Los lectores pudieron ver las fotos del hombre, de la niñita muerta y de su madre, una mujer de 19 años, que salió en defensa de su compañero. Otro caso estremecedor y "típico" fue el de una muchacha de 24 años, de Diriomo, que murió en el hospital de Masaya en marzo de 1999. Al hospital llegó desnutrida y con una grave enfermedad venérea, gritando que no la atendieran porque deseaba morir. Desde hacía siete años sufría de desequilibrio mental. Murió de un paro cardíaco. De pena moral, según algunas vecinas. En el hospital, la muchacha contó que desde los doce años su padre y hermanos abusaron de ella continuamente, con la anuencia de su madre. Contó también que, aunque en alguna ocasión logró escapar de su casa, tuvo que volver por razones económicas. Posteriormente, la madre declaró que todo lo que había dicho su hija era mentira, descalificándola como una loca a la que le gustaba buscar hombres para acostarse con ellos. La madre achacó la muerte de su hija al inadecuado tratamiento que los médicos le dieron en el hospital. Los diarios no informaron más del caso ni aclararon la verdad de estas dos versiones contradictorias.

Tres llaves guardan el secreto

Mientras los periódicos dan cuenta de algunos casos, casi siempre con sensacionalismo y morbosidad, sin contexto y sin pistas que lleven a una reflexión constructiva, la mayoría de los incestos que ocurren en Nicaragua quedan ocultos para siempre. Resguardan el secreto tres gruesas llaves: la del dolor, la del pudor y la del temor. El silencio favorece la impunidad. Silencio e impunidad extienden la epidemia. El incesto es una enfermedad social endémica que no ha sido erradicada en ningún país del mundo. Tampoco en Nicaragua, donde uno de los mayores problemas es el subdesarrollo de los recursos necesarios para enfrentarla eficazmente, empezando por una ignorancia generalizada sobre conceptos elementales, incluidas las palabras con que nombrar el drama.

Un necesario primer paso es entender que los incestuosos no son exclusivamente hombres pobres que viven en hacinamiento ni sicópatas ni alcohólicos. Los aberrados -ese sonoro calificativo que tanto emplean los medios nicaragüenses para estos casos, induciendo que son locos degenerados quienes esto hacen- están por todos lados. Son hombres totalmente normales, hasta encantadores, pertenecen a todas las clases sociales y a todas las profesiones. Viven por igual en ranchos de cartón y en mansiones. Son marginales anónimos y adinerados con gran reconocimiento social. Si de esta plaga se hablara, nos sorprendería descubrirla entre las cuatro paredes que habitan tantas "buenas familias" de Nicaragua. En 1998 nos sorprendió descubrirla entre los muros de la casa presidencial.

Zoilamérica: un caso emblemático

Entre marzo y junio de 1998 el caso de incesto denunciado por Zoilamérica Narváez ocupó primeras planas en todos los medios nicaragüenses y en todas las conciencias, obligando a reflexionar, en cualquiera de las direcciones posibles, sobre este delito, tan celosamente escondido.

En la historia que reveló esta valiente mujer, en la que el protagonista masculino es el máximo dirigente del FSLN y ex-Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, su padrastro, se pueden encontrar, uno imbricado en el otro, los hilos que tejen la trama de casi todas estas historias ocultas. El hogar transformado en el espacio del peligro. La madre convertida en rival y en cómplice. La noche transformada en el tiempo del miedo. La resistencia convertida en sumisión. El atra-pamiento en una trampa sin salida. El secreto cargado como un aniquilante fardo de vergüenza. La confusión de todos los afectos. Las máscaras usadas por el abusador para imponerse y por la víctima para sobrevivir. La zozobra permanente. La identidad perdida. La niña colapsada en el cuerpo de la mujer. Las mil y una destrucciones que causa en el es-píritu la violación del cuerpo. Lo que más consterna en este caso es el alto grado de manipulación y el desmesurado abuso de poder con los que actuó Daniel Ortega.

La revolución sandinista -representada nacional e internacionalmente durante años por el hombre denunciado por Zoilamérica- transformó positivamente muchas realidades sociales, y al tocar "con magia" muchísimas conciencias, desató infinitas energías de solidaridad que hicieron avanzar a Nicaragua durante una década. El espacio que quedó más intocado fue el espacio privado. Dentro de los hogares, los hombres que se proclamaban revolucionarios siguieron ejerciendo su poder despóticamente y las mujeres, madres y abuelas, siguieron transmitiendo los códigos del poder machista a sus hijos y a sus hijas en un ciclo histórico al que la revolución apenas prestaba atención.

En la denuncia de Zoilamérica, que sacudió a la sociedad nicaragüense -paralizando a unos, movilizando a otras, acobardando a unos, clarificando a otras- entendimos la gravedad que tuvo que un movimiento que enarboló las banderas de la justicia y la dignidad y pretendió ser alternativa a un sistema de poder político y económico tan injusto dejara prácticamente sin tocar el espacio privado. Entendimos los límites estratégicos que tuvo la revolución porque la dirigían hombres forjados en la jerarquía militar y a quienes se les otorgó un poder casi absoluto.

Rompamos el silencio: un esfuerzo pionero

A raíz de la denuncia de Zoilamérica, la Red de Mujeres contra la Violencia y personas y organizaciones que formaron el Comité de Apoyo a un caso que hará historia, decidieron realizar diversas acciones para develar la ocultada tragedia del incesto. Por primera vez se hacía en Nicaragua un esfuerzo colectivo en esta dirección. La devastación material y moral provocada por el paso del Mitch postergó la iniciativa. Por fin, entre el 27 de mayo y el 12 de junio de 1999 se celebraron en Matagalpa, Estelí, Chinandega, Masaya, Puerto Cabezas y Bluefields seis foros regionales sobre abuso sexual e incesto. Se trataba de identificar cuán extendida está esta plaga a nivel local y regional, y de elaborar propuestas concretas para la "vacuna" y la erradicación. En los foros se trabajó sobre aspectos sicosociales, jurídicos y preventivos. Participaron funcionarios de diversos ministerios junto a gente de distintos grupos de la sociedad civil.

Los debates demostraron que, aunque en lo político, lo económico y lo social existen diferencias, a veces muy grandes entre unas y otras regiones de Nicaragua, el incesto abunda por igual en todas y en todas son similares las características con las que se presenta y las razones por las que se silencia. El proceso de reflexión concluyó en Managua, en noviembre, con el Primer Simposium Nacional sobre Abuso Sexual e Incesto hacia la Mujer, la Niñez y la Adolescencia, organizado con el lema El abuso sexual sí existe. Rompamos el silencio. Aunque todo esfuerzo pionero abre caminos, las organizadoras reconocieron que quienes participaron a lo largo de todo el proceso fueron mayoritariamente miembras y miembros del movimiento de mujeres y de ONGs que ya tenían bastante conciencia de esta problemática y ya trabajaban con víctimas y sobrevivientes.

Hogar, amargo hogar...

Así como la violación sexual "clásica" -la de un momento, la que tiene como escenario una calle oscura, un rancho monte adentro o un predio de la ciudad- comporta casi siempre lesiones, gritos, resistencia frente a la imposición de la fuerza física del varón sentida claramente como violencia, agresión y daño, el incesto, en una gran mayoría de casos, tiene otro escenario: no hay gritos sino silencio, no hay resistencia en la víctima sino perplejidad y un miedo paralizante, el abusador no ejerce el poder de la fuerza sino la fuerza del poder. Para la niña la confusión antes, durante y después del abuso sexual es total: por qué me hace esto, qué debo hacer yo... Generalmente, el incesto no deja lesiones externas. Las huellas quedan muy adentro, tanto en el tejido del cuerpo como en el de la mente y en el del espíritu. A veces tiene que pasar mucho tiempo para que se pueda dimensionar la magnitud de los daños.

Otra característica que marca una diferencia es que después de una violación "clásica", el violador huye mientras la víctima da paso a su rabia e indignación. Los límites entre una y otro están totalmente claros. Después del incesto todo es confuso. La víctima queda impotente ante un hombre al que quiere y respeta y que puede mostrarse "cariñoso". A veces hace regalos, a veces chantajea, a veces amenaza. Siempre pide guardar el secreto. Y siempre se queda ahí, en "el lugar del crimen", omnipotente y seguro entre las cuatro paredes de la casa y cerca de su víctima. Al terminar de actuar, sólo se quita una máscara y se pone otra, la del hombre responsable.

No es fácil asomarse a todas las claves de esta tragedia, no resulta sencillo bucear en las razones del silencio y la "pasividad" de las víctimas, que a veces callan durante muchos años, durante toda una vida, profundamente heridas y confundidas. En ocasiones es más fácil creer que las jóvenes inventan el incesto o disfrutan de él que cuestionar todo un sistema familiar y social que posibilita estos hechos, afirmó en el Simposium la mexicana Esperanza Reyes Carrión, coordinadora de un Centro Integral de Apoyo a la Mujer de México DF, que recomendó desgenitalizar la perspectiva con que miramos este delito para poder enfrentarlo eficazmente: No hay que centrar el problema en lo sexual sino en el ejercicio del poder.

¿En qué estadio está Nicaragua?

Nicaragua es un país con una mayoría de población compuesta por niñas y niños. El 46% de la población es menor de 14 años. En el Simposium se señaló que la sanidad de una sociedad tiene en la situación material y espiritual en que viven sus niños y sus niñas uno de los indicadores más fiables. Y se mencionaron los diferentes estadios en que se encuentran las sociedades ante la realidad del abuso sexual contra niñas y niños. Primer estadio: se niega que haya un abuso generalizado y los casos conocidos se consideran hechos aislados, excepciones, achacándolos a sicópatas y a alcohólicos. Segundo estadio: se pone mucha atención a los casos más espeluznantes, pero sin situarlos en el contexto cultural adecuado. Tercero: la sociedad se preocupa, brinda diversas formas de atención y plantea estrategias. Cuarto: las estrategias se coordinan, empiezan a mostrar su eficacia y la sociedad avanza en diversos frentes para develar el abuso y para frenarlo. Quinto: la sociedad ama a sus niñas y niños, los cuida, los protege y siempre prioriza su desarrollo y bienestar.

¿En qué estadio se encuentra Nicaragua? Una mayoría parece moverse sin pizca de preocupación entre los dos primeros estadios, mientras una minoría muy activa lucha valiente y tenazmente en el tercer estadio tratando de abrir caminos. En este terreno, como en el de la economía o en el de los avances tecnológicos, vivimos en un país de "dos velocidades", entre el ábaco y las computadoras, entre las letrinas y los inodoros de lujo de Absolute Solutions. En el país en donde una sandinista, Zoilamérica Naváez, rompió el silencio de forma tan audaz, la emisora de mayor audiencia de Managua comentaba así la violación anal de una tierna de quince días que tuvo que ser hospitalizada: ¡Qué degradación moral, son señales de los días del fin del mundo!

Falta de sensibilidad, ignorancia, cinismo, impunidad...

Aunque el incesto es una plaga endémica, la sensibilidad sobre sus consecuencias, la información sobre los "virus" culturales que la transmiten o los remedios derivados de un análisis de las relaciones de poder que podrían empezar a curarla es notablemente escasa. En mayo se exhibió en los cines de Managua el film de James Mangold Girl Interrupted (Inocencia interrumpida) que, sin explicitarlo nunca, presenta a varias muchachas en terapia por historias de abuso sexual. En el caso de Daisy, el guión da suficientes pistas para entender que se trata de una adolescente víctima de incesto. Daisy, abusada por su padre, atrapada por esto en la bulimia, termina suicidándose. El comer compulsivo de la muchacha causó risas escandalosas entre los espectadores de la película el día que fui a verla, y Daisy fue descrita por el comentarista de cine de la revista juvenil del diario La Prensa como una joven malcriada a quien le encanta comer pollo rostizado. En El Nuevo Diario, el experto en cine habló de lo que le ocurría a Daisy como una delicada situación. Pero no le puso nombre a esa situación. ¿No entendió el comentarista de qué se trataba o no se atrevió a hablar de eso, porque "de eso" no se habla?

Abunda la insensibilidad y también una ignorancia cínica nacida de la "complicidad machista", más sólida que la complicidad de clase. En junio de 1999, el ex-coronel Lenín Cerna -ex-jefe de la Seguridad del Estado en los años 80 y hoy responsable de la campaña electoral del FSLN- fue entrevistado en el diario La Tribuna sobre la realidad política nacional, la crisis en el FSLN y la posible candidatura presidencial de Daniel Ortega para las elecciones del 2001, por la que Cerna abogó. Al preguntársele qué pensaba de la denuncia hecha por Zoilamérica contra Ortega, afirmó que se trataba de un problema de carácter familiar, de un problema penoso, y aunque daba a entender que lo denunciado era cierto, lo minimizó: Si vos recurrís al vulgo, te saca la sabiduría milenaria y no te asusta la acusación, para añadir que en Nicaragua hay centenares de casos más claros y no constituyen ningún problema. Es difícil imaginar un país del mundo donde se le tolere a un dirigente político expresar públicamente estos criterios.

Convirtiendo la oscurana en claridad

En la opinión de Cerna se expresa el atraso y la oscuridad en que viven muchos sectores de la humanidad. Hasta hace relativamente poco, el incesto -al igual que otras formas de violencia intrafamiliar, la mayoría de ellas protagonizadas por los varones contra las mujeres- era siempre un asunto "normal" y de orden estrictamente privado. Sólo las cuatro paredes de una habitación -a veces las de la casa entera- conocían el "secreto de familia", considerado inviolable. Que la violencia cometida entre cuatro paredes sea vista como un asunto que corresponde enfrentar a las instancias públicas, que se considere ya universalmente que el incesto es una violación de los derechos humanos, incluso que el incesto sea ya asumido como una forma de tortura, es algo muy reciente, es una conquista del movimiento feminista mundial y un gigantesco avance del pensamiento humano.

En la obra en varios tomos La historia de la vida privada, Michelle Perrot refiere lo que ocurría en la culta Francia de la primera mitad del siglo XIX: La gestión familiar del sexo se halla rodeada de silencio. Y es muy poco lo que sabemos. El incesto, en particular, era una práctica corriente y se nos escapa más que cualquier otra cosa... La virilidad está amasada de proezas fálicas, ejercidas con toda libertad sobre las mujeres y sobre todo sobre las hijas -a las que en ciertas regiones se puede violar casi impunemente-, o sobre los niños, contra cuyo pudor se puede atentar con tal de que la cosa no sea pública... La violación se consideraba como una variante de los comportamientos ordinarios en la relación hombres-mujeres. La ‘normalidad’ sexual englobaba todo el abanico de sus consecuencias: la violencia, la frustración, la muerte... La idea de la denuncia parece imposible de concebir, informulable. A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX un aumento de la represión judicial parece indicar una mayor sensibilidad.

Hoy, Francia, junto a otras decenas de países, también Nicaragua, ha ratificado la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (1979). En 1996, Nicaragua ratificó y convirtió en ley nacional la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Belem do Pará, Brasil, 1994). Esta legislación compromete al Estado de Nicaragua a investigar, prevenir, castigar y eliminar esa cruel forma de violencia que es el incesto.

Rezagos y desafíos

En Nicaragua, algunos rezagos resultan increíbles. Durante el Simposium llamó la atención, por ejemplo, la confesión del médico Oscar Núñez: La Sociedad Nicaragüense de Pediatría tiene 53 años de existir, es una de las sociedades de mayor prestigio dentro del gremio médico nicaragüense. Y sin embargo, no fue hasta marzo de 1999 que acordamos, por primera vez en la historia del gremio, discutir en un congreso el abuso infantil y el maltrato infantil. La Sociedad Nicaragüense de Pediatría carece por completo de registros de estos casos. Como médicos, tenemos obligación de notificar si un niño que nos llega a cualquier instancia de la salud pública padece de sarna, pero no existe la notificación obligatoria del niño o la niña que ha sufrido maltrato infantil.

Núñez señaló que el Ministerio de Salud carecía de una estrategia para abordar esta problemática y se refirió al proyecto piloto iniciado en el Hospital Infantil La Mascota de Managua: Estamos terminando de elaborar lo que es el ABC del maltrato infantil, del abuso sexual contra las niñas y los niños, todos los elementos clínicos que van a orientar al médico, al pediatra, para sospechar, para saber, para dictaminar que algo de eso le pasa a su paciente.

Las especialistas en abuso sexual infantil e incesto insisten en que los ofensores "saben escoger" a sus víctimas. La verdad es que la cultura patriarcal les aguza el radar y les presenta un gran abanico dónde elegir. El sistema patriarcal produce ofensores y víctimas en serie. En Nicaragua el sistema educativo lleva las marcas del sistema. En una gran mayoría de escuelas del país está generalizado el autoritarismo, la falta de debate y la imposición de la disciplina por el temor a los castigos. Se transmite así sumisión y subordinación, predisponiendo a los niños a aceptar el abuso, especialmente a las niñas, que llegan al aula de hogares donde ya viven sometidas a las necesidades, los caprichos y hasta a la violencia de "los hombres de la casa". Además, en el sistema escolar nicaragüense hay un notable vacío de educación sexual. Niños y adolescentes se desinforman y maleducan en las calles, en base a chistes, mitos y estereotipos machistas. En la escuela no se habla francamente de la sexualidad, mucho menos de la violencia sexual, no se brinda de forma consistente una educación sexual liberadora. Esto reduce casi a cero las posibilidades de que las niñas se enfrenten con herramientas adecuadas al acoso sexual, a los abusos contra sus cuerpos y a la violencia machista. Todo esto facilita que sean presas más fáciles de los hombres incestuosos.

La escuela y el sistema educativo juegan un papel importantísimo en el enfrentamiento de esta plaga. Durante el Simposium, José Antonio Alvarado, entonces Ministro de Educación lo reconoció así: Creo que el silencio no sólo debe romperse, sino que la palabra debe de conducirse de la mejor manera posible. Y esto significa no conformarnos solamente con encontrar respuestas coyunturales, sino tratar de articular un plan coherente, con visión de largo plazo, donde la educación tiene una función primordial.


Un trauma con graves consecuencias

No basta la prevención mejorando la educación. Es necesario mejorar la atención a las sobrevivientes de esta forma de tortura. Las niñas víctimas de incesto, las muchachas y las mujeres que han sobrevivido al incesto padecen una "enfermedad", un conjunto de síntomas síquicos y físicos que constituyen el llamado síndrome de estrés post-traumático, con similitudes al que padecen las víctimas de guerra. El incesto deja huellas que alteran la personalidad. Los efectos de este trauma no desaparecen si no son tratados terapéuticamente. Y con el tratamiento nunca se obtienen resultados a corto plazo, sino a mediano y largo plazo.

Aunque hay síntomas clásicos, las consecuencias de este trauma varían según la subjetividad y la personalidad de la niña, la edad a la que ocurre, el tiempo que dura el abuso, quién abusa de ella, qué poder tiene sobre ella quien abusa, el papel positivo o negativo que juega la madre, etc. El incesto tiene consecuencias en toda la familia y afecta especialmente la relación madre-hija.

Las niñas y muchachas que padecen incesto tienen trastornos muy frecuentes en el aprendizaje (dificultades de concentración y de comprensión, deserción y fracaso escolar). Las maestras son de gran ayuda para detectar casos si atienden a señales típicas: un inesperado bajo rendimiento o deseos de emulación desmedida, cambios bruscos en el comportamiento habitual, silencios extraños, aislamiento en los recreos. Se dan siempre trastornos en la conducta (retraimiento extremo o agresividad), en la sexualidad (inhibición extrema o erotización prematura y tendencia a la promiscuidad). Hay trastornos en el sueño (pesadillas, insomnio, sonambulismo) y en la alimentación (bulimia y anorexia). Hay dolores corporales típicos, que pueden llegar a producir enfermedades invalidantes. Muy recientemente, la Asociación Médica de Estados Unidos probó que el sistema hormonal de las mujeres que han sido víctimas de incesto y abuso sexual en la niñez está alterado, lo que las hace seis veces más sensibles al estrés. Abunda la tendencia a autoagredirse: heridas, mutilaciones. Siempre ronda la idea del suicidio.

A pesar de tantos síntomas físicos, que exigen un tratamiento específico, Esperanza Carrión insistió en el Simposium en la importancia de desmedicalizar la atención a las sobrevivientes de incesto. Y esto porque las mujeres y niñas no están enfermas a título individual por haber vivido agresiones sexuales, y por eso no se les puede colgar una etiqueta médica. Esto sería reducir el fenómeno a casos clínicos de víctimas y victimarios. En Nicaragua, la ignorancia que prevalece sobre el tema y la costumbre tan arraigada de la automedicación lleva a familiares y a médicos a tapar los problemas sicosomáticos que deja el trauma -pesadillas, llantos, malestares gástricos- atiborrando de pastillas a las niñas.

Raíz de prostitución y suicidios

Son muchas las consecuencias sociales del incesto. La prostitución de niñas y adolescentes está creciendo en espiral en Nicaragua. Y es escandaloso el número de muchachas nicaragüenses que emigran a Costa Rica a trabajar como pequeñas prostitutas. A menudo, la prostitución no es más que el final de una historia de incesto nunca confesada. La explotación sexual de niñas está facilitada por historias previas de incesto. En Centroamérica, Nicaragua tiene las cifras más altas de embarazos de adolescentes: uno de cada cuatro embarazos corresponde a jóvenes de 15 a 19 años. Las fugas de adolescentes con sus novios y los embarazos de estas niñas-madres son también formas de escapar de un hogar en donde se oculta el incesto. Detrás de muchos casos de suicidios de jóvenes, de ésos en los que se reporta como motivo "causas desconocidas" o "razones sentimentales" podríamos descubrir historias de incesto. En la citada investigación realizada en la Universidad de León, el 33% de las mujeres abusadas sexualmente (¿el abuso era incesto?) había contemplado la posibilidad de suicidarse y el 19% lo había intentado. Entre los varones abusados, el 39% había pensado en el suicidio y el 25% lo había intentado.

Las sobrevivientes de incesto son personas muy desconfiadas, con muy baja autoestima. Desconocen los límites en las relaciones con los demás, no saben decir NO, no logran expresar la rabia y la dirigen contra ellas mismas, tienen bloqueada la capacidad de imaginar un futuro donde sentirse bien, son más vulnerables e indefensas ante cualquier forma de presión y abuso, y a veces se vuelven abusivas ellas mismas, reforzando así el ciclo de una insidiosa forma de violencia. En un afiche publicado por la ONG nicaragüense Dos Generaciones se lee esta confesión de una niña víctima de incesto, Flor, de once años: Sólo me queda el dolor de no poder reir, el miedo a las caricias, la tristeza... Siento ganas de llorar y de dormir para siempre... Mi corazón está encogido.

La identidad masculina de los nicaragüenses

En Nicaragua, la identidad masculina se ha construido en torno a tres realidades: tener un trabajo donde ganas un dinero del que dispones a discreción; tener varias mujeres que "te tienen" bastantes hijos; y mostrar poder ante esas mujeres -y ante todas las más que puedas- luciéndolas, controlándolas, gritándoles, humillándolas, golpeándolas, usándolas sexualmente, violándolas.

Entre las mujeres sobre las que el hombre tiene un "derecho" adquirido están sus hijas y sus hijastras, de cualquier edad. "Estrenarlas" sexualmente es un rito, un derecho, un deber, un premio. No se trata de un problema "moral" ni de pasiones e instintos sin freno. Se trata de un problema de poder: de exhibir poder, de "marcar territorio". En algunos ambientes sociales los hombres se ufanan de haber sido "los primeros hombres" de sus hijas mientras otros hombres los celebran. Es una expresión más de lo que José Höhne-Sparborth, religiosa holandesa especialista en violencia contra las mujeres, llama la cultura falocrática que domina en Nicaragua y que impide afirmar que la cultura nicaragüense sea realmente heterosexual pues esto im-plicaría niveles de equidad que apenas existen.

La historia de Nicaragua ha añadido a la identidad de los hombres el militarismo. La guerra -ese destructivo producto cultural masculino- ha sido recurrente en la historia nacional, vive en la memoria colectiva. En la revolución sandinista, que tantos proyectos constructivos contenía, terminó predominando lo militar. La guerra patrocinada por Estados Unidos lo facilitó, acentuando el verticalismo, la agresividad y la intolerancia que ya estaban presentes en una historia convulsa, y en un proceso que dirigieron varones militares que se creyeron omnipotentes. Después de finalizada la guerra de los años 80, decenas de miles de hombres saben usar las armas, centenares permanecen rearmados y una mayoría mantiene la filosofía de la guerra incrustada en su conciencia. Consideran las actitudes militares como parte de su identidad masculina, afirma Yamileth Molina, del Grupo Venancia de Matagalpa, una región cundida aún de bandas de delincuentes armados.

El capitalismo globalizado ha acentuado los rasgos más negativos de este cuadro. En todo el mundo ha provocado una mutación de la humanidad extendiendo el desempleo de forma estructural. En Nicaragua, un hombre despojado de empleo y de salario -una de sus señas de identidad- suele tornarse en un ser más violento, tratando de compensar esta falta de poder agrediendo aún con más fiereza a su compañera, a sus hijas, a todas las mujeres que caen dentro de su esfera de acción.

El lado oculto de tantos hombres

¿Cuál es el perfil del hombre abusivo? Quien más ha profundizado en este tema es Gioconda Batres en su reciente libro El lado oculto de la masculinidad. Reflexiona la especialista costarricense: La masculinidad se engendra en el rechazo a lo femenino... El hombre, para hacer valer su identidad masculina, deberá convencer a los demás que no es una mujer ni un bebé ni un homosexual. "No llores, juega bien futbol, sé valiente"... son parte de los mensajes. Otros mandatos les dicen que las mujeres son tontas, son débiles, son cosas... En este devenir de mandatos, la conciencia de la superioridad compensa el dolor. Esto es claro en los hombres violentos, quienes han perdido, en el camino de la socialización, la capacidad de encontrar en sí mismos el dolor o la ternura, muy especialmente en sus relaciones con mujeres, niñas y niños. La falta de empatía es un rasgo característico en los hombres abusivos...

Para la ideología masculina, la sexualidad está articulada con el poder y materializada en los genitales... Muy tempranamente el hombre aprende que las mujeres le pertenecen. Esto es claro en los ofensores, que saben que las niñas y los niños -para ellos con categoría de niñas-, seres vulnerables e incondicionales, les pertenecen sexualmente, aún si son sus hijas e hijos. Los hombres aprenden a excitarse con la dominación, la sumisión y la humillación. Violar, abusar de niñas se convierte para los ofensores sexuales en un camino que alimenta la masculinidad.

Se refiere también Batres a los rasgos de la masculindad que deben ser especialmente trabajados en la terapia con hombres ofensores sexuales: la ira y la ansiedad vinculadas a las relaciones íntimas, la incapacidad para expresar sentimientos y pensamientos íntimos, la inadecuada canalización de la cólera, la incapacidad de escuchar, el ansia de poder y de control sobre los demás, la expectativa de que las mujeres les satisfagan todas sus necesidades, el afán de dominio y de vencer "la resistencia" de las mujeres... En la terapia con agresores -dice Batres, basándose en su reconocida experiencia- cuando la terapeuta es mujer, el poder de ella es en sí mismo terapéutico para el paciente. El que la terapeuta tenga poder sobre ellos ayuda a que acepten las indicaciones terapéuticas y se relacionen, en un contexto menos amenazante, con un modelo de mujer enérgica y asertiva. La terapeuta modela un tipo de mujer que los ofensores han despreciado. En este contexto, sicológicamente seguro, pueden aprender un nuevo modelo de relación. Y concluye: Trabajar con mujeres es devolverles poder y autonomía. Trabajar con hombres es practicarles una ‘machotomía’.

Romper el silencio: liberación y riesgo

La identidad de una mujer está en juego si fue víctima infantil de incesto. Reconstruirse supone sanar de ese trauma. Y sanar requiere recordar los hechos -si ocurrieron en edades tan tempranas que la memoria no devuelve conscientemente su eco- y requiere revelar el secreto, romper el silencio, según esa frase tan popularizada ya en todo el mundo. Después de aireado el "secreto de familia", el proceso terapéutico de curación requerirá de hablar y hablar de los hechos en un ámbito seguro y acogedor. Como para exorcizarlo, como para sacar de dentro a afuera el veneno y recobrar así la vida perdida por esta forma de abuso.

No es fácil romper el silencio. Lo primero es decidir ante quién hacerlo. En muchos casos no es necesario acudir a una comisaría de policía y a un tribunal. No siempre hay que hacer tan público lo que hasta ese día era tan secreto. Basta una buena maestra, una buena amiga, una buena terapeuta, basta que el ámbito familiar sea favorable a la sobreviviente y no al ofensor, para que pueda iniciarse la recuperación. En muchísimos casos esto no es posible por la desigualdad de poder entre la niña o la muchacha y el abusador. El caso llega entonces a la policía y a los tribunales. Son sólo esos casos los que, a veces, los medios de comunicación convierten en noticia.

En el Simposium se reflexionó sobre las razones por las que las niñas y las muchachas víctimas de incesto callan. Por la pena que les da hablar de lo ocurrido, por la confusión que genera la relación de afecto y respeto hacia quien abusó de ellas, por miedo a no ser creídas, a ser culpabilizadas, a una venganza de quien las abusó. Una niña de diez años declaró que su papá la había amenazado con matarle a su perro y a su chocoyito si hablaba. Porque saben o sienten que el resto de la familia no las va a apoyar, porque no saben lo que les va a pasar después, porque sin saberlo intuyen lo complicado del camino que les espera...

No se equivocan. Romper el silencio es la culminación de una etapa de profundo sufrimiento. Pero es sólo el primer paso de una larga recuperación donde no falta sufrimiento. La dosis de dolor dependerá de los recursos que la familia y la sociedad brinden a aquella que decide hablar.

En Nicaragua, los centros de apoyo de varias organizaciones de mujeres, donde se entiende al menos lo básico para empezar a dar respuesta a este drama, están resultando estratégicos. Pero se carece aún de suficientes especialistas en una terapia que requiere de una preparación específica. Peor: son muchos los municipios de zonas rurales donde no existe ninguna instancia o grupo donde recurrir. El vacío mayor es de sensibilidad. Según Yamileth Molina, en las comunidades y comarcas rurales muchas veces se da más importancia a una denuncia por el robo de una vaca que a una denuncia por abuso sexual incestuoso. En el Simposiun se lanzó la idea de crear redes de "defensoras populares" en los barrios y en las comunidades, como una instancia primaria de intervención a la que niñas, muchachas y mujeres puedan acudir.

La sociedad no sabe escuchar

La mayoría de los casos de abuso sexual e incesto no se denuncian por falta de instrumentos jurídicos, educativos, sociales y económicos que garanticen a las víctimas que después de dar ese paso serán protegidas. Esto los convierte en delitos "invisibles." Y la mayoría de los que se hacen visibles quedan sin una respuesta adecuada.

La denuncia pública trata de poner fin al conflicto entre la víctima y su agresor. Pero la denuncia pública abre un nuevo conflicto en la familia, en la escuela, en la comunidad. La sociedad es cruel. En alguna escuelas de Nicaragua las maestras prohiben a las niñas o a adolescentes que se sabe han sido violadas el volver al aula porque son un mal ejemplo para las demás. Mucha gente expresa públicamente el rechazo a la muchacha. ¡Ahí va la violada! es una "consigna" para cercarla. No la felicitan por su valor al hablar. La señalan con menosprecio y con suspicacia. También hay miradas y palabras morbosas.

La sociedad interpreta los hechos y suele hacerlo erradamente: la niña "se vestía provocativa", la culpa es de la mamá que no la cuidó, los trapos sucios deben lavarse en casa, hablar de eso es una cochinada... Los representantes de la iglesia católica, tan severos ante tantos "problemas morales", jamás mencionan el incesto, prefiriendo que los casos permanezcan ocultos en nombre de la "unidad familiar". La realidad es que callan porque, como en este abuso se expresa brutalmente un "problema de poder", los tejados de todos quienes tienen poder y autoridad, también los de muchos eclesiásticos, son de vidrio...

La sociedad tiende a creer más al hombre que a la niña. Respalda -si no públicamente sí en el fondo de su conciencia machista- las justificaciones que da el hombre. Y cuando el hombre es denunciado, se justifica de muchas maneras. Primeramente, negando que haya hecho nada y afirmando que la niña es una mentirosa que quiere perjudicarlo. Cuando no le queda más remedio que reconocer lo que hizo porque fue visto, porque hay pruebas evidentes, dirá que la niña -aunque tenga tres años- lo provocó, que la niña "se le metió", que ella lo quería y lo pedía, que no se pudo controlar, que "se le metió el diablo", que lo que hizo no es tan grave, que lo perdonen porque no lo hará más, que él tiene derecho, que él lo hizo sin hacerle daño, que lo hizo por cariño...

Durante el Simposium se reflexionó también sobre lo que quieren las niñas y las muchachas cuando se descubre el secreto o cuando ellas lo revelan, Quieren, primero que nada, ser creídas. Quieren que las respeten, que no las culpen, que no las juzguen, que no las compadezcan, que no las censuren, que no publiquen el caso, que castiguen al culpable, que no las interroguen, que no las miren por la calle haciéndoles sentir que son "mujeres fáciles", que les ayuden a entender lo que les sucedió... Según Martha Munguía, directora del Centro Acción Ya de Estelí, en seis años (1993-98) el Centro atendió a más de 8 mil personas, en su inmensa mayoría mujeres y niñas, víctimas de violencia intrafamiliar y sexual. Consideró que en un 68% de casos lograron llegar a una resolución. Para nosotros, resolución significa que disminuyeron las secuelas, que salieron del ciclo de violencia en que vivían, que fueron puestas a salvo. Pero resolución no es recuperación. La recuperación es un proceso mucho más complicado y más largo.

El proceso judicial: un reto muy difícil

Después de romper el silencio en un centro de apoyo, ante un familiar, ante una sicóloga, la sobreviviente puede iniciar o no el proceso judicial contra el ofensor. El Código Penal de Nicaragua establece una pena de 2-4 años de prisión para castigar a quien comete el delito de incesto.

Dos Generaciones realizó una investigación para conocer el perfil de la niña víctima de abuso sexual para descubrir que la mayoría de las denuncias las hacen pre-adolescentes y adolescentes, abusadas desde que eran niñas. Según los casos investigados, el 75% de las sobrevivientes continúan el proceso judicial hasta el fin y el 83% de los agresores queda libre en alguna fase del proceso.

La investigación detectó que los pasos del proceso judicial que resultan más difíciles para la niña son: el examen médico forense; su declaración, en la que tiene que dar detalles y responder preguntas que no entiende o que la apenan; la espera del jurado durante el juicio; el tener que verse de nuevo frente al agresor, aunque sea ya en mejor posición; y las preguntas que le hace el abogado defensor. Los juristas especializados opinan que en casos de abuso sexual y de incesto, aunque toda víctima tiene derecho a ser escuchada en juicio, este derecho no debe ir en perjuicio de su recuperación emocional.

Volver a ser abusadas

En el Simposium, Juan Pablo Sánchez, asesor legal de la Procuraduría de la Niñez y la Adolescencia, enumeró los principales obstáculos que existen en Nicaragua para brindar una correcta atención a las sobrevivientes de abuso sexual: un sistema penal de carácter inquisitivo y que revictimiza, una legislación anticuada, jueces y funcionarios cargados de prejuicios machistas que dudan de lo que dicen las niñas, locales judiciales y policiales inadecuados, falta de programas específicos de prevención en el sistema escolar, y medios de comunicación que enfocan este tema de forma inapropiada. Sánchez señaló también algunos elementos positivos: la entrada en vigencia del Código de la Niñez y la Adolescencia, instituciones y centros alternativos de la sociedad civil dedicados al tema, y funcionarios judiciales y policiales que ya están recibiendo capacitación e información sobre esta problemática. Las Comisarías de la Mujer y la Niñez de la Policía Nacional, creadas en 1993 por todo el país, han iniciado talleres para capacitar a su personal con métodos que garanticen una atención integral.

Si no se enfrenta en serio la revictimización de las niñas y muchachas que se deciden a hablar se dificulta sustancialmente el poner freno al abuso sexual, especialmente al incesto. En una sociedad no preparada para acoger, defender, respaldar y recuperar a quien denuncia este crimen, denunciar se puede convertir en un riesgo enorme, en una nueva forma de sentirse abusada, especialmente si se tropieza con la impunidad de los ofensores, mayor mientras más poder tengan. Cuando el ofensor es un personaje público, la revictimización de aquella que rompe el silencio es inmediata. El caso de Zoilamérica Narváez lo demostró de forma contundente.

Para evitar la revictimización al remover recuerdos, al analizar hechos que son traumáticos y que provocan reacciones, médicos, sicólogas, policías y jueces, todos los que intervienen en la atención de quien rompe el silencio en cualquier ámbito, más o menos público, deben de tener un tacto especial para no hacer más traumático el trauma que se está revelando. Una atención ideal debe comprender centros con personal profesional capacitado y especializado en esta temática que conozcan las leyes y que tengan una correcta aproximación sicológica a las sobrevivientes. En Nicaragua apenas se encuentra literatura para ayudar a las sobrevivientes y a quienes las apoyan. El Coraje de sanar, de Ellen Bass y Laura Davis, publicado en inglés en 1988 y en español en 1995 (Ediciones Urano, Barcelona), resulta una herramienta muy útil, maravillosa.

Espero que mi hija lo haga...

En medio de vacíos, rezagos e impunidades, Nicaragua puede presentar logros. Abundan los organismos de la sociedad civil que, por trabajar específicamente con mujeres, por priorizar la problemática de las mujeres, por tener incorporada con mucha convicción y empeño la perspectiva de género en sus proyectos, están capacitándose -aún sin hacerlo directamente- para enfrentar esta plaga. Desde hace muchos años siembran conciencia y están cosechando resultados.

En el mundo entero está sucediendo algo similar. El avance sostenido de las mujeres tratando de equilibrar las desigualdades de poder con los hombres es, sin duda alguna, el más notable de todos los avances logrados por la humanidad en este último siglo. Hemos visto cómo en estos cien años cada generación ha logrado dar un salto casi olímpico. Crece la conciencia y crecen las acciones eficaces, tal como lo expresa este dicho: Mi abuela ni lo pensó. Mi mamá lo pensó, pero no lo dijo. Yo lo dije pero no lo hice. Espero que mi hija lo haga. No es una esperanza ilusa. El camino es duro y largo, pero la ruta ya recorrida nos enseña que nuestras nietas serán más felices.

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